El jorobadito

El jorobadito Resumen y Análisis I

Resumen

El narrador inicia su relato desde la cárcel, reflexionando sobre las consecuencias de haber estrangulado a Rigoletto, el jorobadito. Asegura que su asesinato le ha traído consecuencias más graves que si hubiera atentado contra la vida de un benefactor de la humanidad. Tras estrangular al jorobadito, la policía, los jueces y los periodistas lo han acosado. Se pregunta, entonces, si Rigoletto estaba destinado a ser alguien importante y él no lo sabía. Considera un castigo excesivo estar en prisión por la muerte de "un insigne piojoso" (6).

Desde su infancia, el narrador ha sentido una mezcla de fascinación y repulsión por los deformes, similar a la que siente al mirar el vacío desde el balcón de un noveno piso. Así como al mirar el vacío se imagina cayendo, al observar a un jorobado se visualiza portando una joroba. El narrador asocia la deformidad con la perversidad, y afirma que el asesinato de Rigoletto fue un favor a la sociedad. Rigoletto era, sin dudas, un hombre cruel. Tenía una cerda a la que golpeaba salvajemente por placer. El narrador le pidió varias veces a Rigoletto que no fuera perverso, pero este ignoraba sus súplicas, e incluso amenazaba con quemar al animal. El narrador le aseguraba que, si seguía comportándose cruelmente, lo iba a terminar estrangulando.

Volviendo a su situación de encierro, el narrador se reprocha haber confiado en los periodistas, quienes, en lugar de comprender su situación, lo han presentado ante el mundo como un cínico perverso. Reconoce que su comportamiento en casa de la señora X, en compañía de Rigoletto, no fue ejemplar, pero considera exageradas las acusaciones en su contra. Los periodistas lo han detractado por narrar los acontecimientos con jovialidad. Para el narrador, la jovialidad no es un defecto, sino una prueba de su buen carácter. Luego, afirma que él es un hombre sensible que, a lo largo de toda su vida, ha padecido mucho. Su capacidad de comprender lo que piensan los demás y ver la verdad detrás de los gestos lo han vuelto taciturno y cínico.

El narrador introduce lo que él denomina el origen de sus desgracias: haber llevado a Rigoletto a la casa de la señora X. Cuenta que, desde el principio, la señora X lo manipuló para acercarlo a su hija y generar perspectiva de casamiento. Él fue entrando, sin darse cuenta, en su trampa. Rigoletto se le presentó entonces como una salida, una solución.

El narrador narra la primera visita de Rigoletto a su casa. Este llegó en un estado absoluto de ebriedad, y lo primero que hizo fue faltarle el respeto a la anciana criada del narrador. Luego, criticó sardónicamente la casa. El narrador destaca la insolencia de Rigoletto, y afirma que este se había posesionado de su vida, y que eso era muy, muy grave.

Aquí, el narrador retrocede en el tiempo para narrar el momento en que conoció a Rigoletto. El encuentro fue en un café. Lo describe como un sujeto indecoroso. Está mal vestido y, además de la joroba, tiene la cabeza cuadrada y la cara larga y redonda. El jorobado inicia la conversación con él pidiéndole fósforos. Luego lo halaga, diciéndole que es muy buen mozo y debe tener muchas novias. El narrador, orgulloso, le responde que tiene una novia muy bonita, aunque no está seguro de que ella realmente lo quiera. Entonces, el jorobado (al que el narrador, de manera arbitraria, denomina “Rigoletto” durante esta conversación) afirma que el narrador tiene apariencia de “cornudo”. El narrador no sabe cómo reaccionar ante esta insolencia. ¿Debe golpearlo o irse? Rigoletto, mientras tanto, sigue hablando: presume de la vestimenta que lleva puesta, afirma que él no es ningún pelafustán y se jacta de ser una muy buena persona. El narrador deja de estar indignado y comienza a divertirse con las excentricidades del jorobado. Tras contarle que otrora fue lustrador de botas y ahora levanta quinielas ilegalmente, Rigoletto le dice al narrador que quiere ser su amigo. Este acepta la amistad. Al despedirse, el narrador le da unas palmadas en la joroba para atraer la buena suerte.

Análisis

Existencialista, cínico, reaccionario, vanguardista, cultor del realismo, cultor de lo maravilloso… Ninguna categoría es capaz de etiquetar la obra de Roberto Arlt. El autor de El juguete rabioso es inclasificable. Escapa a toda lógica reduccionista crítica.

Durante las décadas de 1920 y 1930, la literatura argentina está dividida en dos grandes grupos literarios: por un lado, el grupo de Florida, adeptos a la idea de un arte refinado, que se valga por sí mismo, sin misión social; por el otro, el grupo de Boedo, que sostiene la idea de que el arte debe ser combativo y ayudar al pueblo a liberarse de la opresión. Si bien Roberto Arlt se acerca en algunos aspectos al segundo grupo, no pertenece realmente a ninguno. En su literatura se encuentra una fuerte crítica social, pero esa crítica no recae sobre los poderosos, sino sobre la clase media y los marginales. En su literatura hay elementos de la picaresca española, como así también hay una fuerte relación con la literatura de Dostoievski. Hay elementos que invitan a ligar su obra al realismo socialista y, a su vez, elementos rocambolescos, propios de la literatura pasatista y popular.

El crítico Ricardo Piglia argumenta que Roberto Arlt es el precursor de la novela moderna argentina. Su primera obra, El juguete rabioso, data de 1926. Esta novela se sitúa en una Buenos Aires que se ha convertido en metrópoli y, por lo tanto, se ha llenado de extranjeros, de marginales, de ilusiones y frustraciones capitalistas. Ese mismo año, Jorge Luis Borges escribe El tamaño de mi esperanza, un libro de ensayos que busca las raíces de lo criollo y se adentra en la vida rural pampeana, y Ricardo Güiraldes publica Don Segundo Sombra, la última gran novela rural. Así, mientras grandes escritores siguen haciendo literatura en torno al campo y al pasado bucólico, Roberto Arlt escribe obras que señalan el futuro; obras donde lo urbano y las amenazas del siglo XX son grandes protagonistas, y donde ese pasado bucólico ya es un mero recodo nostálgico.

El jorobadito” es un cuento icónico del autor, que nos permitirá ver cómo se entrelazan las diferentes aristas de la literatura arltiana. Es un cuento que, como su autor, escapa a todo análisis reduccionista o encasillamiento. La angustia existencial del narrador, la marginalidad, la hipocresía de la moral burguesa, la maquinaria capitalista, los sueños románticos de libertad, la locura y el sinsentido se mezclan para conformar un cuento que permite inagotables capas de análisis e interpretaciones.

Detengámonos en primer lugar en el narrador y protagonista del cuento. El victimario de Rigoletto lleva adelante el relato desde la prisión. Arlt elige que el narrador cuente lo que ha sucedido una vez que ya ha sucedido. Es decir, desde el principio del relato los lectores sabemos que el narrador mató a Rigoletto y fue a prisión. No hay efecto sorpresa en los hechos que acontecen al final del relato. Arlt decide poner el foco en el por qué en lugar del qué. Lo que importa no es tanto lo que sucedió, sino entender por qué sucedió.

Eso es lo que el narrador, desde la cárcel, intenta explicarnos. Desde su punto de vista, lo que sucedió es absolutamente lógico. Haber asesinado a Rigoletto es lo que debía hacer. Y, sin embargo, allí está, castigado por la sociedad por haber hecho lo que correspondía, en prisión: “Se han echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y esta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si Rigoletto no estaba llamado a ser un capitán de hombres, un genio o un filántropo. De otra forma no se explican las crueldades de la ley para vengar los fueros de un insigne piojoso” (5-6). En esta contradicción se cifra la tensión del cuento. Los lectores nos disponemos a leer el relato o testimonio del asesino e intentar entender por qué mató a Rigoletto y por qué considera que su homicidio no tuvo nada de malo. Una vez que nos adentremos en los argumentos del narrador, los lectores también nos convertiremos en jueces. Arlt nos coloca en una interesante y compleja posición. Nos invita a preguntarnos si el homicida es culpable, o si hay algo más que debemos tener en cuenta antes de juzgarlo como lo han hecho las instituciones burguesas.

He aquí la parte más dostoievskiana de Arlt. El narrador de “El jorobadito” tiene una psicología compleja, retorcida, que linda con la locura sin dejar de dar muestras de aguda lucidez. Así como el gran novelista ruso nos hermana con el homicida Rodion Raskolnivok, protagonista de Crimen y castigo, y nos vuelca a adentrarnos e intentar comprender la mente de quien rompió las normas básicas de la sociedad, Arlt nos sumerge en las elucubraciones de su narrador: “Recuerdo (…) que desde mi tierna infancia me llamaron la atención los contrahechos. Los odiaba al tiempo que me atraían, como detesto y me llama la profundidad abierta bajo la balconada de un noveno piso, a cuyo barandal me he aproximado más de una vez con el corazón temblando de cautela y delicioso pavor” (6). Ante esta declaración, el lector simplista podría pensar que el narrador es solamente un loco. Sin embargo, ese lector estaría negando la parte oscura que pone a la luz el narrador de Arlt: las personas con deformidades han sido objeto de fascinación y repulsión a lo largo de toda la historia. De hecho, en un pasado no tan lejano se exhibían en los circos. Por supuesto, desde un punto de vista moral, lo que dice el narrador de Arlt es incorrecto. Sin embargo, los lectores podemos asomarnos a su locura y advertir que esta tiene un fuerte componente social. Lo que dice el narrador será inmoral, pero no es incomprensible para nosotros, los que estamos dentro de la moral.

Entonces, el protagonista del cuento deja de lado las complejidades de su mente y nos presenta a Rigoletto. Una de las características recurrentes de la obra de Arlt es la aparición de grandes personajes marginales. Como hemos dicho previamente, el crecimiento de la urbe y la llegada masiva de inmigrantes ha llenado de nuevos actores el paisaje bonaerense. Arlt les da protagonismo dentro de la literatura. El autor de “El jorobadito” no apela a romantizar a los marginales (como hacía parte de la literatura de los autores de Boedo) ni a mostrarlos como meros sometidos. El Rigoletto de este cuento es ejemplar al respecto.

A diferencia del famoso Quasimodo, inmortalizado por Victor Hugo en su novela Nuestra señora de París (y posteriormente por la película de Disney, El jorobado de Notre Dame), Rigoletto es un ser despreciable, cruel y manipulador. A diferencia del Rigoletto de Verdi, quien se redime sobre el final de la ópera (llamada, precisamente, Rigoletto) y se muestra como un ser sensible, el jorobado de Arlt no tiene ningún tipo de bondad escondida. Nada bueno aflora en él, en ningún momento. Es un marginal que se regodea en su condición. No quiere dar lástima y, entonces, es ofensivo. No quiere parecer vulgar y, entonces, se vanagloria. Elogia al narrador y, al instante, lo insulta. Porque sí. Porque lo maltrataron durante toda la vida. Porque el narrador ha decidido inmediatamente apodarlo “Rigoletto” sin preguntarle su nombre. Porque él, al igual que el narrador, también carga con una angustia y un rencor que lo vuelven impredecible. Rigoletto ha sido estrangulado, pero está lejos de ser solamente una pobre víctima. El maltrato que, por mero goce, ejerce sobre la cerda de manera recurrente no deja lugar a dudas.

Desde la cárcel, el narrador presenta una verdad inobjetable: él es un asesino, pero Rigoletto era un ser despreciable y los demás (todos los demás: policías, jueces, periodistas, burgueses) son unos hipócritas. En “El jorobadito” no hay diferencia entre el bien y el mal, pero hay otras polaridades: hipocresía o locura; crimen o sometimiento; encierro en la cárcel, junto a otros marginales, o encierro en un hogar infeliz, junto a una familia burguesa. Arlt, desde el comienzo del cuento, no deja escapatoria alguna ni ofrece ningún consuelo. El lector podrá empatizar con un asesino, con un hombre cruel, con unas mujeres manipuladoras, o deberá asumir que el mundo es un lugar sin esperanzas, lleno de personas despreciables.