Frankenstein

Frankenstein Citas y Análisis

Sentía los mayores deseos de escuchar el prometido relato, en parte por curiosidad, y en parte por un gran deseo de mejorar su destino, si estaba dentro de mi posibilidad. Al contestarle, manifesté estos sentimientos.

—Le agradezco su simpatía —replicó—, pero es inútil; mi destino está próximo a su fin. Sólo espero que suceda una cosa, y luego descansaré en paz. Comprendo sus sentimientos —prosiguió, al observar que yo quería interrumpirle—; pero se equivoca, amigo mío, si me permite que le llame así; nada puede alterar mi destino; escuche mi historia, y comprenderá cuán irrevocablemente trazado está.

Prefacio, Carta VI

En este pasaje, Frankenstein le comunica a Walton la creencia de que el curso de su vida, su destino, está atado al monstruo que creó. De este modo, ha sido esclavizado por su propia creación, porque el único objetivo en la vida del monstruo se ha vuelto destruirlo.

Mis padres estaban poseídos por el espíritu mismo de bondad e indulgencia. Nos dábamos cuenta de que no eran tiranos que gobernaban nuestro destino según su capricho, sino agentes y creadores de los numerosos goces de que disfrutábamos. Cuando conocí a otras familias, pude apreciar con claridad cuán especialmente afortunada era mi suerte, y la gratitud que sentí hizo aumentar mi amor filial.

Capítulo II

Es interesante notar que lo que Frankenstein destaca aquí es que tuvo una infancia caracterizada por padres amorosos, cariñosos y presentes. Esto contrasta directamente con lo rápido que Frankenstein abandona a su monstruo, tras su creación.

La filosofía natural es el genio que ha regulado mi destino; por tanto, deseo exponer en esta narración aquellos hechos que condujeron a mi predilección por dicha ciencia. Cuando tenía trece años fuimos todos de excursión a los baños próximos a Thonon; la inclemencia del tiempo nos obligó a permanecer un día entero encerrados en la posada. En esta casa encontré por casualidad un volumen de las obras de Cornelio Agrippa. Lo abrí con indiferencia; la teoría que intenta demostrar y los hechos maravillosos que relata transformaron enseguida mi actitud en entusiasmo. Una nueva luz pareció alborear en mi mente; y saltando de gozo, comuniqué dicho descubrimiento a mi padre, que miró sin interés la portada del libro, y dijo:

—¡Ah! ¡Cornelio Agrippa! Mi querido Victor, no malgastes el tiempo en esto; no es más que un montón de tonterías.

Si en vez de hacer este comentario mi padre se hubiese molestado en explicarme que los principios de Agrippa habían sido refutados en su totalidad y que se había formulado un moderno sistema de ciencia con poderes muy superiores al antiguo, ya que los de éste eran quiméricos, mientras que los de aquel eran reales y prácticos, entonces habría arrojado a un lado el libro de Agrippa y me habría conformado con mi imaginación, que ya ardía en deseos de volver con renovado calor a mis estudios anteriores. Incluso es posible que el curso de mis ideas no hubiera recibido nunca el impulso fatal que me condujo a la ruina. Pero la mirada superficial que mi padre había echado al libro no me garantizaba en absoluto que conociese su contenido; y seguí leyendo con la mayor avidez.

Capítulo II

Aquí, Víctor afirma que nunca habría tomado el camino que finalmente condujo a la creación del monstruo si su padre hubiera respondido de manera diferente a su interés en la alquimia. De esta manera, se podría decir que el padre de Víctor lo convirtió a él en "un monstruo", tal como Víctor creó un monstruo propio.

—Los antiguos profesores de esta ciencia —dijo— prometieron imposibles y no lograron nada. Los modernos maestros prometen muy poco; saben que no pueden transmutarse los metales, y que el elixir de la vida es una quimera. Pero estos filósofos cuyas manos parecen estar hechas para chapotear en el barro, y sus ojos para escrutar el microscopio y el crisol, han realizado efectivos milagros. Penetran en las reconditeces de la naturaleza y muestran cómo actúa esta en lo más oculto. Ascienden a los cielos; han descubierto la circulación de la sangre, y la naturaleza del aire que respiramos. Han alcanzado nuevos y casi ilimitados poderes; son capaces de mandar sobre las tormentas del cielo, imitar el terremoto y hasta remedar el mundo invisible con sus propios fantasmas.

Estas fueron las palabras del profesor —o permítame decir que del destino— que anunciaban mi destrucción. Mientras él seguía hablando, yo sentía como si mi alma luchase cuerpo a cuerpo con un enemigo palpable; una tras otra fue tocando las diversas claves que componían el mecanismo de mi ser; fue haciendo vibrar una cuerda más otra, y no tardó en dominarme el espíritu una sola idea, una sola concepción, un solo objetivo. «Por mucho que se haya hecho», exclamaba el alma de Frankenstein, «mucho, muchísimo más lograré yo; avanzando por los senderos ya marcados, inauguraré una nueva ruta, exploraré poderes desconocidos, y revelaré al mundo los más profundos misterios de la creación».

Capítulo III

La reacción del primer profesor de Frankenstein ante su interés en la alquimia, similar a la de su padre, solo lo incita a seguir el camino que finalmente llevará a la creación del monstruo. Nótese el lenguaje del destino: a lo largo de la novela, Frankenstein describe los trágicos eventos de su vida como un curso predeterminado para él. Atribuye poca o ninguna determinación a sí mismo.

Recuerde que no le estoy relatando las visiones de un loco. Tan ciertas son las verdades que aquí afirmo como que brilla en el cielo el sol que nos alumbra. Puede que fuera resultado de algún milagro; sin embargo, las etapas del descubrimiento eran claras y probables. Tras días y noches de increíble trabajo y fatiga, logré averiguar la causa de la generación y la vida; y más aún, conseguí dotar de animación a la materia inerte.

Capítulo IV

El lenguaje de Frankenstein que precede a la creación de su monstruo subraya la preocupación del texto por la prueba y la verificación: se dedica a convencer al lector de que los eventos que describe son verdaderos y científicamente sostenibles.

Veo por su ansiedad, amigo mío, y por el asombro y expectación que denotan sus ojos, que espera una revelación del secreto que poseo; pero no puede ser; escuche con paciencia hasta el final de mi relato, y comprenderá fácilmente por qué soy reservado a este respecto. No quiero llevarle, confiado y ardiente como entonces era yo, a su destrucción e indefectible desdicha. Aprenda de mí —si no de mis preceptos, al menos de mi ejemplo— lo peligrosa que es la adquisición del saber, y cuánto más feliz vive quien cree que su pueblo natal es el mundo que aquel que aspira a ser más grande de lo que su naturaleza puede permitir.

Capítulo IV

La naturaleza reservada que Frankenstein tiene acerca de develar el mecanismo real mediante el cual creó el monstruo tiene dos consecuencias. Por un lado, establece un grado de falta de fiabilidad narrativa, porque sabemos que le está ocultando información intencionalmente a Walton. Por el otro, es un tanto irónico que retenga el mecanismo científico, dada su preocupación por fundamentar las afirmaciones de su historia.

Pero estoy moralizando en la parte más interesante del relato, y su expresión me recuerda que debo proseguir.

Capítulo IV

Este breve comentario, luego de que Frankenstein hiciera una digresión sobre el contexto en el que creó a su monstruo, es elocuente de la historia como un todo: parte del juego en Frankenstein es que el lector absorba los eventos y decida él mismo las implicaciones morales.

Desperté horrorizado de este sueño; un sudor frío me empapaba la frente, los dientes me castañeteaban, y mis miembros eran presa de continuas convulsiones; entonces, a la luz desmayada y amarillenta de la luna que penetraba a través de los postigos de la ventana, vi al desdichado, al miserable monstruo que había creado. Había levantado la cortina de la cama, y sus ojos, si es que se podían llamar ojos, estaban fijos en mí. Abrió las mandíbulas y emitió un sonido inarticulado, mientras un rictus arrugaba sus mejillas. Quizá dijo algo, pero no le oí; extendió la mano, probablemente para detenerme; pero yo lo esquivé y eché a correr escaleras abajo. Me refugié en el patio de la casa donde vivía, y allí permanecí el resto de la noche, paseando arriba y abajo, presa de la más grande agitación, escuchando atento, captando todos los ruidos y temiendo que me anunciasen la proximidad del cadáver demoníaco al que tan desventuradamente había dado vida.

Capítulo V

Nótese que en el único y breve momento compartido entre creador y creado, antes de que Frankenstein huya, el monstruo le sonríe. Esto da credibilidad al argumento de que Frankenstein prejuzgó al monstruo desde su inicio y lo rechazó, cuando podría haberlo criado para que se convirtiera en un ser razonablemente bien adaptado.

Me es muy difícil describirte el efecto que me produjeron estos libros. Me despertaron un sinfín de imágenes y sentimientos nuevos, que a veces me elevaban al éxtasis, pero más frecuentemente me hundían en el más hondo desaliento.

Capítulo XV

El monstruo dice esto al describir los tres libros con los que aprendió a leer: El paraíso perdido, Las vidas de Plutarco y Las penas del joven Werther. Esto relaciona al monstruo tanto con la novela en su conjunto como con Frankenstein: Frankenstein también constituyó gran parte de su identidad a partir de libros en su juventud; y la obra en su conjunto está en gran parte estructurada por alusiones y extractos de otros textos.

Tú, que te dices amigo de Frankenstein, pareces conocer mis crímenes y sus desventuras. Pero los detalles que él te haya contado no pueden resumir las horas y meses de desdicha que he sufrido consumiéndome en pasiones impotentes. Pues aunque destruía sus esperanzas, no satisfacía mis propios deseos, siempre ardientes y devoradores; anhelaba el amor y la compañía, y sin embargo era despreciado. ¿No es injusticia eso? ¿Debo ser considerado el único criminal, cuando toda la humanidad ha pecado contra mí? ¿Por qué no odias a Félix, que arrojó injustamente de su puerta al amigo? ¿Por qué no maldices al rústico que trató de matar al que había salvado a su hijita? ¡No, esos son seres virtuosos e inmaculados! ¡Yo, el miserable, el abandonado, soy un aborto al que hay que despreciar y arrojar y pisotear! Aun ahora me hierve la sangre al recordar esta injusticia.

Pero es cierto que soy un desdichado. He asesinado a seres encantadores e indefensos; he estrangulado a inocentes criaturas mientras dormían, y he apretado la garganta de quien no me había hecho daño a mí ni a ser humano alguno. He arrastrado a mi creador —el ejemplo más selecto de cuantos son merecedores de amor y admiración— a la desdicha; le he perseguido hasta esta ruina irremediable. Ahí yace, blanco y frío por la muerte. Y tú me odias también; pero tu odio no puede compararse al que siento yo cuando me miro a mí mismo. Contemplo estas manos que han ejecutado tantos crímenes; pienso en mi imaginación que los concibió, y ansío que llegue el momento en que no vuelva a verme más las manos, y no vuelva a agobiarme más mi imaginación.

Capítulo XXIV

Esto es parte del monólogo final del monstruo a Walton, después de que Frankenstein muera en el barco. Nótese que el monstruo no ha encontrado ningún sentido de justicia a pesar de haberse vengado: el único que podía hacerlo feliz era Frankenstein, convirtiéndolo en su compañero, pero este se negó a hacerlo. También está de acuerdo con lo que Frankenstein ha dicho todo el tiempo: debido a sus acciones, es un desdichado. Sin embargo, es importante destacar que cree ser un desdichado debido a las acciones que tomó para vengarse de Frankenstein. Entonces, parece que se volvió desdichado en respuesta al rechazo de Frankenstein al llamarlo desdichado, constituyendo algo así como una profecía autocumplida.

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