El vestíbulo de la viuda (Imágenes visuales y olfativas)
Harry desprecia a la burguesía, pero al mismo tiempo se siente irresistiblemente atraído por ciertas costumbres y modos de vida propios de la misma. Entre ellos, busca siempre habitar casas burguesas, atraído por la limpieza, la prolijidad y el orden que las caracteriza. En particular, admira una de las casas que pertenece al condominio donde él alquila. Se trata de una casa que se encuentra habitada por una viuda y a la que describe en forma detallada. Aunque Harry no la conoce por dentro, suele detenerse en el vestíbulo, donde terminan “unas escaleras burguesas, cepilladas y limpias” y “huele a un poco de trementina y a un poco de jabón” (38). Lo describe del siguiente modo:
Este modesto vestíbulo reluce por un cuidado sobrehumano, es un brillante y pequeño templo del orden. Sobre el suelo de parquet, que uno no se atreve a pisar, hay dos elegantes taburetes, y sobre cada taburete una gran maceta; en una crece una azalea, en la otra una araucaria bastante magnífica, un árbol infantil sano y recto, de la mayor perfección, y hasta la última hoja acicular de la última rama reluce con la más fresca nitidez. (39)
La risa de los inmortales (Imágenes visuales y sonoras)
A lo largo de la novela, Harry experimenta distintas alucinaciones en las que consigue comunicarse con los Inmortales, modo en el que llama a las grandes figuras del arte y del pensamiento. Como Goethe y Mozart, estos Inmortales son seres que han superado la vida terrena y alcanzado el plano trascendental: la inmortalidad, la comprensión de la vida, la muerte y el Orden del universo. Frente al carácter serio y angustioso de Harry, estos personajes le aconsejan combatir el absurdo del mundo con humorismo. En línea con estos consejos, los Inmortales siempre llevan una sonrisa burlona grabada en el rostro y suelen presentarse acompañados por el sonido estruendoso de sus carcajadas
Cuando Goethe visita a Harry entre sueños, por ejemplo, le explica que el paso del tiempo no tiene importancia y, “Al decir esto, sonreía de un modo tremendo, retorciéndose de risa (…) Y la cara de Goethe era ahora rosada y joven, y reía y se parecía ya a Mozart ya a Schubert” (95).
De un modo similar, mientras espera la llegada de María en un café -tras una estimulante y profunda conversación con Armanda acerca del sentido de la vida-, Harry vuelve a oír estas carcajadas: “Y de pronto oí en torno mío esta insondable risa, oí reír a los Inmortales” (165).
Lo mismo sucede hacia el final de la novela, cuando Mozart se le presenta a Harry en el Teatro Mágico: “Mozart empezó a reír con estrépito cuando vio mi cara larga. De risa daba saltos en el aire y empezó a hacer cabriolas con las piernas” (230).
Finalmente, la situación se repite con la carcajada que realizan los presentes, comandados por Mozart, en “La ejecución de Harry” (239), cuando se burlan de él por no haber comprendido el juego del Teatro Mágico: “Y a las tres prorrumpieron todos los presentes con impecable precisión, en una carcajada del otro mundo, terrible y apenas soportable para los hombres” (240).
El baile de máscaras (Imágenes visuales, auditivas, táctiles y olfativas)
Toda la situación del baile de las máscaras está presentada con una abundancia de imágenes sensoriales que tienen como objetivo reforzar el carácter caótico, bullicioso y alucinatorio de la fiesta. Ni bien llega al baile, Harry explica lo cohibido que se siente ante la multitud: “Me vi envuelto al punto, antes de quitarme el abrigo, en un violento torbellino de máscaras” (173). Sintiéndose aislado, observa la gente divertirse: “Miré absorto los brazos y las espaldas desnudas de las mujeres, vi pasar flotando innúmeras máscaras grotescas (…), la alegría bulliciosa y zumbante, las risotadas y todo el frenesí en torno mío se me antojaba necio y forzado” (175).
A medida en que avanza la noche, sin embargo, consigue incorporarse a la fiesta, y las descripciones continúan, pero habiéndose modificado su apreciación sobre ellas:
Hace un instante me habían apretado los zapatos de charol, me había repugnado el aire perfumado y denso, y me había aplanado el calor; ahora (…) sentía el aire lleno de encanto, fui mecido y llevado por el calor, por toda la música zumbona, por el vértigo de colores, por el perfume de los hombros de las mujeres, por la embriaguez de cientos de personas, por la risa, por el compás del baile, por el brillo de los ojos inflamados. (177)
La primavera de la adolescencia de Harry (Imágenes visuales, olfativas y gustativas)
En el Teatro Mágico, Harry ingresa a una habitación con la inscripción “Todas las muchachas son tuyas” (218). Allí vuelve a revivir su vida desde la adolescencia y atraviesa todas las relaciones amorosas que se perdió de experimentar por su personalidad reprimida. Este recorrido inicia con un amorío con Rosa, una chica de la que estuvo enamorado en su adolescencia, pero con la que nunca se animó a salir. La relación se enmarca en el pueblo natal de su infancia, durante la primavera, estación tradicionalmente vinculada a la juventud, la belleza y al renacer sexual. Este entorno, por ende, se describe con numerosas imágenes sensoriales que tienen como objetivo sugerir la sensualidad que domina este periodo de la vida de Harry:
Olía a viento de primavera y a las violetas tempranas; desde allí arriba se podía ver el reflejo del río al salir de la ciudad (…) y todo ello miraba, resonaba y olía tan armoniosamente, tan nuevo y tan extasiado ante la creación, irradiaba con colores tan acusados y ondeaba al viento primaveral de modo tan sublime (…). De pie sobre la colina, sentía el viento acariciarme el largo cabello; con mano vacilante, perdido en amoroso anhelo soñador, arranqué del arbusto que comenzaba a verdear un capullo nuevo medio abierto, lo estuve examinando, lo olí, después cogí jugando la pequeña florecilla verde entre mis labios, que aún no habían besado a ninguna muchacha, y empecé a mordisquearla. Y a este sabor fuerte y amargo me di cuenta de pronto con exactitud lo que pasaba por mí. (218)