"Fiesta en el jardín" y otros cuentos

"Fiesta en el jardín" y otros cuentos Resumen y Análisis "La señorita Brill"

Resumen

A pesar de que el clima aún no es frío, la señorita Brill está contenta con su decisión de ponerse su abrigo de piel. Lo sacó de la caja donde lo guardaba esa misma mañana, por primera vez en la temporada. El abrigo tiene una pequeña cabeza de zorro y ella lo acaricia y lo cepilla, a la vez que disfruta haber “devuelto la vida a los pálidos ojitos, frotándolos"(p.468).

Sentada en su asiento habitual de los Jardins Publiques, una plaza pública local, la señorita Brill ajusta su abrigo y observa a la gente que la rodea mientras oye a la banda tocar. Hay más gente que lo usual, al menos que el domingo anterior. La señorita Brill disfruta observando a las personas y oyendo sus conversaciones sin que ellos se den cuenta. Tiene una técnica perfecta para pasar desapercibida, simulando no mirar a ningún lugar en particular.

La señorita Brill se da cuenta, en un momento, que casi toda la gente a la que observa en ese parque los domingos es extraña de algún modo: hay algo pálido en ellos, como si hubieran estado escondidos en armarios hasta apenas un minuto antes.

Detrás de la banda, la señorita Brill puede ver perfectamente el mar como un hermoso telón de fondo. Dos chicas caminan, acompañadas de soldados. Una mujer con un sombrero de paja deambula con un burro. Una mujer atractiva pasa dejando caer sus flores. Un joven muchacho la frena y se las devuelve, pero la mujer vuelve a arrojarlas al suelo. La señorita Brill no está segura de cómo interpretar ese gesto.

Otra mujer, vistiendo un toque de armiño, aparece con un señor. A pesar de los intentos desesperados de la mujer por mantener la atención del hombre, él exhala anillos de humo en su cara y la deja atrás. La banda parece captar su humor y comienza a tocar más suavemente. Eventualmente, la mujer se va y aparece un hombre viejo moviendo la cabeza al son de la música. Cuatro chicas casi tropiezan con él y a la señorita Brill todo eso le resulta encantador. Para ella, es como estar mirando una obra de teatro. La banda es la orquesta y todas las personas, los actores. Incluso ella se siente parte de la representación.

La señorita Brill solía evadir responder a sus estudiantes cuando le preguntaban dónde pasaba sus tardes de domingo. Ahora sabe que cada domingo va al teatro. Encantada con la idea, incluso, le dice a un anciano que ella es una actriz experimentada. Y mientras la banda suena, la señorita Brill siente deseos de cantar, convencida de que, si lo hiciera, todas las personas que la rodean se sumarían a cantar también.

La señorita Brill está preparando su voz cuando un joven muchacho y una chica se sientan en el mismo banco que ella, donde estaba antes la pareja de ancianos. Inmediatamente, la señorita los reconoce como el héroe y la heroína de la gran obra de la que todos son parte, y se prepara para oír su conversación. La chica dice que no besará al muchacho mientras estén sentados en ese banco. El muchacho pregunta: “Pero ¿por qué? ¿No será por esa vieja estúpida que está sentada ahí?” (p.473), y ambos ríen de ella y de su abrigo, al que consideran ridículo.

En el camino de regreso a su casa, la señorita Brill usualmente pasa por una panadería para comprar una porción de pastel de miel, pero ese día va directo a su casa. Se sienta al borde de la cama, en su pequeña habitación, algo oscura, parecida a un armario. En un rápido movimiento se quita su abrigo de piel y lo coloca devuelta, sin mirarlo, en la caja en la que estaba. Cuando vuelve a colocar la tapa, le parece “oír un ligero sollozo” (p.473).

Análisis

La protagonista, cuyo nombre da título al cuento, desdibuja las líneas entre fantasía y realidad en una salida de domingo a los Jardins Publiques. En su interior, imagina que todo es un gran espectáculo del cual ella es parte: “¡Oh, qué fascinante era aquello! ¡Cómo le divertía sentarse allí! ¡Le agradaba tanto contemplarlo todo! Era como si estuviese en el teatro. Igualito que en el teatro. ¿Quién habría adivinado que el cielo del fondo no estaba pintado?” (p.471). No obstante, una mirada externa podría decir que es una mujer simplemente sentada en un banco, sola, observando el universo que la rodea.

Para este relato, Mansfield opta por una voz en tercera persona, mediante la cual accedemos a la realidad del espacio sobre el cual la protagonista monta su fantasía. Para tal fin, la voz narradora establece una atmósfera realista, mediante descripciones del parque y de las personas a las que la protagonista observa. Además, esas descripciones logran producir un efecto de tumulto, de movimiento, encarnado por las personas que pasean por el parque y por la orquesta que ofrece el concierto. De esa manera, el movimiento se opone por contraste a la estaticidad de la señorita Brill, sentada en su banco.

La atmósfera del parque se configura en gran parte por la música de la orquesta. La música suele funcionar como un motivo en varios relatos de Mansfield, y usualmente es empleada para marcar determinado tono en el cuento. En “La señorita Brill” se utiliza para enfatizar los diferentes estados de ánimo de los diversos personajes que pasean por allí. Esto colabora con la fantasía de la protagonista, para quien todo lo que sucede es parte de un espectáculo: “La toca de armiño se quedó sola; y sonrió aún con mayor alegría. Pero incluso la banda pareció adivinar sus sentimientos y se puso a tocar con mayor dulzura, suavemente, mientras el tambor redoblaba repitiendo: ¡Qué bruto!” (p.471) La señorita Brill resalta en sus observaciones esa propiedad reflexiva de la música, y entiende el sonido como un telón de fondo para las escenas imaginarias que se desarrollan en su mente:

“Pero hasta que un perrito de color castaño pasó con un trotecillo solemne y luego se alejó lentamente, como un perro ‘teatral’, como un perro amaestrado para el teatro, la señorita Brill no terminó de descubrir con exactitud qué era lo que hacía que todo fuese tan excitante. Todos se hallaban sobre un escenario. No era simplemente el público, la gente que miraba; no, también estaban actuando. Incluso ella tenía un papel” (p.471-472)

Mansfield, una escritora modernista, suele experimentar con la estructura narrativa. En este cuento, la experimentación coincide con el procedimiento de focalización interna, centrado en la protagonista. Dicho procedimiento es usado comúnmente por los modernistas para expresar pensamientos de los personajes sin que eso entorpezca o ralentice el movimiento o la acción. El uso que Mansfield hace del procedimiento mencionado en “La señorita Brill” supera esa función, en tanto la protagonista comienza a convencerse de que la fantasía que tiene lugar en su mente es real, y como lectores accedemos a ese proceso: "Incluso ella tenía un papel, por eso acudía todos los domingos. No le cabía la menor duda de que si hubiese faltado algún día alguien habría advertido su ausencia; después de todo ella también era parte de aquella representación. ¡Qué raro que no se le hubiese ocurrido hasta entonces!" (p.472).

La estructura del relato está dividida entre lo que la señorita Brill piensa y lo que está realmente sucediendo. La voz narrativa, en tercera persona, ayuda a pintar al personaje desde una dimensión más completa, dada por la perspectiva, mientras que la focalización interna permite al lector acceder al fascinante mundo interior de la protagonista, gobernado por la ilusión. El cuento, por lo tanto, se centra en un personaje que oscila entre dos planos: la realidad y la ilusión. En el de la realidad, ella es una profesora de escuela que pasa su tiempo libre entre trabajos voluntarios y los Jardins Publiques, a los que se dirige cada domingo. Es una mujer más bien solitaria, que disfruta de placeres simples, como las almendras en la porción de pastel que suele comprar en la panadería. Su vida interior, sin embargo, es bastante distinta: ella imagina que es una gran actriz y se viste con una piel de zorro, que más que un abrigo parece una bufanda con cabeza de zorro rodeándole el cuello: "La señorita Brill levantó la mano y acarició la piel. ¡Qué suave maravilla! Era agradable volver a sentir su tacto. La había sacado de la caja aquella misma tarde, le había quitado las bolas de naftalina, la había cepillado bien y había devuelto la vida a los pálidos ojitos, frotándolos" (p.468). El narrador utiliza aquí una metáfora que adquiere valor en relación con la trama. La señorita Brill “devuelve la vida” a los ojos del zorro, lo que en la situación es más bien un modo poético de describir que ella, mediante sus cuidados, aumenta el brillo de sus pupilas. Sin embargo, por el transcurso que hace la protagonista en el cuento, se establece una relación entre la “vida” del zorro con la “vida” de la fantasía de la protagonista: en el desenlace, el fin de la fantasía de la señorita Brill se completa con su acción de volver a guardar al zorro en su caja. Por lo tanto, el carácter simbólico del abrigo de zorro adquiere un tinte alegórico, ya que su significación se transforma con el desarrollo del cuento. Por otra parte, la narración da a entender que la protagonista proyecta en el abrigo sus propios sentimientos: se describe al zorro, cuando ella lo saca de la caja, como si el animal estuviera emocionado por salir; del mismo modo, al volver a guardarlo, a ella le parece “oír un ligero sollozo” (p.473).

La señorita Brill peina y acaricia el pelaje del zorro como si estuviera vivo y lo llama “zorrito picarón” (p.468), de la misma manera que, una vez en el jardín, quiere poner el abrigo sobre su falda y acariciarlo, como si fuera una mascota: “hubiera sido capaz de quitárselo, colocarlo sobre su falda y acariciarlo” (p.468). Desde el principio del relato, este tipo de comportamientos funciona como indicio de la relación que la protagonista tiene con la realidad: los límites que la separan de la fantasía están difuminados. Ella observa a las personas e imagina las distintas posibles vidas de quienes la rodean, mientras pretende estar mirando simplemente el paisaje.

Es relevante, también, que la señorita Brill esté sentada mientras todos a su alrededor están en movimiento de algún modo. Sus vidas aparecen como llenas de actividad, mientras la de la protagonista se presenta algo pasiva. También es relevante su preocupación cuando observa a parejas. Quizás, ella anhela amar y ser amada, pero por el momento parece conformarse con sentarse a mirar, en lugar de envolverse ella misma en alguna situación amorosa, lo que destaca el carácter solitario de la protagonista, así como también su timidez y su bajo perfil. Esto mismo puede entenderse cuando imagina que todos son parte de un espectáculo: la señorita Brill no se imagina a ella misma como la protagonista, sino que delega ese papel a unos jovencitos.

Una vez inmersa en su imaginación, la señorita Brill se prepara para cantar, cuando el joven héroe y la joven heroína de la obra, sentados en el banco, se ríen de ella y de su ridículo abrigo:

-No, ahora no -dijo la muchacha-. No, aquí no puedo.

-Pero ¿por qué? ¿No será por esa vieja estúpida que está sentada ahí? -preguntó el chico-. No sé para qué demonios viene aquí, si no la debe querer nadie. ¿Por qué no se quedará en su casa con esa cara de zoqueta?

-Lo más di… divertido es esa piel -rió la muchacha-. Parece una pescadilla frita.

(p.473)

El comentario del héroe, de que nadie quiere a la señorita Brill en ese lugar, resulta un golpe muy duro para la protagonista del cuento. Ella estaba tan inmersa en su ficción, en su realidad distorsionada, que cuando la verdad se presenta de repente, la señorita Brill no está emocionalmente preparada para manejarla.

Difuminando la línea divisoria entre la verdad y la fantasía, la realidad y la facción, la señorita Brill se siente contenida, incluso feliz, viviendo en el mundo imaginario que crea para sí misma. Esa es, de hecho, su intención. De todos modos, en el momento en el que intenta saldar la brecha entre ambos mundos y se da cuenta de que no pueden coexistir, es arrojada violentamente a la realidad. El tosco comentario del joven muchacho abre los ojos de la señorita Brill y la enfrenta a lo que los otros deben pensar sobre ella cuando la ven paseando por allí, vistiendo sus pieles, sin hablar nunca con nadie, siempre observando. El héroe, de algún modo, la señala como a una intrusa, alguien marginal, lo que contrasta fuertemente con su sentimiento previo, donde se sentía parte de un espectáculo comunitario. Esta revelación empuja a la señorita Brill a abandonar su fantasía.

El comentario del héroe puede no parecer tan significativo para el lector, pero Mansfield demuestra, por lo destructivo que resulta para la señorita Brill, la fragilidad de la protagonista. La interioridad delicada del personaje acaba de exhibirse con la pequeña anécdota de la panadería que ella suele frecuentar, y el modo en que la presencia o no de una almendra en su porción puede alterar su ánimo significativamente:

Pero hoy pasó por la pastelería sin entrar y subió la escalera de su casa, entró en el cuartucho oscuro -su aposento, que parecía un armario- y se sentó en el edredón rojo. Estuvo allí sentada durante largo rato. La caja de la que había sacado la piel todavía estaba sobre la cama. Desató rápidamente la tapa; y rápidamente, sin mirar, volvió a guardarla. Pero cuando volvió a colocar la tapa le pareció oír un ligero sollozo. (p.473)

La protagonista, en su momento de felicidad en el parque, pensó en los demás como seres que habían estado encerrados en un armario antes de salir. Ahora, la imagen del armario para describir al cuarto oscuro de la señorita Brill vuelve llamar la atención sobre la costumbre de la protagonista -quizás un mecanismo de defensa- de proyectar su propio ánimo en algo externo a ella. A su vez, esta comparación da cuenta de una realidad dolorosa y oscura, que se ve interrumpida por la fantasía que la protagonista enarbola los domingos en el parque. Esa felicidad, los domingos, es la que parece haber terminado para siempre, en la medida en que un comentario pudo destruir la delicada ilusión de la señorita Brill. Cuando ella vuelve a guardar su piel de zorro en la caja, de algún modo está, metafóricamente, poniendo a descansar también su mundo de ensueño interior, la fantasía en la que ella es una gran actriz y comparte con mucha gente un gran espectáculo. El sollozo que la señorita Brill cree proveniente de la caja es representativo, en la misma línea, de su propio dolor, y de la muerte simbólica de su universo imaginario.

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