Capítulo XIII
Resumen:
Al comienzo de la primavera, aparece en la cabaña familiar una joven de exquisita belleza y apariencia exótica. Félix está encantado de verla, le besa las manos y se refiere a ella como su "dulce árabe". Más tarde, la criatura se entera de que su verdadero nombre es Safie.
La criatura nota que su lenguaje es diferente al de la familia, y que los cuatro humanos tienen grandes dificultades para entenderse unos a otros. Se comunican en gran parte a través de gestos que la criatura, al principio, no puede interpretar. Pronto se da cuenta, sin embargo, de que la familia está tratando de enseñarle a Safie su idioma. Él participa secretamente de sus lecciones y, de esta manera, finalmente comienza a dominar el arte de hablar.
El libro que utilizan para las lecciones de Safie, llamado Las ruinas de Palmira, proporciona a la criatura ciertos conocimientos de historia. Continúa con el aprendizaje de los hábitos, las formas de gobierno y las religiones del hombre moderno, y llora por las atrocidades que cometen los seres humanos. Al enterarse de la obsesión del hombre con la riqueza y la clase, la criatura se aparta con disgusto, y se pregunta qué lugar puede tener entre esas personas, no poseyendo propiedad alguna y desconociendo absolutamente las circunstancias de su nacimiento.
La criatura maldice sus nuevos conocimientos, que han provocado que se considere un monstruo y un marginado. Se desespera ante la posibilidad de acercarse a su amada familia, seguro de que retrocederían ante su horrible aspecto. Al final del capítulo, no tiene amigos ni ningún tipo de afecto, y ha perdido casi toda esperanza.
Análisis:
El lenguaje del Capítulo XIII es extremadamente barroco, y otorga al paisaje una calidad romántica e irreal: el campo resplandece de "hermosísimas flores y verdor", y hay "mil perfumes deliciosos y visiones bellas"; el cabello de Safie no es meramente oscuro, sino "negro y brillante como el plumaje de un cuervo". Este tipo de dicción eleva eventos aparentemente ordinarios al nivel de lo espectacular: revela hasta qué punto la criatura idealiza a la familia y todo lo que está asociado con ella. Los venera, y anhela su amor y aceptación. La humanidad esencial de la criatura ahora se evidencia: siente simpatía, afecto y deseo; es sensible a la apreciación estética (como puede observarse cuando disfruta la música de la familia); ha dominado el lenguaje, y es capaz de reflexionar y analizarse a sí mismo.
Al referirse a Las ruinas de Palmira, Shelley recuerda sutilmente al lector las formas en que la humanidad misma es monstruosa: las personas cometen indescriptibles actos de violencia indecible contra otros, y explotan a quienes no poseen las triviales virtudes del dinero y la pertenencia a una familia noble. El horror que siente la criatura ante estas revelaciones da cuenta de su bondad esencial, y sirve también para hacer eco del horrorizado disgusto con el que los aldeanos reaccionaron ante la deformidad de la criatura. Una vez más, Shelley nos obliga aquí a reconsiderar la cuestión de la monstruosidad: parece que es el egoísta y negligente Frankenstein, mucho más que su dolorida creación, quien realmente merece ser llamado monstruo.
Con el rechazo de la criatura de su propio conocimiento, él y Frankenstein se alinean más estrechamente en la mente del lector. De hecho, son casi indistinguibles. Creador y creado se convierten en marginados por lo que saben, y nada anhelan más apasionadamente que la inocencia perdida.
Capítulo XIV
Resumen:
Transcurre algún tiempo antes de que la criatura aprenda la historia de la familia. Su apellido es De Lacey, y son los últimos miembros de una noble familia francesa. Solo unos meses antes vivían en París, donde estaban rodeados de lujo y de una interesante camarilla de amigos y conocidos. Sin embargo, sufrieron una gran desgracia que los obligó a exiliarse.
La causa de esta desgraciada turbulencia fue el padre de Safie, un rico comerciante turco que fue encarcelado injustamente por el gobierno parisino. Todo París sabía que el racismo y el odio a la fe islámica del comerciante eran la verdadera causa de su encarcelamiento. Félix, consternado por esta injusticia, fue a la celda del comerciante y se comprometió a hacer todo lo posible para liberarlo. Para alentar al joven, el comerciante le prometió la mano de su hermosa hija. Los dos jóvenes se enamoraron inmediatamente al verse, y esperaban ansiosamente la unión.
Sin embargo, el comerciante detestaba la idea de que su querida hija se casara con un cristiano y concibió un plan para traicionar a Félix y llevarse a su hija a Turquía. Safie, por su parte, no deseaba regresar a su país natal: su madre era cristiana y anhelaba la mayor libertad que las mujeres tenían en los países de Europa.
Félix liberó al comerciante la noche antes de su programada ejecución. Mientras conducía a los dos fugitivos por el campo francés, el gobierno local encerró a Agatha y al anciano De Lacey en prisión. Al enterarse de esto, Félix decidió regresar inmediatamente a Francia, y le pidió al comerciante que alojara a Safie en Italia hasta que pudiera reunirse allí con ella.
En París, los De Lacey fueron despojados de su ancestral fortuna y condenados a vivir en el exilio por el resto de sus vidas. El traicionero mercader no hizo nada para ayudarlos, y de esta manera los De Lacey terminaron viviendo en la miserable cabaña alemana en la que la criatura los encontró.
El comerciante, temeroso de ser detenido, se vio obligado a huir repentinamente de Italia. En ausencia de su padre, Safie decidió viajar rápidamente a Alemania, donde se reunió con su amante.
Análisis:
La criatura introduce este capítulo como "la historia de mis amigos", revelando su profundo apego a la familia y la meticulosa atención que prestó a cada palabra que dijeron. Le dice a Frankenstein que transcribió las cartas que intercambiaron Félix y Safie, y escribió la historia de la familia para recordarla con mayor precisión. Está claro que considera la historia del mundo y la historia de los De Lacey igualmente importantes.
La historia de los De Lacey ilustra tanto la bondad como la maldad de las que la humanidad es capaz, y, lo que es más importante, muestra cómo cada persona puede ser capaz de una y de otra. El fuerte sentido de justicia de Félix lo lleva a ayudar al comerciante, y su amor por su familia lo lleva de vuelta a París, aún sabiendo que enfrentará un duro castigo. Por el contrario, el comerciante, víctima él mismo del fanatismo y el odio, traiciona al hombre que arriesgó su vida para ayudarlo. La criatura se encuentra así con los dos aspectos contrarios de la naturaleza humana.
Por supuesto, la representación de Shelley del comerciante musulmán como mentiroso y engañoso es, en sí misma, un ejemplo de racismo del siglo XIX. De la misma manera, se presume que la nobleza de espíritu de Safie proviene de su madre cristiana. Lo que subyace aquí es el supuesto de que los musulmanes, y los turcos en particular, son incapaces de bondad humana.
Capítulo XV
Resumen:
De la historia de la familia, la criatura aprende a admirar la virtud y a despreciar el vicio. Su educación se ve muy favorecida por el descubrimiento de un bolso de cuero abandonado, en el que encuentra tres libros: El paraíso perdido, de Milton, Las vidas de Plutarco y Las penas del joven Werther, de Goethe. Considera estos libros sus tesoros, y son de una importancia infinita para él: lo transportan alternativamente al éxtasis más elevado y a la desesperación más aplastante.
La criatura está cautivada con las meditaciones de Werther sobre la muerte y el suicidio, con el elevado respeto de Plutarco por los héroes de generaciones pasadas y con los grandes temas presentados en El paraíso perdido. Lee todos los libros como si fueran historias reales, y considera que la historia de Milton sobre la lucha entre Dios y sus creaciones es absolutamente verídica. En su mente, la historia bíblica define la suya propia. Sin embargo, no se ve a sí mismo como Adán, sino como Satanás: a diferencia de Adán, está solo, sin un Creador que lo proteja o una Eva que lo sostenga. Es un desgraciado lleno de envidia y un absoluto marginado.
Poco después del descubrimiento de los libros, la criatura encuentra el diario de laboratorio de Frankenstein. De él aprende las circunstancias de su creación. Maldice a su creador y el día que recibió la vida. Se aflige por su horroroso aspecto y se desespera ante la idea de nunca encontrar compañía humana. La criatura refleja amargamente que incluso Satanás es más afortunado que él, ya que, al menos, está rodeado de demonios para consolarlo. Él, por el contrario, no tiene a nadie, y su creciente conocimiento solo sirve para hacerlo más consciente de su desdicha. Aún puede conservar la esperanza, sin embargo, de que la familia que ama reconozca sus virtudes más allá de su deformidad... si solo pudiera acercarse a hablar con ellos.
Con la llegada del invierno, la criatura finalmente decide hablar con la familia: saca la conclusión de que es digno de amor y bondad, y de que los De Lacey son lo suficientemente compasivos como para brindárselos. Decide hablar con el padre en un momento en que los otros miembros de la familia estén ausentes. El anciano, que es ciego, podrá apreciar mejor la dulzura de su discurso y la genuina bondad de su corazón. Los jóvenes, por el contrario, se horrorizarían al verlo. Espera entonces ganar su confianza obteniendo primero la del respetado anciano.
A pesar de verse casi completamente paralizada por el miedo al rechazo, la criatura finalmente reúne todo su coraje y llama a la puerta de los De Lacey. Después de un tenso silencio, la criatura descubre su alma frente al anciano: le dice que es un desdichado y que los De Lacey son sus únicos amigos en todo el mundo. De Lacey se asombra, pero Safie, Félix y Agatha irrumpen en la casa antes de que pueda responder a la súplica de la criatura. Las mujeres gritan de terror, y Félix, en un "arrebato de furia", lo golpea violentamente con su bastón. La criatura, con el corazón aún lleno de amor por los De Lacey, no puede tomar represalias. En cambio, huye de la cabaña y se refugia en su cobertizo.
Análisis:
El descubrimiento de la criatura del bolso de libros es uno de los eventos más significativos de la novela. Las penas del joven Werther y El paraíso perdido son posiblemente dos de los mejores libros de la historia de la literatura mundial: son ejemplos de la belleza más alta que la humanidad es capaz de producir. Del mismo modo, Las vidas de Plutarco exaltan la obra de los héroes, proporcionando así otra ilustración de la virtud y los logros humanos.
Mientras que el bolso impulsa el conocimiento de la criatura sobre la civilización y los triunfos y sufrimientos de los hombres, también le enseña, en sus propias palabras, "a admirar sus virtudes y a reprobar los vicios de la humanidad". Uno podría decir que esto se trata de una educación moral, es decir, la criatura aprende a distinguir el bien y el mal, y a considerar que lo primero es preferible a lo segundo. El paraíso perdido es el más importante de los tres libros con respecto al creciente sentido de moral de la criatura. El poema de Milton se ocupa de la lucha entre Dios y el Diablo, que es, al menos en la imaginación occidental, la batalla más importante y épica entre las fuerzas del bien y del mal.
El hecho de que la criatura considere los libros (ficcionales todos ellos) como historias verídicas da cuenta de que su credulidad e inocencia infantiles han sobrevivido a su sufrimiento. Y sin embargo, los libros mismos destruyen esa inocencia: a través de ellos siente la tragedia de su situación por primera vez. Siente que ha sido abandonado, y no puede decidir si se parece más a Adán o a Satanás: se queda con este último porque es quien más ha sido marginado, quien no tiene guía ni protección.
La lucha entre el bien y el mal descrita en El paraíso perdido es también una alegoría de la lucha dentro de cada ser humano, y dentro de la criatura misma. En este punto de la narración, los impulsos en conflicto compiten entre sí por el alma de la criatura: ¿se comportará como un hombre o como un monstruo?
Al final del capítulo, el lector no está seguro de cuál de sus impulsos prevalecerá. Mientras Félix lo está golpeando sin piedad, la criatura no puede levantar su mano contra él: de esta manera, el lector ve la humanidad innata de la criatura. Si luego se comporta como un monstruo, el lector no puede dejar de entender por qué: ha sido terriblemente maltratado y abusado por aquellas personas a quienes amaba y en quienes más confiaba. A pesar de su bondad esencial, es odiado, por lo que solo puede responder odiando a la humanidad.
Capítulo XVI
Resumen:
La criatura maldice a su creador por haberle dado vida. Solo su ira y su deseo de venganza le impiden quitarse la vida: anhela "sembrar el estrago y la destrucción a mi alrededor, y luego sentarme a gozar en aquella ruina".
Se tumba lleno de desesperación y, en ese momento, declara la guerra a toda la humanidad, por su insensibilidad y crueldad. Jura vengarse de su creador, el hombre que lo hundió "en esta insoportable desventura".
Con la llegada de la mañana, la criatura se permite conservar la esperanza de que no todo está perdido: tal vez aún pueda hacerse querer por el anciano De Lacey y así hacer las paces con sus hijos. Cuando regresa a la cabaña, sin embargo, la encuentra vacía. Espera, torturado por la ansiedad, hasta que Félix aparece finalmente en compañía de un extraño. De la conversación que tienen se entera de que los De Lacey han decidido abandonar la cabaña por temor a su regreso.
La criatura no puede creer que sus protectores, su única conexión con la humanidad, lo hayan abandonado. Pasa el resto del día en su cobertizo, llorando y contemplando febrilmente la venganza que llevará a cabo contra la humanidad. Por la mañana, abrumado por la furia, quema la cabaña para dar rienda suelta a su ira.
La criatura decide viajar a Ginebra para vengarse de su creador. El viaje es largo y arduo, y el clima se ha vuelto muy frío. Aunque principalmente viaja de noche, para evitar ser descubierto, se permite viajar durante el día uno de los primeros días de primavera. El nuevo calor lo tranquiliza, y la luz del sol reaviva algo de su anterior dulzura. Por unos momentos preciosos, la criatura se atreve a ser feliz.
En un momento, una niña viene corriendo por el bosque y se esconde debajo de un ciprés. Mientras la mira, ella tropieza repentinamente y se cae al agua, que se mueve rápidamente. La criatura, sin pensarlo, salta y la rescata de una muerte segura. Mientras intenta reanimarla, un campesino (presumiblemente el padre de la niña) se la arrebata y le dispara cuando intenta seguirlos. La criatura contempla amargamente esta recompensa por su gesto de benevolencia, y es acosado por un nuevo e incluso mayor odio a la humanidad.
Poco después, llega a Ginebra. Una vez más, un niño pasa corriendo por su escondite en medio del bosque. La criatura especula que el niño es todavía demasiado pequeño para sentir odio por su deformidad. Coge el brazo del niño mientras corre, pero entonces el niño grita de terror y lucha por alejarse. Llama a la criatura "monstruo repugnante" y dice que su padre, M. Frankenstein, lo castigará. Al escuchar el nombre de Frankenstein, la criatura, enfurecida, lo estrangula. Siente un "triunfo infernal" ante la muerte del niño, y deduce que su despreciable creador es, después de todo, vulnerable.
La criatura toma el collar que llevaba el niño, ya que encuentra la imagen de Caroline exquisitamente hermosa. Al mismo tiempo, esta misma imagen lo llena de furia, porque nadie lo verá con la bondad divina que ve en los ojos de Caroline.
Buscando un escondite, entra en un granero cercano y encuentra a Justine durmiendo dentro. Su belleza también lo transporta al éxtasis y lo llena de amarga desesperación, ya que nunca conocerá los placeres del amor. De repente, aterrorizado por la posibilidad de que ella se despierte y lo denuncie como el asesino, coloca el collar con el retrato de Caroline en el vestido de Justine: ella, y no él, será castigada por el asesinato. En su locura, la criatura piensa que es la belleza inaccesible de personas como Justine lo que hizo que matara a William. Por lo tanto, es justo que ella deba expiar el crimen.
Al final de su relato, la criatura le ordena a Frankenstein que le haga una compañera "de la misma especie" y con "los mismos defectos" que él, para ya no estar tan desgraciadamente solo.
Análisis:
El fuego es fundamental en el Capítulo XVI. Cuando la criatura prende fuego a la cabaña, es como si estuviera dando rienda suelta a un infierno interior, lo que remite a la descripción de Milton en El paraíso perdido, como vimos en el capítulo anterior. El fuego consume la cabaña con sus "lenguas bífidas y destructoras". Esta imagen alude tanto a los fuegos del infierno como a la lengua bífida de Satanás, que toma la forma de una serpiente cuando se le aparece a Adán y a Eva en el Jardín del Edén.
El clima refleja tanto como determina el estado mental de la criatura: cuando los De Lacey lo abandonan, es invierno, y el campo es árido y desolado. Los cielos vierten lluvia y nieve, y los fuertes vientos devastan el paisaje: estos fenómenos naturales sirven como símbolos de la furia que la criatura intenta desatar sobre el mundo. Con la llegada de la primavera, la criatura se encuentra lleno de alegría y benevolencia. Su encuentro con la niña y su padre es amargamente irónico: en el momento en el que la criatura se permite ser feliz y tener esperanza en que su sufrimiento termine, se enfrenta una vez más al horror irracional de la gente hacia él. El hecho de que salve a la niña de una muerte segura indica que, al menos en este momento, todavía siente simpatía por la humanidad. Si luego lo pierde, el lector difícilmente pueda culparlo.
Es importante señalar que el asesinato de William y el maltrato a Justine por parte de la criatura son el resultado de su anhelo de conexión humana. Al ver a William, desea tener su compañía, mientras ver a Justine lo llena de amor y deseo. No puede acercarse a ninguno de ellos: ninguno está dispuesto a pasar por alto su aspecto deforme. Por lo tanto, solo es apropiado que termine su relato pidiéndole a Frankenstein que le haga una compañera, ya que todos sus crímenes surgen de su aplastante soledad. La narrativa parece sugerir que el total aislamiento puede volver loco a cualquiera. La criatura, por lo tanto, no puede ser completamente responsable de sus acciones.