El lobo y el hombre (Símbolos)
Harry cree que en su interior coexisten dos seres en una perpetua y violenta batalla, un hombre y un lobo estepario. Estas dos partes de su identidad simbolizan cosas opuestas y complementarias: el lobo representa la naturaleza, lo indómito, lo irracional y lo sensual; el hombre representa el espíritu, lo civilizado, la razón y el intelecto.
La crítica ha analizado esta dualidad a partir de la influencia nietzscheana en la obra y el pensamiento de Hermann Hesse. En este caso, importa la conceptualización que Nietzsche realiza sobre las figuras mitológicas de los dioses griegos Apolo y Dionisio. Para el filósofo, Apolo es el representante de lo ideal, perfecto y racional, mientras que lo dionisíaco se vincula a lo terrenal, la sensualidad, el desenfreno y el éxtasis. En el caso de Harry Haller, como puede esperarse, lo apolíneo se vincula a su parte ‘humana’, mientras que lo dionisíaco se asocia a la parte ‘lobuna’ del personaje.
La vida burguesa (Motivo)
La mención al estilo de vida burgués es constante en toda la novela. Sobre todo en boca de Harry, quien critica las costumbres y vida burguesas aunque, en forma simultánea, es un claro representante de esta. Cabe mencionar, sin embargo, que los vocablos ‘burgués’ y ‘burguesía’ no carecen de ambigüedades en su uso. Es por eso que vale un breve acercamiento a ellos para comprender su presencia en el texto.
El crítico Raymond Williams explica que esta dificultad de precisión se debe a que el término ‘burgués’ fue utilizado con distintas significaciones a lo largo de la historia de Occidente. Durante la Edad Media y el feudalismo, por ejemplo, sirvió para designar a las clases comerciantes que habitaban los burgos, pero también poseía un sentido peyorativo ligado al modo en que las clases aristocráticas concebían a estas clases medias. Con el tiempo -y luego de las distintas revoluciones que se sucedieron durante el siglo XVIII, marcando la transición del feudalismo al capitalismo-, estas clases comerciantes se volvieron dominantes. Es así que, con la aparición de la teoría económica marxista, el término ‘burgués’ comenzó a emplearse para aludir a esta clase social en expansión, en un nuevo periodo histórico donde se reconocieron formas radicalmente distintas de acumulación de capital, y de producción y consumo de objetos en masa. Para Marx, explica Williams, la sociedad burguesa es aquella en la que la burguesía como clase, con su correspondiente ideología, política y conceptualización social, es dominante.
Es este último uso del término ‘burgués’ el que se hace presente en la novela. Harry es un personaje que mira con desconfianza los nuevos modos de vida, de producción y consumo de arte y cultura que terminan de consolidarse a comienzos del siglo XX. Pero, más aún, es un gran crítico de las complicidades y los silencios de una sociedad, la burguesa, que avala y justifica atrocidades tales como la Primera Guerra Mundial. En definitiva, Harry culpa a la sociedad burguesa de estar vacía de espiritualidad, de haber perdido la capacidad de producir un arte verdadero y de mantenerse impasible hacia el sufrimiento de la humanidad:
¡Ah, es difícil encontrar esa huella de Dios en medio de esta vida que llevamos, en medio de este siglo tan contentadizo, tan burgués, tan falto de espiritualidad, a la vista de estas arquitecturas, de estos negocios, de esta política, de estos hombres! (41)
La música (Motivo)
En línea con el motivo de “La vida burguesa”, las menciones a la música son una constante a lo largo de toda la novela y se vinculan en forma estrecha al tema de “La amenaza del progreso”. Harry es afín a los grandes compositores del siglo XVIII -entre los que prefiere a Mozart y Bach- y desprecia profundamente a los nuevos ritmos populares de principios del siglo XX, siendo el jazz uno de los que más critica. Pero además, también desestima las nuevas tecnologías que permiten la reproducción musical por fuera de las orquestas, como el gramófono y la radio. Tanto los nuevos géneros musicales como los inventos que permiten su reproducción son para Harry un insulto a las formas de arte que considera cultas. Hacia el final de la novela, sin embargo, él aprende a bailar y a disfrutar de los nuevos géneros de la mano de Armanda, María y Pablo, y comprende que hay formas distintas de consumir y disfrutar la música.
La radio de Mozart (Símbolo)
En las últimas páginas de la novela, Mozart se presenta ante Harry -que atraviesa una profunda depresión-, pone una radio en el suelo y hace sonar Munich, de Händel. Harry, que odia toda invención tecnológica, se enfurece porque considera que hacer sonar una composición tan elevada en la radio es un acto irrespetuoso, un sacrilegio:
Para mi indescriptible asombro e indignación, el endiablado embudo de latón empezó a vomitar al punto esa mezcla de mucosa bronquial y de goma masticada que los dueños de gramófonos y los abonados a la radio han convenido en llamar música. (236)
Ante ello, Mozart le dice: “No tendrá más remedio que acostumbrarse a seguir oyendo la música de radio de la vida. Le sentará bien” (241). Con ello, alude a lo vano de esperar que el mundo se amolde a sus expectativas ideales sobre la existencia. La radio de Mozart, de este modo, simboliza el carácter imperfecto -y, con ello, real- del mundo en el que vivimos: para Mozart, es mejor escuchar esa radio, aunque no suene a la perfección, que no escuchar nada. En su consejo resuenan las palabras dichas con anterioridad por Armanda: “Es mucho más superficial, Harry, que luches por algo bueno e ideal y creas que has de conseguirlo. ¿Es que los ideales están ahí para que los alcancemos?” (121).
El Teatro Mágico (Alegoría)
Al final de la novela, Harry visita el Teatro Mágico de Pablo. Allí juega con pequeñas figuras de sí mismo que guarda en su bolsillo y tiene la oportunidad de atravesar infinitas puertas que conducen, cada una, una distinta vida posible. De este modo, participa de una guerra en la que asesina a decenas de hombres sin motivo, observa la cruel domesticación de un lobo que luego toma el mando del látigo e invierte su rol con su adiestrador, e incluso participa de su propia ejecución, entre otros. Este espacio es una alegoría de la multiplicidad de identidades que componen la totalidad de una persona o, dicho a la inversa, de la imposibilidad de tener una identidad única e inamovible. En él, cada una de las puertas simboliza las formas de vida que uno puede tener, y cada una de las pequeñas figuras, una posible identidad.