(...) lo que en mí es oscuro
Ilumínalo, lo que es indigno elévalo y sostenlo,
Que en la cumbre de este magno argumento
Pueda vindicar la Providencia Eterna
Y los caminos del Señor justificar ante los hombres.
Esta cita es la conclusión de la invocación a la musa celestial (Urania, cuya esencia se conecta con el Espíritu Santo) en el inicio de El paraíso perdido, donde Milton establece el propósito teológico de su poema. Esta invocación anuncia al lector que el estilo del poema es la epopeya, un género poético de la Antigüedad clásica que solía iniciarse con una interpelación a las musas. La cita también establece el propósito general de Milton: explicar los caminos de Dios a la humanidad mediante una elaborada recreación del relato del Génesis.
Así habló el angélico Apóstata, aunque en dolores,
Jactándose en voz alta, dentro desgarrado
(...)
El Libro I de El paraíso perdido comienza con Satán, el “angélico apóstata”, en el Infierno, tras haber sido desterrado del Cielo. Despierta en un entorno rodeado de oscuridad y se lamenta por su caída, al mismo tiempo que acusa a Dios de haber actuado como un tirano al expulsarlo. En esta cita, el yo-poético señala que Satán sufre y se halla en un estado de desesperación a pesar de su jactancia, lo que constituye una advertencia temprana al lector de que Satán es más débil de lo que aparenta. Algunos críticos han sostenido que este recordatorio de que Satán está condenado a un sufrimiento perpetuo lo vuelve más comprensible y hasta más digno de compasión desde la perspectiva del lector moderno.
Mejor reinar en el Infierno que servir en el Empíreo
(...)
Esta es quizás la cita más famosa de El paraíso perdido, ya que describe el argumento de Satán de que es preferible tener “Imperio en el submundo” (82) que ser un sirviente de Dios en el Empíreo, es decir, en el cielo. Esta declaración enfatiza el narcisismo de Satán y su deseo de poder por encima de todo lo demás, puesto que considera que “digno anhelo es el reinar / incluso en los Infiernos” (38).
Se ha señalado desde la teoría política del período moderno temprano que esta afirmación constituye una crítica velada a los monarcas que defendían el poder absoluto y el derecho divino de los reyes. Es cierto que Satán acusa a Dios de ejercer una “Tiranía del Cielo” (31), pero el suyo es un gobierno regido por una falsa libertad, fundada en la soberbia y el engaño, donde los demonios, que proclaman ser libres, no hacen más que someterse al orgullo de su caudillo. De este modo, Milton contrapone el ideal satánico de autonomía absoluta con la verdadera libertad espiritual, que solo puede existir en obediencia a la razón divina.
(...) largo es el camino
Y duro, que de los Infiernos guía a la luz
(...)
Tras decidir que se vengarán de Dios corrompiendo a la humanidad, ninguno de los ángeles caídos se atreve a emprender el viaje desde el Infierno hacia la Tierra. Finalmente, Satán asume la misión él mismo. Esta cita subraya la inmensidad del Infierno y la profundidad de la caída de los ángeles rebeldes. También sugiere que, una vez apartado del bien –como Satán y sus huestes–, el camino hacia la redención o la luz se vuelve arduo y difícil de recorrer. Este trayecto contrasta con el “camino ancho y claro” (120) que más adelante construyen Pecado y Muerte, lo que revela que es más fácil descender hacia el Mal que ascender hacia el Bien.
Heme pues aquí, yo por él, mi vida por la suya
Ofrezco, caiga sobre mí tu cólera;
Por hombre cuéntame (...)
Dado que Dios y su Hijo han estado observando a Satán en el Infierno, saben que se dirige a la Tierra para tentar al Hombre a comer del Árbol de la Ciencia. Dios ve todo lo que ha de acontecer y está a punto de sellar el destino del Hombre cuando el Hijo interviene. En esta cita, el Hijo anuncia que asumirá sobre sí mismo el castigo destinado al Hombre y que Dios debe considerarlo humano. Esta ofrenda se realiza porque la justicia divina exigía que el Hombre, condenado al exterminio, muriera, o bien que “Otro tan capaz y tan dispuesto pague / El estricto desagravio, muerte por su muerte” (133). Así, el Hijo ofrece la redención del Hombre a través de su propia entrega, anticipando el nacimiento y la crucifixión de Jesucristo según el Nuevo Testamento.
(...) si bien
No iguales, pues su sexo parecía desigual:
Para la contemplación y el valor formado él,
Ella para la ternura y dulce gracia bella;
Él sólo para Dios, mas ella para Dios en él
(...)
Esta descripción introduce una extensa caracterización de Adán y Eva que subraya las diferencias entre el sexo masculino y el femenino, lo que implica una jerarquía del hombre sobre la mujer. El poema en su conjunto mantiene ese ordenamiento, propio de la concepción cristiana tradicional: Adán es el interlocutor privilegiado de los arcángeles y el depositario de la razón y la autoridad moral, mientras que Eva, asociada a la belleza y la sensibilidad, se retira cuando ellos conversan. No obstante, esta desigualdad se presenta como una complementariedad necesaria para que la pareja alcance la armonía en su felicidad y santidad.
Varios críticos han señalado esta cita como evidencia de que Milton consideraba que Eva estaba destinada a caer, al ser “el sexo más débil”. Sin embargo, es importante notar –como advierten varios estudios feministas– que, aunque la voz que habla parece la del narrador, en este pasaje se dramatiza la perspectiva de Satán mientras observa a la pareja en el Edén. Por eso, se puede interpretar estos versos como un reconocimiento de que la idea de un “sexo inferior” más corrompible responde a una visión distorsionada vinculada al plan de Satán.
¿Y por qué no en Dioses a los Hombres, pues el bien,
Cuanto más se extiende, crece más fecundo
Y el Autor recibe más, no menos, honra?
Al comienzo del Libro V, Eva le relata a Adán un sueño inquietante en el que una voz la guía a comer del Árbol de la Ciencia. Aquella voz, que es la de Satán en su sueño, dice que el fruto de ese árbol es tan dulce que puede convertir a los hombres en dioses; luego se pregunta por qué los hombres no habrían de convertirse en dioses, después de todo. Esta cita representa el primer pensamiento corrupto de Eva, habiendo sido influenciada por el ángel apóstata mientras dormía.
Además, en una lectura política del texto, pone de relieve cómo el derecho divino de los reyes –que muchos monarcas ingleses intentaron reclamar– es un mito creado por gobernantes ambiciosos de poder que muestran escaso respeto por la supremacía de Dios.
(...) Él guiando rápido rodó
Embrollado, haciendo parecer derecho lo intrincado,
Rápido al estrago.
Esta cita describe los movimientos de Satán después de haber asumido el cuerpo de la serpiente y de haber tentado a Eva hacia el Árbol de la Ciencia. Señala su habilidad en el arte del engaño y cómo su poder de tentar a los humanos consiste en hacer que los caminos difíciles parezcan fáciles, camuflando el “estrago” que les depara.
Algunos estudiosos de la política del Renacimiento inglés utilizan esta cita para sostener que El paraíso perdido es un texto marcadamente político, ya que refleja algunos de los tratados políticos de Milton, en los cuales advierte al pueblo sobre los demagogos que dicen tener soluciones inmediatas para los problemas de la nación.
Fuera de mi vista, Sierpe: pues, compinche suya,
Este nombre más te cuadra, como él tan falsa tú
Y odiosa.
Después de que Adán y Eva comen del Árbol de la Ciencia, Adán se vuelve hostil y degrada a Eva, al compararla con el propio Satán encarnado en serpiente. El hecho de que trata de “falsa” a Eva da inicio a una diatriba misógina contra todas las mujeres. Desde una perspectiva feminista, se ha sostenido que la misoginia de El paraíso perdido surge precisamente después de la caída, lo que sugiere que fue introducida por la tentación de Satán y el pecado original.
La respuesta de Eva marca el punto de inflexión del poema, cuando la tragedia clásica cede ante la cristiana. En lugar de resentirse, Eva muestra una sumisión humilde: cae a los pies de Adán y le suplica: “No te apartes de este modo, Adán” (488). Asume toda la responsabilidad del pecado –“la sentencia entera caiga / En mí, sola causa de toda esta aflicción” (489)– y su dolor, amor y deseo de reconciliación ablandan el corazón de Adán. Él la levanta “con palabras de concordia” (490), reconoce su vínculo en el agravio y propone compartir la carga. Este gesto los saca de su derrota moral y los conduce a la resolución de la fe: unificados por el amor y la oración, se postran juntos para confesar sus faltas y pedir perdón, alcanzando finalmente una paz triste pero redentora.
Tenían todo el mundo ante sus ojos, en que hallar
Remanso ameno, y la Providencia como guía.
Cogidos de la mano y con lentos pasos vagabundos
A través de aquel Edén su senda solitaria comenzaron.
Estos son los versos finales de El paraíso perdido. Describen el camino de Adán y Eva al salir del Edén, luego de haber sido expulsados del Paraíso por Dios. La “senda solitaria” alude al estado de desamparo y soledad en que quedan tras la caída; sin embargo, el hecho de que caminen tomados de la mano sugiere que permanecen unidos incluso en la pérdida. Aunque se alejan del Edén por un camino incierto, lo hacen bajo la guía de la Providencia y en busca de un “remanso ameno”. Esto constituye una imagen que indica que, pese al castigo, la protección divina los acompaña y que intentarán, en la Tierra convulsionada que habitarán, hallar un modo de vida justo y fiel al Bien.
En esta síntesis final, Milton logra unir el sentido del castigo con la promesa de redención. La Providencia que los guía encarna la permanencia de la gracia incluso después de la caída y el gesto de caminar juntos simboliza la continuidad de la creación bajo la mirada de Dios. Así, el poema concluye sin triunfos, pero con fe: una visión del mundo donde la pérdida del Paraíso no cancela la posibilidad de la salvación, sino que, por el contrario, la inaugura.