El comienzo del siglo XIX no era un buen momento para ser escritora, especialmente si se era lo suficientemente audaz como para ser novelista. Las creencias contemporáneas sostenían que nadie estaría dispuesto a leer la obra de una mujer. El fantástico éxito de Frankenstein, de Mary Wollstonecraft Shelley, sirvió para refutar completamente esta teoría.
Frankenstein estableció a Shelley como una mujer de letras cuando se creía que tal cosa era una contradicción en los términos; solo la reputación de Madame de Stael superó a la de Shelley en Europa. Sin embargo, De Stael fue más famosa por continuar publicando sus obras a pesar de que el Emperador Napoleón le había prohibido explícitamente que lo hiciera, y no tanto por la calidad de las mismas.
Aunque Frankenstein es hoy clasificada habitualmente como una historia de horror (la primera y la más pura de su tipo), es interesante observar que los contemporáneos de Shelley la consideraban una seria novela de ideas. Esta servía como ilustración de muchos de los principios filosóficos de William Godwin, e hizo más para promover las ideas de este de lo que jamás había hecho su propia obra. Sin embargo, la novela no adhiere a todos los preceptos de Godwin. Se opone explícitamente a la idea de que el hombre puede lograr la perfección; de hecho, argumenta que cualquier intento de alcanzarla terminará en la ruina.
Frankenstein es parte del movimiento gótico en la literatura, una forma que apenas se estaba haciendo popular en Inglaterra en el momento de su publicación. El estilo gótico fue una reacción contra la literatura humanista y racionalista de la era de la razón: podría decirse que fue escoltado por la muerte de Keats, el autor inglés con quien el romanticismo está quizás más estrechamente asociado. Frankenstein podría verse como un puente entre el enfoque gótico y el romántico: aborda temas filosóficos serios de una manera fantástica. Aunque enfrenta reconocibles problemas humanos, difícilmente puede decirse que tenga lugar en un mundo natural reconocible. Algunos críticos han sugerido que esta tensión entre los modos literarios gótico y romántico hace eco de la tensión filosófica que existía entre ella y su esposo, el poeta romántico Percy Bysshe Shelley.
Como el prejuicio contra las escritoras era bastante fuerte, Shelley decidió publicar la primera edición de forma anónima. A pesar de este hecho, el éxito sin precedentes de la novela allanó el camino para algunas de las escritoras más prominentes del siglo XIX, incluidas George Eliot, George Sand y las hermanas Bronte. Todas ellas tuvieron con Mary una tremenda deuda literaria. Sin el trabajo pionero de Mary Wollstonecraft Shelley, muchas autoras jamás habrían tomado sus plumas; es probable que nunca se hubieran sentido libres de exhibir una oscura imaginación, ni de participar en la reflexión filosófica. Sin ella, y sin las mujeres cuyo trabajo hizo posible, la literatura inglesa sería indiscutiblemente más pobre.