El modernismo literario se caracteriza por la ruptura de las formas tradicionales en la literatura, tanto en poesía como en prosa. Los modernistas de finales del siglo XIX y principios del XX experimentan con la estructura de sus obras, logrando crear nuevos estilos al rechazar las formas convencionales de expresión.
Antes de la explosión de la Primera Guerra Mundial, los primeros modernistas, como Ezra Pound, desarrollan estilos de escritura exuberantes, que reverencian la vida y la innovación. Todo eso cambia rápidamente después de 1914, cuando la guerra gobierna al mundo, y el imaginario evocado por los modernistas se vuelve más oscuro y cínico. Su literatura comienza a destacar un sentimiento creciente de pérdida de fe y desconfianza en el mundo, particularmente en lo que respecta a la política y la religión.
En consecuencia, el trabajo de los modernistas de este período adquiere un tinte irracional. Crean narradores no fiables, historias surreales, y utilizan procedimientos que representan lo dañado del mundo. Los modernistas se esfuerzan por reinventar la literatura, y en esa acción acaban aislándose del público más masivo o popular, que no comprende sus obras, a menudo complicadas para un receptor menos instruido. En el pasado, los autores muchas veces intentaban tender un puente que saldara la brecha entre clases sociales. Los modernistas, atendiendo a un nuevo estado del mundo, deciden escribir para sí mismos y para aquellos entendidos en la “alta” literatura, como los académicos.
Los modernistas desarrollan nuevos y complejos estilos de escritura durante este período. Las tramas ya no son lineales; las historias no siempre cuentan con una introducción, nudo y desenlace. Se preocupan, en cambio, por captar un instante, quizás un determinado momento en una historia, y muchas veces sus relatos se inician con la acción ya comenzada, casi sin introducción que establezca un marco de información acerca de los personajes, el espacio o el tiempo. El clímax del argumento, en muchos casos, se alcanza sin predicción posible; la historia se ofrece fragmentada, con final ambiguo o irresuelto.
Durante este período se desenvuelven distintos cambios en el estilo narrativo, como el uso de múltiples puntos de vista, los procedimientos de monólogo interior o fluir de la conciencia. El modernismo utiliza estas técnicas, en muchos casos, como reflejo de una población crecientemente más conciente de la violenta realidad de la guerra y, a la vez, como consecuencia de los avances en el psicoanálisis, que enfatiza la importancia de la mente y su influencia en la individualidad. Todo esto contribuye a una progresiva transformación del realismo, género que se reconfigura mediante la inclusión de los procedimientos propios del modernismo.
La técnica narrativa del fluir de la conciencia, por ejemplo, es desarrollada por autores como James Joyce y Virginia Woolf, quienes se basan en ese procedimiento para configurar un nuevo modo de narrar. El fluir de conciencia se define como un procedimiento narrativo por el cual se plasman en la narración los pensamientos, desde los más abstractos o los más mundanos, que atraviesan la mente de un personaje. Las asociaciones de pensamientos en las que se construye el fluir de la conciencia se basan en emociones, observaciones y percepciones, lo que ofrece una pintura del personaje mucho más intensa que la que puede brindar la descripción que de él haría un narrador tradicional en tercera persona. Esta técnica, que permite el acceso directo del lector a la conciencia del personaje, es utilizada con éxito por James Joyce en Ulises (1922), por ejemplo, o por Virginia Woolf en El faro (1927).
Además de Joyce y Woolf, entre los primeros escritores modernistas de fama mundial se encuentran Ezra Pound, Franz Kafka, D.H. Lawrence, W.B. Yeats, T.S. Elliot, Marcel Proust, Gertrude Stein, F. Scott Fitzgerald, William Faulkner, Thomas Mann, Dylan Thomas, William Carlos Williams y Katherine Mansfield. En el caso de Mansfield, lo que puede verse en los cuentos es una apropiación de las técnicas y una innovación. Las voces narrativas de Mansfield juegan con las perspectivas, adoptando la interioridad de uno o más personajes a la hora de narrar una historia.
Mediante la reconfiguración de las formas tradicionales de la narración, los modernistas transforman la literatura y desafían a las generaciones futuras de escritores a innovar en el estilo y a encontrar nuevos métodos o técnicas que logren reflejar un mundo cuya complejidad cambia constantemente.