Retorcerle el pescuezo al jorobadito ha sido de mi parte un acto más ruinoso e imprudente para mis intereses, que atentar contra la existencia de un benefactor de la humanidad.
Esta cita es crucial para entender la moral del narrador y su perspectiva sobre lo que ha sucedido. Aquí, el protagonista del cuento se presenta a sí mismo como un mártir que se ha sacrificado por el bien de los demás. Su tono hiperbólico demuestra que su visión de los hechos está distorsionada. Sigue considerando a Rigoletto un enemigo público, y critica la hipocresía de la sociedad que lo ha metido entre las rejas por un crimen en lugar de agradecerle por haberla librado de un mal.
Y así como frente al vacío no puedo sustraerme al terror de imaginarme cayendo en el aire con el estómago contraído en la asfixia del desmoronamiento, en presencia de un deforme no puedo escapar al nauseoso pensamiento de imaginarme corcoveado, grotesco, espantoso.
Aquí se revela que el narrador no solo siente un rechazo superficial hacia la deformidad, sino que también tiene un profundo miedo a convertirse él mismo en objeto de repulsión, y perder así su propia identidad. El asesinato a Rigoletto es, en definitiva, un modo de distanciarse definitivamente de ese otro que le causa tanta repulsión como atracción.
Mirá, Rigoletto, no seas perverso. Prefiero cualquier cosa a verte pegándole con un látigo a una inocente cerda.
Durante todo su relato, el narrador intenta justificar ante un lector imaginario, su homicidio. El argumento que esgrime con mayor vehemencia es que Rigoletto era un ser perverso y cruel. El jorobado castigaba a su cerda solo por el placer de hacerlo. El narrador, en teoría, era incapaz de tolerar esa violencia gratuita, y es por eso que, al final, termina estrangulando al jorobado.
Por supuesto, los hechos le demuestran al lector que esta argumentación es falaz, y que el narrador es más cruel y perverso que Rigoletto.
¿Y dónde está la banda de música con que debían festejar mi hermosa presencia? Y los esclavos que tienen que ungirme de aceite, ¿dónde se han metido? En lugar de recibirme jovencitos con orinales, me atiende una vieja desdentada y hedionda. ¿Y esta es la casa en la cual usted vive?
Así se expresa Rigoletto al entrar por primera vez a la casa del narrador. En lugar de ser cortés y educado, el jorobado lanza críticas mordaces y provocadoras.
Este fragmento es un presagio claro de lo que sucederá al final del cuento en casa de Elsa. El narrador, absurdamente, esperará que Rigoletto solo sea un instrumento dócil que habrá de servirle para romper sus relaciones con su novia. Pues no. En casa de Elsa, el jorobado volverá a mostrar su excéntrica e impredecible personalidad. Las consecuencias, entonces, serán trágicas.
¡Qué buen mozo es usted! Seguramente que no deben faltarle novias.
A lo largo del cuento, la obsesión por las apariencias será un tema central. Los personajes le dan una gran importancia al modo en que son percibidos por los demás, y Rigoletto lo sabe. He aquí la primera frase que el jorobado le dice al narrador. Este se sentirá halagado y, de inmediato, intentará lucirse frente a Rigoletto. El jorobado, entonces, agarrará al protagonista del cuento con la guardia baja y lo ofenderá. Así le dejará en claro que él podrá ser un marginal y un maltrecho, pero nunca será un obsecuente.
No sé por qué se me ocurre que usted es de la estofa con que se fabrican excelentes cornudos.
Este es el primer insulto que Rigoletto le propina al narrador. Tras acariciarle la mejilla con un elogio, el jorobado demuestra su carácter imprevisible y le lanza una ofensa. En este punto, el narrador podría haberse dado cuenta de que utilizar a Rigoletto como mero instrumento es un grosero error. El jorobado será marginal y contrahecho, pero no es sumiso ni políticamente correcto. Dice lo que quiere, cuando quiere, incluso si eso puede costarle la vida.
Este reloj pulsera me cuesta veinticinco pesos…; esta corbata es inarrugable y me cuesta ocho pesos…; ¿ve estos botines?, treinta y dos pesos, caballero. ¿Puede alguien decir que soy un pelafustán?
Con lo poco que tiene puesto, el jorobado intenta demostrarle al narrador que él no es ningún pelafustán. Él tiene sus posesiones y, por ende, no es menos que nadie. Rigoletto quiere ser tratado como un hombre decente. Sus modales y su deformidad no encajan dentro de la sociedad y eso le genera una enorme angustia y un gran rencor. Al final del cuento esta necesidad del jorobado por ser tratado como un hombre de bien se exacerbará. En casa de Elsa, a punta de pistola, Rigoletto exigirá que le sirvan un té con coñac. En otras palabras, exigirá que lo atiendan como cualquier hombre de bien.
Yo podría ser abogado ahora, pero como no he estudiado no lo soy. En mi familia fui profesional del betún.
He aquí otra extraordinaria cita en la que aparece el deseo de Rigoletto por ser concebido como un hombre de bien. El jorobado presenta su oficio de lustrador de zapatos como si fuera una respetable profesión. La comparación con la abogacía (profesión por antonomasia del burgués argentino) vuelve aún más absurda y pretenciosa la frase de Rigoletto.
Naturalmente, ella, desde el primer día que nos tratamos, me hizo experimentar con su frialdad sonriente el peso de su autoridad.
El narrador vive atormentado por el desdén que muestra Elsa hacia él. Su frialdad le hace sentir que la relación entre ambos no se sustenta en el amor sino en las apariencias. Desde su perspectiva, Elsa solamente se quiere casar con él para convertirse en una mujer casada ante los ojos de la sociedad. Tal es el desdén que ella le transmite al narrador que este nunca se ha animado a besarla por miedo a ser despreciado. El narrador, entonces, decide que este desprecio no debe caer sobre él, sino sobre un ser despreciable. Por eso conmina a su novia a besar al jorobado.
¿Y ahora se dan cuenta por qué el hijo del diablo, el maldito jorobado, castigaba a la marrana todas las tardes y por qué yo he terminado estrangulándolo?
Con esta pregunta termina el cuento. El final es, a primera vista, enigmático. El narrador deja en manos del lector la tarea de encontrar la razón de su comportamiento y el de Rigoletto.
En la casa de Elsa vemos al jorobado exigiendo ser atendido como un burgués. A punta de pistola conmina a Elsa a que lo bese y le sirva un té con coñac. Argumenta a los gritos que la sociedad se lo debe. Pero eso, por supuesto, no sucede. En lugar de recibir un beso y un té con coñac, el jorobado es estrangulado. Si Rigoletto castigaba a su cerda cruelmente, todas las tardes, era porque él se sentía castigado cruelmente, todos los días, por la burguesía. Su violencia es un pobre desquite contra esa sociedad a la que pretende pertenecer y lo desprecia desde su nacimiento hasta su muerte.
¿Y el narrador? ¿Por qué mata al jorobado si este le ha sido útil a sus fines? En casa de Elsa vemos al narrador pretendiendo ser un marginal y fracasando en el acto. En lugar de aprovechar el escándalo que arma Rigoletto para separarse y obtener su libertad, tal como había planeado, el narrador pierde la compostura por los malos modales del jorobado y termina estrangulándolo para defender a la burguesía a la que, quiera o no quiera, pertenece.