El amor como salvación
El amor como salvación es un tema que introduce Zorrilla en su elaboración de la historia de don Juan y, por lo tanto, marca una ruptura con la tradición literaria del personaje. A diferencia de otras versiones, el protagonista, que en primera instancia es un seductor hábil en los escarceos amorosos y conquista mujeres que no ama, experimenta una transformación radical que lo conduce a su salvación. La transformación sucede a partir de su enamoramiento de doña Inés. Luego, gracias al amor de ella, que intercede por él ante Dios ofreciendo su alma, don Juan consigue salvarse.
Podemos observar la transformación de don Juan cuando él afirma: "Su amor me torna en otro hombre, / regenerando mi ser, / y ella puede hacer un ángel / de quien demonio fue" (vv. 2508–2511). Doña Inés representa en esta obra un "ángel de amor" (v. 2170), como el mismo protagonista la llama. Su condición angelical se debe no solo a su pureza, sino también a que es la intermediaria entre el libertino y Dios. Ella es quien socorre a don Juan y contribuye en la salvación de su alma.
La trasgresión
En la primera parte de la obra, don Juan es, ante todo, un trasgresor. El título del primer acto, “Libertinaje y escándalo”, adelanta este aspecto fundamental de su carácter. Él ha burlado a un número extraordinario de mujeres, ha matado a muchísimos hombres, es un sacrílego. Esta conducta produce indignación en personajes como su padre, don Diego, o don Gonzalo, el padre de doña Inés. Sin embargo, en otros personajes, como Buttarelli, Ciutti, el capitán Centellas o Avellaneda, su desenfreno despierta admiración y respeto.
El tema de la trasgresión también puede verse en la manera de actuar de otros personajes. Don Luis, por ejemplo, tiene un comportamiento semejante al de don Juan, casi idéntico, excepto que este último lo supera en cantidad de delitos que cometió. Don Gonzalo, aunque al comienzo de la obra presenta una conducta intachable, transgrede las normas de comportamiento esperables por su condición noble al desentenderse del asunto y no mostrar caridad con don Juan en el momento que este se arrepiente de sus actos y decide moderar su carácter. Lucía y Brígida también son personajes transgresores: contravienen las normas sociales porque traicionan a las mujeres que deberían proteger a cambio de dinero.
La vida después de la muerte
Este es un tema importante en la obra, ya que, en parte, de la creencia en esa vida depende la salvación del protagonista. Don Juan, en su conversación con el capitán Centellas y Avellaneda, afirma no creer en otra existencia más que la terrenal: "(…) no creo que haya / más gloria que esta mortal" (vv. 3308-3309).
Más tarde, la estatua del comendador acude a la cita en la casa de don Juan con la intensión explícita de revertir su opinión y de convencerlo de que existe otra vida más allá de la mundana: "Y heme que vengo (...) / a enseñarte la verdad; / y es: que hay una eternidad / tras de la vida del hombre" (vv. 3435-3439)
Poco después, el protagonista admite que tiene dudas al respecto: "(...) Que se aniquila / el alma con el cuerpo cuando muere / creí… mas hoy mi corazón vacila" (vv. 3617-3619). Y, al final de la obra, se muestra firmemente convencido de la vida posterior a la muerte, cuando se arrepiente de su maldad y le ruega a Dios que tenga piedad de él y lo salve.
La seducción y la lujuria
Don Juan encarna el arquetipo del seductor y burlador de mujeres. Él las seduce con promesas, halagos o mentiras, a fin de satisfacer su apetito sexual desmedido. La conquista amorosa es para él un medio y un fin al mismo tiempo: siente placer al satisfacer su lujuria, pero también al burlar a las mujeres. En la primera parte de la obra, el protagonista se muestra como una persona incapaz de enamorarse: se siente satisfecho con los escarceos amorosos. Además, se jacta de la escasa cantidad de días que le dedica a las mujeres que seduce: “Uno para enamorarlas, / otro para conseguirlas, / otro para abandonarlas, / dos para sustituirlas / y una hora para olvidarlas” (vv. 686-690).
En la mitad de la obra, el Acto IV de la primera parte, el protagonista sufre un cambio radical cuando se enamora sinceramente de doña Inés y se dispone a cambiar su comportamiento desenfrenado, a cambio de que el padre de ella consienta su matrimonio. En ese momento, don Juan pierde la esencia del personaje prototípico y deja representar el arquetipo del burlador por el que él es conocido, lo que significa una ruptura con la tradición literaria donjuanesca.
El honor
Este tema es central en la primera parte de la obra, puesto que lo que el burlador desacredita con cada una de sus conquistas es, precisamente, el honor de las mujeres y el de sus familias. En el contexto histórico en el que se sitúa la obra, el honor es un valor muy importante en la sociedad y está estrechamente vinculado, en el caso de las mujeres, a la virginidad que debían mantener antes del matrimonio: cualquier relación sexual previa a esta unión quedaba fuera de los principios morales y religiosos, y se consideraba un pecado.
Cuando don Juan desafía a don Luis apostando a que burlará a doña Ana de Pantoja, la prometida del último, este sabe que lo que se pone en juego es su honor y el de ella y, en consecuencia, su futuro matrimonio. Así lo podemos ver en el diálogo entre don Luis y Pascual, cuando el primero le expresa la causa de su temor: "el honor de mi señora / doña Ana moría hoy" (vv. 858-859). Por eso, luego de que don Juan consigue tener un encuentro con ella, don Luis busca venganza para "lavar tan fea mancha" (v. 2375). Asimismo él explica que su matrimonio con ella, a causa del agravio que cometió don Juan, desde entonces es imposible: "Don Juan, yo la amaba, sí; / mas con lo que habéis osado, / imposible la hais dejado / para vos y para mí" (vv. 2376-2379).
Por otro lado, doña Inés, que se siente fuertemente atraída por don Juan, reprime su sentimiento apasionado para preservar su honor: "Y si el débil corazón / se me va tras de don Juan, / tirándome de él están / mi honor y mi obligación" (vv. 2122-2125). Y finalmente, en la segunda parte de la obra, cuando el protagonista muestra signos de transformación, podemos ver que siente remordimientos a causa de "la existencia o el honor" (v. 2915) que le arrancó a sus víctimas.
La misericordia de Dios
En la resolución del conflicto, esta obra resalta la misericordia de Dios frente a versiones anteriores en las que el protagonista acaba en el Infierno, condenado por su maldad. Por ejemplo, en la obra de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630), en la que tiene su origen al personaje don Juan, este libertino muere y paga sus malas acciones con un castigo divino, tal como lo explica la estatua del Comendador: “Esta es justicia de Dios: / quien tal hace, que tal pague” (1995, vv. 2845-2846).
Si bien ambas obras tienen un mensaje religioso (en el drama de Zorrilla el contenido religioso lo anticipa el subtítulo de la obra "Drama religioso-fantástico en dos partes"), el mensaje en Don Juan Tenorio es otro. El final de la obra zorrillesca muestra un Dios piadoso y misericordioso, capaz de salvar incluso al hombre que ha llegado a ser conocido como "la más mala cabeza del orbe" (vv. 288-289) y que ha sido comparado más de una vez con el diablo. El título del acto final, "Misericordia de Dios, y apoteosis del Amor", destaca este elemento introducido por Zorrilla en el desenlace. Aunque es cierto que la obra muestra una transformación en el personaje, y una conversión final que le permite salvarse, la innovación del dramaturgo respecto a la mirada sobre la justicia divina no dejó de provocar controversias y opiniones negativas como la de quienes señalaban que la "balumba de espantosos crímenes pedía un resultado menos favorable al héroe" (El laberinto citado en Cardona, 2015, p. 14).
El encierro
En esta obra observamos el tema del encierro ligado a la inocencia, a la castidad y a la ingenuidad de doña Inés. Ella vive en un convento prácticamente desde su nacimiento y desconoce la vida en el mundo exterior. Por un lado, la abadesa exalta los beneficios que conlleva el encierro en el claustro para la novicia, porque considera que su desconocimiento de los placeres mundanos facilitan su vida austera: “Dichosa mil veces vos; / (…) que no conociendo el mundo, / no le debéis de temer” (vv. 1447- 450). Y, a propósito, agrega: “(…) los mundanos recuerdos / del bullicio y del placer, / no os turbarán, tentadores, / del ara santa a los pies; pues ignorando lo que hay / tras esa santa pared, / lo que tras ella se queda, / jamás apeteceréis” (vv. 1454-1461). En este sentido, el encierro riguroso de doña Inés es un elemento que resalta su castidad, su falta de apetitos sexuales y su inocencia.
Por otro lado, la falta de experiencia en el mundo presenta a doña Inés también como un ser ingenuo. A propósito, Brígida la llama “cordera” (v. 1248), por su inocencia, pero también por la facilidad con la que la convenció del supuesto amor que siente don Juan por ella. En el mismo sentido, se refiere a ella como “pobre garza enjaulada” (v. 1250), y afirma: “¿qué sabe ella si hay más vida / ni más aire en que volar?” (vv. 1253-1254). Además, doña Inés sabe que a causa de su vida en el encierro desconoce los modos usuales de comportarse que adoptan las personas en determinadas situaciones: “Nunca el claustro abandoné, ni sé del mundo exterior / los usos (…)” (vv. 2086-2088).