Todos los que quieren y desean servir a Dios, quieren una misma cosa, pero no todos lo sirven de la misma manera, unos lo sirven de una manera y otros de otra.
Asimismo, los que sirven a los señores, no todos los sirven de la misma manera. Y los que labran, crían animales, trabajan, cazan y hacen todas las otras cosas, todos las realizan, pero no todos las entienden ni las hacen de la misma manera. Así, por este ejemplo, y por otros que serían muy largos de enumerar, podréis entender que, a pesar de ser todos los hombres parecidos, y tener todos voluntad e intenciones, así como se parecen tan poco en las caras, se parecen tan poco en las voluntades e intenciones. Pero todos se parecen en que todos usan, quieren y aprenden mejor aquellas cosas que les gustan más.
En el “Prólogo” a El Conde Lucanor, Don Juan Manuel anticipa lo que hará en la primera parte reproduciendo a pequeña escala la modalidad de enseñar a través de ejemplos. “Para que lo entendáis mejor os daré algunos ejemplos” (p.13), dice para explicar la idea, en principio contradictoria, de que todos los hombres son distintos y a la vez iguales. El punto de encuentro en la diferencia es lo que da cohesión a la sociedad medieval española: la fe cristiana. Servir a Dios es el propósito al que todos deben aspirar, pero la forma en que se sirve a Dios varía de acuerdo con el lugar que se ocupa en el orden social y de persona en persona. En este punto, Don Juan decide ejemplificar con personas que pertenecen al orden de los campesinos, cuyo rol es servir a su señor a través del trabajo. Aquí, el ejemplo se aleja del destinatario principal del libro de Don Juan Manuel, el joven noble que debe aprender a actuar y a comportarse según su rango. No obstante, el ejemplo es útil para explicar que cada hombre tiene su rol en el mundo y que respetar ese rol es lo que los acerca a cumplir el objetivo espiritual en común. Otra cosa que todos comparten y que justifica la empresa de Don Juan Manuel es que los hombres aprenden mejor aquello que más les gusta, y que por eso él ha decidido utilizar “palabras agradables y adecuadas” (p.15) que hacen más amenas las enseñanzas. De esta manera, el libro El Conde Lucanor se justifica como algo que permite reunir las diferencias de los hombres a través del gusto por la literatura, lo que hace que el relato de historias se invista de un propósito moral.
Y vos, señor Conde Lucanor, pues decís que queréis servir a Dios y hacerle enmienda de los enojos que le causasteis, no querráis seguir ese camino que es de ufanía y está lleno de vanidad. Y pues Dios os dio pueblos en tierra en que le podéis servir contra los moros, tanto por mar como por tierra, haced cuanto podáis para que estéis seguro de lo que dejáis en vuestra tierra, y quedando seguro de esto, y habiendo hecho enmienda a Dios de los yerros que le hicisteis, para que estéis en verdadera penitencia, y para que de los bienes que hicisteis e hiciereis hayáis de todos modos merecimiento; hecho esto, podéis dejar todo lo demás, y estar siempre al servicio de Dios, y acabar así vuestra vida.
Esta cita del Ejemplo III pone en escena el modo de argumentar de Patronio después de haber contado la historia con la que da su consejo a su señor, el Conde Lucanor. Antes de contar la historia, Patronio había remarcado que lo aconsejaría “según el estado que tenéis” (p.19), y esto es importante para la conclusión a la que llega con su relato. El Conde está preocupado no solo por servir a Dios, sino también por enmendar los errores que ha cometido ante él, por eso Patronio advierte que el Conde puede equivocarse, creyendo que lo mejor sería tomar vida de religioso y “encerrarse tras muro alto” (p.27). Lo que debe hacer el Conde es lo contrario: hacer uso de sus tierras y de las personas atadas a ella para pelear contra los moros. En la concepción medieval, dar esa lucha significa servir a Dios y defender el cristianismo, por eso es tanto o más importante que tener una vida de reclusión y penitencia como la del ermitaño del cuento. Esta acción, que corresponde con lo que debe hacer como “caballero de Dios” (p.25), es la fundamental y la primera, antes de realizar cualquier otro bien o castigo. De esta manera, vemos cómo Patronio destaca lo que le parece clave del pedido del Conde y que constituye la enseñanza principal de la historia.
Y, señor Conde Lucanor, parad mientes que aunque la intención del zorro era la de engañar al cuervo, sus razones fueron siempre verdaderas, y estad seguro que los engaños y daños mortales son siempre los que se dicen con verdad engañosa.
Patronio introduce esta aclaración en el medio de su relato, para que su interlocutor –y el lector del libro– preste atención sobre cómo se puede realizar un engaño a través de una verdad. En el cuento, el zorro astuto supo cómo hacer que el cuervo confíe en él destacando sus mejores atributos, de manera que el cuervo no sospechara de sus malas intenciones y “[creyera] que era su amigo” (p.31). El riesgo de este consejo está en que el Conde malinterprete a Patronio que, en rigor, le está diciendo que el hombre que lo halaga lo quiere engañar dándole a entender “que tenéis mayor poder y mayor honra y más bondad de cuanto vos sabéis que es verdad” (p.33). Que Patronio diga que el Conde no tiene el poder, la honra y la bondad que aquel hombre dice tener podría ser un agravio de su parte, por eso aclara no solo que se puede engañar con verdades, sino que también el Conde debe juzgar si le corresponden todos esos halagos. Así Patronio muestra que es capaz de dar consejos que tal vez no sean los que más agraden al Conde.
Patronio, un hombre me dijo una razón y me mostró de qué manera podría ser, y os digo que tantas maneras de aprovechamiento hay en ellas, que si Dios quiere que se haga como él me dijo, será mucho mi provecho, pues tantas son las cosas que nacen las unas de las otras, que al cabo es además muy gran hazaña.
Esta cita del Ejemplo VII muestra la manera en que el Conde Lucanor explica la situación a Patronio para pedir su consejo sin explicitar cuál es “la razón” del hombre y de “qué manera” en concreto lo beneficiaría. Esta forma de plantear los problemas permite que el ejemplo y la enseñanza dados por Patronio puedan ser aplicados a muchos casos similares. Es evidente que el hombre está planteando una situación hipotética demasiado buena para ser cierta. En este caso, que dependa de que Dios quiera que así se cumpla no es tanto una cuestión de fe, sino que implica proceder de forma imprudente y sin uso de razón. Esto es lo que transmite Patronio al comparar la situación del Conde con la de Doña Truhana, que se deja llevar por sus fantasías y termina perdiendo lo único que tiene. El ejemplo es claro respecto a lo que Patronio aconseja a su señor: la “gran hazaña” que ve el Conde Lucanor se asemeja a las esperanzas vanas de una mujer pobre.
Y vos, señor Conde, debéis saber que el mundo es tal, y aunque Dios Nuestro Señor tiene por bien que así sea, que ningún hombre tenga cumplidamente todas las cosas; mas en todo lo demás Dios hace merced y estáis con bien y con honra, si alguna vez os faltasen dineros y estuvieseis en algún apuro, no desmayéis por ello, y tened por cierto que otros más honrados y más ricos que vos están asimismo, angustiados, y se darían por satisfechos si pudiesen dar a sus gentes, y les diesen, aun mucho menos de cuanto vos dais a los vuestros.
Esta conclusión de Patronio revela el doble sentido con el que el Conde Lucanor dice que se angustia por la pobreza, solicitando a su consejero que le dé algún consuelo. Por un lado, Patronio le explica que está en el designio divino que “ningún hombre tenga cumplidamente todas las cosas”, lo que justifica las diferencias sociales según lo encomendado por Dios. En este punto, si el Conde se preocupara por caer en la pobreza, debe confiar en que, siempre que tenga honra, podrá resolver problemas de riquezas o hacienda, porque es lo que al Conde le corresponde; él está entre los que Dios quiere que estén en lo más alto de la jerarquía social. Por otro lado, si la preocupación del Conde es qué le corresponde hacer para aliviar la pobreza ajena, Patronio se apoya en la misma premisa –ningún hombre tiene cumplidamente todas las cosas– para que el Conde acepte la desigualdad social y se contente con dar lo que ya le da a su gente, porque personas más honradas y ricas que él así lo hacen.
El día que [el deán] llegó a Toledo se fue en derechura a casa de Don Illán, y lo halló que estaba leyendo en una cámara muy apretada; luego que llegó a él lo recibió bien y le dijo que no quería que le dijese nada del porqué venía hasta que hubiese comido; y lo cuidó muy bien, y le hizo dar muy buen aposento y todo lo que hubo menester, y le dio a entender que le agradaba mucho estar con él.
En el cuento del Ejemplo XI, se puede contrastar el modo en que Don Illán trata al deán de Santiago cuando este es su huésped con el modo en que el deán se comporta con él cuando se invierten los roles. El gran Maestre es generoso y hospitalario con el deán sin saber lo que aquel quiere, por lo que actúa desinteresadamente. En cambio, mientras el religioso va escalando en el poder, pidiendo que Don Illán lo acompañe a las distintas ciudades en las que ocupa su nuevo cargo, vemos que siempre desatiende el pedido del gran Maestre, aunque se encuentra en deuda con él. El punto de contraste más alto es cuando el deán consigue el cargo de mayor honra en la Iglesia, el de Papa, y es entonces cuando es más ingrato y hostil con Don Illán; lo trata de hereje y brujo, y le deja partir sin ofrecerle comida para el camino. De esta manera, se cumple la sospecha que tenía Don Illán en un principio: “Los hombres que llegan a gran estado, cuando todo lo suyo han resuelto según su deseo, olvidan muy pronto lo que otro ha hecho por ellos” (p.45).
En cuanto el hombre da a entender que no se tiene por maltrecho de lo que contra él han hecho, no pasa mayor vergüenza; mas en cuanto da a entender que se tiene por maltrecho de lo que ha recibido, si en adelante no hace lo que debe por no quedar menoscabado, no queda como debía. Por lo tanto, a las cosas pasaderas, pues no las puede alejar como debiera, mejor es darles pasada. Mas si el hecho llegare a alguna cosa que sea gran daño o gran mengua, entonces que se aventure y no lo sufra; pues mejor es la pérdida o la muerte, defendiendo el hombre su derecho, su honra y su estado, que vivir pasando en estas cosas y sin honra.
En esta conclusión del Ejemplo XXIX, extraída del cuento del zorro que se hace pasar por muerto, Patronio da a entender que, en el tema de la honra, es muy importante cómo nos perciben los demás. Si no se puede evitar que un tercero nos haga daño, la honra no peligra si uno sabe fingir que el daño que recibe no es tal. Aquí hay un aprendizaje en el engaño, al que se acude cuando el poder que se tiene no es suficiente para impedir el agravio. Esto demuestra que la honra es lo más importante que se debe preservar. Por eso, Patronio aconseja que, si no se puede ocultar el daño recibido, es mejor enfrentar a quien nos daña, aunque esto ponga en riesgo nuestra vida, antes que vivir sin honra, que es el sostén de todo lo demás.
Otra vez, hallándose Ramayquia en una habitación que daba al río, vio a una mujer que estaba descalza revolviendo lodo, cerca del río, para hacer adobes; cuando Ramayquia la vio, empezó a llorar, el Rey le preguntó por qué lloraba, y ella le dijo que porque nunca podía estar a su antojo, siquiera haciendo aquello que aquella mujer hacía.
En el Ejemplo XXX, el carácter caprichoso de la reina Ramayquia se hace evidente cuando pide algo tan extravagante como querer echarse al lodo como lo hace una mujer que hace adobes. Es irónico que la Reina vea como algo deseable una tarea propia de un estado inferior al de la realeza y que la mujer en el lodo, seguramente, no haga por diversión. El Rey interpreta el capricho en términos más elevados, sustituyendo el agua de río por agua de rosas, y la tierra que hace el lodo por sustancias dulces y aromáticas. Nada de esto satisface a la Reina, cuyos anhelos sin razón parecen ser insaciables.
Y vos, señor Conde Lucanor, pues aquel hombre os dice que ninguno de aquellos en quienes vos fiáis sepa nada de lo que él os dice, estad seguro que piensa engañaros; pues bien debéis entender que él no tiene mayor razón para querer más vuestro provecho, pues que no tiene con vos tantas obligaciones, como todos los que viven con vos, que os deben mayores beneficios, porque deban querer más vuestro provecho y vuestro contento.
Es difícil ver la relación directa entre el consejo final de Patronio y la historia del Rey que fue burlado por los tres hombres del paño. En el cuento del Ejemplo XXXII, no solo el Rey, sino todos sus súbditos, caen en la trampa de los burladores, porque no quieren revelar una verdad que pondría en peligro su honra. Por lo tanto, es difícil establecer por el relato en quién se debe confiar, puesto que el único que revela la verdad –el negro– no forma parte del entramado social. Sin embargo, sí queda claro que no debe confiarse en personas desconocidas que vienen a ofrecer cosas demasiado buenas para ser ciertas, porque seguro esconden un engaño.
El Conde tuvo este por buen consejo, e hízolo así, y de ello se halló bien.
Y porque Don Juan lo tuvo por buen consejo, hízolo escribir en este libro, e hizo estos versos que dicen así:
Si al comienzo no muestras quién eres
Nunca podrás después cuando quisieres.
Todos los Ejemplos de El Conde Lucanor terminar igual: con el Conde teniendo por bueno el consejo y actuando como Patronio le indicó, y con el autor apareciendo para decir que le gustó lo que oyó y que decidió incluir el diálogo y el cuento en su libro, a los que siempre acompaña con dos versos rimados que sintetizan la enseñanza del ejemplo. El cuento del Ejemplo XXXV sugiere que los hombres casados con mujeres malas y necias pueden fingir demencia para controlar a sus esposas y mantener así el orden de sus casas. Patronio luego aconseja al Conde que “con todos los hombres con quienes tuviereis trato, hagáis de tal modo que siempre les deis a entender de qué manera la han de pasar con vos” (p.77). Esta enseñanza tiene un trasfondo moralmente incorrecto que se aleja de lo honrado, por eso Don Juan Manuel realiza una síntesis que se desvía de lo que insinúa el relato, cambiando el engaño por un “mostrarse tal cual eres”.