Capítulo IX
Resumen
Víctor es atormentado por la falsa calma que desciende sobre la casa de los Frankenstein tras la muerte de Justine. Está destrozado por la culpa: aunque tenía la intención de promover la causa de la felicidad humana, ha terminado por cometer "males que ya no tenían remedio". La salud de Víctor sufre como resultado de un masivo sentimiento de culpa y de la sombría depresión que lo acompaña. Su padre, observando su miseria, también se enferma.
La familia Frankenstein, condenada como resultado de sus recientes desgracias, se retira a su casa de verano en Belrive. Allí, Víctor pasa la mayor parte de sus horas en soledad. El hecho de tener que mantener en secreto su papel en la muerte de William hace que la compañía de su familia le resulte agonizante. Se encuentra en extrema desarmonía con el paisaje de Belrive, que lo impresiona por su belleza y serenidad. A menudo contempla el suicidio, pero es disuadido por pensamientos sobre el dolor que le causaría a Elizabeth. Además, teme los indescriptibles estragos que su criatura podría causar en su ausencia. El odio de Víctor hacia la criatura alcanza proporciones patológicas, y adquiere el carácter de una obsesión. No piensa sino en su eventual venganza.
También Elizabeth está muy afectada por la tragedia: ha perdido la fe en la bondad esencial, tanto de la humanidad como del mundo en general. Ahora, los hombres se le aparecen como "monstruos sedientos de sangre". Sí persiste, sin embargo, en su ferviente creencia en la inocencia de Justine, y siente gran pena por el hombre que debe cargar en su conciencia con la culpa del asesinato de William. Víctor se desespera al oírla decir esto, ya que siente que él es el hombre que debe soportar esa culpa.
Víctor busca escapar de su miseria viajando por el valle alpino de Chamonix, en el que a menudo pasaba sus vacaciones de niño. Víctor queda deslumbrado por la abrumadora majestuosidad del paisaje, y la considera una prueba de la existencia de un dios omnipotente. El duro ejercicio físico lo agota, y es capaz de refugiarse en el sueño por primera vez desde la ejecución de Justine.
Análisis
El lector no puede evitar sentir cierta ambivalencia hacia los pensamientos suicidas de Víctor: mientras revelan la magnitud y la autenticidad de su remordimiento, también hablan de cierto egoísmo. El hecho de que supere su deseo de suicidarse indica que es capaz de dominar su egoísmo, al menos ocasionalmente: su preocupación por su familia y por el sufrimiento que la criatura puede causar a la humanidad lo mantiene alejado de la "deserción" que implicaría el suicidio.
En este capítulo, vemos el efecto dramático que tiene la naturaleza sobre el bienestar y el estado mental de Víctor. Este elogia la naturaleza por lo que identifica como su sublimidad, es decir, por presentarse fuera del alcance del control y de la comprensión humana. Esta admiración es amargamente irónica, a la luz del hecho de que la agonía de Frankenstein fue causada originalmente por su deseo de dominar la naturaleza y descubrir sus secretos. La naturaleza, para Frankenstein, revela la existencia de un dios todopoderoso, el mismo dios cuyas obras intentó reemplazar y mejorar.
El recelo de Elizabeth respecto a los hombres, a quienes ve como monstruos sedientos de sangre, es bastante significativa: destaca el ambiguo estatus moral de Frankenstein y su criatura. ¿Quién, pregunta insistentemente Shelley, es el verdadero monstruo? ¿Es la criatura que Víctor abandonó? ¿O es el mismo Víctor, que fantasea obsesivamente con vengarse del monstruo que él mismo creó?
Capítulo X
Resumen:
Víctor continúa vagando sin rumbo por el valle de Chamonix, consolándose con la magnificencia del paisaje natural. Al mismo tiempo, señala que el paisaje se caracteriza por el desorden y la destrucción: las avalanchas constantes plagan el valle, y a menudo parece que las montañas mismas fueran a estrellarse contra la cabeza de Víctor.
Víctor decide escalar hasta la cima de Montvert, uno de los glaciares más enormes de la región. La vista de la montaña lo llena de un "inefable éxtasis": cree que la contemplación humana de las maravillas naturales le da "alas al alma", y le permite "elevarse de este mundo oscuro, hacia la luz y la alegría". Sin embargo, mientras asciende la montaña se llena de melancolía, y en medio de la lluvia y de rocas desprendiéndose medita sobre la impermanencia de todos los sueños y apegos humanos. Cuando llega a la cima, Víctor invoca a todos los "espíritus errabundos" de los muertos y les pide que le permitan ser feliz o que lo lleven a la tumba.
Como si hubiera sido convocado por esta llamada, aparece el monstruo. Víctor hace llover maldiciones sobre él y amenaza con matarlo, pero la criatura permanece inmóvil. Dice que es el más desgraciado y despreciado de todos los seres vivos, y acusa a su creador de una grave indiferencia ante la santidad de la vida: ¿de qué otra forma podría Víctor proponerse asesinar a una criatura que le debe su existencia? El monstruo le pide a Frankenstein que alivie su desdicha y lo amenaza con un mal tal que "no solo tú y tu familia, sino miles de seres serán tragados por los torbellinos de la furia", en caso de no cumplir con sus deseos.
El monstruo argumenta elocuentemente que es intrínsecamente bueno, lleno de amor y humanidad. Solo la magnitud de su sufrimiento lo ha llevado a cometer actos de maldad. Aunque está rodeado de ejemplos de felicidad humana, se ve a sí mismo irrevocablemente excluido de esa dicha, sin ninguna razón. Le suplica a Frankenstein que escuche su historia: solo entonces debería decidir si aliviar o no la agonía de la criatura.
Análisis:
La estancia de Víctor en el valle de Chamonix revela su deseo de escapar de la culpa que que le provocan las recientes tragedias. Allí, busca el olvido en el sueño y en la desolación del paisaje glacial. El caos de ese paisaje, en el que las avalanchas y los desprendimientos de rocas son una amenaza constante, sugiere que esta huida de Víctor de su responsabilidad no durará mucho. Presagia asimismo más tragedias.
El encuentro entre Víctor y su criatura está cargado de alusiones bíblicas: como Dios y Adán, el creador ha expulsado a su criatura. Para ésta, Frankenstein ocupa la posición del dios cristiano. La criatura también está sutilmente alineada con la figura de Satanás: como él, es un "ángel caído", que se vuelve brutal y vicioso en ausencia de su dios.
Shelley sugiere que las malas acciones de la criatura son causadas por la enormidad de su sufrimiento. En el fondo, él es esencialmente bueno y, lo que es más importante, esencialmente humano. Si es monstruoso, solo Frankenstein tiene la culpa. Cuando la criatura, indignada, le exige a su creador una respuesta a la pregunta "¿Cómo te atreves a jugar de este modo con la vida?", está manifestando los sentimientos del lector. Frankenstein, en su hipocresía, anhela asesinar a un ser que le debe la vida. Si la criatura es, paradójicamente, tan inherentemente buena como capaz de hacer el mal, entonces su creador también lo es.
Capítulo XI
Resumen:
La criatura solo tiene un vago recuerdo de su vida temprana: recuerda haber sido atacado por impresiones sensoriales, y haber sido incapaz, durante mucho tiempo, de distinguir entre la luz, el sonido y el olfato. Comenzó a vagar, pero el calor y la luz solar del campo le resultaron opresivos. Finalmente se refugió en el bosque, cerca de Ingolstadt, lo que le ofreció sombra. Allí se vio atormentado por el hambre, la sed y el dolor físico. Solo la luz de la luna lo consoló, y comenzó a amar el sonido del canto de los pájaros. Sin embargo, cuando intentó imitarlos el sonido de su propia voz le resultó aterrador y volvió a guardar silencio. Con el mismo asombro extático que el hombre primitivo debe haber sentido, la criatura descubrió el fuego.
Todas las personas con las que se encuentra la criatura en sus viajes lo miran con horror: a menudo es golpeado con piedras o palos, aunque intenta hacer acercamientos amistosos. Finalmente, encuentra una choza miserable junto a una cabaña de aspecto pobre pero respetable. Agotado, encuentra allí un refugio "contra las inclemencias del tiempo, y más aún contra la barbarie del hombre". Observando a los habitantes de la cabaña, la criatura desarrolla un gran afecto por la belleza y la nobleza de sus rostros. Son un anciano, un joven y una chica que lo cautivan con el sonido de su música y la cadencia de su lenguaje, que él adora pero no puede entender.
Análisis:
Este capítulo se cuenta desde el punto de vista de la criatura. De esta manera, Shelley la humaniza: su narración en primera persona lo revela como un personaje de sorprendente profundidad y sensibilidad. El lector se familiariza con sus pruebas y sufrimientos, y nos damos cuenta de que, al momento del abandono de Frankenstein, la criatura era tan inocente e indefensa como un infante humano.
Como un pequeño, es asolado por una visión borrosa, confusión de los sentidos y una aversión a la luz directa: experimenta el mundo precisamente como lo experimentaría un niño pequeño. Su sintaxis, cuando comienza a describir su vida temprana, es casi dolorosamente simple. Todavía es incapaz de interpretar o analizar el mundo y sus percepciones de él.
La voz narrativa es sorprendentemente suave y absolutamente inocente: uno de los momentos más conmovedores de la novela es cuando la criatura, despreciada por Víctor y temida por el resto de la humanidad, se derrumba y llora de miedo y dolor.
En todos sus encuentros con la humanidad, la criatura encuentra horror y disgusto. Frente a tal crueldad, el lector no puede evitar compartir su furia y su resentimiento: aunque no quiere hacer daño, su apariencia alcanza para convertirlo en un desgraciado marginado. Es privado de toda esperanza de amor y compañía, a pesar de no cargar con ninguna culpa. Así, el lector comienza lentamente a simpatizar con su deseo de vengarse, tanto de su creador como de la brutal humanidad como un todo. A medida que la novela avanza, dudamos cada vez más de quién es verdaderamente humano, ya que la narración en primera persona de la criatura revela tanto su propia humanidad como la monstruosidad oculta de su creador.
Capítulo XII
Resumen:
La criatura comienza recordando su profundo y atormentado deseo de hablar con los habitantes de la cabaña, quienes lo impresionan por su amabilidad y sencillez. Pero vacila, ya que teme incurrir en el mismo tipo de asco y crueldad que experimentó a manos de los aldeanos.
Al observar a la familia, descubre que sufren de gran pobreza. Los dos jóvenes son muy generosos con el anciano, y con frecuencia pasan hambre para que este pueda comer. La criatura, muy conmovida por esto, deja de robarles de su depósito de alimentos, a pesar de que él mismo tenga muchísima hambre. Comienza a cortarles la leña, para que el joven, cuyo nombre es Félix, ya no tenga que hacerlo.
La criatura pasa todo el invierno observando a la familia, y comienza a amarlos apasionadamente. Intenta aprender su lenguaje, que considera "una ciencia divina". Al principio, progresa poco. Cada acto de los habitantes, por más banal que sea, lo sorprende por su carácter milagroso: verlos leer en voz alta, tocar música, o simplemente hablar entre ellos, le encanta enormemente. Aunque se da cuenta de que son terriblemente infelices, no puede entender por qué: para él, la familia parece poseer todo lo que uno podría desear: un techo, un fuego y las glorias de la compañía humana.
Al ver su propio reflejo en un charco de agua, la criatura se vuelve aún más segura de que nunca conocerá esa felicidad: encuentra su propia cara monstruosa, capaz de inspirar únicamente miedo o disgusto. No obstante, sueña con ganarse el amor de la familia al dominar su idioma. De esta manera, espera poder revelarles la belleza y la dulzura de su alma.
Análisis:
Este capítulo detalla el profundo anhelo de la criatura de unirse a la sociedad humana. Él ignora por completo, al principio, los caminos de la humanidad, y debe aprender todo desde cero. En esencia, es aún un niño, con toda la inocencia y la capacidad de asombro que eso implica. Para él, los habitantes de la cabaña son como dioses y están bendecidos, a pesar de la extrema humildad de su existencia.
Al compararse con ellos, la criatura se siente como un monstruo: se sorprende de su propio reflejo, y casi no puede aceptarlo como propio. Al mismo tiempo, todavía sueña con ser aceptado en la sociedad humana e intenta dominar el lenguaje para inspirar el afecto y la confianza de la familia. El lector no puede dejar de compadecer a la criatura y preocuparse por ella: sabemos muy bien que la sociedad humana se niega obstinadamente a aceptar a quienes son diferentes, independientemente de la belleza de sus almas. Al final del capítulo, el lector solo puede esperar con inquietud el momento en que la criatura se presentará ante su amada familia.