Resumen
Rosemary Fell no es precisamente guapa. Linda, puede ser. Pero sobre todo es elegante y moderna y tiene un gusto exquisito. Está casada hace dos años, y su marido y ella son ricos.
Una tarde de invierno, Rosemary visita un anticuario del que es clienta habitual. El propietario la atiende, como siempre, con predilección. Esta vez le muestra una cajita pintada delicadamente con esmalte. A Rosemary le parece encantadora, pero al escuchar el precio queda algo atónita y pide que se la guarden; dice que volverá por ella.
Rosemary sale a la calle y observa los faroles recién encendidos que indican la llegada de la noche. Decide no dejarse llevar por ningún sentimiento angustioso y subir simplemente al auto que la espera al cruzar la calle para volver rápidamente a su casa. Pero en ese momento se le acerca una muchacha, temblando de frío, y le habla con voz débil. Tiene la edad de Rosemary pero la trata de usted: “¿Podría darme lo necesario para una taza de té?”, pregunta. Rosemary encuentra sorprendente, una real extrañeza, que alguien pueda no tener lo necesario para un té.
Pero en el instante en que piensa esto se le ocurre una idea: llevar a la muchacha a su casa y ofrecerle una merienda entera. Rosemary ya empieza a divertirse con la idea, en especial porque se imagina contándoselo a sus amigos con naturalidad. Siente una excitación suprema, no puede esperar a empezar a sentirse generosa, así que invita a la muchacha a subir al auto. Al principio, la chica pregunta varias veces si se trata de una broma y si la llevará con la policía. Rosemary se ríe, le dice que no, y la muchacha acaba accediendo. Rosemary siente un aire de triunfo y ambas emprenden el viaje.
Ya en la casa, Rosemary se quita ella misma el abrigo, sin llamar a la mucama, para mostrarse sencilla ante la muchacha. Luego la hace sentar junto al fuego. Después de hacerle algunas preguntas, la muchacha le dice que si no bebe o come algo pronto se desmayará. Rosemary ordena, a los gritos, que sirven té y cognac. La muchacha dice que ella no bebe cognac, que solo quiere té, y se echa a llorar. Rosemary intenta consolarla, y luego hace servir de todo a la muchacha, quien come mientras ella fuma e intenta no mirarla mucho, para no inhibirla.
En efecto, después de comer, la muchacha parece otra: su rostro ha cobrado vida. Rosemary decide que es el momento perfecto para empezar a conversar con ella, pero cuando le hace la primera pregunta, la escena se interrumpe con la llegada del esposo de Rosemary. Felipe se muestra sorprendido por la situación que encuentra en su salón. Rosemary le presenta entonces a la muchacha, preguntando por primera vez su nombre. La señorita Smith se presenta y saluda, y Felipe dice alguna frase cordial acerca del desagradable día. Luego sonríe amablemente y le pide a su mujer hablar a solas en el escritorio.
Ya solos, Felipe pide a su mujer que le explique la situación. Ella, encantada, se dispone a narrar los hechos de un modo natural. Felipe le pregunta qué piensa hacer con la señorita Smith. Rosemary le cuenta que aún no sabe, pero que su propósito es ayudarla, y Felipe responde que lo que está haciendo es absurdo. Ella alega que suponía que él diría algo así. Pero Felipe irrumpe: “Pero… ¡es que es tan guapa!”. Rosemary se asombra tanto que su rostro cambia de color, y le dice que ella no lo había notado. Su marido continúa, dice que cuando entró a la habitación quedó maravillado con la belleza de la muchacha. Finalmente, afirma que, si quiere, se puede quedar a cenar. Rosemary sale de esa habitación pero no vuelve al salón donde aguarda la muchacha. Va a su estudio, abre un cajón y toma dinero.
Cuando Rosemary vuelve a ingresar a la habitación, Felipe sigue allí. Ella le dice que la señorita tuvo que irse y no se quedará a cenar, por lo que le dio un poco de dinero. Luego se sienta sobre las rodillas de Felipe, lo besa, apoya su cabeza en el pecho de él y en voz muy baja le pregunta: “¿soy guapa?”.
Análisis
Las primeras líneas del relato llaman la atención sobre el aspecto físico de la protagonista: "Rosemary Fell no era precisamente guapa. No se podía considerar guapa. ¿Era linda? Quizá si se la analizaba parte por parte… Pero ¿por qué la crueldad de analizar con esa minuciosidad?" (p.544). Luego, este tema no volverá a mencionarse hasta el final del cuento, en el que se volverá fundamental. De por sí, tratándose de un narrador en tercera persona con focalización interna en este personaje, no puede decirse que se trate de una descripción puramente informativa: el narrador está destacando un aspecto particular de la protagonista, y su perspectiva está atravesada por la de esta; es decir, ese aspecto es importante para ella.
Fiel al estilo de la autora, esta primera frase del cuento es, entonces, más que una descripción, un develamiento: la voz narrativa evidencia un pensamiento o remordimiento recurrente al interior de Rosemary; un aspecto que quizás ella intenta olvidar, poniendo por encima otros, pero que no tarda en resurgir en su mente. Desde su perspectiva, su propio aspecto tiene mucha relevancia, y bien puede distraer su atención. Por ejemplo, cuando observa la cajita en el anticuario, se quita los guantes y, “mientras daba vueltas a la caja nacarada, mientras la abría y la cerraba, no dejaba de observar lo bonitas que eran sus manos sobre el fondo de terciopelo azul” (p.545). La apariencia física es un tema de importancia para Rosemary, y adquirirá un peso significativo al final del relato, cuando el marido destaque, entusiasmado, la belleza de la muchacha mendiga que Rosemary lleva a su casa.
Otro aspecto de la protagonista que la voz narrativa destaca es su status social. Rosemary pertenece a la clase alta: “eran ricos, ricos de verdad, no burgueses acomodados, lo que siempre parece inelegante, y suena a otros tiempos, los de los bisabuelos” (p.544). La modernidad y la elegancia se manifiestan indesligables para una protagonista que se mueve dentro de las costumbres de las clases privilegiadas. En este cuento, como en otros relatos de Mansfield, entre las imágenes que representan a la clase alta encontramos el idioma francés y las flores. Rosemary compra ropa en París y flores en las mejores tiendas. Cuando entra a un negocio, se dirige con la naturalidad que es propia a su clase, acostumbrada a que su palabra tenga, por salir de su propia boca, valor de verdad: "Rosemary no hacía más que mirar las flores, con aquel aire deslumbrado y exótico, y decir: «Quiero estas, estas y aquellas. Deme cuatro pomos de esto y las rosas de aquel jarrón... No, no quiero lilas: no tienen forma alguna». El empleado se inclinaba y apartaba las lilas como si aquello fuese, por desgracia, la verdad, como si realmente las lilas no tuviesen forma alguna (p.544).
Por un lado, en el comportamiento de Rosemary se evidencia el carácter de quien vive en la abundancia, y, además, tiene el poder de influir en las personas, que la reverencian por considerarla elegante y distinguida. Al final de la frase citada, mediante el símil, el narrador expresa con cierta ironía el grado de respeto y reverencia extrema que se tiene ante las personas de clase alta. Lo mismo sucede con el anticuario, cuando Rosemary le pide que le guarde la cajita que tanto le gustó: “el anticuario se había inclinado, asintiendo como si precisamente aquello fuera todo lo que pudiera pedir un ser humano. Le guardaría encantado aquella caja para siempre” (p.546). La protagonista no solo tiene dinero y elegancia, sino que suele lograr que las personas la obedezcan y se sientan a gusto al hacerlo.
Es interesante, teniendo en cuenta lo anterior, el momento en que el narrador presenta un lado débil del personaje, así como la manera en que suele sobreponerse a él. Acostumbrada a apaciguar su soledad o angustia existencial en florerías, modistas y lujos, Rosemary no se detiene más que unos segundos en la vereda cuando es atravesada por un vacío, una tristeza. La voz narrativa logra evidenciar el proceso interno de la protagonista, su tristeza, proyectada en el modo en que vislumbra la ciudad: "Empezaba a llover, y con la lluvia también llegaba la oscuridad, bañado como densa ceniza. El aire tenía un gusto agrio y frío, y las lámparas, encendidas hacía poco, daban una luz triste. También eran tristes las lámparas en las casas de enfrente. Quemaban débilmente como si echaran algo de menos" (p.546).
Como en otros cuentos de la autora, la imagen de la luz y la oscuridad en la descripción de los escenarios aparecen para ilustrar sentimientos de los personaje. En este caso, la tristeza o la angustia aparecen asociadas a la debilidad de la luz, a su baja intensidad. El símil que culmina la frase deja traslucir perfectamente el estado de ánimo de Rosemary: es ella la que echa algo de menos -una falta sustancial entre tanta abundancia material-, pero proyecta esa emoción fuera de sí y se la adjudica a las lámparas de las casas, volcando en la debilidad de sus llamas su propia fragilidad. Este movimiento de exteriorización es, incluso, introducido por la voz narrativa, focalizada internamente en la protagonista. Rosemary ve al coche que la llevará a su casa y sabe que solo debe cruzar la calle y subir, pero se queda quieta. El narrador expone su interioridad: “Hay momentos, momentos terribles en la vida, en los que uno sale de sí mismo, de su interior bien resguardado, y al mirar hacia fuera siente horror” (p.546). Pero inmediatamente el narrador agrega, reflejando el discurrir mental de su protagonista: "No habría que dejarse llevar por esos momentos; al contrario, habría que volver a casa y tomar unas cuantas tazas de té más que de costumbre, con más pasteles y rebanadas de pan" (p.546). En este fragmento se refleja el modo en que la voz narrativa está atravesada por la interioridad de Rosemary. La protagonista intenta convencerse a sí misma, de un modo inmediato, de que debe olvidar esa emoción repentina que la paralizó y hacerla desaparecer entre pasteles y tazas de té. Por primera vez se menciona entonces un elemento del que, más adelante en el cuento, se terminará definiendo su carácter simbólico. Basta con revisar el diálogo entre Rosemary y la muchacha, cuando esta se acerca a pedirle unas monedas:
-Señora -balbuceó la voz-, ¿podría darme lo que cuesta una taza de té?
-¿Una taza de té?- (...) -¿Pero usted no tiene nada, ni un céntimo?
-Nada- contestó.
-¡Qué raro!
(p.547)
La taza de té que da título al cuento tiene significados muy distintos para los personajes que participan de la conversación. Para la muchacha que mendiga, la taza de té representa la posibilidad de no morir de frío esa noche en la calle. Para Rosemary, que antes pensó en ese elemento en forma plural (”unas cuantas tazas de té”) y como un ingrediente más de una abundante comida, la taza de té por la que pide la muchacha resulta de una insignificancia tan ridícula que el pedido la desconcierta. Efectivamente, la taza de té, en este cuento, tiene el valor de un símbolo: representa el poder adquisitivo. En un mundo tan injusto, una mínima taza de té es un elemento de acceso restringido para algunos. Que el límite entre las clases económicas pueda trazarse en el poder de acceso o no a una taza de té desconcierta a la protagonista, acostumbrada a vivir entre lujos sin cuestionarlos.
De algún modo, una realidad diferente se le presenta a Rosemary para recordarle la existencia de otro universo además de aquel en el que acostumbra vivir. Esa realidad diferente está encarnada en una muchacha que precisa ayuda económica, lo cual Rosemary estaría en condición de ofrecer. Sin embargo, Rosemary está demasiado inmersa en su propio mundo y no posee del todo las herramientas para comprender el modo en que vive esa muchacha. La sorpresa la posee cuando la muchacha le dice no tener ni un céntimo, y a este golpe de realidad le sucede, en la mente de Rosemary, un rapto de fantasía: "Y de repente aquello le pareció a Rosemary una aventura. Era como un fragmento de una novela de Dostoievski ese encuentro en la penumbra. ¿Y si se llevara la muchacha a su casa? Y si tuviera uno de aquellos gestos que tantas veces había leído en los libros o visto en el teatro, ¿qué pasaría? Sería muy emocionante" (p.547). La única referencia que Rosemary tiene acerca de la vida humilde es literaria. La alusión al autor ruso Fiódor Dostoievski se da precisamente porque en las obras de este abundan las historias de seres que sufren la pobreza y el desamparo en la helada Rusia zarista del siglo XIX. Son esas lecturas las que empujan a Rosemary a invitar a aquella muchacha a su casa. Y en su asociación parecería haber algo que la entusiasma particularmente: quizás la ilusión de que si imita las acciones de un personaje de una novela ella misma será parte de una fantasía literaria.
El tema de la ilusión y la realidad es recurrente en la literatura de Mansfield, y los personajes para quienes la línea divisoria entre ambos mundos es difusa suelen ser aquellos más atravesados por la soledad: la fantasía les sirve de refugio ante una realidad que se les presenta dolorosa. Rosemary es uno de estos personajes. En sus pensamientos aparecen componentes propios de un universo de fantasía: “Quería probarle a la muchacha que en la vida podrían suceder cosas maravillosas, que las hadas madrinas existían realmente, que… también la gente rica tenía corazón” (p.548).
En estos deseos de la protagonista puede evidenciarse, como en otros relatos, la exteriorización de una emoción que es en verdad propia: lo más probable es que Rosemary quiera demostrarse a sí misma que posee corazón. Además, si hasta hace unos instantes su vida de lujos no lograba apaciguar la inminente tristeza que habita al interior de toda persona, ahora todo cobra una perspectiva que la favorece. A través de los ojos de la mendiga, la vida de la protagonista parece perfecta: "El calor, el ambiente suave, la luz, el tenue perfume, todo aquello que, por serle tan familiar a Rosemary no había notado nunca, ahora observaba el efecto que producía en la muchacha. Era muy interesante. Le parecía que era la niña rica que en su cuarto de jugar puede abrir muchos armarios y destapar muchas cajas" (p.548). El símil con que culmina la frase evidencia en la protagonista un resquicio de sensibilidad infantil, según la cual el dinero es algo que se mide en la posibilidad de abrir muchas cajitas en el cuarto de juego. Sin embargo, también funciona como un pequeño indicio de inminente competencia: Rosemary tiene muy presente que, en la comparación con la otra muchacha, ella es la favorecida. Son dos mujeres de la misma edad, pero ella es rica. Estos pequeños indicios de competencia son importantes para entender el carácter de Rosemary, su tendencia especulativa y, por lo tanto, su decisión final, más adelante en el relato.
Es importante, en torno a este punto, esclarecer una distinción. El tema de la diferencia de clases, común a varios cuentos de la autora, suele presentarse de la mano de una protagonista de clase alta que posee la sensibilidad necesaria como para compadecerse por personas que padecen otra realidad económica y precisan ayuda. Este es el caso de Laura Sheridan en “Fiesta en el Jardín”, o de Kezia Burnell en “La casa de muñecas”. Pero, a diferencia de aquellos personajes, la protagonista de “Una taza de té” no es una niña, sino una mujer adulta, casada, con inseguridades y frustraciones que hacen de Rosemary un personaje de carácter complejo, con varias facetas. Por eso mismo, la acción de Rosemary no debe ser leída de la misma manera en la que se puede juzgarse la infantil inocencia de las protagonistas de los cuentos mencionados. Lo que le seduce a Rosemary, lo que la impulsa a la acción, es la ilusión que le provoca que los demás la encuentren especial: “se veía a sí misma, más tarde, asombrando a sus amigos, diciéndoles: «Me la llevé tranquilamente a casa» (p.547). Contraria a la voluntad inocente de las niñas que protagonizaban los otros cuentos, los pensamientos y especulaciones de Rosemary vuelven el acto generoso un gesto de vanidad. La protagonista, preocupada por su propia apariencia, encuentra en la muchacha mendiga una oportunidad para entretenerse y, también, para lucirse. Rosemary “ansiaba poder empezar a ser generosa” (p.548), y en la voz narrativa puede notarse una leve ironía a la hora de describir el estado acalorado de esta mujer rica que goza con la fantasía de estar emprendiendo un acto de bondad, de generosidad, que la volverá una persona especial y distinguida frente a los demás de su clase.
Es justamente en este aspecto del carácter del personaje, en esta faceta que se identifica con su real intención al invitar a la muchacha a su casa, que se explica el final del cuento. El plan de llevar a la señorita Smith a su casa se sostenía en el hecho de que esto produjera admiración en las personas, como su marido o sus amigos. Cuando Rosemary ve, con el comentario de su marido, que el foco de atención que debía estar en ella se desplazó, en cambio, a la señorita Smith, el acto generoso llega a su fin. Y es que, como habíamos mencionado, el carácter de la protagonista es complejo y tiene diversas facetas. Una de ellas, su preocupación por la apariencia, se manifiesta aquí capaz de eclipsar a las demás.
Es importante relevar el momento en que la señorita Smith se acerca por primera vez a Rosemary: la voz narrativa describe a la muchacha a través de los ojos de la protagonista. Indica: “Vio a un pobre ser chatito, de ojos enormes, una muchacha muy joven, tan joven como ella, que con manos moradas de frío se cerraba el cuello del abrigo, y que temblaba como si hubiera salido en aquel momento del agua” (p. 546). Y es a esa muchachita, algo insignificante en términos de apariencia, a quien Rosemary decide invitar a su casa, y a quien tiene voluntad de ayudar: “Acarició aquellos hombros turbados como hombros de pájaro” (p.550). En el símil, incluso, se hace presente una imagen animal que, como en otros cuentos de la autora, aparece asociado a un personaje de bajo estrato social: Rosemary no la ve aún, del todo, como una mujer. La especulativa Rosemary quiere ayudar a la muchcha porque en la jerarquía social y económica ella está en un eslabón mucho más alto.
El problema surge cuando el hambre ya no castiga los rasgos de la muchacha: “Y, en realidad, el efecto que hizo aquella ligera comida fue extraordinario. Cuando fueron a llevarse la mesa, la persona que estaba allí parecía otra. Un leve ser delicado, con cabello revuelto, labios oscuros, ojos profundos y animados…” (p.550). Esta otra persona, de rasgos delicados y bellos, ya representa un obstáculo para la paz de Rosemary: el sistema de referencias que está jugando ya no es el de pobreza-riqueza; la protagonista ya no es una niña rica frente a una niña pobre. Ahora son dos mujeres de la misma edad en una habitación. El golpe de gracia que quiebra la fantasía, la aventura que había diseñado Rosemary, lo da Felipe. Su propio marido releva la impactante belleza de esta otra muchacha: “-Pero- dijo Felipe despacio, mientras cortaba la punta de un cigarro-, es que ¡es tan guapa…!” (p.552). Es en la respuesta de la protagonista que se vislumbra ese instante de quiebre, de desconcierto: “-¿Guapa?- Rosemary se asombró tanto, que se le subieron los colores a la cara- ¿Te parece guapa? No me había fijado.” (p.552). El comentario de Felipe le hace notar que no solo su fantasía de aventura literaria no tiene sentido, sino que su acción le ha jugado en contra.
La primera frase del cuento ya instalaba la apariencia física como uno de los puntos inseguros, si no el mayor, de Rosemary. El final del relato hace evidente el dolor que representa para ella el hecho de que su marido releve la belleza de otra muchacha. Porque a diferencia de “Fiesta en el Jardín” o “La casa de muñecas”, nuestra protagonista es una mujer adulta, lo que, de por sí, nos obliga a atender ciertos aspectos, ciertas presiones sociales que se ejercen sobre ella. Rosemary es rica, sí, pero no es bella, y eso se le vuelve un padecimiento que la pone en alerta frente a posibles competencias. Ella se da cuenta de que ha invitado a su competencia a su propia habitación. Una vez que la muchacha se calentó junto al fuego y bebió unas tazas de té, no solamente no parece menos que Rosemary, sino que es además más bella que ella. Cuando la protagonista vuelve, después de esa escena -omitida en una elipsis- en que despide a la señorita Smith, puede verse en sus gestos, no en su falsa explicación, la razón por la que la ha echado: “Rosemary acababa de peinarse, de oscurecerse los párpados, y se había puesto el collar de perlas” (p.552). La protagonista se arregla y, recién después, vuelve a ver a su marido y a preguntarle si la encuentra bella.
A diferencia de los cuentos con niñas de protagonistas, en este relato la diferencia de clases no es el único sistema de referencias en juego. También juegan, y con mucha presencia, los mandatos de belleza que producen inseguridad en ciertas mujeres adultas como Rosemary. Desde esa perspectiva, la señorita Smith se eleva ante Rosemary como una amenaza, como una alarma que anuncia que ha cometido un grave error al invitarla a su casa y presentársela a su marido. Esa alarma es la que la empuja a deshacerse de ella, a olvidar su fantasía de hada madrina, puesto que aquella mendiga a quien se había dispuesto a ayudar resulta ser lo que más teme: una mujer hermosa, más hermosa que ella, que la hace sentir aún más sola y más triste que antes.