El refugio de Adán y Eva (Símbolo)
El “refugio umbrío” (199) donde Adán y Eva habitan en el Edén simboliza el amor sin vergüenza. Como todo el Paraíso, es un espacio idílico, lleno de flores exuberantes y fragancias dulces. Se lo describe como un “nido placentero” (198) y “recóndito cobijo” (230), que Eva adornó con guirnaldas, flores y hierbas aromáticas para el tálamo nupcial. El refugio representa así el amor entre Adán y Eva, expresado a través de su unión sexual. Sin embargo, una vez que comen del Árbol de la Ciencia, el encanto del lugar se desvanece y la pérdida de su inocencia lleva a Adán a buscar en el Paraíso un “oscuro calvijar” (435) donde esconderse de la luz del sol y de las estrellas. También procura cubrirse con plantas para ocultar su desnudez, de la que ahora siente vergüenza, un sentimiento inexistente antes de la tentación de Satán.
El camino desde el Infierno (Símbolo)
Al comienzo de El paraíso perdido, los ángeles caídos mencionan la dificultad del viaje desde el Infierno hasta la Tierra, que Satán describe como un camino “duro, que de los Infiernos guía a la luz” (89). Cuando debaten quién entre ellos debería emprenderlo para tentar al Hombre, “nadie [...] se brindase en solitario / al tremebundo viaje” (ibid.), hasta que Satán, su jefe, asume la misión. Esta insistencia en la dificultad de salir del Infierno subraya la magnitud de su caída, pues el trayecto implica atravesar la “gran convexidad de Fuego” y cruzar el Abismo, “Ilimitable océano sin horizonte o dimensión” (113). De esta manera, el camino desde el Infierno simboliza el arduo esfuerzo que requiere la redención después del pecado.
El fruto prohibido (Símbolo)
El fruto prohibido del Árbol de la Ciencia simboliza, como en el Antiguo Testamento, la tentación y la desobediencia. El árbol, de “deletéreo gusto” (24), representa el único mandato divino, la prueba de obediencia establecida por Dios. Se encuentra junto al Árbol de la Vida, recordando que la muerte crece junto a la vida misma.
Cuando Satán conduce a Eva hasta el árbol, la tienta tanto con el sabor del fruto como con el argumento de que este los hará, a ella y Adán, “semejantes a los Dioses” (189), y que el conocimiento les otorgará claridad y poder. El fruto encarna así la máxima tentación del ser humano: la búsqueda del saber absoluto y el deseo de igualarse a Dios. Las consecuencias son fatales, puesto que la desobediencia trae consigo la pérdida del Edén y la entrada del Mal en el mundo. Adán lamenta su error reconociendo el engaño de esa falsa sabiduría: “Bien perdido, Mal ganado, / Pobre fruto de sapiencia, si esto es conocer” (434).
El engaño del camino torcido que parece recto (Motivo)
Una de las características más seductoras de Satán es su habilidad para hacer que los caminos intrincados parezcan rectos. Al conducir a Eva hacia el Árbol Prohibido, el “falso fingidor” (157) se mueve de forma sinuosa, haciendo parecer claro lo que en realidad es engañoso. Ese contraste entre lo que parece claro y lo que en verdad es desvío constituye el motivo que organiza este pasaje y muchos otros del poema.
Este motivo atraviesa el texto en múltiples niveles: la tentación se presenta como la ilusión de lo fácil; la promesa de alcanzar el conocimiento sin esfuerzo ni obediencia. Satán propone el atajo, la vía rápida al saber, frente al camino arduo que exige la fe y la disciplina. Sin embargo, la facilidad es pura apariencia. Incluso él reconoce que el trayecto desde la oscuridad hasta la redención es largo y duro, y que su victoria solo fue posible mediante el fraude.
Milton convierte así a Satán en un emblema de la hipocresía: el mal que se disfraza de bien, que seduce con un lenguaje de libertad y rebeldía, pero termina reproduciendo las formas del poder que dice combatir. En esta tensión, algunos estudiosos han visto una advertencia política: el llamado a desconfiar de los líderes demagógicos que prometen emancipación inmediata y caminos simples hacia la justicia, mientras enmascaran –tras una “dignidad fingida” (52)– la misma ambición tiránica que condenan.
La serpiente (Símbolo)
La serpiente simboliza la malicia insidiosa que engaña con astucia. Satán la elige porque su “natal ingenio y sutileza” le permiten que sus “negras sugestiones” parezcan inocentes, evitando toda sospecha de “diabólico poder” (384). No obstante, esta decisión implica un “inmundo abatimiento”, pues el ángel caído se ve reducido a “bestia y con el légamo bestial mezclado” para cumplir su venganza (388). En este sentido, la serpiente también representa la degradación moral que produce el mal cuando adopta formas cada vez más bajas para lograr sus fines.
La serpiente, con su "viperina lengua / Instrumental" y su "persuasiva labia" (407) es aquella maldad "que marcha / Invisible, salvo sólo para Dios" (157). Milton muestra así que el Mal más eficaz no es el que se impone por la fuerza, sino el que seduce mediante la apariencia de verdad. Así, la elección de la serpiente subraya cómo la corrupción absoluta se alcanza a través del engaño, y anticipa su castigo en la profecía de que la cabeza de la serpiente será herida por la “semilla” de Eva, una señal de que incluso la astucia más oscura lleva en sí su propia condena.
La caída (Motivo)
El motivo de la caída atraviesa El paraíso perdido y permite leer la obra a través de distintos grados de pérdida, degradación y alejamiento de lo divino. Milton no la presenta como un único acontecimiento, sino como un motivo que retorna en diferentes planos: primero en el orden angélico y luego, en el humano.
La caída angelical de Satán inaugura este motivo. Su rebelión nace del orgullo y de la ambición, y su descenso marca la primera ruptura del orden celestial. Él se niega a reconocer la superioridad del Hijo de Dios y concibe un "propósito ambicioso / Contra el Trono y Monarquía del Señor / Prendió en los Cielos guerra impía, batalla fatua" (26). Satán prefiere afirmarse en su propio poder antes que aceptar la subordinación. De esta manera, la caída de Satán funciona como modelo y advertencia, porque muestra cómo una voluntad desviada puede transformar la grandeza en corrupción.
La caída humana de Adán y Eva retoma y reconfigura ese mismo motivo. Aunque su transgresión es otra –infringir el “solo Mandamiento” (127) de no comer del Árbol de la Ciencia– la estructura es la misma: un deseo que excede los límites impuestos, un acto de desobediencia y una transformación irreversible del estado anterior. La caída humana actualiza así el motivo en clave terrenal, mostrando cómo las tensiones entre libertad, deseo y obediencia atraviesan tanto el cielo como el paraíso.