Don Juan Tenorio

Don Juan Tenorio Resumen y Análisis Primera parte, Acto IV: El Diablo a las puertas del Cielo

Resumen

En la quinta de don Juan, a orillas del río Guadalquivir, Brígida y Ciutti conversan sobre los últimos acontecimientos que ocurrieron esa noche, desde que escaparon del convento hasta que llegaron a la casa de Tenorio. Doña Inés continúa dormida, y don Juan se encuentra en la casa de doña Ana.

Cuando doña Inés se despierta, Brígida intenta persuadirla de que don Juan la rescató de un incendio desatado en el convento y que la trajo a su casa con la intención de que permaneciera allí, bajo su amparo, hasta el amanecer. Doña Inés desea refugiarse en la casa de su padre, pero su dueña le advierte que el río y más de cinco kilómetros las apartan de la ciudad de Sevilla. Ella siente una fuerte atracción hacia don Juan, pero teme que su honor esté en peligro y quiere huir antes de que él llegue.

Poco después, llega don Juan y engaña a doña Inés diciéndole que le comunicó a don Gonzalo dónde se encontraban. Él le declara su amor y su deseo de pedirle su mano al comendador. Además, confiesa que nunca sintió nada igual por otra mujer, y que, por medio de ella, cree que puede alcanzar la virtud.

En ese momento desembarca don Luis embozado. Don Juan les pide a Inés y a Brígida que permanezcan en una de las habitaciones y sale al encuentro del hombre armado con una espada y pistolas. Ciutti le informa que no pudo descifrar quién es el embozado.

Enseguida don Juan advierte que se trata de don Luis, quien busca vengarse por lo que ocurrió con doña Ana. Cuando están dispuestos a batirse en duelo, Ciutti le informa a don Juan que se acerca don Gonzalo acompañado por personas armadas.

Mientras don Luis permanece escondido en un cuarto a pedido de don Juan, este se encuentra con Don Gonzalo, quien ha ingresado a la casa solo. El comendador tiene intenciones de matarlo. Don Juan, arrodillado ante él, intenta explicarle que siente amor sincero por doña Inés y que por ella está dispuesto a abandonar su vida desenfrenada y a ponerse a disposición de él hasta que le otorgue la mano de su hija. Don Gonzalo se niega a aceptar sus ofrecimientos, pero Tenorio insiste, argumentando que doña Inés significa para él su última oportunidad de salvación. El comendador, sin embargo, se muestra indiferente a sus súplicas.

En ese momento, don Luis los sorprende con una carcajada, y acusa a don Juan de humillarse en un momento apremiante a falta de valor. Este, enfurecido, le dispara a don Gonzalo y le da una estocada a don Luis. Ambos mueren inmediatamente. Don Juan se arroja por el balcón y se aleja a bordo de un bergantín que lo lleva rumbo a Italia. Poco después, ingresan a la casa soldados y alguaciles, y descubren los cadáveres. Doña Inés y Brígida salen de la habitación y la primera reconoce a su padre muerto. Un alguacil afirma que don Juan fue el asesino y entonces todos piden justicia por doña Inés. Ella, sin embargo, cayendo de rodillas, pide que no sea contra don Juan.

Análisis

Este acto representa un punto de quiebre en la evolución del protagonista. El título del acto, "El Diablo a las puertas del Cielo", muestra que se trata de un momento de transición. Este acto funciona como la antesala de la segunda parte de la obra, donde se abandona la atmósfera carnavalesca, y el espíritu transgresor del protagonista muta hacia uno más reflexivo.

Los personajes se encuentran en una quinta apartada de la ciudad, a orillas del río Guadalquivir, un locus amoenus, un lugar idílico donde don Juan evoca, en su parlamento frente a doña Inés, imágenes de un entorno natural agradable:

Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
(…)
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor (…)
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?

(vv. 2174-2193)

Estas imágenes exaltan la pureza del entorno natural, en armonía con los amantes. En este jardín edénico, don Juan se acerca a la divinidad, gracias a doña Inés, que es su intermediaria, un “ángel” como él mismo la llama (v. 2170). Como podemos observar, don Juan encuentra en las palabras de amor de ella una oportunidad de salvación:

(…) esa palabra
cambia mi modo de ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, Doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí:
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él, quizás.

(vv. 2260-2267)

En el diálogo que mantienen ambos personajes, podemos observar que el protagonista se transforma: don Juan deja de ser un "don Juan", pierde su esencia, puesto que se enamora realmente. Además, él cree que doña Inés ha sido enviada por Dios para salvarlo.

Por otro lado, su carácter transgresor también se trastoca. Don Juan se adapta a las reglas sociales y adopta los preceptos religiosos. También se dispone a someter su propia voluntad al servicio de otras personas.

En este acto, don Juan deja de ser arrogante. Vemos que se humilla ante el comendador arrodillándose ante sus pies, arrepentido, como nunca lo ha hecho frente a nadie: "Jamás delante de un hombre / mi alta cerviz incliné, / ni he suplicado jamás, / ni a mi padre, ni a mi rey" (vv. 2480-2483). Además, le ofrece, humildemente, ponerse a su servicio: "Yo seré esclavo de tu hija, / en tu casa viviré, / tú gobernarás mi hacienda, / diciéndome esto ha de ser" (vv. 2516-2519).

Don Juan, que al comienzo de la obra aparece como un personaje sobrehumano, monstruoso y satánico, se humaniza. Asimismo, deja de ser un personaje mítico. En esto se diferencia de su antecesor, el don Juan de Tirso de Molina. Aunque el don Juan de Zorrilla comienza encarnando el mismo personaje arquetípico, luego, el amor de doña Inés lo transforma.

Esta obra se distancia de la de Tirso, además, en otro aspecto central: mientras que en El burlador de Sevilla y convidado de piedra el héroe termina condenado por sus actos, en el drama de Zorrilla, don Juan se salva. Sin embargo, no lo hace por sus méritos personales, sino por el poder del amor de doña Inés, que lo transforma y atempera su carácter. El personaje de doña Inés, en este sentido, se adecua a una noción romántica predominante, en la que una mujer con características sobresalientes conduce al héroe a la salvación. Don Juan, en efecto, se enamora de la virtud de doña Inés, más que de su hermosura: “No amé la hermosura en ella / ni sus gracias adoré; / lo que adoro es la virtud / don Gonzalo, en doña Inés” (vv. 2500 -2503), y tiene la premonición de que gracias a ella se salvará de la condena en el Infierno: "Su amor me torna en otro hombre / regenerando mi ser / y ella puede hacer un ángel / de quien demonio fue" (vv. 2509-2511).

Por otro lado, mientras que don Juan atempera su carácter, el comendador toma una actitud anticristiana: le niega a este la caridad y la misericordia, pese a que el protagonista muestra arrepentimiento. La actitud del comendador, además, es la que desencadena la tragedia. A causa de ella, don Juan se ve obligado a matarlo y a huir. En este sentido, las últimas palabras del protagonista explican el título del acto: don Juan está a punto de salvarse ("a las puertas de Cielo"), por su amor hacia doña Inés, pero las circunstancias le niegan esa oportunidad: “Llamé al cielo, y no me oyó, / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la tierra / responda el cielo, y no yo” (vv. 2620-2623).

Además, en este acto se evidencia un tema fundamental para la época en que se sitúa la obra: el honor. En el caso de las mujeres, este valor se vinculaba estrechamente a la virginidad que debían conservar hasta el momento del matrimonio. Cualquier relación sexual previa a esta unión quedaba fuera de los principios morales y religiosos, y se consideraba un pecado y una deshonra. Esto también afectaba el honor de sus familias y de quien estuviera comprometido a casarse con ella. En este caso, don Luis tiene la intensión de matar a don Juan para vengarse por la pérdida del honor de doña Ana, su prometida. Como él afirma, desea "lavar tan fea mancha" (v. 2375) en su honor y en el de ella. Pero además, él explica que a causa del agravio que cometió don Juan, desde entonces su matrimonio es imposible: "Don Juan, yo la amaba, sí; / mas con lo que habéis osado, / imposible la hais dejado / para vos y para mí" (vv. 2376-2379).

Con este acto concluye la primera parte del drama, y este funciona como un eje divisor entre dos momentos bien diferenciados. No solo el protagonista se transforma, sino también el ritmo de las acciones y la atmósfera de los escenarios. Es llamativa la acumulación de acciones que se suceden en los primeros cuatro actos, a un ritmo vertiginoso. Como habíamos señalado, los eventos de estos cuatro actos tienen lugar en el transcurso de una misma noche. Además, transcurren en mucho menos tiempo del que es materialmente posible. El propio Zorrilla lo advierte: "Estas horas de doscientos minutos son exclusivamente propias del reloj de don Juan" (Zorrilla, 2016, p. 169). En la segunda parte del drama, el ritmo de las acciones será mucho más sosegado.

Por último, en relación con la verificación de esta primera parte, Alcolea señala que se trata de "un tipo de métrica tradicional, fácil, de ritmo rápido como el romance o la quintilla, tan teatral desde el Siglo de Oro, que armoniza con la fiesta popular de las calles" (1999, p. 106). Además, como ella indica, este tipo de estructura marca un contraste con la segunda parte del drama: "abunda esta suerte de poema no estrófico en toda la primera parte. Se crea así un evidente contraste con la segunda parte, en la que predominan metros más cultos, y de ritmo más sosegado y pausado, como la décima o el cuarteto" (Ídem.).