El paraíso perdido

El paraíso perdido Resumen y Análisis Libros III-V

Libro III

Resumen

Dios ve a Satán dirigiéndose hacia la Tierra y se lo señala a su Hijo, que está sentado a su derecha. Le cuenta que Satán va a tentar al Hombre y que este terminará cayendo. “Tuvo de mí el ingrato”, dice Dios del Hombre, “Todo cuanto pudo; justo y recto yo le hice, / Bien capaz de resistir, mas libre de caer” (127). Aunque Dios sabe que el Hombre caerá, él tendrá la posibilidad de alcanzar la gracia divina, ya que fue inducido al Mal por Satán. Este, en cambio, eligió el Mal libremente, sin ser tentado, por lo que no podrá volver al Cielo. Dios declara que habrá una posibilidad de redención para la humanidad, pero que el Hombre quedará siempre marcado por la Muerte.

Su Hijo, entonces, se ofrece a morir por el Hombre: “por él saldré / De tu regazo y esta gloria a ti cercana / Libremente dejaré” (134). Y luego él vencerá la Muerte. Dios acepta y anuncia que su Hijo nacerá de una virgen y morirá para que su creación predilecta, el Hombre, pueda vivir. Luego lo proclama Rey de los Hombres, hijo de Dios y del ser humano, y ordena a los ángeles del Cielo que se inclinen ante él.

El poema se traslada de nuevo a Satán, que ha llegado al Limbo de Vanidad y al Paraíso de los Tontos: el lugar adonde van todos los hombres y criaturas que, por vanos anhelos, aspiran a alcanzar el Cielo en la Tierra mediante la búsqueda de riquezas o supersticiones. Allí, Satán camina sobre una tierra semisólida. Ve también la Puerta del Cielo y la escalinata que conduce hacia ella. Observa, además, un amplio pasaje –que pronto se estrechará– por donde los ángeles descienden hacia las criaturas de Dios en la Tierra. Satán vuela hasta el sol, desde donde puede contemplar toda la creación. Divisa a Uriel, uno de los ángeles de Dios, custodiando la Tierra. Entonces se transforma en un pequeño querubín y le pregunta a Uriel dónde se encuentra esa nueva criatura de Dios para poder admirarla. Uriel, sorprendido de que un ángel quiera dejar el Cielo para contemplar la creación divina, le indica el camino hacia el hogar del Hombre en el Paraíso.

Análisis

Milton introduce las figuras de Dios y del Hijo mediante frases de alabanza que parecen un himno, en el que describe la naturaleza de Dios y del Cielo. En las primeras estrofas utiliza la idea de la luz como representación de esa naturaleza:

Salve Luz sagrada, Primogénita del Cielo,
¿O del Eterno coeterno rayo puedo,
Sin ofensa, titularte? Ya que Dios es luz
Y nunca más que en luz inalcanzada
Ha morado desde la Eternidad, moró en ti pues
Fúlgida efluxión de fúlgida esencia increada (122-123)

La luz se asocia con Dios, su Hijo primogénito, la inmortalidad divina, la gloria, la gracia, la verdad, la sabiduría y, también, con la luz física que ilumina el mundo. El Cielo es, entonces, un lugar lleno de luz, aunque gran parte de ella es una luz invisible: la luz de la sabiduría. Es una luz que el hombre no puede percibir de la misma manera que la física, pero que actúa como aquella.

Los personajes de Dios y su Hijo aparecen observando a Satán desde las alturas. La Santa Trinidad –Dios, el Hijo y el Espíritu Santo, quien inspira a Milton– se contrapone a la trinidad infernal de Satán, Muerte y Pecado, una relación originada en la lujuria. Milton vincula el amor y la bondad con la razón, que se manifiesta en el diálogo entre Dios y su Hijo. La corrupción y el Mal, en cambio, están asociados a lo irracional y a la trinidad impía. La violación de Pecado por parte del padre y del hijo, y la lucha entre Satán y Muerte subrayan la visión de Milton sobre las relaciones fundadas fuera de la gracia divina.

Si se compara el consejo celestial con el consejo infernal del Libro II, la diferencia es evidente: el de los cielos es un diálogo pacífico y racional entre Dios y su Hijo, quienes ven y comprenden las mismas cosas. Las decisiones se toman con razón y previsión, conforme a lo que la mirada omnisciente de Dios puede anticipar. El consejo infernal, en cambio, ha sido una disputa caótica, con opiniones nubladas y distantes del Bien, que aquí equivale a la razón. De esta manera, Milton sugiere que un camino motivado por la venganza no es un camino guiado por la razón y, por lo tanto, es imprevisible.

Sin embargo, hay una similitud entre estos dos consejos: cuando Dios pregunta si alguien quiere ofrecerse para redimir el pecado del Hombre, nadie en el Cielo se ofrece, del mismo modo que en el Infierno ningún ángel caído se ofreció a tentar al Hombre. Quien se termina ofreciendo es el Hijo de Dios, en un claro paralelismo con Satán. Esto coloca a ambas figuras en un mismo nivel, porque ambos pueden influenciar de forma decisiva en el destino de la humanidad.

La idea de que el Hijo de Dios vencerá la Muerte proviene de las cartas paulinas del Nuevo Testamento, especialmente de la Primera parte a los Corintios. Como el Hijo de Dios no puede realmente morir, su descenso a la Tierra y su doble naturaleza humana y divina le permiten experimentar la Muerte, pero también atravesarla y volver a la Vida. Con la resurrección, según la teología, la Muerte deja de tener el poder absoluto que tenía antes: ya no es un estado permanente, sino un tránsito que todos los hombres pueden superar.

El Libro III introduce también los otros escenarios del poema: el Cielo y la Tierra, unidos entre sí por una cadena dorada y un pasaje por donde los ángeles descienden para asistir a la creación. El universo de Milton tiene una estructura sencilla: la Tierra ocupa el centro, unida al Cielo hacia arriba y a un puente –aún no construido– que conducirá al Infierno hacia debajo. Entre la Tierra y el Infierno se extiende el Caos. En círculos concéntricos, o esferas invisibles que rodean la Tierra –que sigue ubicada en el centro– se hallan las órbitas del Sol, la Luna, las estrellas y los planetas.

Milton utiliza el espacio del Limbo o Paraíso de los Tontos para ejercer una crítica social a la vanidad humana de su época, que encontraría allí su destino final. El Limbo está lleno de “indulgencias y perdones” (147) –símbolos del aparato político de la Iglesia Católica– así como de reliquias y rosarios, emblemas de la superstición de los fieles. Milton propone así que es vano creer que el hombre puede alcanzar el Cielo mediante estos elementos. El Hombre no puede salvarse por sus propios medios: debe confiar enteramente en la luz de Dios. Quienes se aferran a estos símbolos religiosos terminan en un falso cielo, un Paraíso de los Tontos.

Cuando Dios contempla su creación, pasa su mirada sobre las cosas buenas, como Adán y Eva, y luego se desplaza hacia el Infierno, el Caos y, finalmente, hacia Satán, al que ve volando hacia el Edén. En este pasaje, el tiempo narrativo se distribuye de manera equilibrada entre la naturaleza pura y la naturaleza corrompida. Y en el centro de estos versos aparece el amor: “Cultivando frutos inmortales de amor y dicha, / Dicha permanente, amor insuperable” (126). De esta manera, el amor aparece, en la entructura del poema, como lo que separa a la naturaleza pura de la corrompida. Milton utiliza de manera recurrente en el poema el recurso de organizar el relato alrededor de un tema que articula el contraste entre dos polos opuestos, de modo que ese tema central –en este caso, el amor– ordena y da sentido al pasaje.

Libro IV

Resumen

Satán desciende sobre el Monte Nífates y atraviesa un momento de duda. La luz del sol le recuerda la luz y la gracia que poseía en el Cielo. Se pregunta si habría caído de haber sido creado con menos orgullo. Saber que fue hecho de una naturaleza que lo conduciría a su propia caída aumenta su odio hacia Dios. “Esperanza, pues, adiós”, dice, “y contigo adiós al miedo, / Adiós remordimiento: todo bien lo pierdo; Mal, sé tú mi bien” (167). Con esa despedida, se encamina a corromper a la humanidad.

Llega al Jardín del Edén y lo encuentra rodeado por un alto muro de árboles y plantas. Salta por encima de él como un ladrón en la noche. El Paraíso es descrito como una maravilla natural.

Satán observa a Adán y Eva, “Divinamente erguidos, con honor natal vestidos / De desnuda majestad” que “Señores parecían de todo / Y dignos parecían, pues en sus deíficas figuras / La imagen destellaba del Creador glorioso” (177). Junto a ellos, los animales juegan y descansan pacíficamente. Satán se queda sin palabras. Los encuentra bellos, pero se siente obligado a corromperlos, lo que aborrecería si no estuviera condenado.

Adán y Eva conversan sobre su vida. Viven una existencia de continuo gozo sensorial. La única prohibición que acatan es no comer del Árbol de la Ciencia, del conocimiento del Bien y del Mal. Eva recuerda el momento de su creación: lo primero que hizo fue caminar hacia un lago, donde vio su reflejo y escuchó una voz que le reveló que la imagen que contemplaba era la suya. Luego encontró a Adán, a quien percibía menos hermoso que su propio reflejo. Adán y Eva hablan de las estrellas, elevan una plegaria y se van a dormir.

La visión de Adán y Eva abruma a Satán. Lamenta su caída y lo consume un deseo feroz que no puede hallar cumplimiento en la alegría ni en el amor. Mientras tanto, Uriel le dice a Gabriel que fue engañado por Satán, y que este se encuentra en el Edén. Gabriel le responde que lo encontrará antes del amanecer.

Gabriel rastrea y encuentra a Satán. Este le explica que buscaba escapar del dolor del Infierno y, por eso, fue al Paraíso. Gabriel no le cree y le ordena regresar al Infierno, o, si no, él mismo lo arrastrará hasta allí. Satán, furioso, se prepara para pelear. Gabriel le dice que mire hacia las estrellas para ver “en ese signo celestial / en que eres calibrado” (210). En las estrellas se muestra su destino: será aplastado por Gabriel. Ante eso, Satán se retira por voluntad propia.

Análisis

En el Libro IV tenemos una primera caracterización poética del Edén desde la perspectiva de Satán. Es un jardín de vegetación exuberante, de grandes árboles y frutos hermosos. En pocas palabras, el Edén es un espacio rústico pero feliz, donde la eterna primavera reina en armonía con los seres vivos.

Es en este espacio donde Satán ve a Eva y a Adán por primera vez. Cuando Eva narra sus primeros momentos de vida tras su creación, se revela de inmediato un aspecto de su carácter: la vanidad. Al ver su reflejo en el lago, lo considera hermoso y luego, al compararlo con el de Adán, lo considera aún más bello que el de su compañero. Una lectura moderna y feminista podría interpretar esta escena, no como un gesto de debilidad o fragilidad, sino como una afirmación de autoconciencia y confianza en sí misma, una expresión de independencia frente a la imagen del varón.

Sin embargo, esa independencia inicial se disuelve pronto. Milton se apoya en una concepción tradicionalmente patriarcal del orden natural, sostenida sobre las jerarquías propias de la Europa del siglo XVII. Para él, el orden divino establece que Adán debe someterse a Dios y Eva, a Adán. Eva nombra a Adán como “Mi Autor y Dueño”, y también dice: “Dios [es] tu ley; tú la mía: nada más saber” (195). Más adelante, cuando los arcángeles Rafael y Miguel visiten a la pareja para transmitir mensajes divinos, Eva se retirará, y solo Adán escuchará sus palabras. El sentido es claro: el contacto directo con Dios corresponde al hombre, mientras que la mujer solo conoce a Dios a través de él.

En cuanto a la caracterización de Satán, en esta parte su figura pierde parte del atractivo y la simpatía inicial. Su discurso contra Dios se muestra cada vez más irracional. Se arrepiente, aunque sin reconocerlo plenamente. La visión del Jardín del Edén, de la luz y de la belleza de Adán y Eva parece desgarrarlo. Por primera vez admite que Dios lo amaba mientras él era su servidor. ¿Por qué, entonces, persevera en su rebeldía? El personaje encarna aquí la visión teológica y psicológica de Milton sobre el Mal. Desde el punto de vista teológico, el Mal es irracional y, por tanto, ajeno a la gracia divina. Pero dentro de esa irracionalidad hay un rasgo crucial: el verdadero Mal se comete con plena conciencia de lo que se está rechazando. Satán recuerda el Cielo, sabe qué es el Bien, conoce cómo actuar correctamente y, aun así, elige no hacerlo. Posee conocimiento, pero lo usa de manera irracional. El sufrimiento de Satán se intensifica: ya no se limita al dolor físico del Infierno material; dentro de él también hay un Infierno, y lo lleva consigo a donde vaya: “El Infierno dentro de él, pues el Infierno dentro / Trae” (162).

La degradación del personaje de Satán se representa en la exteriorización de su estado interior. A medida que avanza el relato, Satán se va degradando físicamente: primero se transforma en un querubín, ángel menor, y luego, en bestias (leones y tigres) para acercarse a Adán y Eva. Finalmente, desciende al nivel de un sapo y a la forma de la serpiente para tentar a Eva. Cuando regrese al Infierno, su apariencia será aún más monstruosa. De esta manera, su degradación física refleja su decadencia moral.

La descripción del Edén y del trabajo que allí conducen los humanos también refleja la teología de Milton. El Paraíso es una naturaleza domesticada y ordenada. Adán y Eva deben levantarse todos los días para trabajar, pero su labor es placentero: consiste en podar algunas ramas, contemplarse mutuamente, alabar a Dios y a su creación. Es una tarea sencilla y gozosa.

El amor –y posiblemente el acto sexual– entre Adán y Eva también existe en el Edén. Es un amor puro y sin corrupción. No hay lujuria, ni instinto animal, ni egoísmo. Del mismo modo que el trabajo es placentero porque se hace en constante alabanza a Dios, el amor y el deseo en el Jardín son puros y racionales porque se practican como amor desinteresado.

Milton proyecta las características del macrocosmos –el orden del Jardín– en el microcosmos –es decir, en cómo debe ser la moral del Hombre. Así como el Edén es armónico, sin cataclismos ni desórdenes naturales, el Hombre debe ordenar sus pasiones con la razón y mantenerlas bajo la mirada de Dios. Esto es lo que debe hacer para crecer sano y seguro, como el propio Jardín. El amor sigue la misma lógica: un amor ordenado, racional, desinteresado y libre de egoísmo engendra una vida estable y armoniosa.

Después de la caída, este equilibrio se perderá. La creación se volverá incontrolable: habrá diluvios, fuego, hambrunas y climas hostiles. Los animales se devorarán entre sí, la violencia dominará la naturaleza y el miedo se volverá común. Así también, el Hombre caído deberá enfrentarse a sus pasiones desbordadas y a la corrupción interior. Pero en este Edén anterior a la caída, la vida del ser humano es buena, ordenada y orientada hacia Dios.

Hacia el final del libro, Milton introduce una dimensión astronómica y teológica coherente con este principio del orden. El sol, la luna, los planetas y las estrellas giran de forma regular, siguiendo un plan divino. Dios actúa como el “primer motor inmóvil” de Aristóteles, la causa original que pone en movimiento el cosmos en su totalidad. Cuando Adán y Eva caigan, el universo mismo se volverá caótico: la Tierra se tornará ardua, su relación se corromperá y el cosmos perderá su armonía.

Entre los elementos poéticos de este libro destaca el uso del símil épico, un recurso característico de la epopeya. Se trata de una comparación que se desarrolla extensamente hasta casi formar una escena narrativa. Por ejemplo, Milton compara las “ráfagas gentiles” (169) del Edén con los vientos que soplan en el mar “más allá del Cabo de Esperanza” (170), que complacen a los navegantes. A lo largo de varios versos, describe con gran detalle las emociones de los tripulantes. Este recurso abre pequeñas historias dentro del poema, apartando momentáneamente al lector del relato principal y transportándolo a otros lugares del mundo. Milton pudo haberse inspirado en Homero, quien utiliza el símil épico en la Ilíada, especialmente en la descripción del escudo de Aquiles.

Libro V

Resumen

Amanece en el Edén. Adán despierta a Eva, quien le cuenta un sueño inquietante: una voz la incitaba a ir hacia el Árbol de la Ciencia. Aquella voz, que parecía provenir de un ángel, le dijo que debía probar el fruto del árbol, pues eso la convertiría en una diosa. En el sueño, Eva tomaba el fruto y ascendía al Cielo como una divinidad.

Adán, perturbado por el relato, consuela a Eva, y ambos continúan su labor en el Jardín, entonando alabanzas a Dios. El trabajo en el Edén es placentero y la naturaleza coopera con ellos.

Dios llama entonces al arcángel Rafael y le habla de Satán. Le encomienda que descienda al Edén para advertir a Adán del peligro. Al ver acercarse al visitante celestial, Adán le pide a Eva que prepare una comida en su honor. Cuando se sientan a compartir el banquete, Rafael le recuerda a Adán que posee libre albedrío, y le advierte sobre las intenciones de Satán de corromper la creación divina.

Rafael cuenta la historia de la rebelión de Satán. Todo comienza cuando Dios engendra a su Hijo y les ordena a los ángeles que lo adoren. Aunque todos obedecen, esa misma noche Satán reúne a su segundo al mando y a sus seguidores en la Colina del Norte, donde los convence de unirse a su causa. Su carisma y su autoridad logran que la mitad de los ángeles lo sigan.

Dios, que observa todo, conversa con su Hijo sobre la rebelión de Satán y este acepta la misión de derrotarlo. Mientras tanto, el ángel rebelde erige un templo en la Colina del Norte, a imitación del templo divino, donde pronuncia un discurso para incitar a los suyos a la rebelión. Solo Abdiel se atreve a oponerse pero, al no encontrar apoyo, abandona con orgullo la asamblea y regresa al Cielo.

Análisis

En el libro VI empieza la descripción de lo que ocurrió antes de los hechos narrados en el poema, cuando Satán ya está excluido en el Infierno. El objetivo de este relato es que Adán y Eva sean advertidos del peligro y que no puedan alegar que no fueron prevenidos si caen en la transgresión. El relato de la rebelión de Satán les recuerda que su estado de dicha depende de su obediencia y libre voluntad.

La desobediencia de Satán –su negativa a inclinarse ante el Hijo de Dios– tiene su origen en el orgullo. Esta explicación aparece en diferentes tradiciones judías y cristianas, aunque no figura explícitamente en la Biblia. Es un motivo que podría generar cierta empatía en el lector hacia Satán, como un fiel servidor de Dios que hizo mucho para ser uno de los ángeles más elevados. Habiendo sido el ángel más preciado por Dios –según algunas lecturas–, su caída parece, en cierto sentido, el resultado de una aparente injusticia. Milton plantea aquí una interesante paradoja del poder divino: el de un Dios que, aunque justo, se presenta como un monarca absoluto. El cielo funciona como una monarquía sin espacio para la disidencia, mientras que los concilios de Satán se muestran más democráticos, puesto que, allí, sus seguidores pueden expresarse. Sin embargo, el poema deja en claro que las acciones correctas, si se realizan fuera de la voluntad divina, pierden su valor moral. Una tiranía gobernada por la razón y la bondad, como la de Dios, es preferible a una democracia aparente regida por las pasiones y el engaño. Las asambleas de Satán, aunque parezcan libres, pronto revelan su corrupción: están sostenidas por la mentira, el resentimiento y la violencia.

Aquí vemos cómo la idea del descenso de seres sobrenaturales a un estrato inferior se replica en varios niveles. Satán abandona su reino para tentar al Hombre; Rafael desciende del Cielo al Edén para advertir sobre sus intenciones; más adelante, Miguel hará ese descenso con otro mensaje; y, finalmente, el Hijo de Dios bajará a la Tierra encarnado en la figura de Cristo para salvar a la humanidad.

En esta parte se establece un paralelismo entre Eva como madre de la humanidad y María, madre de Dios, como una “segunda Eva” (235). La descendencia de Eva aparece así como aquella que aplastará a la serpiente (que representa a Satán) con la llegada de Cristo. Milton emplea una dicción que remite al rezo del “Ave María” en el saludo inicial a Eva: “Salve, Madre de la Humanidad” (235).