En abril de 1625, poco después de la ascensión al trono de Carlos I, John Milton ingresa en el Christ’s College de Cambridge. Durante esos años considera dedicarse al ministerio religioso, pero sus aspiraciones poéticas se imponen sobre la vocación religiosa. Es puritano como su padre, quien fue desheredado por su familia católica cuando se convirtió al protestantismo.
En sus primeros años escribiendo poesía, John Milton compone en latín, como es habitual entre los hombres de educación clásica. Sin embargo, durante su tercer año en Cambridge expresa su deseo de abandonar ese tipo de poesía para escribir en su lengua materna. A diferencia de los clasicistas eruditos de su tiempo, que imitan la versificación griega y latina, Milton busca rehabilitar la tradición poética inglesa, estableciéndola como una prolongación o florecimiento de la tradición clásica. Se ve a sí mismo como un poeta cuya genealogía se remonta hasta los griegos a través de los romanos. Como Homero y Virgilio antes que él, Milton aspira a ser el poeta épico de su nación.
La vocación poética de Milton tiene un carácter tanto nacional como religioso. Como poeta épico, narra la historia religiosa de un pueblo, cumpliendo a un tiempo el papel de profeta y el de historiador. Así lo expresa Milton en una carta a Charles Diodati: “El bardo es sagrado para los dioses: es su sacerdote, y tanto su corazón como sus labios respiran misteriosamente al Júpiter que mora en su interior”.
Un profundo sentido de religiosidad y patriotismo impulsa la obra de Milton. Por un lado, siente que puede servir mejor a Dios siguiendo su vocación de poeta; por el otro, cree que su poesía será útil a su nación, al brindarle ideas nobles y devotas por medio de una expresión artística elevada. En otras palabras, Milton busca escribir una poesía que cumpla con el propósito –veladamente didáctico– de enseñar deleitando.
El conjunto de su obra –que nace de este doble impulso religioso y político– da testimonio de su desarrollo como poeta cristiano y como bardo nacional. Su obra más emblemática, en este sentido, es El paraíso perdido. Allí, Milton armoniza esas dos voces, consagrándose como el cantor cristiano de la epopeya inglesa.
Cabe señalar, entonces, que en El paraíso perdido Milton no busca únicamente justificar los designios de Dios ante la humanidad en general, sino también ante el pueblo inglés en particular, especialmente entre los años 1640 y 1660. Su propósito es comprender por qué fracasó el intento de establecer una sociedad justa tras la deposición del rey. Para Milton, el fracaso de la Revolución puritana equivale al fracaso de un pueblo que no supo gobernarse según la voluntad divina, sin recurrir a la autoridad de un déspota. Inglaterra había tenido la oportunidad de convertirse en un instrumento del plan de Dios, pero no logró realizarse como el Nuevo Israel.
En la concepción cristiana de Milton, Dios no es responsable de la expulsión de la humanidad del Edén, del mismo modo que tampoco lo es de la corrupción que sufre Inglaterra durante el período de la Commonwealth bajo Oliver Cromwell. Como Adán y Eva, los ingleses caen por sus propias debilidades, su falta de fe, sus pasiones y su codicia. En este sentido, El paraíso perdido es mucho más que una obra de arte: constituye también un tratado moral y político; una explicación poética del rumbo que tomó la historia inglesa.
Milton comienza El paraíso perdido en 1658 y lo concluye en 1667. Escribe muy poco de su puño y letra, puesto que para entonces su ceguera es casi total. Por eso dicta el poema a un amanuense, quien luego se lo lee en voz alta, para que pueda realizar las correcciones necesarias. Sus hijas lo describen como una vaca lista para ser ordeñada, caminando de un lado a otro hasta que el amanuense llega para “aliviarlo” de los versos que ha retenido en su mente. El propio Milton afirma haber soñado buena parte de El paraíso perdido bajo la inspiración nocturna de musas angelicales.
Algunas de las escasas inconsistencias del poema se atribuyen precisamente a su ceguera: al no poder releer lo ya escrito, debía confiar en la memoria de los episodios anteriores, lo que en ocasiones generaba leves fallos en la progresión narrativa. Sin embargo, más allá de esos mínimos defectos estructurales, El paraíso perdido es una obra maestra indiscutible. Junto con las obras de Shakespeare, constituye el poema más influyente de la literatura inglesa y una de las bases fundamentales de la teoría poética moderna.