Resumen
Cuando Beatriz llega junto al narrador, cuyo nombre no se sabe, la mesa ya está puesta para dos, como siempre, y de un modo tan perfecto que sería imposible hacer sitio para una tercera persona. Beatriz espera con ansias la llegada del cartero, y se molesta porque este está retrasado. Luego, agarra el brazo del narrador, algo temblorosa, y le pide que vayan a la terraza. Lo hace en francés, como lo hace cuando hablaba de comida, del clima y del cariño.
Beatriz lleva un anillo de perla, no el de casada. “¿Por qué lo he de llevar?” “¿A quién le importa?” (p.837), dijo ella. El narrador habría dado su alma para estar junto a ella en una iglesia, con un pastel de bodas y champán. No es que le gustasen esas cosas demasiado, pero supone que aquello tal vez mitigaría ese terrible sentido de libertad absoluta que habita en ella. Beatriz canta “Si yo tuviese unas alas de pluma / y fuese un pajarito…”, y el narrador le toma la mano y le pregunta: “¿No te alejarías volando?” (p.838). Ella dice que solo iría hasta el final de la carretera, donde llega el cartero. El narrador no entiende por qué la insistencia con el tema, si no espera carta de nadie. Ella arguye que igual le irrita que el cartero se demore. De pronto ven que el cartero llega a lo lejos y Beatriz apoya su cabeza sobre el narrador. Le dice, inspirada por un repentino brote de cariño, que los últimos meses han sido muy felices; él ha sido muy bueno con ella. El narrador se siente tan feliz por escucharla hablar así que intenta bromear, le dice que suena como si se estuviera despidiendo. Ella ríe y él le pregunta: “¿Eres mía?” (p.839). Ella responde que sí.
Beatriz le ordena que vaya a buscar las cartas. Cuando él está en camino, aparece la empleada y le dice que solo llegó el periódico. El narrador enloquece de alegría, vuelve y anuncia a Beatriz que no hay cartas. Ella no contesta y hojea el periódico. Luego lo tira al suelo, diciendo que no hay nada nuevo; solo una nota sobre un hombre sospechado de envenenar y matar a su mujer. Beatriz habla de las miles de personas que presenciaron el proceso cada día; las millones de palabras escritas sobre la causa. El narrador dice que el mundo es estúpido, pero en verdad quiere volver rápidamente al tema anterior de conversación. Beatriz dice que no es tan estúpido el mundo; se trata de la morbosa curiosidad de veinte mil personas. El narrador no está interesado en el tema, pero igual le pregunta a qué se refiere. Beatriz expone su teoría. Dice que puede ser que el acusado sea inocente, pero los que asisten al proceso son casi todos envenenadores. Son pocas las parejas, tanto de casados como de amantes, que no se envenenan mutuamente. ¡Cuántas veces le han ofrecido a ella tazas de té ligeramente envenenadas! La única razón por la que tantas parejas sobreviven, afirma Beatriz, es porque uno de los dos teme darle al otro la dosis fatal. Pero tarde o temprano llega ese día. Beatriz concluye afirmando que sus dos maridos quisieron envenenarla. Se pregunta en voz alta por qué le han hecho eso. El narrador, molesto porque ella mencinoa a sus maridos, responde que él no ha tratado de envenenarla. Beatriz deja escapar una risa corta y aguda, y luego dice: “¿Tú? ¡Si eres incapaz de matar a una mosca!” (p.842).
Al narrador esas palabras lo hieren. En ese momento se acerca la criada trayendo los aperitivos. Beatriz toma un vaso de la bandeja y se lo da. “Y tú” -dice el narrador a la mujer- “tampoco has envenenado nunca a nadie” (p.842). Él intenta explicar las virtudes que ve en ella, en su relación con los demás. Ella sonríe con la mirada algo perdida. Cuando él le pregunta en qué está pensando, ella le responde que él podría ir al correo esa tarde. No es que espere cartas pero, si las hubiera, odiaría dejarlas allí hasta el día siguiente. Finalmente, el narrador bebe su aperitivo y siente un gusto “desconcertante, amargo, extraño” (p.842).
Análisis
Aunque narrado en primera persona, este relato comparte con los otros cuentos de esta selección una característica común: la unidad de tiempo. En la mayoría de los casos, Mansfield concentra la acción de sus tramas en un período acotado de tiempo, es decir, todo suele suceder a lo largo de un día y poco tiempo más. En el caso de “El veneno”, la situación se desenvuelve aún más brevemente: se trata de una sola conversación. En ese acotado período de tiempo la autora logra ilustrar la completitud de un vínculo amoroso en toda su complejidad. El conflicto del relato se centra en la calidad del vínculo, del lazo que une a una joven pareja. Y la complejidad del vínculo tiene que ver, en gran parte, con una diferencia en el deseo de ambos integrantes. Beatriz encarna, de algún modo, a una mujer moderna de principios del siglo XX, y representa un proceso de transformación social en cuanto a los roles de género. Al contrario del narrador, ella no desea casarse:
En el anular llevaba una sortija con una perla: no el anillo de casada.
-¿Por qué lo he de llevar? ¿Por qué tenemos que fingir? ¿A quién le importa?
(...) le di la razón, aunque interiormente, en lo más profundo de mi corazón, habría dado el alma por poder estar a su lado en una iglesia grande, una iglesia de moda, atestada de gente, con viejos y reverendos sacerdotes.
(p.837)
La imagen ilustra rápidamente el carácter tradicional de la institución matrimonial. El narrador continúa: “Todo lo habría dado por bien empleado si hubiese podido ponerle en el dedo un anillo de boda” (p.837), y pronto justifica su deseo: “No es que me gustasen esas tonterías, pero se me antojaba que tal vez aquello mitigaría en ella ese terrible sentido de libertad absoluta” (p.837). Lo que se presenta es entonces una oposición de caracteres, que en principio parece encontrar su causa en dos ideas distintas acerca del vínculo amoroso. Mientras que el narrador evidencia una tendencia más posesiva, de querer hacer suyo su objeto de deseo, la mujer aparece como aquella que encarna un deseo de libertad. Esta oposición se ilustra en varios momentos del relato. El momento en que Beatriz canta puede leerse en ese sentido:
Si yo tuviese unas alas de pluma
y fuese un pajarito...
cantaba Beatriz.
Le cogí la mano.
-¿No te alejarías volando?
(p.838)
El intercambio presenta en términos simbólicos la tensión entre opuestos antes mencionada. Es clara, en este contexto, la simbología inherente a la imagen del pájaro representando la libertad. Por su parte, tanto el gesto de aferrar su mano como la pregunta del narrador expresan el miedo de quien teme a la libertad del ser amado, que es la posibilidad de que este se vaya. Pero es en la respuesta de Beatriz que la situación adquiere un tinte más interesante, evidenciando que la complejidad inherente al vínculo amoroso no se agota en una tensión entre voluntades opuestas:
-No muy lejos: hasta el final de la carretera.
-¿Por qué precisamente hasta allí?
Beatriz citó:
-<>
-¿Quién? ¿Aquel estúpido cartero? ¡Pero si no esperas carta de nadie!
(p.838)
Las cartas tienen, en el contexto de la trama, una significación importante: son la única presencia, en el interior de esta relación, del mundo exterior. La primera frase del cuento es, justamente, “El cartero se había retrasado” (p.836). En muchos momentos, Beatriz pregunta por la llegada del cartero; se tranquiliza al ver que llega y luego endurece su comportamiento cuando el narrador le anuncia, contento, que no ha llegado ninguna carta. En la presencia o ausencia de las cartas se condensa la presencia o ausencia de un tercero, lo que para el narrador constituye la amenaza mayor. Los celos, el terror del narrador por la posibilidad de que la mujer que está a su lado se interese por alguien más, se filtran constantemente en el relato, configurando la inseguridad del protagonista: “¿era posible que aquella sonrisa fuera sólo para mí?” (p.837). De hecho, una de las primeras imágenes del cuento tiene que ver con la incesante presencia de esos pensamientos en la interioridad del narrador: "La mesa estaba puesta. Como de costumbre, aquella mesa para dos, preparada solo para dos personas y, sin embargo, tan bien preparada, tan perfecta, en la que no quedaba sitio para una tercera persona, me dio una impresión extraña y repentina, como si me hubiese herido aquel fulgor de plata que temblaba encima del mantel blanco, en los vasos brillantes, en las fresias del jarrón" (p.836).
Mansfield logra imprimir en el relato la dolorosa sensación que asola al narrador, ilustrando el modo en que los celos corroen la interioridad de quien los siente: la amenaza de un tercero no precisa evidenciarse; la sospecha, como el fulgor de plata en una flor, es suficiente para contaminar cualquier imagen de aparente paz. Un sutil sentimiento de incertidumbre, de duda irresoluble, azota continuamente al narrador. Y es igual de sutil el leve y extraño sabor que siente el personaje en la bebida al final del relato, después de la conversación sobre envenenamiento que comienza Beatriz al leer el artículo del diario. El veneno es en este cuento aquello capaz de destruirlo todo, y que se da en dosis tan pequeñas, tan sutiles, que puede resultar imposible dilucidar por completo su sustancia. Ese veneno parece inherente al vínculo amoroso: “Son casos excepcionales las parejas, tanto de casados como de amantes, que no se envenenan mutuamente” (p.841), afirma Beatriz, en un discurso que intercala la teoría y los datos periodísticos tanto como su propia experiencia personal:
¡Cuantos vasos de vino o tazas de café han sido ligeramente envenenados! ¡Cuántas me han ofrecido a mí misma y las he bebido, a sabiendas o no, y me he arriesgado! La única razón -dijo riendo- de que haya tantas parejas que sobreviven es porque uno de los dos teme dar al otro la dosis fatal. Para dar esa dosis se necesita un temple especial. Pero tarde o temprano llega el día en que se da. No es posible volver atrás una vez se ha dado la primera dosis. Es el principio del fin, en realidad, ¿comprendes?(p.841)
El veneno, tal como se lo plantea en el cuento, es aquello que reúne los elementos tóxicos que la protagonista considera inherente a toda pareja. Por lo tanto, adquiere una condición simbólica: su significado no se agota en la literalidad, es decir, una sustancia material que se vierte en una taza de té, sino que está refiriendo también a comportamientos, al interior de una pareja, que hieren al otro de un modo sutil, dosificado, prolongado. Beatriz habla de todas las personas que siguen la noticia del crimen por envenenamiento: “Están pendientes de él como un enfermo de cualquier detalle relativo a su enfermedad. Es probable que el acusado sea inocente; pero los que asisten al proceso son casi todos envenenadores” (p.841). El símil que utiliza Beatriz evidencia la condición patológica, enferma, de todo integrante de una relación tóxica. El envenenamiento pareciera entonces una conducta difícil de evitar, y sabremos que Beatriz refiere con esto tanto a sus maridos anteriores como a sí misma. De algún modo, esto se evidencia en el transcurso del cuento, en las tonalidades que la conversación va adquiriendo y los efectos que esta tiene en el narrador. El protagonista masculino tiene de por sí una actitud posesiva respecto de la mujer, y ella no deja de mencionar a sus otros maridos, como también al cartero, es decir, todos elementos externos a la pareja que aumentan los celos del narrador. Además, el protagonista dice sentirse herido como consecuencia de un comentario de Beatriz.
Pero yo no he tratado de envenenarte.
La risa de Beatriz fue corta y aguda. Luego, mientras mordía el tallo de un lirio, dijo:
-¿Tú? ¡Si eres incapaz de matar a una mosca!
Parecerá extraño, pero aquellas palabras me hirieron.
(p.841)
No solo el comentario hiere al protagonista, probablemente afectado por sentir desafiada su virilidad y coraje, sino que además la risa de Beatriz es “corta y aguda” como una punzada de dolor. Beatriz completa su dosis cuando, al final del relato, le pide que, al día siguiente, vaya a buscar las cartas, a ver si hay algo para ella. Inmediatamente después, el narrador se sume en sus pensamientos acerca de las cartas, del anillo que no es de casamiento, y bebe un trago de la bebida. Es entonces que apunta: “Pero ¡Dios mío! ¿Eran imaginaciones mías? No, no lo eran. Mi aperitivo tenía un gusto desconcertante, amargo, extraño.” (p.841). El narrador describe supuestamente el sabor del líquido que bebe, sugiriendo que está envenenado, pero de por sí el relato propone una lectura más simbólica. El sabor que el narrador siente se corresponde con algo más subjetivo: el efecto que tienen en el personaje los comportamientos envenenadores de Beatriz.