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Describe al narrador de "La señorita Brill" y explica de qué modo colabora para construir al personaje protagonista.
Mansfield, una escritora modernista, suele experimentar con la estructura narrativa. En este cuento, la experimentación coincide con el procedimiento de la focalización interna, centrado en la protagonista. Dicho procedimiento era usado comúnmente por los modernistas para expresar pensamientos de los personajes sin que eso entorpezca o ralentice el movimiento o la acción.
El uso que Mansfield hace de este procedimiento en “La señorita Brill” supera esa función, en tanto la protagonista comienza a convencerse de que la realidad distorsionada que tiene lugar en su mente es real, y como lectores accedemos a ese proceso: "Incluso ella tenía un papel, por eso acudía todos los domingos. No le cabía la menor duda de que si hubiese faltado algún día alguien habría advertido su ausencia; después de todo ella también era parte de aquella representación" (p.472). La estructura del relato está dividida entre lo que la señorita Brill piensa y lo que está realmente sucediendo. La voz narrativa, en tercera persona, ayuda a pintar al personaje desde una dimensión más completa, dada por la perspectiva, mientras que la focalización interna permite al lector acceder al fascinante mundo interior de la protagonista, gobernado por la ilusión.
El cuento, por lo tanto, se centra en un personaje que oscila entre dos planos: la realidad y la ilusión. En el de la realidad, ella es una profesora de escuela que pasa su tiempo entre trabajos voluntarios y visitas a los Jardins Publiques. Es una mujer más bien solitaria, que disfruta de placeres simples, como las almendras en la porción de pastel que suele comprar en la panadería. Su vida interior, sin embargo, es bastante distinta, dado que ella imagina que es una gran actriz y que está siendo parte de una representación.
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Relaciona el título "Marriage à la mode" con los temas principales del cuento.
En este relato, Mansfield explora el tema del matrimonio y de los roles cambiantes en el hogar de principios de siglo XX. De por sí, el asunto matrimonial está anunciado desde el título, en conjunto también con el tema del esnobismo, relacionado con la necesidad constante de buscar lo nuevo o moderno. “Marriage à la mode” es “Matrimonio a la moda”, y el asunto de la moda no solo se manifiesta por la presencia explícita de esa palabra, sino también por el idioma francés que Mansfield elige para titular su cuento, escrito en inglés, como toda su obra.
El francés aparece en boca de varios personajes en la obra de Mansfield, generalmente aquellos cuya voluntad es encarnar lo nuevo o lo moderno en relación a la elegancia y al arte, asociados, a comienzos del siglo XX, con lo francés. París era en ese entonces la capital mundial de la vanguardia en términos de estilo y también en el arte. En este cuento en particular, además, la ligazón entre lo francés y la novedad es aún más estrecha, en tanto la asociación aparece también en términos argumentales: según el protagonista, la transformación de su esposa comienza cuando la artista Moira Morrison se la lleva de viaje a París. De esa experiencia, en la que Isabel conoció a las personas y costumbres del mundo de la vanguardia, es que la mujer volvió renovada, transformada en la “nueva” Isabel.
En este cuento, el conflicto mayor radica en que los miembros del matrimonio encarnan justamente ideas opuestas; se identifican con universos diferentes. William es un abogado arraigado al pasado, cuya idea de felicidad se identifica con estereotipos que Isabel ya no puede tolerar. El cuento problematiza el tema del matrimonio, los vínculos y los roles de género en un mundo de dinámicas cambiantes, en proceso de modernización. Mansfield logra presentar estas cuestiones planteando perspectivas en contraste: él se identifica con el statu quo del pasado, mientras que Isabel tiene ansias de formar parte de los modos de vida modernos. La voz narrativa en tercera persona evidencia los distintos modos de experimentar la vida y los cambios. Lo logra focalizándose la mayor parte del relato en la perspectiva de William y, hacia el final, en la de Isabel. En este relato, entonces, Mansfield logra ilustrar, ateniendo el argumento a un solo fin de semana, la cotidianidad de un matrimonio al borde de la ruina. El estado de inminente quiebre del vínculo está anunciado, quizás, ya desde el título, que puede leerse prácticamente como un oxímoron: el matrimonio, una estructura social ancestral y por lo tanto muy arraigada a lo tradicional, parece inconjugable con la moda, concepto que equivale al continuo cambio.
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Explica brevemente cómo aparece tratado el tema de la diferencia de clases en "Fiesta en el Jardín" y "La casa de muñecas". ¿Con qué particularidad se presenta el tema en "Una taza de té"?
La diferencia de clases es el tema central de relatos como "Fiesta en el Jardín" y "La casa de muñecas", así como también está presente en "Una taza de té". En los primeros dos, las protagonistas son niñas criadas en el seno de familias adineradas, con idiosincrasias típicas de la clase alta europea de principios del siglo XX. Aunque pertenecen a un universo particular, inundado de lujos, regalos y flores exquisitas, tanto Laura Sheridan ("Fiesta en el Jardín") como Kezia Burnell ("La casa de muñecas") poseen una sensibilidad que las distingue de los otros miembros de sus familias, volviéndolas más empáticas para con personas de clases sociales bajas. Ellas no adhieren a los prejuicios propios de sus padres, que intentan que sus hijas mantengan la misma distancia e indiferencia que ellos tienen para con las personas humildes, y a partir de una situación que vuelve más presente y acentuada la diferencia de clases, actúan con compasión. En estos relatos, las clases bajas aparecen encarnadas en personajes particulares, como el señor Scott en "Fiesta en el Jardín" o las hermanas Kelvey en "La casa de muñecas", y sus universos son particularmente distintos de los de las protagonistas. Aún así, Laura Sheridan y Kezia Burnell intentan hacer caso omiso de esas diferencias y se proponen vincularse con estos otros seres con la misma sensibilidad y trato con que lo harían con cualquier otra persona, aprendiendo así algo sobre el mundo y la humanidad que sus familias desconocen, o quieren desconocer.
El tema es tratado de una forma distinta en "Una taza de té". Si bien, al igual que Laura Sheridan y Kezia Burnell, Rosemary Fell pertenece a la clase alta, la protagonista de este cuento no es una niña, sino una mujer adulta, con inseguridades, frustraciones, angustias y una particular preocupación por su aspecto físico, que no es del todo agraciado. Ella también es sorprendida en su cotidianidad por una representante de la clase baja y también intenta ayudarla, pero su actitud no puede igualarse a la inocencia con la que actúan las niñas de los otros relatos. En Rosemary, el acto generoso tiene algo de vanidad; lo utiliza para lucirse y, en el momento en que, por un comentario de su marido, ve que el foco de atención no está puesto en ella sino en la belleza de la muchacha pobre a quien intentó ayudar, la generosidad se desvanece. En este cuento, la diferencia de clases no es el único sistema de referencias, sino que también están en juego las competencias y especulaciones propias de la inseguridad que la presión social instala en algunas mujeres.
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¿Cuál es la importancia de las cartas en el cuento "El veneno"?
En un relato cuyo tema principal es la pareja, las cartas tienen, en el contexto de la trama, una significación importante: son la única presencia, en el interior de esta relación, del mundo exterior. La primera frase del cuento es, justamente, “El cartero se había retrasado” (p.836), y Beatriz pregunta, en muchos momentos, por la llegada del cartero, mostrándose ansiosa respecto a la llegada inminente de alguna carta. En la presencia o ausencia de las cartas se condensa, directamente, la presencia o ausencia de un tercero, lo que para el narrador constituye la amenaza mayor. El tema de los celos, el terror del narrador por la posibilidad de que la mujer que está a su lado se interese por alguien más, se filtra constantemente en el relato, configurando la inseguridad del protagonista: “¿(...) era posible que aquella sonrisa fuera sólo para mí?” (p.837).
La presencia o ausencia de cartas es uno de los elementos con lo que Mansfield logra imprimir en el relato la dolorosa sensación que asola al narrador, ilustrando el modo en que los celos corroen la interioridad de quien los siente: la amenaza de un tercero no precisa evidenciarse; la sospecha es suficiente para contaminar cualquier imagen de aparente paz. Un sutil sentimiento de incertidumbre, de duda irresoluble, azota continuamente al narrador. Y es igual de sutil el leve gusto extraño en la bebida que siente el personaje al final del relato, después de la conversación sobre envenenamiento que comienza Beatriz tras leer el artículo del diario. El veneno es en este cuento aquello capaz de destruirlo todo, y que se da en dosis tan pequeñas, tan sutiles, que puede resultar imposible dilucidar por completo su sustancia. Ese veneno parece inherente al vínculo amoroso: “Son casos excepcionales las parejas, tanto de casados como de amantes, que no se envenenan mutuamente” (p.841), dice Beatriz.
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Menciona una imagen recurrente en los relatos y explica cómo funciona en alguno de ellos.
En varios cuentos tiene importancia la imagen de la luz, y su mención suele estar relacionada con una intención del narrador de reflejar en ese elemento el sentimiento de algún personaje. Por ejemplo, en "Una taza de té", la protagonista sale de un negocio y el narrador describe lo que ve: "las lámparas, encendidas hacía poco, daban una luz triste. También eran tristes las lámparas en las casas de enfrente. Quemaban débilmente como si echaran algo de menos” (p.546). En este caso, la tristeza o la angustia aparecen asociadas a la debilidad de la luz, a su baja intensidad. El símil que culmina la frase deja traslucir perfectamente el estado de ánimo de la protagonista: es ella la que echa algo de menos -una falta sustancial entre tanta abundancia material-, pero proyecta esa emoción fuera de sí y la adjudica a las lámparas de las casas, volcando en la debilidad de sus llamas su propia fragilidad.