Resumen
William, ya en camino a la estación de tren, recuerda que no está llevando nada para sus dos hijos. Cada fin de semana él llega con una pequeña bolsa con algún detalle para ellos. Como suele acordarse a último momento, la mayoría de las veces lleva caramelos. Pero esta vez quiere alguna otra cosa. Llevarles juguetes ya no es una opción. Isabel, la esposa de William, se ha vuelto muy específica acerca de qué tipo de juguetes les convienen a sus hijos, y ya ha tirado varios a la basura, alegando que resultarían una mala influencia. A William se le ocurre entonces llevar frutas. De pronto se le viene a la mente la horrible imagen de los amigos de Isabel comiéndose las frutas de los niños, de la misma manera que lo han hecho, en ocasiones anteriores, con los caramelos que él traía de Londres.
Ya en el tren, William se dispone a estudiar sus papeles legales, adelantando trabajo, aunque por momentos no puede dejar de pensar en Isabel y en su vida juntos antes de que ella cambiara tanto, influenciada por sus nuevos amigos bohemios. William ya casi no puede pasar tiempo a solas con su esposa, a la que alude en sus pensamientos como “la nueva Isabel”. Fantasea con el recibimiento de su esposa en la estación, la visualiza bella y cariñosa, deseosa de pasar tiempo con él. De pronto, la visión de su mujer se contamina con las imágenes de “la nueva Isabel” y sus amigos artísticos, que hace tiempo viven en su casa junto a ella y sus hijos, sin pagar una sola cuenta.
William cierra los ojos y recuerda una conversación que tuvo con Isabel, en la que ella protestaba: “¡Te lo suplico, no seas tan tremendamente quisquilloso y trágico! Siempre dices, haces ver o das a entender que he cambiado. Y solo porque he encontrado amigos con los que congenio de verdad…” (p.447). Luego, ella dijo que ya no podían vivir en esa “covacha” en la que vivían en Londres. William no supo cómo responder. Intenta convencerse aún ahora de que aquel cambio era necesario, que fue buena idea mudar a su familia a una casa de campo, lejos de la multitudinaria Londres.
William amaba la pequeña casa de Londres; representaba para él un orgullo. Es verdad que quizás no reparó en que Isabel era infeliz hasta el momento en que, en aquella fiesta, conoció a Moira Morrison. Moira, nueva amiga de Isabel, había decidido renovar la vida de esta. La llamaba “pequeña Titania” y la había llevado con ella a París. William se lamenta y piensa qué habría pasado si Isabel no hubiera viajado a Francia. Él considera que la amistad con esa mujer es lo que empujó a Isabel a transformarse tanto.
Ya por llegar, William recuerda unas vacaciones de años atrás, en la que compartían tiempos felices ellos dos y los niños. Pero piensa, con amargura, cómo se horrorizaría la nueva Isabel si supiera hasta dónde llega su sentimentalismo.
Isabel lo espera en la estación, y lo llama agitando los brazos, tal como él lo ha imaginado. William piensa que está hermosa y se lo dice, pero ella cambia de tema avisando que ha ido a buscarlo con todos sus amigos, que esperan en el auto. William intenta no mostrar su desilusión. Moira Morrison, Bill Hunt, y Dennis Green esperan en el taxi a que Bobby Kane vuelva del negocio de golosinas. Isabel ve las frutas y las toma. William intenta detenerla, diciendo que en verdad las compró para los niños, pero Isabel dice que a los niños no les convienen y se las queda para ella y sus amigos. Mientras, Moira declama versos mientras huele el aroma de la piña, y Bill y Denis intercambian versos improvisados sobre las mujeres y las frutas. Bobby Kane sale del negocio cargando bolsas de compras, y repentinamente se muestra sorprendido, diciendo que no trajo su billetera. Isabel le da el dinero, contenta, y el taxi se pone en marcha.
Ya en casa, Isabel y sus amigos van a bañarse a una laguna cercana mientras William se queda en la propiedad. Él tenía la intención de pasar tiempo con sus hijos, a quienes solo ve los fines de semana, pero estos duermen. Wililam mira la casa, ve que en los lugares donde solía encontrar juguetes de los niños ahora solo hay libros de poesía desperdigados por todos lados. Escucha llegar al grupo de amigos, que se divierten hablando sobre William, hasta que recuerdan que él está en la casa y se callan. Isabel les dice que su marido solo estará allí un día más y pide, entre risas, que intenten ser amables con él. Bobby le habla a William, mostrandose simpático, y dice que llegaron tarde porque se quedaron en un bar bebiendo.
Los amigos se sientan y empiezan a comer lo que encuentran en la cocina. Bill Hunt intenta sostener una conversación con William, pero se distrae con un comentario de Moira. William cuenta en su mente la cantidad de comida y bebida que los amigos de Isabel están consumiendo.
Al día siguiente, William espera al taxi que lo lleva a la estación, donde tomará el tren que lo lleve nuevamente a Londres. Isabel aparece para saludarlo. Isabel dice lamentar no haber pasado mucho tiempo juntos y que William no haya visto a sus hijos. Le desea buena semana y vuelve a la casa. Ya en su asiento del tren, William empieza a escribir en su mente una carta para ella.
Isabel oye hablar a sus amigos mientras piensa en la cantidad de salmón que consumieron el día anterior. Entonces llega el cartero, trayendo una carta de William para Isabel. Al comenzar a leerla se siente completamente confundida, algo asustada, y luego empieza a reír, diciendo que se trata de una carta de amor. Los amigos insisten en que comparta el contenido y ella lee fragmentos en voz alta mientras los demás bromean sobre su sentimentalismo. En un momento, para sorpresa de sus amigos, Isabel toma la carta y corre a encerrarse en su habitación.
Sola en su cama, vuelve a leer el texto y a sentir disgusto, hasta desprecio por sí misma, por el hecho de haberse reído de William con sus amigos instantes atrás. Se siente superficial, trivial, pero sus pensamientos se interrumpen cuando oye a Moira llamándola para que vaya con ellos a la playa. Isabel piensa: es el momento de decidir. O va con sus amigos a la playa o se queda escribiendo una respuesta para William. Definitivamente, debe quedarse y escribirle. Pero los amigos siguen llamándola a los gritos. Isabel decide postergar el asunto: escribirá después. La promesa suena débil hasta para ella misma, que vuelve a reír “de aquella nueva manera” (p.455) y baja corriendo las escaleras para unirse al grupo.
Análisis
En este relato, Mansfield explora el tema de la comunicación al interior del vínculo amoroso en relación al matrimonio y al tema de los roles cambiantes en el hogar de principios del siglo XX. De por sí, el asunto matrimonial está anunciado desde el título, en conjunto también con otro tema importante, que es el del esnobismo, relacionado con el anhelo de buscar constantemente lo nuevo o moderno, despreciando todo lo que no se considere de vanguardia.
“Marriage à la mode” es “Matrimonio a la moda”, y el asunto de la moda no solo se manifiesta por la presencia explícita de esa palabra, sino también por el idioma francés que Mansfield elige para titular su cuento, escrito en inglés, como toda su obra. El francés aparece en boca de varios personajes en la obra de Mansfield, generalmente aquellos cuya voluntad es encarnar lo nuevo o lo moderno en relación a la elegancia y a lo estético, así sea en los modos de vida o en el arte, todas condiciones que a comienzos del siglo XX aparecían asociadas a lo francés: París era en ese entonces la capital mundial de la vanguardia, la cuna de la bohemia, de los nuevos estilos de vida. Lo francés, entonces, tiene en los relatos la presencia de una imagen representativa de todas esas aspiraciones recién mencionadas.
En este cuento en particular, además, la ligazón entre lo francés y la novedad es aún más estrecha, en tanto la asociación aparece también en términos argumentales. Según el protagonista, la transformación de Isabel comienza cuando la artista Moira Morrison la lleva de viaje a París. De esa experiencia, en la que Isabel conoció a las personas y costumbres del mundo de la vanguardia, es que la mujer volvió renovada, transformada en la “nueva” Isabel. En este cuento, el conflicto mayor radica en que los miembros del matrimonio encarnan justamente ideas opuestas, se identifican con universos diferentes. William es un abogado arraigado al pasado, cuya idea de felicidad se identifica con estereotipos que Isabel ya no puede tolerar.
El cuento problematiza el tema del matrimonio, los vínculos y los roles de género en un mundo de dinámicas cambiantes, en proceso de modernización. Mansfield logra ilustrar, ateniendo el argumento a un solo fin de semana, la cotidianidad de un matrimonio al borde de la ruina. Podría interpretarse que el estado de inminente quiebre del vínculo está anunciado ya desde el título, que puede leerse prácticamente como un oxímoron: el matrimonio, una estructura social ancestral y por lo tanto muy arraigada a lo tradicional, parece inconjugable con la moda, concepto que equivale al continuo movimiento, la modernización, la vanguardia. Mansfield logra presentar el conflicto planteando perspectivas en contraste: uno de los protagonistas se identifica con el statu quo del pasado, mientras que el otro, Isabel, ansía los modos de vida modernos. La voz narrativa en tercera persona focalizada funciona evidenciando los distintos modos de experimentar la vida y los cambios. Lo logra interiorizándose la mayor parte del relato en la perspectiva de William y, hacia el final, en la de Isabel: "Camino de la estación William recordó con una nueva punzada de desilusión que no le llevaba nada a los niños. ¡Pobrecillos! Siempre eran los que salían recibiendo. Cuando corrían a abrazarle lo primero que siempre decían era:"¿qué me has comprado, papá?" y ahora no les llevaba nada" (p.444).
En la primera frase del cuento se ofrecen varias pinceladas que permiten ilustrar la situación emocional en la que se encuentra el protagonista. Durante la semana William evade, mediante su trabajo y su vida en la ciudad, los aspectos disgustantes de su vida. Pero cada sábado debe hacerles frente, cuando viaja a la casa de campo para ver a su familia. El narrador apunta una “nueva punzada de desilusión”, lo que implica que la situación emocional de William, al emprender su camino al campo, es más bien angustiosa. Pero, a su vez, la palabra “desilusión” instala un conflicto interno en el personaje, que aparentemente se debate entre una ilusión que construye en su mente y una realidad que no deja de desconcertarlo.
La ilusión de William se construye por medio de las ensoñaciones nostálgicas en las que suele refugiarse, recordando la felicidad de su vida familiar años atrás, al principio de su matrimonio. La realidad, sin embargo, es a lo que se enfrenta cada fin de semana: su mujer prefiere la compañía de otras personas antes que la suya, y adoptó nuevas maneras de vida que no lo incluyen. Por lo tanto, en sus viajes, William oscila entre la esperanza de llegar a la estación y que su mujer lo reciba con un cariño propio del pasado, y la sospecha de que no será así.
El cuento se centra en un fin de semana y en los hechos que conducen a la partida de William, aparentemente definitiva. Pero, en principio, lo que se presenta es a este personaje que aún conserva ciertas esperanzas de conservar una vida en familia: “todos los sábados por la tarde le ocurría lo mismo. Cuando empezaba el viaje para reunirse con Isabel surgían aquellos encuentros imaginarios” (p.446). Sin embargo, en sus pensamientos se filtran indicios de que la realidad ya no podrá mejorar, de que en su llegada a la casa de campo no encontrará reparo ni preocupación ante su angustia, sino más bien una constatación de que todo se ha perdido. Los niños, cuando lo reciban, no le preguntarán cómo está ni le dirán cuánto lo han extrañado: le preguntarán qué les ha comprado. El rol que William cumple en la familia, en el presente, se limita al de proveedor financiero. Como sabremos luego, su función dentro del matrimonio no es diferente a eso. Él sostiene económicamente la nueva vida de su mujer, quien prefiere mantenerse lejos de su marido y compartir su tiempo con sus nuevos amigos, a los que hospeda en la casa y da todos los gustos.
Durante el viaje en tren hacia la casa de campo, el narrador presenta los pensamientos de William, que oscila entre su nostalgia hacia la vida familiar pasada -y aparentemente perdida- y un perturbador presente. William se refugia en los recuerdos que para él representan la felicidad; imágenes que evocan tanto su propia infancia como el principio de su matrimonio: "¡Exquisita lozanía la de Isabel! De niño siempre le había encantado salir corriendo al jardín tras un chaparrón y zarandear los rosales para que le salpicasen. Isabel era aquel rosal, blanda como un pétalo, resplandeciente y refrescante. Y él continuaba siendo aquel niño. Aunque ahora no salía corriendo al jardín, no reía, ni zarandeaba el rosal. Aquel gusano molesto y persistente volvió a roerle el pecho" (p.447).
El narrador se interioriza en William para hacer ver el universo nostálgico del protagonista; el modo en que se entremezclan las imágenes de la niñez con las de Isabel al principio de su matrimonio. De esa manera, evidencia en el personaje una tendencia a arraigarse al pasado que colabora a definir el carácter más bien tradicional de William, para quien el presente no trae consigo más que desazón. La angustia del presente aparece metafóricamente en la imagen del gusano: es algo pequeño, como los sutiles gestos “nuevos” de Isabel, pero que amenazan con devorar y destruir el interior de William, así como también parece sentenciar el inminente fin del matrimonio. En una línea similar, en el mismo fragmento Isabel es asociada a una flor que se caracteriza por su belleza, y, al mismo tiempo, por las espinas que trae consigo.
La perturbación que a William le produce el presente está estrechamente ligada al comportamiento actual de su mujer. Isabel adoptó un nuevo modo de vida, influenciado en gran parte por sus compañías modernas, ahora cotidianas, y evidencia en su comportamiento una nueva manera de pensar y de hablar, por la cual se distancia de un modo extremo de las maneras simples y convencionales que ella ve en su marido:
Ya hacía más de un año que Isabel había tirado los viejos borriquillos, las máquinas de tren y todas aquellas cosas, porque eran "tremendamente sentimentales" y "bochornosamente" malas para el sentido de las formas de los niños.
-Es importantísimo- había explicado la nueva Isabel- que les gusten desde un principio las cosas adecuadas. Luego les ahorra muchísimo tiempo.
(p.444)
“La nueva Isabel” es como William llama a su mujer en el presente. La denominación le permite ordenar sus pensamientos en un “antes y después” de la transformación de su mujer, la cual se le presenta irreconocible respecto de la Isabel con la que se casó. La dificultad de William para reunir esas dos versiones de su Isabel evidencia, también, un déficit en su capacidad de comprensión. Él responsabiliza a las nuevas influencias de la transformación de su mujer, cuyo descontento respecto de su modo de vida anterior no fue capaz de registrar hasta que fue demasiado tarde.
El estilo narrativo logra captar el modo en que esta transformación se volvió, para William, extremadamente perturbadora: en la narración de los pensamientos del personaje se filtran, incluso, las expresiones de esta nueva Isabel, el modo en que esta plasma sus nuevas ideas, su nueva forma de ver el mundo, su nuevo comportamiento. Él rememora las primeras conversaciones en las que detectó este cambio, en las cuales él exponía sus sentimientos e Isabel se le presentaba fría, distante, disgustada con el sentimentalismo de su marido, pero al mismo tiempo jocosa y sarcástica (“y se echó a reír como ahora reía”, p.445). La transformación de Isabel se evidencia en marcas textuales que dan cuenta de la novedad de sus expresiones, como las comillas (”tremendamente sentimentales”) o bien en adjetivos o adverbios que remarcan el cambio en el tiempo, como “nueva” o “ahora”.
Esta “nueva” Isabel, para pesar de William, no viene sola. Parte de lo que aumenta la distancia entre los miembros del matrimonio yace en que esta nueva versión de Isabel incluye a todo un grupo de nuevas amistades, instaladas junto a ella en la casa de campo. Cada vez que William viaja para compartir el fin de semana con su mujer y sus hijos, recuerda con horror la presencia de Bobby, Moira, Denis; un conjunto de bohemios y supuestos poetas que comparten el espacio, todos los días, con sus propios hijos: “mientras compraba el melón, William tuvo la horrible visión de uno de los jóvenes poetas amigos de Isabel lamiendo una tajada de melón, oculto tras la puerta de la habitación de los niños” (p.445).
Estos amigos bohemios de Isabel se caracterizan por encarnar un modo de vida despreocupado, desligado de las normas sociales establecidas por el statu quo. Sus intervenciones discursivas suelen constituirse por un tono lúdico y con intenciones poéticas. Cuando Isabel descubre el paquete de frutas que William compró para los niños, ella y sus amigos deciden apropiárselas: “Me niego a desprenderme de esta exótica piña americana”, dice Isabel, y luego: “-¡Cruel Isabel! ¡Permíteme aspirar el aroma! -dijo Moira. Y tendió los brazos frente a William en un gesto suplicante”. Inmediatamente, Dennis recita: “Dama enamorada de una piña” (p.450). Mansfield logra imprimir en el relato, mediante pequeñas escenas y comentarios, el tema del snobismo. Estos personajes artistas, en su anhelo de vanguardia y novedad, desprecian con indiferencia todo lo que no consideran moderno. Es por eso que no muestran ningún interés en incluir a William en sus conversaciones, incluso a pesar de que ese tradicional abogado es quien mantiene económicamente su modo de vida: “Oh, lo había olvidado. Todavía no los he pagado -dijo Bobby, fingiéndose asustado. Isabel entregó un billete al tendero, y Bobby volvió a mostrarse radiante-. ¡Hola William! Voy a sentarme al lado del conductor” (p.451). Lo que permite la voz narrativa, interiorizándose en el personaje de William, es evidenciar un carácter adolescente e incluso caprichoso en esos presuntamente desprejuiciados comportamientos. En una escena, Isabel propone servir algo de comer:
Vamos, mes amis, empecemos con unas sardinas.
-Ya he encontrado las sardinas -dijo Moira, apareciendo a toda prisa en el vestíbulo y sosteniendo en alto una lata.
-Dama con lata de sardinas -exclamo seriamente Dennis.
-¿Qué, William, qué tal por Londres? -preguntó Bill Hunt, descorchando una botella de whisky.
-Oh, Londres siempre está igual -respondió él.
-Ah el viejo Londres -dijo Bobby, muy animado, mientras ensartaba una sardina.
Pero al cabo de poco se olvidaron de él. Moira Morrison empezó a preguntarse de qué color tenía uno realmente las piernas debajo del agua.
(p.452)
Solamente hacia el final, el día lunes, cuando William ya abandonó la casa, el narrador establece una sensación parecida, aunque sutilmente, en la perspectiva de Isabel. En principio, ella “no podía apartar su pensamiento del salmón que habían tomado para cenar la noche anterior” (p.454). Mientras tanto, los demás duermen o conversan recostados en el césped: “-¿Crees que en el cielo existirán los lunes? -preguntó Bobby de un modo infantil” (p.454). El comentario de Bobby acentúa la ironía de la situación: los amigos de Isabel viven su vida bohemia y despreocupada mientras son financiados por William, es decir, a costa del trabajo de este. Teniendo en cuenta que William es el único que trabaja, la conversación que Bobby mantiene con Dennis, lamentando los días lunes -queja propia de aquellos que trabajan y por lo tanto ese día comienzan su semana laboral-, ambos echados en el pasto y mirando al cielo, constituye una situación irónica.
Por otro lado, la escena en la que llega la carta de William para Isabel acaba por evidenciar cierta crueldad inminente entre los amigos snobs. Su desprecio por el sentimentalismo y por todo lo que no consideran apropiado para la modernidad que ellos creen encarnar los aleja de la empatía y de la sensibilidad humana. Isabel, al leer la carta, siente un desconcierto que luego se transforma en risa. Los amigos le piden que la lea en voz alta y ella lo hace: “Dios no quiera, mi vida, que yo pueda ser una lastre para tu felicidad…” (p.455), suenan las palabras de dolor de William entre las risas.
Cuando llegó al final estaban muertos de risa. Bobby se retorcía por el césped y casi lloraba de tanto reír.
-Tienes que dejármela copiar tal cual, entera, para incluirla en mi nuevo libro -dijo Dennis decidido-. Le dedicaré todo un capítulo.
(p.455)
La súbita reacción de Isabel, que abandona las risas y huye corriendo junto a la carta para encerrarse en su habitación, vuelve a centrar el foco del relato en el vínculo matrimonial.
Durante el fin de semana, ni William ni Isabel expresan su opinión acerca de lo que sucede entre ellos. De hecho, gran parte del conflicto en su relación radica en lo no dicho. La distancia física y emocional entre William y la Isabel del presente, comparada con la intimidad que compartieron al recién casarse, representa el gradual declive de su compromiso con el otro. Es quizás al recibir la carta, al entender las palabras que su marido le ha dedicado, que Isabel se enfrenta con la realidad que parecía estar evadiendo. Por un instante, mientras vuelve a leer la carta a solas, sentada en su cama, pareciera que la felicidad de Isabel comienza a perder intensidad, abriendo paso a sus inseguridades. Su nueva vida no solo requiere un costo financiero -como se había detenido a pensar instantes atrás- sino también un costo emocional, que es haber expulsado a William de su vida.
"Se apretó los ojos con los nudillos y se balanceó adelante y atrás. Y les volvió a ver, pero no ya cuatro, sino cuarenta, riendo, burlándose, carcajéandose, revolcándose mientras les leía la carta de William. ¡Ay, había cometido un acto despreciable!" (p.456). El sentimiento de culpa por haber expulsado a William durante el último tiempo se intensifica por el recuerdo de la escena inmediatamente anterior, en la que se burló de su carta junto a sus amigos. Sin embargo, Isabel parece no poder encontrar, dentro de sí, un sentimiento verdadero al respecto: “¡William! Isabel ocultó su rostro en la almohada. Pero le pareció que incluso aquel grave aposento la conocía tal cual era: superficial, trivial, vana” (p.456).
La narración, previamente centrada en la perspectiva de William, había presentado a Isabel en un carácter ambiguo: su versión pasada y su versión presente. Ahora, la voz narrativa focaliza en la interioridad de Isabel en el momento preciso en que ella misma debe tomar una decisión respecto de qué vida quiere vivir, qué Isabel quiere ser. Por un lado, tiene en sus manos la carta de su marido, que podría responder. Por el otro, sus amigos la llaman para que vaya a pasear con ellos. “¿Cuál de los dos caminos debía tomar? Oh, ¿cómo podía dudar todavía? Naturalmente se quedaría y escribiría a William” (p.456). Pero justo en ese instante, la voz de Moira resuena llamándola: “¡Titania!”.
La decisión final de Isabel se presenta como el bautizo definitivo de su nueva vida. No puede responder al sentimentalismo de William, o siquiera dejarse conmover por él por demasiado tiempo, y seguir siendo, al mismo tiempo, la pequeña “Titania”. Este es el apodo que le da Moira Morrison, y es también lo que le grita, al final del cuento, para convencerla de bajar del cuarto y unirse a ellos. El nombre "Titania" es de carácter simbólico. Así se llama la reina de las hadas en el folcklore inglés pero, sobre todo, en la obra de Shakespeare en que este personaje aparece, Titania es una criatura muy orgullosa y tiene la suficiente fuerza como para competir con su marido Oberón. No pudiendo rechazar semejante rol, Isabel decide ir con ellos y posponer su respuesta, decidiendo que “debe” escribirle luego, aunque mientras se enuncia a sí misma ese compromiso se hace notorio, tanto para el lector como para ella misma, que no sucederá. Isabel completa su transformación cuando deja la carta de William sin respuesta y, “riendo de aquella nueva manera, bajó corriendo la escalera” (p.456).