Resumen
Han transcurrido cinco años desde la huida de don Juan, y él regresa a la casa de su padre en Sevilla. En el sitio donde se encontraba su palacio, don Juan halla un panteón, y allí un escultor, sin reconocerlo, le cuenta su historia familiar. Don Diego lo había desheredado y, antes de morir, había ordenado construir un panteón para las víctimas de su hijo. Además, le había encargado al artista hacer las esculturas de varias de ellas.
Don Juan admira las obras y se sorprende al ver la estatua de doña Inés. A propósito, el escultor explica que ella murió de tristeza después de volver al convento, cuando don Juan la abandonó.
Luego, Don Juan le pide al escultor que al marcharse le entregue las llaves del panteón. Ante su negativa, él le revela su identidad y amenaza con matarlo si no lo hace. Entonces el escultor obedece y se retira.
Don Juan reflexiona sobre su pasado frente a la estatua de doña Inés y pide misericordia por los actos que cometió. Entonces un vapor se eleva del sepulcro de la mujer y su estatua desaparece. En ese momento, Don Juan siente una presencia sobrenatural.
Enseguida aparece la sombra de doña Inés, y le dice que ofreció su alma a Dios a cambio de su salvación. Sin embargo, le advierte que de él depende la salvación de ambos: durante el plazo de esa noche, si él obra mal, se condenarán juntos o, de lo contrario, se salvarán los dos. La sombra de doña Inés desaparece, pero la estatua no vuelve a su lugar. Don Juan cree que ha estado alucinando y le parece notar que las estatuas se mueven. A pesar de su temor inicial, recobra el valor y desafía a los muertos, sugiriendo que los espera allí si buscan venganza.
El capitán Centellas y Avellaneda reconocen a don Juan en el panteón. Este, aún perturbado, piensa que sus voces provienen de las estatuas. Centellas le explica que se trata de sus viejos amigos y señala que don Juan está temblando y está pálido. Don Juan justifica su palidez atribuyéndola a la luz de la luna, y luego Centellas se burla de su temor. Don Juan se jacta de su valentía y los invita a cenar. Finalmente, para demostrarles que los muertos no le causan pavor, invita a cenar también a Don Gonzalo.
Análisis
Este acto da inicio a la segunda parte de la obra. En esta parte los acontecimientos transcurren a un ritmo mucho más lento que en la primera parte, en sintonía con la actitud del protagonista, quien se muestra más reflexivo y vacilante. Cuando comienza la segunda parte de la obra, han transcurrido cinco años desde la huida de Don Juan de la justicia, después de que mató a Don Luis y a Don Gonzalo. Los tres actos que componen la parte final transcurren durante una noche de verano.
El diálogo entre don Juan y el escultor recuerda el Acto V de Hamlet, cuando el protagonista de este drama conversa con uno de los sepultureros de los que abren la fosa para enterrar a Ofelia. En el diálogo, este se refiere a Hamlet como si no fuera su interlocutor, puesto que no lo reconoce. Asimismo, el escultor en el drama de Zorrilla se refiere a don Juan sin saber que se trata de su interlocutor:
Tuvo un hijo este don Diego
peor mil veces que el fuego,
un aborto del abismo.
Un mozo sangriento y cruel,
que con tierra y cielo en guerra,
dicen que nada en la tierra
fue respetado por él.
Quimerista, seductor
y jugador con ventura,
no hubo para él segura
vida, ni hacienda, ni honor.(vv. 2709-272719)
Se produce así una ironía dramática, puesto que el lector sabe lo que uno de los personajes ignora. Además, mediante este diálogo, podemos reconstruir los acontecimientos que tuvieron lugar en los años previos, los cuales quedaron fuera de escena: el padre de don Juan ha muerto, ha desheredado a su hijo y ha decidido construir un panteón en el sitio donde se hallaba su palacio. En Sevilla, la fama de don Juan no ha cambiado, puesto que el pueblo sigue considerándolo un ser infernal: "Un Lucifer / dicen que era el caballero / don Juan Tenorio" (vv. 2766). A propósito, don Juan insiste con la idea del capítulo precedente, de que, cuando estuvo próximo a cambiar su comportamiento y salvarse, el Cielo le negó la oportunidad:
... que al cielo una vez llamó
con voces de penitencia,
y el cielo en trance tan fuerte
allí mismo le metió,
que a dos inocentes dio,
para salvarse, la muerte.(vv. 2814-2819)
Después de un viaje de cinco años, el carácter del protagonista ha cambiado de manera esencial. En los actos finales del drama dominan la reflexión y la actitud de arrepentimiento de don Juan. En este acto, además, el personaje da muestras de debilidad humana: siente miedo, culpa, vergüenza de que sus antiguos amigos lo vean comportarse cobardemente. También observamos que continúa amando a doña Inés, como él afirma, en soledad, frente a su estatua: "En ti nada más pensó / desde que se fue de ti; / y desde que huyó de aquí, / solo en volver meditó" (vv. 2934-2937).
Don Juan se muestra por primera vez arrepentido: "Sí, después de tantos años / cuyos recuerdos espantan, / siento que aquí se levantan / pensamientos en mí extraños" (vv. 2916-2919); y llora la muerte de doña Inés, de la que se siente responsable: "(…) pues la mala ventura / te asesinó de don Juan" (vv. 2930-2931). Además, en soledad, muestra creer en Dios y en el más allá: "Dios te crió por mi bien, / por ti pensé en la virtud, / adoré su excelsitud / y anhelé su santo Edén" (vv. 2954-2957).
Como señala Alcolea, por primera vez en la tradición donjuanesca, el protagonista ha perdido su autocontrol (1999, p. 110). Don Juan cree enloquecerse, no puede discernir entre la realidad y la alucinación: "Mas nunca de modo tal / fanatizó mi razón / mi loca imaginación / con su poder ideal" (vv. 3044-3047); "¡Ah! ¡Estos sueños me aniquilan, / mi cerebro se enloquece... / y esos mármoles parecen / que estremecidos vacilan!" (vv. 3094-3097). Cuando Centellas y Avellaneda lo encuentran, don Juan presenta signos evidentes de estar aterrorizado: "Mas ¿qué tenéis? ¡Por mi vida / que os tiembla el brazo, y está / vuestra faz descolorida!" (vv. 3130- 3132). Esto provoca la burla de sus antiguos amigos, quienes desconocen esa faceta temerosa del personaje.
La invitación a cenar a la estatua del comendador, característica de las obras donjuanescas, se produce en esta ocasión con variantes significativas. En otras obras, la misma acontece en un ambiente burlesco, y en ella participan don Juan y su criado. En esa circunstancia, el temor y la prudencia del último contrasta con la osadía del protagonista.
En el drama de Zorrilla esta escena muestra a un personaje que no actúa cínicamente, sino por debilidad. La invitación tiene una motivación distinta a la de la tradición literaria: don Juan quiere probar su valentía frente a sus antiguos amigos, quienes se burlaron de su temor ante los muertos, y demostrarles que continúa siendo el intrépido hombre que conocieron.
Así, podemos ver que, en primer lugar, para defenderse de las burlas, don Juan dice: "(…) yo soy siempre don Juan, / y no hay cosa que me espante" (vv. 3164-3165); y más tarde, se propone realizar la invitación para demostrarlo:
... que ya que de mí os burlasteis
cuando me visteis así,
en lo que penda de mí
os mostraré cuánto errasteis!
Por mí, pues, no ha de quedar;
y, a poder ser, estad ciertos
que cenaréis con los muertos,
y os los voy a convidar.(vv. 3198-3205)