Markus Zusak comenzó su carrera como un exitoso escritor de ficción juvenil, pero para su quinta novela se propuso relatar para un público adulto las experiencias de sus padres durante la Segunda Guerra Mundial. Zusak ha asegurado que gran parte de la inspiración para La ladrona de libros vino de las historias que sus padres le contaban cuando era niño.
El padre de Zusak, pintor de casas, era un austriaco que pasó la guerra en Viena, la cual en 1945 fue asediada y capturada por el Ejército Rojo soviético. La madre de Zusak era una alemana que había crecido en Múnich, donde fue testigo de primera mano tanto del intenso bombardeo de esa ciudad por los aviones aliados, así como de la degradación de los judíos durante el Holocausto. Estas experiencias figuran con fuerza en La ladrona de libros, cuya tensión central se desarrolla entre la bondad y la crueldad humanas.
La ladrona de libros es también una novela sobre el poder de las palabras. Adolf Hitler y su Partido Nazi ascendieron al poder, en gran medida, gracias al poder de las palabras, transmitidas a través de discursos violentos, de propaganda política y del libro seminal de Hitler, Mein Kampf. Hitler denunciaba a los judíos y a los comunistas, así como la influencia de enemigos recientes como Francia, al tiempo que lanzaba un mensaje de nacionalismo y superioridad racial aria, y la promesa de que reharía Alemania para convertirla en una potencia mundial capaz de dominar Europa, todo ello en beneficio del pueblo alemán. En medio de la Gran Depresión mundial, y particularmente de la enorme crisis que atravesaba la economía alemana –en ruinas después de que la nación sufriera una vergonzosa derrota en la Primera Guerra Mundial–, el mensaje de Hitler era persuasivo y peligroso. Luego de llegar al poder, Hitler aplicó una política de rápida militarización y exterminio sistemático de aquellos a quienes los nazis consideraban indeseables desde el punto de vista social: comunistas, homosexuales, discapacitados, gitanos, polacos, soviéticos, opositores al régimen nazi y judíos. Hitler ordenó que estas personas fueran enviadas a campos de exterminio y asesinadas, poniendo a disposición de ese propósito toda la maquinaria estatal alemana, desde la policía secreta, que buscaba a los judíos escondidos, hasta los conductores que manejaban los trenes, pasando por los guardias que supervisaban los campos de concentración.
En las décadas de 1930 y 1940, el pueblo alemán no tenía necesariamente la intención de asesinar a millones de judíos y otras personas. Sin embargo, la capacidad de persuasión de Hitler, junto con su control total de la policía y los medios de comunicación alemanes, condujo al grueso de los alemanes a secundar el Holocausto.
La ladrona de libros destaca tanto el peligro de las palabras como su potencial valor redentor. En el cumpleaños de Hitler, Liesel Meminger desafía a los nazis y roba un libro en llamas de una quema pública de literatura prohibida. Su amigo, el refugiado judío Max Vandenburg, esconde el mapa y la llave de un piso franco en un ejemplar de Mein Kampf. Más tarde, Max arranca páginas del libro, las cubre con pintura blanca y escribe en ellas una historia totalmente diferente al virulento material antijudío que Hitler escribió originalmente. La ladrona de libros ilustra de este modo que, así como las palabras pueden impulsar a los seres humanos a cometer atrocidades, pueden también contrarrestar esa vileza. Las palabras pueden forjar una amistad entre un judío oculto y una niña alemana; las palabras pueden desafiar a los nazis cuando se borra la propaganda de Hitler, y la belleza y la bondad se plantan en sus páginas.
La ladrona de libros se publicó en 2006 en la Australia natal de Zusak como una obra de ficción para adultos, pero la editorial estadounidense Knopf la comercializó como una novela para jóvenes. En pocos años desde su publicación inicial, se han vendido más de un millón de ejemplares. En 2007, la novela fue seleccionada con el premio Michael L. Printz, que premia la excelencia literaria en la literatura juvenil.