El conde Lucanor

El conde Lucanor Resumen y Análisis Ejemplo XI. De lo que aconteció a un deán de Santiago con Don Illán, el gran Maestre, que vivía en Toledo

Resumen

El Conde Lucanor quiere saber qué hacer ante una situación en la que se encuentra y va a pedirle consejo a Patronio. Un hombre le pidió un favor y aseguró que él, a cambio, haría cuanto fuese en provecho de su benefactor. El Conde comenzó a ayudar al hombre en todo lo que podía. Mientras el asunto se estaba resolviendo, aunque el hombre lo creía ya hecho, el Conde le pidió a aquel un favor, pero este puso una excusa para no ayudarlo. Así sucedió con los siguientes pedidos que le hizo el Conde al hombre. Ahora está en manos del Conde resolver el asunto inicial, pero quiere saber cómo le conviene proceder.

Patronio le dice que para hacer lo que debe, quisiera que el Conde escuche lo que le sucedió al deán de Santiago con Don Illán, el gran Maestre de Toledo. El deán de Santiago quería aprender el arte de la nigromancia, y para ello se fue hasta Toledo a rogar a Don Illán, que sabía de este arte más que nadie, que le enseñase todo lo necesario. Don Illán lo recibió y lo cuidó muy bien, y después de que el deán comió y descansó, escuchó su pedido. El Maestre le dijo al deán que sabía que cuando hombres como él alcanzaban un gran estado se olvidaban muy pronto de quienes lo habían favorecido. El Deán le prometió que no ocurriría así y que haría lo que él le pidiese. Entonces Don Illán aceptó enseñarle el arte de la nigromancia.

Antes de recluirse en una cámara acorde para el estudio, el Maestre le solicitó a su criada que tuviese listas unas perdices para cenar aquella noche. Apenas empezaron el estudio, llegaron dos mensajeros con noticias de que el arzobispo estaba muy enfermo y solicitando que el deán volviese si quería verlo vivo. El deán envió una carta, pero decidió quedarse estudiando. A los cuatro días volvieron los mensajeros con la noticia de la muerte del arzobispo y le dijeron al Deán que él era candidato para el arzobispado. Una semana después llegaron dos escuderos que anunciaron su nombramiento.

Al enterarse de las noticias, Don Illán le pidió al nuevo arzobispo si podía darle el decanato vacante a su hijo. Aquel le dijo que le daría el decanato a su hermano, pero le solicitaba a Don Illán que lo acompañe a Santiago junto con su hijo y así lo hicieron. Un tiempo después llegaron a Santiago unos enviados del Papa que le otorgaban al religioso el obispado de Tolosa y le concedían que diera el arzobispado a quien quisiese. Entonces Don Illán le rogó al nuevo obispo que recordase lo que habían acordado en el primer encuentro, y le pidió que le diera el arzobispado a su hijo. El obispo le dijo que le daría su cargo anterior a un tío suyo, pero le pidió a Don Illán que lo acompañase a Tolosa y que llevase a su hijo, asegurándole que lo enmendaría por el favor que le debía.

Vivieron dos años en Tolosa, hasta que llegaron unos mensajeros que noticiaban al obispo que el Papa lo nombraba cardenal. Don Illán volvió a pedir el cargo de obispo para su hijo, pero el cardenal le dijo que tuviera a bien que le diese el obispado a otro tío suyo. Don Illán se quejó mucho de eso, pero consintió en ir con el cardenal a la corte. Allí vivieron mucho tiempo, en el que Don Illán apremiaba cada día al cardenal pidiendo que le hiciera alguna gracia a su hijo, y este siempre le ponía excusas. Mientras estaban en las cortes murió el Papa, y todos los cardenales eligieron al que había sido deán de Santiago para que tome el cargo más alto. Don Illán se acercó a aquel y le dijo que ya no tenía excusas, pero el nuevo Papa le dijo que no lo presione, que siempre habría oportunidad para hacerle algún bien.

Don Illán dijo que ya no podía esperar del Papa bien alguno, por lo que este empezó a maltratarlo, diciéndole que lo haría encerrar en una cárcel por hereje y brujo. Entonces Don Illán decidió marcharse. El Papa no quiso ni darle algo de comer para el camino, así que Don Illán dijo que tendría que mandar a asar las perdices que encargó la primera noche. Después de que Don Illán pronunciara estas palabras, el Papa se encontró en Toledo, siendo todavía el deán de Santiago. Fue tanta la vergüenza que tuvo, que no supo qué decirle al gran Maestre. Aquel le dijo que ya había probado al deán, y que se fuera sin recibir ni perdices.

Patronio termina la historia y le dice al Conde Lucanor que, si no quiere tener la recompensa que le dio el deán a Don Illán, no tiene por qué esforzarse por un hombre que le pide su ayuda sin ofrecer nada a cambio en agradecimiento. El Conde acepta el consejo y resuelve seguirlo. A Don Juan le agrada el ejemplo y lo pone en su libro, al que acompaña con estos versos: “El que mucho ayudares y no te lo agradeciere / Menos te ayudará cuando a gran honra subiere” (p.51).

Análisis

El Ejemplo XI es uno de los más conocidos de El Conde Lucanor. Esto se debe, en parte, al cuento de Jorge Luis Borges, “El brujo postergado”, de Historia universal de la Infamia. En este cuento, el autor argentino reescribe la historia del deán de Toledo y Don Illán casi al pie de la letra, salvo que prescinde del relato-marco, es decir, del pedido de consejo del Conde y la respuesta de Patronio. También excluye la intromisión de Don Juan y los versos que sintetizan la moraleja. De esta manera, Borges se queda solo con la historia, eliminando el encuadre didáctico que le imprime un fin moral al ejemplo.

Una vez más, el Conde Lucanor presenta una situación inicial sin dar detalles exactos del pedido que le ha hecho el hombre, ni de la forma en que lo asiste o de los favores que, a su vez, solicita en compensación de la ayuda que ha ofrecido. Esto facilita la generalización del consejo, para que sea aplicado a cualquier situación similar. Si bien el ejemplo se coloca en un contexto religioso –porque el personaje que pide un favor y no lo devuelve es un deán que va escalando de posición en la Iglesia hasta alcanzar el título de Papa– se puede tomar como una crítica a la corte, en la que se denuncia la ambición política de aquellas personas que harían todo lo que esté a su alcance para obtener más poder y riquezas. También se pone en cuestión el nepotismo, por el que el eclesiástico elige siempre a un familiar para colocar en el poder.

La historia del deán de Santiago y el Maestre de Toledo –que Don Juan toma de un libro árabe, Las cuarenta mañanas y las cuarenta noches– pone a funcionar el motivo del engaño y la prueba. Don Illán decide poner a prueba al deán para ver si cumplirá con su promesa de hacerle un bien una vez que haya aumentado su poder y su honra. Esta prueba toma la forma de un engaño de carácter mágico, porque Don Illán utiliza sus conocimientos en el arte de la nigromancia para hacer que el deán vaya escalando en cargos eclesiásticos en un transcurso de tiempo que, una vez que termine el engaño, devolverá al deán al momento del encuentro con el Maestre y a su cargo original.

En cada peldaño subido por el religioso, el Maestre realiza la prueba pidiéndole que le otorgue el cargo vacante a su hijo, pero el deán posterga indefinidamente ese favor. Puede resultar paradójico que el deán pase de arzobispo a obispo. Borges corrige esto al modificar los cambios de cargo del ejemplo: en su cuento, el deán es primero obispo de Santiago, luego arzobispo de Tolosa. Lo que podría parecer un tropiezo en la carrera ascendente del eclesiástico se debe a que, en los tiempos de Don Juan Manuel, Tolosa era una ciudad más poderosa e influyente en el papado que Santiago, y por eso el obispado de una podía valer más que el arzobispado de la otra. Esto sitúa al relato del Ejemplo XI en las circunstancias contemporáneas de El Conde Lucanor.

Cuando no queda nada más que esperar de quien se convierte en Papa y que, vanidoso de poder, maltrata al que llama “hereje y brujo” (p.49), Don Illán dice que le pedirá a su criada que prepare las perdices para la cena, aquellas que encargó la noche del primer encuentro entre el gran Maestre y el deán. La mención de las perdices hace que todo lo que ocurrió desde aquel día desaparezca y que el Papa se encuentre en un abrir y cerrar de ojos de nuevo en Toledo, con su anterior cargo de deán. De esta forma, las perdices se cargan de un significado simbólico, porque condensan el engaño que ha hecho el Maestre y le revelan la verdad al deán. También plantean una ironía, porque, así como el deán no quiso darle comida a Don Illán para que regrese a su hogar, de igual manera Don Illán despedirá al deán de su casa sin darle perdices para que coma en el camino.

A diferencia de otros relatos, como el del Ejemplo V, donde el lector sabe desde el principio que el propósito del zorro es engañar al cuervo, en este caso el engaño se revela al final. Aunque el lector contemporáneo a El Conde Lucanor podía conocer el desenlace de la historia –porque los ejemplos provenían de relatos conocidos en la tradición medieval– se produce otro efecto en la narración: el personaje del deán y el lector se encuentran en una situación similar, en cuanto ambos desconocen el plan oculto de Don Illán.

Esta situación también pone en abismo el recurso del relato dentro del relato: en un primer nivel está el diálogo entre el Conde Lucanor y Patronio; en un segundo nivel, el encuentro entre el Deán y el Maestre; y en un tercer nivel, la ficción que monta el Maestre haciendo que el Deán crea que va ascendiendo en el poder en un período largo de tiempo, que en un instante se desanda y vuelve al punto original. Respecto de esta distorsión de lo temporal, no queda claro si el Maestre ha hecho que el paso del tiempo transcurra en la mente del deán, o si su poder mágico radica en la capacidad de volver el tiempo atrás. Esta ambigüedad se produce por la extraña unión entre el mundo real y el mundo maravilloso que propone el relato.