El lobo estepario

El lobo estepario Hermann Hesse y el problema del sentido en el periodo de entre guerras

Tal como analizamos en el tema “El sentido de la existencia”, Harry Haller encarna la figura del filósofo sumido en la más completa crisis existencial. Se trata de un personaje que ya no le encuentra sentido a su vida, y ello lo arroja a una sensación de angustia y desmotivación constantes. En este sentido -y como bien menciona el propio narrador de la “Introducción”-, la angustia que atraviesa el protagonista de El lobo estepario es representativa de toda una generación, “pues la enfermedad síquica de Haller es no la quimera de un sólo individuo, sino la enfermedad de un siglo mismo” (31)

Debemos tener en cuenta que Hesse escribe en un momento histórico muy particular en el que los fundamentos que sostenían las grandes corrientes del pensamiento occidental en la Modernidad comienzan a resquebrajarse. Es un momento, también, en que la cuestión del sentido -la capacidad de aprehenderlo, su existencia, su verdad, las disciplinas a las que pertenece- ocupa un lugar central para los distintos individuos que cargan con la tarea de reflexionar sobre el mundo.

Por un lado, los terribles acontecimientos de la Primera Guerra Mundial dejan en evidencia tanto la incapacidad de la figura del Estado moderno de garantizar la paz social, como la de los avances tecnológicos de mejorar la calidad de vida. Desde la filosofía -y a partir de Nietzsche, a quien Hesse admiraba-, se rechaza la existencia de Dios y, junto con él, cualquier justificación que dé sentido en el plano espiritual a la existencia terrenal. En el ámbito científico comienza a cuestionarse la validez del positivismo, corriente científica cuya principal premisa es que todo fenómeno puede comprobarse, describirse y predecirse en forma objetiva si se lo analiza con el procedimiento adecuado. Frente a ello, la Teoría de la Relatividad desarrollada por Albert Einstein revela que cualquier observación de los fenómenos es relativa, ya que depende del punto de vista, el lugar y el movimiento del observador. Más aún, la conceptualización del inconsciente a partir de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud pone en duda la propia capacidad de la psiquis humana de acceder al conocimiento, al tiempo que derriba la idea de que las personas tenemos un completo control de nuestras acciones y pensamientos. Por último, el arte -que siempre se hace eco de los grandes cambios y dilemas de la sociedad, la política y el pensamiento- comienza a problematizar su función representativa del mundo y rompe con las tradiciones, modelos y funciones que lo caracterizaron históricamente. Estamos ante el nacimiento de las vanguardias históricas, de movimientos como el surrealismo, el dadaísmo y el futurismo, entre otras.

Si se lo observa en detalle, lo que reside en el seno de todos estos cambios de paradigma es un cuestionamiento al tema del sentido: ¿Cuál es el objeto de la existencia cuando ya no hay una divinidad que la justifique? ¿Cuál es el futuro de la humanidad cuando la ciencia y la tecnología han demostrado ser más funcionales a la destrucción que a la paz? ¿Es posible acceder a un conocimiento universal cuando la ciencia misma demuestra que nuestra capacidad de atraparlo es relativa? ¿Podemos confiar en nuestra propia experiencia y capacidad de conocimiento cuando una parte importante de nuestra psiquis escapa de nuestro control?

Estas son las preguntas que acosan a los intelectuales y artistas de comienzo de siglo. En este marco, Hermann Hesse, que se considera a sí mismo como un escritor filosófico, produce, entre otras obras, El lobo estepario, resultado de sus indagaciones acerca del sentido de la existencia, la identidad humana, la función del arte y la posibilidad de acceder a una verdad superior y válida para todo el mundo.

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