El Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio –más conocido como El Conde Lucanor– fue escrito entre 1330 y 1340, en un siglo que forma parte de lo que la historiografía reconoce como la Baja Edad Media española. Es un período en el que todavía rige la división del orden social en nobleza, sacerdocio y campesinado, y en el que emerge la burguesía como actor social que desestabiliza este orden. El burgués tiene riquezas, pero no posee títulos como el noble ni tiene vínculo con la tierra como el labrador, por lo que se coloca en un lugar complejo dentro de la organización medieval. Su participación en el aumento de la producción industrial y de la actividad comercial repercute en que empiece a importar más el prestigio social y el refinamiento en los gustos que las distinciones otorgadas por nacimiento o la posesión de tierras.
En este contexto, la literatura de Don Juan Manuel viene a defender el orden social establecido que peligra con desaparecer. Como actor que pertenece al estamento más alto de la sociedad, Don Juan se propone transmitir las virtudes del sistema, como los valores caballerescos de la cortesía, la galantería, la liberalidad o la protección al débil, valores que chocan con los intereses lucrativos de la burguesía. En este sentido, la función principal de su literatura es didáctica: su objetivo es recurrir a la ficción para enseñar lo necesario para tener una vida valiosa y asegurar así la salvación del alma. Esta enseñanza está dirigida, en particular, a la nobleza joven, que debe prepararse para la vida pública.
En la concepción filosófica del Medioevo, existen verdades ocultas que deben ser descifradas a través del intelecto o el razonamiento. Don Juan Manuel se propone revelar esas verdades en su obra y, al escribir en lengua vulgar (el romance), participa en el proceso de secularización de la cultura, por el que el conocimiento deja de ser propiedad exclusiva del orden eclesiástico. Asimismo, este proceso hace que el cristianismo empiece a ser una religión más accesible para todos. En la enseñanza de Don Juan Manuel, los asuntos mundanos se entrelazan con los asuntos religiosos.
El Conde Lucanor está compuesto de cinco partes. La primera y más conocida consiste en 51 ejemplos, nombre con el que Don Juan Manuel define a las historias que utiliza Patronio para dar consejos al Conde Lucanor. En las siguientes partes, las enseñanzas de los ejemplos atraviesan diferentes grados de abstracción: en la segunda, Patronio condensa los ejemplos en forma de máximas o refranes; en la tercera, acude a juegos retóricos que oscurecen más lo enseñado; y en la cuarta, explica lo narrado en un razonamiento aún más complejo. La quinta parte consiste en un discurso doctrinal religioso de Patronio.
El libro comienza con una suerte de anteprólogo y con un prólogo en el que Don Juan indica sus intenciones didácticas. En el anteprólogo, Don Juan explicita el modo en que su literatura aúna las cuestiones mundanas con las espirituales, al sostener que escribió el libro “deseando que los hombres hiciesen tales obras en este mundo que fuesen provechosas para sus honras, haciendas y estados, y estuviesen más cerca del camino de salvación de sus almas” (p.11). También afirma que su propósito es que sus enseñanzas sean aprovechadas por aquellos “que no fueren ni muy letrados ni muy sabios” y que por ello “escribió todos sus libros en castellano [romance]” para “los legos y los de no mucho saber, como lo es él” (pp.11-13), expresión con la que apela a la humildad como estrategia para convencer a quienes lo leen.
En el prólogo, Don Juan Manuel da inicio a lo que será el principal recurso argumentativo de su prosa: la analogía. Primero postula que, así como todos los hombres tienen las mismas cosas en las caras, pero todos tienen caras distintas entre sí, así también varían sus intenciones y sus voluntades, aunque todos quieran y deseen servir a Dios. Esta argumentación justifica el uso del ejemplo como enseñanza, porque Patronio resuelve los problemas del Conde Lucanor por medio de historias que plantean escenarios distintos en apariencia, pero semejantes en cuanto al dilema moral que plantean. A continuación, Don Juan afirma que todos aprenden mejor aquello que les gusta más y que por eso un médico suministra una medicina agregando algo dulce para que no sea desagradable a quien lo toma. De la misma manera, él acude a ficciones que son como dulces que hacen más agradables los consejos.
Todas las historias de El Conde Lucanor son reelaboraciones de relatos anteriores. Provienen de compilaciones de cuentos antiguos como Calila y Dimna, Las mil y una noches o las Fábulas de Esopo, así como también de relatos de tradición oral, proverbios o sermones. En la Edad Media, la literatura original, como la entendemos modernamente, no tiene lugar: una historia tiene valor por las veces en que fue contada y recuperada. No obstante, sí hay lugar para la reapropiación y la modificación, lo que hace Don Juan Manuel al dejar su marca individual en las historias.