Resumen
Un narrador presenta el manuscrito que ha dejado Harry Haller -o el lobo estepario, tal como él mismo se hacía llamar-. No introduce el manuscrito porque lo crea necesario para su comprensión, sino porque él mismo desea hacerlo: “He de procurar estampar mi recuerdo de tal individuo” (9).
El narrador conoce a Harry cuando este se presenta en la casa de su tía en busca de una habitación para alquilar, donde acaba viviendo durante diez meses. Harry tiene alrededor de cincuenta años y el narrador le toma simpatía a pesar de que le resulta ajeno e incomprensible: “Es un ser muy extraño, salvaje y sombrío, muy sombrío, de otro mundo que mi mundo” (10). Rápidamente, advierte que se trata de un hombre culto y espiritual, casi un filósofo, sin perder por ello la cortesía y la humildad. Además, su aspecto y comportamiento transmiten un sentimiento inexplicablemente “emotivo, algo como suplicante” (12) que lleva al narrador a ganarse su favor.
Con el paso del tiempo, el narrador comienza a frecuentarlo más y a adivinar su “enigmática «extravagancia»”, su “extraordinario y terrible aislamiento” (17). También comprende que sus particularidades son producto de la “educación de padres y maestros amantes, pero severos y muy religiosos en aquel sentido que hace del «quebranto de la voluntad» y el «ama a tu prójimo» la base de la educación” (18-19).
En cuando a su modo de vida, Harry no sale demasiado de su habitación -que está completamente atiborrada de libros-, no tiene ninguna profesión práctica y es un gran bebedor, lo que al narrador le molesta particularmente. Tampoco en las comidas o en el sueño respeta Harry algún horario; él es, en suma, un hombre bastante desordenado. Además, tiene la apariencia de un hombre enfermo; no físicamente, sino de espíritu. Esta enfermedad no parece surgida de ciertas debilidades de carácter, sino de sus virtudes y fortalezas.
Un día, al volver del trabajo, el narrador encuentra a Harry sentado en el descanso de una escalera, mientras observa abstraído la entrada del departamento donde vive una viuda. Ante su desconcierto, Harry le explica lo encantador que le resulta el orden y la limpieza de ese vestíbulo, en el que hay un mueble encerado de madera adornado con dos grandes plantas a sus costados, una araucaria y una azalea: “Las hojas lavadas de las plantas y todo lo demás producen un aroma, un superlativo de limpieza burguesa, de esmero y de exactitud, de cumplimiento de deber y de devoción a los detalles” (23). El narrador queda estupefacto y Harry le asegura que no habla irónicamente: aunque él mismo lleva una vida por completo distinta, ese esmero por el orden le recuerda a su madre y se alegra de que aún existan esos lugares en el mundo.
A partir de entonces, el narrador comienza a tener breves conversaciones con Harry. En ocasiones, el hombre demuestra un gran interés por pequeñas nimiedades de su vida diaria y eso le lleva a pensar que se ríe de él y del resto de las personas. Sin embargo, lo cierto es que les tiene “verdadero respeto (…) y sin una pizca de sarcasmo podía llegar a veces a entusiasmarse ante cualquier acto corriente de la vida cotidiana” (25). Cosas tan simples como la puntualidad con la que el narrador va a su trabajo producen un asombro desproporcionado en Harry.
Un día, Harry se refiere a sí mismo como un lobo estepario y al narrador considera que el mote es más que apropiado:
Es un lobo estepario perdido entre nosotros, dentro de las ciudades, en medio de los rebaños, más convincente no podría expresarlo otra metáfora, ni a su misántropo aislamiento, a su rudeza e inquietud, a su nostalgia por un hogar del que carecía. (26)
Un día, el narrador lo ve en un concierto de música clásica, con la mirada perdida y ausente, hasta que una pieza de Bach le ilumina el rostro y lo saca de su letargo, solo para volver a él a su fin. Tras el concierto, lo sigue hasta un bar, donde conversan un poco y luego lo abandona solo y entregado a la bebida. En ocasiones, lo ve junto a una joven hermosa y simpática, y le llama la atención el cambio en su carácter y sus facciones; se ve más feliz y bello en compañía.
En suma, para el narrador “No se necesitan más informes ni narraciones para indicar que el lobo estepario llevaba la vida de un suicida” (29). Sin embargo, no cree que se haya quitado la vida. Solo sabe que un día desapareció misteriosamente, dejando el manuscrito que reproduce a continuación. Durante este periodo, recuerda, Harry se había mostrado distinto: salía mucho más seguido, y tenía largos y desconocidos episodios de alegría
Respecto al manuscrito de Harry, este presenta algunas fantasías maravillosas y enfermizas que el narrador define como:
un documento de la época, pues la enfermedad síquica de Haller es, no la quimera de un sólo individuo, sino la enfermedad de un siglo mismo, la neurosis de aquella generación a la que Haller pertenece, enfermedad de la cual no son sólo atacadas las personas débiles e inferiores, sino precisamente las fuertes, las espirituales, la de más talento. (31)
El narrador recuerda cuando Harry le dijo que su generación estaba atrapada entre dos épocas. Como cree que los manuscritos son la prueba de ello, se ha decidido a publicarlos.
Análisis
La historia de Harry Haller nos llega de la mano de un personaje/narrador que no vuelve a tener incidencia alguna en la novela tras la “Introducción”. Sin embargo, su presencia resulta de utilidad en la medida en que ofrece un retrato de Harry más objetivo, que complementa al que luego dará el propio protagonista en su manuscrito. Esta función se revelará particularmente útil hacia el final de la novela, cuando la narración adquiera un tinte maravilloso tal que, de no ser por la mirada más realista de este narrador, complicaría la ya bastante compleja interpretación de la historia.
En principio, entonces, basta ver el profundo interés que Harry despierta en este narrador, un hombre que sostiene una vida rutinaria y apacible, quien se da cuenta de que está tratando con un individuo distinto a la media. “Es un ser muy extraño, salvaje y sombrío, muy sombrío, de otro mundo que mi mundo” (10), afirma este narrador desde las primeras páginas y, con ello, se revela el carácter de outsider de Harry; es decir, de individuo que se encuentra al margen de la sociedad y de las normas sociales.
Sin embargo, ni la “enigmática «extravagancia»” ni el “extraordinario y terrible aislamiento” (17) de Harry consiguen ganarle la enemistad del narrador. Por el contrario, este personaje se siente conmovido por el sentimiento inexplicablemente “emotivo, algo como suplicante” (12) que evoca Harry. Sentimiento que anticipa la soledad y la angustia que lo caracterizan, y cuyas causas se nos explicarán con el correr de la novela.
En este punto, vale mencionar el vínculo estrecho que tiene el tema central de la soledad, tal cual aparece ya esbozado en esta primera sección, con un motivo que no hará más que reiterarse a lo largo de toda la novela: el de la vida burguesa. En El lobo estepario, Harry es un gran crítico de las costumbres y el modo de vida propios de la sociedad burguesa, aquella que se consolida como dominante durante los siglos XVIII y XIX, y que implica modos específicos de producción, consumo, trabajo y cultura, al tiempo en que modifica en forma irreversible la experiencia de la vida urbana.
Sin embargo, el hecho de tener una mirada crítica sobre su época no lleva a que Harry adopte una actitud de superioridad ante los demás. Lejos de eso, demuestra, como bien dice el narrador, un “verdadero respeto (…) y, sin una pizca de sarcasmo, podía llegar a veces a entusiasmarse ante cualquier acto corriente de la vida cotidiana” (25). Más aún, Harry se configura como un testigo nostálgico de ese modo de vida burguesa del que ahora se siente excluido, pero en el que se crio: “Aunque yo sea un viejo y pobre lobo estepario, no dejo de ser también hijo de una madre, y también mi madre era una señora burguesa” (23).
La escena en la que el narrador se encuentra a Harry al pie de la escalera, mirando el reluciente vestíbulo de su vecina, resulta significativa en este sentido, ya que ilustra la atracción y el extrañamiento que le producen la limpieza, la prolijidad y el orden de las casas familiares burguesas: “No sé quién vive ahí; pero detrás de esos cristales debe haber un paraíso de pulcritud y de limpia civilidad, de orden y de escrupuloso y conmovedor apego a los pequeños hábitos y deberes” (23).
De este modo, Harry se presenta ya desde estas primeras páginas como un hombre desgarrado por el hecho de pertenecer a una sociedad que desprecia y anhela en partes iguales. Recordemos que Hesse escribe esta obra en el periodo de entreguerras que va de la Primera a la Segunda Guerra Mundial, momento en que se vuelve evidente el carácter destructivo y terrible del progreso humano. Estamos ante un hito histórico en el que la mirada de la humanidad sobre sí misma cambia radicalmente. La desconfianza que Harry tiene sobre su generación responde, entonces, a esta crisis histórica. Es por este motivo que el narrador justifica la importancia de publicar su manuscrito: “Es un documento de la época, pues la enfermedad síquica de Haller es, no la quimera de un sólo individuo, sino la enfermedad de un siglo mismo” (31).