Resumen
Don Juan ha matado al capitán Centellas y a Avellaneda, culpa al destino por el asesinato y piensa que su alma está perdida definitivamente. Además, afirma que, aunque nunca creyó en el más allá, ahora siente dudas al respecto.
En ese momento, don Juan se siente arrastrado hacia el panteón por una fuerza misteriosa y allí comprueba que la estatua de don Gonzalo no está en su pedestal. Entonces llama al comendador y su sepulcro se transforma en una mesa horrible, con culebras y huesos. Todos los demás sepulcros, excepto el de doña Inés, se abren, los espectros pueblan el lugar, y don Juan siente pavor. La estatua del comendador le ofrece una copa de fuego y un plato de ceniza, diciéndole "Te doy lo que tú serás" (v. 3675).
También don Juan advierte que hay un reloj de arena en la mesa y el comendador le explica que indica el breve tiempo de vida que le queda. Luego don Juan ve pasar un cortejo fúnebre y su anfitrión comenta que se trata de su propio funeral, puesto que ha muerto a manos del capitán Centellas.
Don Juan, temeroso, implora la misericordia de Dios. El comendador afirma que ya es tarde para arrepentirse e intenta arrastrarlo con él al Infierno, tomándole una de sus manos. Tenorio, de rodillas, tiende la otra mano al cielo y, en ese momento, se abalanzan sobre él los espectros. Entonces aparece la sombra de doña Inés y toma su mano libre. Ella le ordena a los espectros que regresen a sus tumbas y afirma que Dios ha salvado a don Juan.
Finalmente, los espectros vuelven a sus tumbas y, en lugar de ellos, se ven flores y ángeles. Mientras comienza a despuntar el alba, doña Inés cae sobre un lecho de flores. Don Juan exalta la gloria de Dios y luego cae a los pies de ella. Ambos mueren y de sus bocas se elevan dos brillantes llamas.
Análisis
En el acto final, don Juan se encuentra nuevamente en el panteón, que pronto se convierte en un escenario lúgubre y tenebroso, distinto a como se lo presentaba en el Acto I de la segunda parte. En todas las obras de la tradición donjuanesca se presenta este elemento: don Juan invita a cenar a la estatua del comendador (Acto I de la segunda parte, en esta obra), y luego esta le devuelve la invitación (Acto II de la segunda parte), citándolo en el cementerio.
Don Juan acude a la cita en el panteón en este acto final. El escenario que antes se describía como plácido y sereno: "Cipreses y flores de todas clases embellecen la decoración, que no debe tener nada horrible. La acción se supone en una tranquila noche de verano (…)" (p. 175), se transforma, cuando el sepulcro del comendador se convierte en una mesa macabra que "parodia horriblemente la mesa en que comieron, en el acto anterior" (p. 213). En esta oportunidad, se presenta una acumulación de elementos terroríficos y de símbolos de la muerte. Así lo observamos en la acotación: "(…) culebras, huesos y fuego, etc. (A gusto del pintor.) Encima de esta mesa aparece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena. Al cambiarse este sepulcro, todos los demás se abren y dejan paso a las osamentas de las personas que se suponen enterradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena" (p. 213).
En este acto encontramos algunos elementos característicos de la estética del Romanticismo, ligados a sus temas dominantes, como la muerte, el misterio o el miedo. Así, por ejemplo, el cementerio es frecuente en las obras que se enmarcan dentro de esta estética, así como la ambientación nocturna.
Como se puede ver en la cita anterior, en la mesa del comendador se disponen algunos objetos simbólicos: el “plato de ceniza” y la “copa de fuego” simbolizan la muerte de don Juan. Más tarde el comendador explica: "Te doy lo que tú serás" (v. 3675). Por una parte, el cuerpo del libertino se convertirá en ceniza después de su muerte. En este sentido, ese símbolo también funciona como un presagio de la muerte del protagonista. Por otra parte, la copa de fuego simboliza la condena de don Juan en el Infierno. Este símbolo, a diferencia del anterior, no funciona como un presagio, puesto que el protagonista se salva de ese castigo.
Por último, el reloj de arena es otro objeto simbólico: representa el tiempo de vida del protagonista y, por lo tanto, el límite de tiempo que posee para arrepentirse de sus pecados y conseguir la salvación de su alma. La estatua del comendador así lo define: "Es la medida de tu tiempo" (v. 3692); "Sí; en cada grano se va / un instante de tu vida" (vv. 3694-3695). Luego, cuando la estatua está a punto de conducir a don Juan al Infierno, este se niega a seguirlo, recurriendo al mismo objeto simbólico: "Suelta, suéltame esa mano, / que aún queda el último grano / en el reloj de mi vida" (vv. 3759-3761). Con esto quiere decir don Juan que aún le queda un instante para arrepentirse.
Otro elemento que contribuye a crear la atmósfera terrorífica que caracteriza a este acto es la "luz de los hachones" (p. 215). Es interesante notar que el mismo elemento se usa en el Acto I de la primera parte, aunque, en aquella ocasión, sirve para ambientar el escenario festivamente: "(…) se ven pasar por la puerta del fondo Máscaras, Estudiantes y Pueblo con hachones, músicas, etc." (p. 73).
Y, finalmente, los elementos sonoros también se utilizan para resaltar lo lúgubre de la escena: "Tocan a muerto" (p. 215); "Se oye a lo lejos el oficio de difuntos" (Ídem.). Todos los elementos mencionados producen un fuerte contraste con los que se presentan en las dos escenas finales de este mismo acto. Luego de que "Cesa la música y salmodia" (p. 218), y "Dejan de tocar a muerto" (Ídem.), las acotaciones describen un ambiente totalmente opuesto. Por ejemplo, en vez de sombras y espectros, se indica: "Las flores se abren y dan paso a varios angelitos, que rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, derramando sobre ellos flores y perfumes (…)" (Ídem.). En cuanto al sonido, se escucha el "son de una música dulce y lejana" (Ídem.) y, finalmente, una nueva iluminación disipa toda la ambientación nocturna: "se ilumina el teatro con luz de aurora" (Ídem.).
Por otro lado, en la escena II, encontramos el motivo literario de la visión del propio entierro. Este motivo había aparecido también, pocos años antes, en la obra de José de Espronceda El estudiante de Salamanca (1837), cuyo personaje donjuanesco, don Félix de Montemar, observa su entierro. Como explica Alcolea, este motivo “tiene hondas raíces tanto poéticas como míticas: ya en el Jardín de flores curiosas, publicado en 1570 por Antonio de Torquemada, aparece la historia del estudiante Lisardo, que luego pasó a romances populares” (1999, p. 103).
En esta obra, luego de observar su propio entierro, don Juan advierte que ha muerto a manos del capitán Centellas:
JUAN. ¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA. Es el tuyo.
JUAN. ¡Muerto yo!
ESTATUA. El capitán te mató
a la puerta de tu casa.(vv. 3716-3719)
Así, el lector comprende que don Juan, sorpresivamente, está muerto. Pese a eso, el tiempo para arrepentirse de sus malas acciones no se ha agotado. En efecto, el protagonista se salva por un “punto de contrición” (v. 3763), es decir, por el acto de sentir dolor por haber ofendido a Dios, en el último instante.
Este desenlace, en donde el protagonista evita del castigo eterno, supone una ruptura con la tradición donjuanesca, ya que la solución clásica solía ser la condena del burlador. En El burlador de Sevilla y convidado de piedra, por ejemplo, don Juan muere condenado al infierno y, tras su muerte, la estatua de don Gonzalo afirma: "Esta es justicia de Dios: / quien tal hace, que tal pague" (1995, vv. 2845-2846).
Esta diferencia respecto al drama de Tirso puede explicarse por el contexto histórico en el que se producen ambas obras. El don Juan de Tirso de Molina es un personaje que nace en la España de la Contrarreforma. Consecuentemente con este período histórico, la obra pone de manifiesto lo que le sucede a los hombres que desobedecen las leyes terrestres y divinas.
En el drama de Zorrilla, en cambio, el mensaje religioso es otro. En este caso, lo que la obra realza es la misericordia infinita de Dios. Don Juan se salva cuando pronuncia estas palabras: "yo, Santo Dios, creo en Ti: / si es mi maldad inaudita, / tu piedad es infinita… / ¡Señor, ten piedad de mí!" (vv. 3766-3769).
Por último, don Juan está lejos de ser uno de los héroes románticos que mueren con un gesto de rebeldía y tenacidad. Esto se explica porque la obra de Zorrilla se inscribe dentro de una rama del Romanticismo con características más conservadoras y cristianas, opuesta y coetánea al Romanticismo de carácter iconoclasta.
Don Juan se salva gracias al amor de doña Inés y a la misericordia infinita de Dios. Ambos aspectos se destacan en el título del acto ("Misericordia de Dios, y apoteosis del Amor"). Aunque es cierto que la obra muestra una transformación en el personaje y una conversión final que le permite salvarse, la innovación del dramaturgo respecto de la mirada sobre la justicia divina no dejó de provocar controversias y opiniones negativas como la de quienes señalaban que la "balumba de espantosos crímenes pedía un resultado menos favorable al héroe (...)" (El laberinto citado en Cardona, 2015, p. 14).
Al final de la obra, las direcciones escénicas son contundentes respecto a la salvación del protagonista. En la acotación de la escena última se describen llamas brillantes que se elevan y que representan, simbólicamente, las almas salvadas de ambos personajes: "De sus bocas salen sus almas, representadas en dos brillantes llamas que se pierden en el espacio al son de la música" (p. 219).