El jorobadito

El jorobadito Imágenes

El jorobadito

A través de las siguientes imágenes visuales, el narrador resalta la excentricidad y la singularidad de Rigoletto. El excesivo detalle con que lo describe evidencia la repulsión y la fascinación que le genera el jorobado desde el momento en que lo conoce:

Estaba yo sentado frente a una mesa, editando, con la nariz metida en mi taza de café, cuando, al levantar la vista distinguí a un jorobadito que con los pies a dos cuartas del suelo y en mangas de camisa, observábame con toda atención, sentado del modo más indecoroso del mundo, pues había puesto la silla al revés y apoyaba sus brazos en el respaldo de ésta. Como hacía calor se había quitado el saco, y así descaradamente en cuerpo de camisa, giraba sus renegridos ojos saltones sobre los jugadores de billar. Era tan bajo que apenas si sus hombros se ponían a nivel con la tabla de la mesa. Y, como les contaba, alternaba la operación de contemplar la concurrencia, con la no menos importante de examinar su reloj pulsera, cual si la hora que éste marcara le importara mucho más que la señalada en el gigantesco reloj colgado de un muro del establecimiento. Pero, lo que causaba en él un efecto extraño, además de la consabida corcova, era la cabeza cuadrada y la cara larga y redonda, de modo que por el cráneo parecía un mulo y por el semblante un caballo (13).

La señora X

Mediante las siguientes imágenes visuales, el protagonista del cuento presenta a la señora X como una mujer vieja e implacable:

Ahora estaba aferrado al semblante de la madre como a una mala injuria inolvidable o a una humillación atroz. Me olvidaba de la muchacha que estaba a mi lado para entretenerme en estudiar el rostro de la anciana, abotagado por el relajamiento de la red muscular, terroso, inmóvil por momentos como si estuviera tallado en plata sucia, y con ojos negros, vivos e insolentes. Las mejillas estaban surcadas por gruesas arrugas amarillas, y cuando aquel rostro estaba inmóvil y grave, con los ojos desviados de los míos, por ejemplo, detenidos en el plafón de la sala, emanaba de esa figura envuelta en ropas negras tal implacable voluntad, que el tono de la voz, enérgico y recio, lo que hacía era solo afirmarla (20-21).

La noche del homicidio

Las siguientes imágenes visuales corresponden a la noche en que el narrador lleva a Rigoletto a la casa de Elsa. Mientras camina, el narrador siente culpa por lo que está por hacerles a Rigoletto y a su novia, y lástima de sí mismo. La oscuridad de la noche y las pocas luces que iluminan las calles de Buenos Aires acentúan la angustia y el pesar del narrador: "La noche se presentaba sombría con sus ráfagas de viento encallejonadas en las bocacalles, y en el confín, tristemente iluminado por oscilantes lunas eléctricas, se veían deslizarse vertiginosas cordilleras de nubes" (33).

Elsa

Elsa, la novia del narrador, es descrita como una mujer fría que somete al protagonista del cuento con su distancia e inteligencia. Aquí, a través de las siguientes imágenes visuales, el narrador la describe en el momento en que él llega a su casa, junto a Rigoletto, listo para desencadenar un escándalo y terminar el noviazgo:

Fina y alta, apareció mi novia en la sala dorada. Aunque sonreía, su mirada me escudriñaba con la misma serenidad con que me examinó la primera vez cuando le dije: “¿me permite una palabra, señorita?”, y esta contradicción entre la sonrisa de su carne (pues es la carne la que hace ese movimiento delicioso que llamamos sonrisa) y la fría expectativa de su inteligencia discerniéndome mediante los ojos era la que siempre me causaba la extraña impresión (35).