“¿Y quién buscaba entre los escombros de la propia vida el sentido que se había llevado el viento, quién sufría lo aparentemente absurdo y vivía lo aparentemente loco y esperaba secretamente aún en el último caos errante revelación y proximidad de Dios?” (49). (Metáfora)
Harry se hace estas preguntas al comienzo de su manuscrito, mientras reflexiona acerca de los hechos que lo han llevado hasta su presente: un momento signado por la desesperanza y la falta de un sentido que le permita justificar su existencia. En esta pregunta, habla de su presente utilizando la metáfora de los “escombros”, hablando de sí mismo, no como si fuera un hombre, sino un edificio destruido: el desecho de lo que antes era. Cabe mencionar que esta expresión anticipa lo que la crítica ha llamado la ‘literatura de los escombros’, un movimiento que surge en Europa tras el periodo de guerras, y que tiende a tematizar el sinsentido imperante que resulta de la destrucción masiva a la que ha llegado el ser humano.
“Ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas” (XXIX). (Metáfora)
En el “Tractat del lobo estepario”, se emplea la metáfora del “cielo de estrellas” para describir la identidad humana, mientras se discute con la idea extendida de que cada persona tiene una personalidad única, cerrada, homogénea y estática; es decir: idéntica a sí misma. En cambio, Hesse defiende en esta novela la idea de que el ser humano está compuesto de múltiples y heterogéneos aspectos, muchas veces en tensión y contradicción. Según la novela, la identidad se comporta como un cielo en el que cada aspecto o expresión de la subjetividad es una estrella distinta. La idea de las múltiples identidades en el seno de cada ser humano se refuerza en las páginas posteriores con otras metáforas parecidas: “El hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos” (XXXI).
“Su mirada era severa y reprensiva como de una aya de sesenta años” (89). (Símil)
Una aya es la persona o nodriza que se encarga de las tareas de cuidado y la educación de los niños en una casa. Aquí, Harry se refiere de este modo a Armanda, luego de que ella lo reprenda como a un chico por haber hecho un papelón en la casa de un conocido a causa de un grabado de Goethe que le había disgustado. Esta comparación debe ser leída a la luz de esta novela como un ejemplar de bildungsroman o novela de formación alemana. Aunque Harry es ya un hombre maduro, su vínculo con Armanda asume la forma de la relación instructora/alumno. Muchas veces, incluso, él habla de ella como si fuera su madre, lo cual le da a la relación cierta connotación incestuosa.
“Ella era la pequeña ventanita, el minúsculo agujero luminoso en mi sombría cueva de angustia” (104). (Metáfora)
Harry conoce a Armanda la misma noche en que casi se quita la vida. Para entonces, la soledad y el sinsentido del mundo lo han alcanzado por completo, y su existencia se encuentra en la más absoluta tristeza y desesperanza. Sin embargo, la llegada de Armanda cambia por completo la vida de Harry, quien siente renacer su sexualidad, su autoconfianza, y la felicidad de la compañía y los placeres más simples y terrenales. Las metáforas utilizadas en este pasaje buscan reforzar esta transformación, en la que Armanda se comporta como una ventana que ilumina y alegra la tristeza y la desolación de Harry, presentadas como una caverna oscura.
“¡De qué manera tan dulce e imperceptible me tendía la anhelada red, de qué forma tan divertida y embrujada me daba a beber el dulce veneno!” (179). (Metáfora)
Este pasaje se produce mientras Harry cae finalmente cautivado por Armanda en la fiesta de máscaras, al final de la novela. En su descripción, él se comporta como una presa y Armanda como una araña u otro insecto predador, que le lanza telarañas y lo envenena para devorarlo. Resulta curioso el hecho de que Harry recurra a estas figuras, en cualquier otro contexto sórdidas y perturbadoras, para dar cuenta del modo en que Armanda lo seduce en la fiesta. Probablemente, esto se deba al tipo de concepción que tiene Harry de las relaciones carnales, ya que es un hombre reprimido que le huye constantemente a cualquier tipo de placer corporal.