Capítulo XXI
Resumen:
Víctor es llevado frente al magistrado, y varias personas atestiguan contra él. Un grupo de pescadores locales encontró a la víctima, un joven de unos veinticinco años. Cuando Víctor escucha que la víctima fue estrangulada, tiembla de ansiedad. Sabe que este es el modus operandi preferido de su criatura.
Al ver la agitación de Frankenstein, Kirwin, el magistrado, sugiere que se le muestre el cuerpo, para que el tribunal pueda juzgar su reacción. Frankenstein está bien compuesto mientras lo conducen hacia la habitación en la que se encuentra el cadáver, pues tiene una coartada incuestionable para el momento en que se encontró el cuerpo. Cuando entra en la cámara, se siente abrumado por el horror: la forma sin vida de Henry Clerval se encuentra ante él. Frankenstein se arroja sobre el cuerpo y casi se vuelve loco de pena y culpa. Es sacado de la sala con convulsiones.
Durante dos meses, Víctor está postrado en un delirio de fiebre y confusión. Grita que es un asesino y le ruega a sus asistentes que lo ayuden a detener al monstruo. A menudo se imagina que las manos del monstruo se cierran alrededor de su cuello.
Víctor anhela la muerte y su capacidad para sobrevivir una epidemia de tragedias le resulta amargamente irónica. Concluye que, después de todo, está "condenado a vivir".
Cuando Víctor sale finalmente de su delirio, descubre que una anciana de rostro sombrío ha estado visitándolo. Ella le dice que será severamente castigado por el asesinato que ha cometido, y que estaría mejor muerto. Parece disfrutar de su propio odio y crueldad. El médico enviado para examinar a Víctor es igualmente descuidado e insensible. Víctor piensa amargamente que ahora solo el verdugo está preocupado por su bienestar.
Frankenstein se entera de que el señor Kirwin ha sido muy amable con él durante su enfermedad. Es él quien le proporcionó a Víctor una habitación y un médico. El magistrado lo visita y le expresa su confianza en que se le quitará toda responsabilidad por el asesinato. Le dice a Víctor que "un amigo" ha venido a verlo. Pensando que es el monstruo, Víctor le pide que lo despida. El señor Kirwin, muy sorprendido por este arrebato, le informa severamente que el visitante es su padre. La noticia llena a Víctor de alegría.
Inmediatamente pregunta si Elizabeth y Ernest están bien, y el viejo Frankenstein le asegura que sí. Ante la mención de Clerval, Víctor llora y exclama que un horrible destino se cierne sobre su cabeza.
La presencia de su padre es como la de un "ángel de la guarda" para Víctor. Poco a poco, comienza a recuperar su salud. A menudo desea haber muerto, pero imagina que es una fuerza oscura la que lo mantiene vivo, para que su trágico destino se pueda cumplir.
Aunque Víctor es absuelto de todos los cargos, afirma: "El cáliz de mi vida se había emponzoñado para siempre". Su padre intenta animarlo, en vano, mientras Víctor sufre de una melancolía insuperable. Está constantemente bajo observación para evitar que se quite la vida.
Finalmente, Víctor decide triunfar sobre la "desesperación egoísta" para regresar a Ginebra y proteger al resto de su familia. Aunque su padre desea posponer el viaje hasta que se haya recuperado de su melancolía, no logra disuadirlo. Víctor no puede dormir sin la ayuda del láudano (un tranquilizante), y es atormentado con frecuencia por pesadillas en las que su criatura lo estrangula.
Análisis:
Hay una cierta ironía en el hecho de que Víctor haya sido absuelto por el asesinato. Por un lado, él es responsable de la muerte de Henry, en la medida en que fue él quien creó al monstruo. Por el otro, la noche en cuestión estaba de hecho cometiendo un asesinato (de algún tipo): recuérdese que estaba desechando los restos de su creación femenina en el mar mientras el monstruo estaba estrangulando a su amigo. Podría decirse que Víctor asesinó a esa segunda criatura, y que la muerte de Henry es su castigo por lo que hizo.
La existencia de la criatura es un secreto cada vez más difícil de soportar para Víctor: se acusa a sí mismo por el asesinato (aunque en un estado de semi-conciencia) y le dice a su padre que hay un destino de pesadilla que aún no se ha cumplido. Víctor anhela superar la barrera que significa ese secreto, y que se ha erigido entre él y el resto de la humanidad. Aquí podemos ver que ha abandonado su egoísmo anterior: aunque a menudo anhela la muerte, se obliga a sí mismo a superar este impulso egoísta con la esperanza de alejar al resto de su familia del peligro.
La muerte de Clerval sirve como símbolo de la muerte del último idealismo romántico de Frankenstein. Fue Henry quien lo ayudó a enfocarse en el mundo más allá del alcance de la ciencia, y fue también él quien le permitió deleitarse con los placeres simples de la naturaleza. Víctor se ve ahora privado incluso de esa alegría, puesto que ya no tiene el privilegio de ver el mundo a través de los ojos de Clerval. Con cada nuevo asesinato, también muere un pedazo de Frankenstein. Está cada vez más destrozado, y es atormentado por ataques de histeria y fiebre. Sin embargo, cada uno de sus intentos de desvanecerse, sea con la muerte o la locura, se ve frustrado: Víctor está "condenado" a permanecer vivo hasta que su destino se haya completado.
Capítulo XXII
Resumen:
Víctor y su padre se ven obligados a detenerse en París, ya que Víctor está demasiado débil para continuar el viaje. Su padre lo exhorta a tomar consuelo en la sociedad. Víctor, sin embargo, no puede hacerlo: la compañía de las personas le resulta abominable. Aunque está lleno de un gran e indiscriminado amor por la humanidad, y siente que los humanos son "criaturas de angélica naturaleza y celestial mecanismo", no se siente a sí mismo digno de compartir su trato. Él ha creado un ser que se deleita derramando sangre y, por lo tanto, merece solo odio y rechazo.
Víctor le dice a su padre que él es el verdadero arquitecto de todas las catástrofes que les han sucedido, pero Alphonse atribuye su confesión al delirio. Cuando le ruega que no diga cosas tan terribles, Víctor responde que con mucho gusto habría muerto en lugar de las víctimas, pero que no podía sacrificar a toda la humanidad para salvar a los que amaba. Finalmente, Frankenstein es capaz (aunque forzándose con "la más extrema violencia") de controlar su deseo de confesarle su culpa al mundo.
Recibe una carta de Elizabeth, que dice que tiene muchos deseos de verlo. Lamenta que él haya sufrido tan terriblemente, y le dice que si su infelicidad está relacionada de alguna manera con su inminente matrimonio, ella lo dejará dignamente en los brazos de otra.
Víctor recuerda la amenaza de la criatura de que estará con él en su noche de bodas. Decide que si la criatura logra asesinarlo, por fin estará en paz. Si, en cambio, triunfa, podrá disfrutar de la libertad y de su vida con Elizabeth.
Como Frankenstein quiere complacer desesperadamente tanto a Elizabeth como a su padre, decide que no demorará el matrimonio más de lo necesario: después de todo, la criatura ha demostrado, mediante el asesinato de Clerval, que no se mantendrá alejado de la violencia antes de la fatídica boda.
En Ginebra, Víctor encuentra a Elizabeth muy cambiada por todo lo que ha sucedido. Ha perdido la vivacidad de su juventud, pero Víctor la considera, en su nueva compasión y gentileza, una compañera aún más adecuada "para un ser maldito y desgraciado" como él.
A menudo siente que sucumbirá a la locura. En esos momentos, solo Elizabeth puede calmarlo. Frankenstein le promete que le revelará el motivo de su desdicha el día después de su boda.
Su padre le insta a dejar ir su infelicidad. A pesar de que su círculo se ha reducido, estarán unido más estrechamente por la desgracia compartida y, con el tiempo, nacerán "nuevos seres a los que amar", que reemplazarán lo que han perdido.
Víctor y Elizabeth esperan su unión con placer y aprensión. Se hacen los preparativos necesarios, y la pareja se decide por una luna de miel en las orillas del lago Como, en Italia. Víctor toma una serie de precauciones para protegerse a sí mismo y a su amada: se acostumbra a llevar pistolas y dagas a donde quiera que vaya.
A medida que se acerca el día de la boda, la amenaza parece ser casi una ilusión. Víctor se permite creer que el matrimonio funcionará realmente, y que por fin conocerá la felicidad. Elizabeth parece alegre, pero el día que debe celebrarse la boda se muestra llena de melancolía. Víctor considera entonces su tristeza como un presentimiento del mal, e imagina que a ella le preocupa descubrir la razón de su desdicha.
Todo es perfecto el día de la boda. Es el último día feliz en la vida de Víctor. Cuando desembarcan en las orillas de Como, tanto Elizabeth como Víctor se ven abrumados por una sensación de presagio inexplicable.
Análisis:
El apresuramiento de la boda de Víctor es indicativo de su frenético deseo de crear una ilusión de orden y tranquilidad para su familia. El narrador se compromete a no "demorar una sola hora". Su urgencia llena al lector de una aprensión casi insoportable, ya que nos damos cuenta de que Víctor se está precipitando hacia la consumación de su horrible destino. Para Alphonse y Elizabeth (e incluso, en cierta medida, para el propio Víctor), el evento parece ser un medio para salvaguardar el futuro. Elizabeth y Alphonse se aferran a la idea del matrimonio como a una balsa en el mar: esperan salvar algo de felicidad en medio de una tragedia constante y sin sentido.
Elizabeth, por su parte, encuentra que su alegría se mezcla con un inexplicable presentimiento de desgracia. De esta manera, Shelley presagia su perdición. Víctor parece haber perdido temporalmente la capacidad de razonar: la decisión de casarse a pesar de la amenaza de la criatura es casi ridícula por su imprudencia. Al contarle la historia a Walton, destaca que la criatura, "como dotado de una fuerza mágica", lo tuvo ciego en cuanto a sus verdaderas intenciones. En este punto de la novela, la criatura ha adquirido proporciones sobrenaturales: es como si fuera la ira desatada del infierno. Así, las armas terrenales que Frankenstein lleva para protegerse contra la criatura parecen inútiles en extremo.
Significativamente, Frankenstein se compara a sí mismo y a Elizabeth con Adán y Eva. Dice que sus "sueños paradisíacos de gozo y amor" se ven frustrados al darse cuenta de que él "había mordido la manzana", y que "el brazo del ángel" lo expulsaba de toda esperanza. Esta alusión bíblica tiene una serie de ramificaciones. La manzana que Eva comió vino del Árbol del Conocimiento, que Dios les había prohibido tocar. Fue por su curiosidad que las primeras personas fueron expulsadas del Paraíso. Del mismo modo, la desgracia de Frankenstein le sobrevino como resultado de su gran curiosidad científica y su deseo de desafiar la obra de Dios.
Frankenstein está alineado tanto con Adán como con Eva, e, implícitamente, con la propia criatura: recuérdese que la criatura se comparó brevemente con Adán durante su lectura de El Paraíso perdido. Curiosamente, esta metáfora también sirve para poner a la criatura en el lugar de Dios y también del ángel, posicionándose así como el creador del propio Frankenstein. Sus roles están ahora invertidos.
Capítulo XXIII
Resumen:
Ya es de noche cuando Víctor y Elizabeth desembarcan en las costas de Como. El viento se levanta con repentina violencia, y Frankenstein se pone cada vez más ansioso: está seguro de que él o su criatura morirán esa noche. Elizabeth, al ver su agitación, le implora que le diga qué es lo que teme. Aunque intenta consolarla, no puede responder a su pregunta: solo le dice que es una noche espantosa.
Con la esperanza de ocultarla de la vista del monstruo, Víctor le pide a Elizabeth que se retire a su habitación. Ella obedece, y Víctor recorre los pasillos de la casa, buscando cualquier rastro del monstruo. Por fin, oye un grito espantoso. Demasiado tarde, Víctor se da cuenta de lo terrible de su error.
Al entrar en el dormitorio, encuentra a Elizabeth tumbada sobre la cama, su ropa y sus cabellos desarreglados. Las huellas de los dedos del monstruo todavía están frescas en su cuello. Incapaz de tolerar la conmoción, Víctor se derrumba.
Cuando revive, se ve rodeado por la gente de la posada. Se escapa de la multitud y se dirige a la habitación en la que yace el cadáver de Elizabeth. Cae sobre su cuerpo y lo toma en sus brazos. Angustiado por un dolor indescriptible, levanta la vista para ver al monstruo sonriéndole a través de la ventana. Víctor le dispara con su pistola, pero la criatura lo elude.
Frankenstein alerta a los otros huéspedes de la presencia del asesino, y tratan en vano de detenerlo. Aunque anhela ayudarlos en la búsqueda, Víctor está muy débil como resultado de su conmoción y desdicha. Es llevado, apenas consciente, a su cama. Al darse cuenta de que no sabe si su padre y su hermano están a salvo, Víctor reúne todas sus fuerzas y viaja a Ginebra. En el viaje, reflexiona que ha perdido toda esperanza de felicidad futura. Ningún ser en toda la creación es tan miserable como él.
Aunque tanto Alphonse como Ernest están a salvo cuando Víctor llega, el primero muere pronto, al enterarse de la muerte de Elizabeth. Víctor no tiene memoria alguna de lo que siguió inmediatamente después de la muerte de su padre. Más tarde se enteró de que estuvo en un manicomio miserable, habiendo sido diagnosticado loco.
Tras su liberación, Víctor está obsesionado con la idea de vengarse de su criatura. Visita a un magistrado para pedir la ayuda de la ley para detener a la criatura. Aunque el oficial escucha con atención, está claro que solo cree a medias la historia salvaje de Frankenstein. Le dice, bastante razonablemente, que sería casi imposible perseguir a un ser sobrehumano de la clase que ha descrito. Frankenstein se enfurece y jura que dedicará el resto de su vida a la destrucción de la criatura. Reconoce su deseo de venganza como un vicio, pero dice que, en su desgraciado estado, es la única pasión que le devora el alma.
Análisis:
Una vez más, el paisaje natural presagia la violencia inminente: a la llegada de los Frankensteins, el viento en Como se agita y surge una tormenta. Como era de esperar, la naturaleza ha perdido su poder tranquilizador. Ahora refleja el caos y la oscuridad que lleva Víctor.
Hay una gran ironía en la incapacidad de Víctor para reconocer las verdaderas intenciones del monstruo. El lector sabe que es Elizabeth, y no Frankenstein, quien se verá más afectada por la ira del monstruo. El horror de Víctor ante su error resulta así ciertamente patético. La culpa que siente por la muerte de Elizabeth es doble: creó a su destructor y la dejó completamente desprotegida en el momento de su muerte.
Víctor es ahora indistinguible de su criatura: ambos están completamente abandonados, sin amor, solos. Ambos se sostienen únicamente por su deseo de vengarse del otro. En su odio mutuo están más unidos que nunca.
Capítulo XXIV
Resumen:
Frankenstein ha perdido la capacidad de pensamiento voluntario: toda su conciencia está ocupada por fantasías de venganza. Resuelve abandonar Ginebra para siempre, porque se ha vuelto odiosa para él en ausencia de sus seres queridos. Toma una suma de dinero y las joyas de su madre, y se va en busca del monstruo.
Antes de salir de Ginebra, sin embargo, visita las tumbas de su familia. Besa la tierra y jura vengar sus muertes: apela a los "ministros errabundos de la venganza" y a los espíritus de los muertos para que lo ayuden en su venganza. De repente, Víctor escucha una "tremenda carcajada", como si el mismo infierno se estuviera burlando de él. Desde la oscuridad, la criatura susurra que se alegra de que Frankenstein haya decidido vivir.
Durante meses, Víctor persigue a la criatura por la mayor parte de la tierra. A veces es guiado en su búsqueda por campesinos que se han asustado por la horrible aparición. En otras ocasiones, la criatura misma deja a Frankenstein alguna pista de su paradero, para que Víctor no se desespere y abandone así su búsqueda. Víctor siente que un espíritu lo protege a lo largo de este viaje. Solo él lo salva de la muerte. Ha llegado a despreciar su vida, y solo encuentra refugio en los sueños: es en ellos en los que vuelve a estar entre sus amados muertos.
La criatura deja mensajes burlones en árboles y piedras, para recordar a su creador el poder absoluto que tiene sobre él. Le proporciona comida y le aconseja que se prepare para el frío intolerable del norte: es en estas tierras heladas adonde la criatura tiene la intención de guiarlo. Aunque Frankenstein sabe que este viaje final significará una muerte segura, persigue al monstruo sin dudarlo.
Al ver a la criatura atravesar el hielo en un trineo de perros, Frankenstein llora lágrimas de esperanza y alegría. Cuando está a punto de alcanzarlo, sin embargo, pierde inexplicablemente todo rastro de él. Poco después, el hielo se rompe y Víctor queda a la deriva sobre un témpano escarpado. Está al borde de la muerte cuando el barco de Walton aparece en la distancia.
Aunque Víctor desea la paz que le traerá la muerte, desprecia la idea de morir con su tarea incumplida. Le ruega a Walton que mate a la criatura si se le aparece, sin importar cuán elocuente y persuasivo parezca.
Walton recuerda con cariño el rostro de Víctor, sus expresiones cambiantes. Recuerda cómo "sus bellos ojos" estaban, por turnos, encendidos de indignación o apagados por el dolor y la tristeza. Walton es extremadamente curioso en cuanto a cómo Víctor pudo generar vida. Cuando le pregunta, sin embargo, Víctor se agita en extremo. Le pide a Walton que aprenda de sus miserias, en lugar de esforzarse por crear otras nuevas. Le dice que "como el arcángel que aspiró a la omnipotencia" (es decir, Satanás), está "condenado al infierno eterno".
Al darse cuenta de que Walton ha estado escribiendo su historia, Frankenstein la corrige y la extiende. Destaca primordialmente que no quiere que "quede mutilado, por si pasa a la posteridad". Con cada conversación sucesiva, Walton siente un afecto cada vez mayor por Víctor, cuya elocuencia y erudición nunca dejan de impresionarlo: siente que ha encontrado al amado amigo que siempre ha estado buscando. Víctor le agradece su afecto, pero le dice que ningún nuevo lazo puede reemplazar los que perdió.
En cartas subsiguientes a su hermana, Walton escribe sobre el grave peligro en el que se encuentran él y su tripulación. Montañas de hielo los rodean, y no está claro si podrán liberarse. Si, por un milagro, se salvan de la muerte, la tripulación quiere regresar a Inglaterra. Muchos de ellos ya han muerto de frío y congelación.
Walton duda, reacio a conceder su petición. A pesar de estar en un estado semiconsciente, Víctor recobra suficientes fuerzas para reprender a los hombres por su deseo de abandonar su gloriosa expedición. Les dice que serán "glorificados como los de aquellos que se enfrentaron a la muerte para honor y beneficio de la humanidad" si continúan con su expedición; dar la vuelta sería pura cobardía, impropia de un hombre. Los hombres se muestran incapaces de responderle, y Víctor vuelve a dormirse.
Sin embargo, los hombres se mantienen firmes en sus demandas, y Walton consiente en regresar a Inglaterra. Está amargamente decepcionado por haber perdido sus sueños de gloria. Cuando Walton le informa a Frankenstein que está decidido a dirigirse al sur, Víctor dice que él, a diferencia de Walton, no abandonará su búsqueda. Intenta salir de la cama, pero está demasiado débil para hacerlo. El médico dice que solo le quedan unas pocas horas de vida.
En su lecho de muerte, Víctor dice reconocer que su conducta pasada no es censurable. Le ruega a Walton que persiga la destrucción de la criatura después de su muerte. En un raro momento de cordura, le dice al joven capitán que evite la ambición. Solo un momento después, sin embargo, reconsidera lo dicho, y dice que Walton puede tener éxito donde él mismo fracasó. Con eso, muere.
Esa misma medianoche, la criatura entra en el barco para ver el cuerpo de su creador muerto. Emite exclamaciones de pena y horror, pero intenta escapar cuando Walton entra en la cámara. Walton le pide que se quede. La criatura, vencida por la emoción, dice que Víctor también es su víctima, y le pide a Frankenstein que lo perdone por sus crímenes. A pesar de todo lo que ha ocurrido entre ellos, la criatura aún alberga amor por su creador.
Walton considera a la criatura con una mezcla de curiosidad y compasión, pero no puede consolarlo. La criatura dice que le causó agonía cometer sus crímenes, ya que su corazón "estaba hecho para el amor y la simpatía". Solo su enorme desdicha lo llevó al vicio y al odio. Aunque conmovido por el remordimiento de la criatura, Walton todavía siente una gran indignación por sus crímenes. Le dice a la criatura: "Arrojas la antorcha sobre un montón de edificios y, una vez consumidos todos, te sientas entre sus ruinas a lamentar su derrumbamiento".
La criatura afirma lastimosamente que no esperaba encontrar ninguna simpatía en Walton, sino que está contento de sufrir solo. No puede creer que es el mismo ser que alguna vez soñó con una belleza sublime y una bondad trascendente: ahora "ángel caído se convierte en demonio de maldad". Se pregunta por qué Walton no desprecia a Félix, o al campesino que intentó matar a quien salvó la vida de su hija. El monstruo se siente como "un aborto al que hay que despreciar y arrojar y pisotear". Sin embargo, el desprecio de Walton hacia la criatura no puede igualarse al que la criatura siente por sí misma. El monstruo dice que se lanzará sobre una pira funeraria, y así se salvará de la enormidad de su remordimiento. Con eso, abandona el barco, "perdiéndose en la oscura lejanía".
Análisis:
Por extraño que parezca, este capítulo final de la narración de Víctor, en el que está sufriendo un declive, lo encuentra más dinámico de lo que jamás ha estado tras su primer experimento. La venganza lo vigoriza, lo intoxica: la alegría que siente al ver el trineo de la criatura marca la primera instancia de felicidad en innumerables meses.
Frankenstein se libera de su prisión de culpa, optando en cambio por encerrarse en la ira. En cierto sentido, la criatura ha logrado, finalmente, obtener la compañía que siempre deseó. Frankenstein está condenado a compartir la vida de la criatura y seguirlo adonde quiera que vaya: ambos están ahora tan cerca como padre e hijo, o amante y amado. Ya no importa quién ocupa qué posición: cada uno refleja la obsesión del otro.
La persecución parece casi infantil: la criatura se burla de su creador, y Frankenstein lo persigue sin tener en cuenta el sentido o la razón. En todo caso, le ofrece a Frankenstein un desafío: una vez más hace surgir el deseo de conquista que motivó sus esfuerzos científicos. La criatura es su amo, su líder y su fuerza animadora. Ahora es el monstruo el que le da vida a su creador: sin su deseo de venganza Frankenstein habría muerto, seguramente, mucho tiempo atrás.
En su lecho muerte, Frankenstein parece no haber aprendido nada de sus sufrimientos. Todavía quiere que la posteridad lo recuerde y venere, como lo indica su ampliación de las notas de Walton sobre su historia. Él también le ordena a los hombres de Walton que continúen su expedición, poniendo en peligro sus propias vidas y las de sus compañeros. Está claro que la búsqueda de la fama y la gloria es todavía lo más importante para él. Recuérdese que él también anhelaba "beneficiar a la especie" a través de la empresa científica, y que el resultado fue la criatura, y todos los estragos que ésta llevó a cabo.
Incluso en el momento de su muerte, Víctor muestra un egoísmo incomparable: le pide a Walton que continúe la búsqueda de venganza que ha llevado al propio Víctor a la ruina, y le dice que no debe abandonar sus grandes ambiciones. Aunque lo compadecemos por todo lo que ha perdido, Frankenstein sigue siendo irremisiblemente arrogante, y parece considerar que la vida humana es, en última instancia, menos valiosa que un proyecto pionero. Walton, por su parte, ha aprendido poco del relato de Frankenstein: lo consume la curiosidad sobre cómo se puede generar vida, y lamenta amargamente la finalización de su viaje.
Es importante notar que tanto Frankenstein como su criatura se comparan con Satanás en este capítulo final: ambos sienten que han caído desde lo más alto para terminar en la ruina y la decadencia. Una vez más, están indisolublemente vinculados: es como si se hubieran convertido en la misma persona. Por lo tanto, es lógico que la criatura muera una vez que Frankenstein haya muerto: ha perdido su principio animador, la persona que hizo que su vida valiera la pena.
Descubrimos que la criatura no ha disfrutado sus crímenes. En cambio, fueron para él repugnantes, y está destrozado (tanto como su creador) por la culpa y el odio a sí mismo. Se describe a sí mismo por última vez como un "aborto", una metáfora que es de la mayor importancia: la criatura no siente que haya vivido realmente. Como un niño abortado, no fue deseado por su padre y nunca se le permitió desarrollarse completamente: es un monstruo, no es del todo humano, pero con la capacidad de serlo. Esta criatura, de la que se dice que lleva el infierno en sí misma, elige morir en el fuego. De esta manera, podrá destruir completamente el cuerpo que tan odiado fue por tantas personas.