Resumen
El ejemplo inicia en el momento en que el Conde Lucanor se aparta con Patronio para explicar el motivo por el que necesita su consejo. Habiendo vivido en tiempos de guerra en los que a veces tuvo que enfrentar a cristianos o en los que no pudo evitar que sufrieran daño personas que no lo merecían, el Conde se pregunta qué puede hacer para enmendar a Dios por los errores cometidos, con el fin de recibir su gracia y asegurarse el descanso eterno. Patronio se dispone a responder teniendo en cuenta que el Conde le solicitó que lo aconseje de acuerdo con su estado y con su honra. Para ello, acude a la historia de lo que Dios le reveló a un ermitaño sobre el destino que le tocaría a él y al Rey Ricardo de Inglaterra después de la muerte.
El ermitaño era un hombre muy santo que llevaba una vida de penitencia y buenas obras. Los esfuerzos que hizo para ganar la gloria divina hicieron que Dios le asegurase que obtendría el paraíso. Agradecido, el ermitaño quiso saber quién sería su compañero en la eternidad. Aunque a Dios no le parecía bien que consultara aquello, tanto insistió el ermitaño que le hizo saber por medio de un ángel que su compañero sería el Rey Ricardo de Inglaterra. Esto no fue de agrado del ermitaño, porque sabía que el Rey tenía una vida muy contraria a la suya, en la que había matado, robado y desterrado a muchas personas. El ermitaño creía que el Rey Ricardo estaba muy alejado del camino de la salvación del alma, pero el ángel le hizo saber que Dios creía que un solo salto del Rey era igual de importante que todas las obras buenas del ermitaño.
El ángel explicó que esto era así porque una vez el Rey de Francia, el Rey de Navarra y el Rey de Inglaterra habían cruzado Ultramar para luchar contra los moros. Cuando estaban listos para atacar, tuvieron dudas de saltar a tierra porque había muchos moros en la ribera. Entonces el Rey de Inglaterra vio en este peligro una oportunidad de enmendar ante Dios las malas obras que había hecho, arriesgando su vida para vencer a los moros. Así se encomendó a Dios y saltó con su caballo en el mar. Las aguas eran profundas, pero Dios decidió socorrerlo para que no se ahogase. Al ver su valentía, los ingleses a mando del Rey saltaron detrás de él y se dirigieron contra los moros. Lo mismo hicieron los navarros y los franceses. Los moros se sorprendieron viendo que los cristianos se lanzaban con bravura y sin miedo a la muerte y decidieron abandonar la ribera, aunque algunos no sobrevivieron el ataque. El resultado de esta victoria, que agradó a Dios, se debió al salto que había hecho el Rey Ricardo de Inglaterra. Después de escuchar al ángel, el ermitaño agradeció a Dios que su compañero en el paraíso sea alguien que había hecho ese bien al cristianismo.
Terminada la historia, Patronio se dirige al Conde Lucanor y le dice que él debe hacer las enmiendas y la penitencia que le correspondan, pero que no debe seguir el camino de la ufanía y de la vanidad que siguen algunos haciendo lo que consideran erróneamente de gran valor, desmereciendo lo que en verdad es hacer obras buenas en el mundo. El Conde Lucanor debe hacer lo que le corresponde como caballero de Dios, que es utilizar los pueblos que aquel le otorgó para luchar contra los moros. De esta manera el Conde morirá mártir y bienaventurado si asemeja sus acciones a lo que hizo el Rey Ricardo de Inglaterra con su hazaña del salto.
Al Conde Lucanor le agrada lo que le dijo Patronio y ruega a Dios poder hacer lo que este le aconsejó. El ejemplo cierra con Don Juan que, viendo que el ejemplo era bueno, manda a ponerlo en el libro junto con unos versos que lo abrevian:
Quien por caballero se tuviese
Más debe desear este salto.
Que no en la orden meterse
O encerrarse tras muro alto (p.27).
Análisis
La estructura de los ejemplos de El Conde Lucanor es siempre la misma: consiste en la puesta en escena de un diálogo entre el Conde y su consejero, Patronio, que se pone a contar una historia para su señor. Distinguimos la primera escena, la del Conde pidiendo consejo a Patronio, como el relato marco, y a la historia que cuenta Patronio como relato enmarcado. En la literatura medieval, el relato marco es fundamental para darle sentido y verosimilitud al relato enmarcado, porque le otorga un fin en concreto: el de servir, justamente, de ejemplo para una enseñanza de vida.
Este objetivo se reasegura en el final, cuando aparece la figura de Don Juan Manuel como si fuera un tercer personaje que ha escuchado el diálogo y la historia que contiene y que resuelve poner ambos, el relato marco y el relato enmarcado, en su libro de los ejemplos. De esta manera, se escenifica en el ejemplo el momento de la composición, momento en el que se sintetiza la enseñanza a través de unos versos que extraen la moraleja del ejemplo. La estructura tiene una finalidad didáctica, la de convencer y transmitir conocimiento por medio de tres formas distintas: el diálogo (la conversación entre el Conde y Patronio), la narración (la historia contada por el consejero) y la poesía (los versos de Don Juan).
En el Ejemplo III, la duda que plantea el Conde Lucanor se relaciona con el tema de la salvación del alma, tema que le preocupa al Conde como hombre mayor que se encuentra cerca del término de su vida. Él sabe que, a lo largo de los años, ha hecho hazañas buenas, pero también ha realizado malas acciones que el Conde relaciona con haberse criado y vivido “en grandes guerras” (p.17), y por eso quiere saber qué le conviene hacer para enmendar esos errores y ganarse el paraíso. Patronio dice que lo va a aconsejar teniendo en cuenta que el Conde le pide consejo “según el estado que [tiene]” (p.19) y sin abandonarlo para “tomar vida de orden o de otro alejamiento” (ibid.).
En este sentido, lo que hace Patronio es tomar la duda del Conde y reformularla en otros términos, desplazando el tema de la salvación del alma hacia el tema de la conservación del orden social. Lo importante para el consejero es que el Conde entienda que sus buenas y malas acciones deben ser juzgadas en cuanto a lo que a él le corresponde en el orden social como noble, cuya función principal ante Dios es la de defender a los cristianos de los paganos. No es lo mismo que lo que le corresponde hacer al sacerdote, que debe llevar una vida ascética y de oración, o al labrador, que lo que debe hacer es trabajar la tierra. Si el Conde pretendiera abandonar su posición de caballero para tomar los hábitos religiosos pondría en peligro su honra, no solo porque no podría acostumbrarse a sufrir “las asperezas de la orden” (p.19) sino también porque se vería “muy mal juzgado por toda la gente” (ibid.) que vería en este abandono una “falta de corazón” (ibid.) y un exceso de vanidad, de quien cree que la vida más digna de ser vivida es la de la penitencia religiosa, cuando cualquiera de los tres estados (nobleza, sacerdocio y campesinado) son igual de valiosos y de necesarios, en la concepción medieval, para mantener el orden social.
Esto queda demostrado a través del ejemplo del ermitaño y del Rey de Inglaterra. El ermitaño representa en la historia el tipo de vida ascética y recluida que tienen los sacerdotes y el Rey de Inglaterra cumple el rol de caballero valiente que es el que debería seguir el Conde Lucanor. En el cuento, el ermitaño peca de vanidad, porque considera que él ha realizado más y mejores acciones que el Rey Ricardo que, como hombre guerrero, se ha visto envuelto en muertes y saqueos. Para explicar por qué esta valoración es errónea, aparece en el cuento una cita de autoridad: la palabra de Dios, transmitida a través del ángel. Aquí el relato enmarcado incluye otro relato, el de la historia del salto del Rey, lo que pone en abismo la estructura del relato dentro del relato.
La historia del combate de los reyes cristianos contra los moros corresponde históricamente a la Tercera Cruzada por la toma de Jerusalén del sultán Saladino en 1187. Es un relato que se nutre de otras fuentes o leyendas, como las fábulas sobre la valentía del Rey Ricardo, de apodo “Corazón de León”, o en leyenda de la Orden de los Caballeros Templarios y la concepción de que el “Salto Templario” es un salto de fe. En este cuento vuelve a aparecer el tema de la salvación del alma, porque el Rey Ricardo decide dar ese salto valeroso para enmendar de este modo los errores que ha hecho en vida. Su hazaña da el ejemplo a los otros guerreros y los anima a saltar con él, lo que también se relaciona con el aumento de la honra al hacer una acción digna de ser imitada.
Al terminar el relato, Patronio insiste en que el Conde no debe seguir el camino “que es de ufanía y está lleno de vanidad” (p.25) y que es el que toman quienes solo le dan importancia a lo que “ellos llaman gran valía” y que tiene que ver con obtener poder y poblar sus tierras, sin “[parar] mientes en cómo acabarán, ni en cuántos quedaron con daño” (p.25). Aquí Patronio realiza una crítica a los nobles que poseen tierras y personas a su cargo que no se preocupan por servir a Dios. En este punto, el consejo de alguna forma plantea que el Conde Lucanor no debe hacer más que seguir haciendo lo que hace, que es guerrear como lo hizo el Rey Ricardo, y preocuparse por llevar una vida bienaventurada. Esta enseñanza se consolida con la generalización en verso del final, en la que se confirma el corrimiento de la preocupación inicial –la salvación del alma– hacia el tema de la conservación del orden social: el caballero debe ser valeroso y arriesgado, no encerrarse en una orden, que es lo mismo que esconderse “tras muro alto” (p.27). En varios ejemplos ocurre este desliz de lo que el Conde Lucanor solicita como consejo y lo que en efecto Patronio aconseja, que se corre del planteo inicial.