Resumen
La siguiente tentación
Liesel y Rudy vuelven a la casa del alcalde a robar un libro, pero encuentran un plato de galletas que, según intuye Liesel, ha dejado Ilsa Hermann. Toman las galletas y un libro, La última extranjera. Cuando están a punto de irse, Liesel se encuentra con Ilsa, que lleva una bata con una esvástica en el pecho. Entonces Liesel se da cuenta de que la biblioteca es suya y no de su marido. Ilsa le explica que la mayoría de los libros son suyos; algunos eran de su hijo. Liesel se emociona ante la idea de que la mujer sea dueña de una habitación llena de libros. Liesel y Rudy se comen la mitad de las galletas de camino a casa y comparten el resto con Tommy Muller.
El jugador de cartas
Mientras tanto, cerca de Essen, Hans y el resto de su brigada juegan a las cartas por cigarrillos. Un joven llamado Reinhold Zucker, que se regodea cuando gana, acusa a Hans de hacer trampa; por su parte, cada vez que Hans gana una mano, devuelve amablemente un cigarrillo a sus compañeros. Reinhold es el único que lo rechaza y, desde entonces, comienza a despreciar a Hans.
Las nieves de Stalingrado
En enero de 1943, Liesel va a casa de frau Holtzapfel a leer y se encuentra con un hombre de aspecto anciano con la mano ensangrentada y vendada. Le dice a Liesel que vuelva más tarde; tres horas después, visita la casa de Liesel. Es uno de los hijos de Holtzapfel, Michael, y acaba de regresar de la batalla de Stalingrado. Liesel le enciende un cigarrillo. Michael le cuenta a Rosa que su hermano, el otro hijo de frau Holtzapfel, ha muerto; también le dice que ha oído que Hans hijo está vivo allí.
A continuación, la Muerte explica cómo murió el hermano de Michael, Robert: en un gélido día de enero en Rusia, a Robert le volaron las piernas. Lo llevaron al hospital provisional, y murió tres días después, con su hermano a su lado.
En casa de frau Holtzapfel, Liesel les lee a Michael y a su madre, que llora la muerte de Robert.
El hermano eternamente joven
Liesel va a lo de Ilsa Hermann y deja en la puerta el plato vacío de galletas que se llevó de allí. Entonces se da cuenta de que su hermano muerto tendrá seis años para siempre. Entretanto, Rosa sigue sentada con el acordeón de Hans, y reza por el regreso seguro de su marido y de su hijo.
El accidente
En el camión que transporta la unidad de Hans, Reinhold Zucker exige cambiar de asiento con Hans; poco dispuesto a discutir, Hans accede. De pronto, una de las ruedas delanteras sufre un pinchazo y el conductor pierde el control del camión. Zucker es el único que muere en el accidente, y Hans dice que debería haber sido él. Hans se ha fracturado la pierna, y el sargento dice que recomendará que Hans descanse y pedirá que sea enviado a Múnich para trabajar en una oficina, una tarea mucho más segura. El sargento le asegura que lo hace porque Hans le gusta, por ser un buen hombre y generoso con los cigarrillos.
El amargo sabor de las preguntas
En febrero, Liesel y Rosa reciben una carta de Hans en la que les comunica que vuelve a casa. Barbara Steiner está extasiada por la noticia, y Rudy parece feliz, pero internamente se pregunta por qué regresa Hans y no su padre.
Una caja de herramientas, un delincuente, un oso de peluche”
La rabia de Rudy ha ido en aumento desde que reclutaron a su padre, y ha empeorado ante la noticia del regreso de Hans. Comienza entonces a cargar una caja metálica por la calle, que contiene herramientas de robo y un oso de peluche. Al notar que va preparado para el robo, Liesel sale corriendo a su encuentro. Rudy le dice que no es una verdadera ladrona, ya que Ilsa prácticamente la deja entrar; dice que robar no es eso, sino lo que hace el ejército al llevarse a sus padres. Rudy planea entrar en la casa de uno de los residentes más ricos. Le dice a Liesel que el oso de peluche es para calmar a un niño si llega a encontrarse uno en la casa en la que irrumpa. Pero al final Rudy no se atreve a robar. Finalmente, termina utilizando la caja para transportar los objetos valiosos de los Steiner en previsión de próximos bombardeos.
En marzo hay otro ataque aéreo. Frau Holtzapfel se niega a salir de su casa, y Michael y Rosa son incapaces de sacarla. Liesel le dice que si no va al refugio, ella dejará de ir a leerle y habrá perdido a su única amiga; Frau Holtzapfel sigue negándose, así que los demás la dejan para ir al sótano de los Fiedler. Michael se arrepiente de haber dejado a su madre, pero entonces Frau Holtzapfel llega. El bombardeo es largo y Liesel llega a leer cuarenta y cuatro páginas al grupo.
Después del ataque, la hermana menor de Rudy se da cuenta de que hay un pequeño incendio y que sale un hilo de humo cerca del río Amper. Rudy sale corriendo hacia allí con su caja de herramientas, y Liesel lo sigue. Llegan por fin a un avión enemigo derribado; claramente, el piloto ha intentado aterrizar en el agua, sin éxito. Rudy saca el oso de peluche de su caja de herramientas y se lo apoya al piloto en el hombro, quien le da las gracias en inglés y muere.
La Muerte llega para llevarse el alma del hombre y en eso reconoce a Liesel; la recuerda del tren, cuando se llevó a su hermano. La Muerte está convencida de que Liesel también ha reconocido su presencia. Por último, la Muerte comenta que durante lo que duró la hegemonía de Hitler, ella fue su servidora más leal.
De vuelta en casa
Tras su convalecencia, a Hans le conceden una semana en casa antes de ser enviado a Múnich para trabajar en trámites burocráticos. Les cuenta a Liesel y a Rosa todo lo que le ha ocurrido, incluida la muerte de Reinhold Zucker. Durante toda la noche, se sienta junto a la cama de Liesel; ella se despierta varias veces para ver si sigue allí.
Análisis
En esta sección se impone la idea de lo aleatorio que es el destino. El ejemplo más claro de ello es la manera arbitraria y azarosa en que Hans sobrevive al accidente vial. Como señala el sargento, Hans sobrevive por tener la fortuna de ser un buen jugador y por ser un hombre amable y solidario. En cambio, Reinhold Zucker muere por su irracional enemistad con Hans: enojado por haber perdido en el juego de cartas, Zucker exige el asiento de Hans, que este considera el peor del camión, por pura necesidad de agredirlo. Hans accede amablemente; como resultado, Zucker muere en el accidente, y Hans resulta herido y es transferido para hacer trabajo burocrático. De este modo, Hans vuelve a engañar a la Muerte. De hecho, el hombre no podría haber esperado un mejor resultado: gracias a que resultó herido –aunque no lo suficiente como para perder la vida–, podrá volver a casa. De no haberse lastimado, habría tenido que continuar sus servicios en la brigada antiaérea. Esta secuencia azarosa de acontecimientos evidencia el caos inherente a la guerra. Hans lo experimenta de primera mano, no solo en este episodio, sino cada día de su servicio, al recoger los cadáveres que dejan los bombardeos. Muchos de ellos son niños que no participaban en la guerra, pero que se encontraban allí cuando cayeron las bombas.
Michael Holtzapfel también se enfrenta al azar del destino y se siente una víctima de él. Puede considerarse en cierta forma afortunado, porque volvió a casa con heridas leves, pero su hermano murió dramáticamente. Como no hay razones concretas que expliquen la muerte de su hermano y su arbitraria supervivencia, Michael siente una culpa muy angustiante. La sensación de culpa se ve agravada cuando, durante el ataque aéreo, deja atrás a su madre (que no quiere abandonar su casa) y se reúne con sus vecinos en el refugio; Michael se culpa por su anhelo de seguir viviendo. Cuando su madre aparece, por fin, en el refugio, Michael lo manifiesta: le pide perdón, no solo por abandonarla, sino por querer seguir viviendo después de todo lo ocurrido.
La muerte de uno de sus hijos sume a Frau Holtzapfel en un estado de casi catatonia; apenas parece reconocer que su otro hijo, Michael, ha vuelto a casa con vida. Así, nuevamente, la novela retrata la crudeza con que la guerra afecta a las personas, incluso corroyendo los lazos dentro de la unidad de la familia. Al enterarse de lo que pasó con la familia Holtzapfel, Rosa se preocupa por su propio hijo, otro soldado en la línea de fuego del Frente Oriental. Presentada como un personaje impetuoso al principio de la novela, Rosa se ha ido desgastando de a poco y ahora parece emocionalmente quebrada por el incierto destino de su marido y su hijo.
Por su parte, Rudy se enfrenta con enojo y frustración al azar que mantiene a su padre en la guerra mientras que Hans puede volver con su familia: “¿Por qué Hans Hubermann y no Alex Steiner?” (468), piensa. Pero en lugar de culpar al destino de ello, Rudy culpa a Hitler y su ejército. Llega a la conclusión de que Hitler les ha arrebatado a sus hombres, y que el alcalde y todos los demás "nazis ricos" son los verdaderos criminales por apoyar a Hitler y su guerra. Por eso, a modo de venganza, como una forma de empoderarse ante la impotencia que siente, decide volver a robar, pero esta vez a los miembros más ricos de Molching. Sin embargo, Rudy es incapaz de llevar adelante su objetivo; de alguna manera, es impotente ante la maquinaria alemana y su violencia. Sabe que huir o robar casas no hará nada para cambiar las injustas circunstancias de la guerra. Resulta muy significativo que, en lugar de utilizar el contenido de la caja de herramientas para cometer un crimen motivado por la venganza, Rudy termina regalando el oso de peluche al piloto aliado moribundo, participante en el bombardeo que acaba de confinar a su familia en un refugio antiaéreo durante horas. El acto de compasión de Rudy hacia el hombre que bombardea su patria no es menor: los pilotos derribados sobre territorio enemigo corren el peligro de ser atacados y torturados por ciudadanos o soldados del bando opuesto. En este caso, Rudy es el primero en encontrarse con el piloto, antes de que lleguen otros ciudadanos, y su acción solidaria les sirve de ejemplo. Rudy demuestra así un agudo reconocimiento de la irracionalidad del odio y del hecho de que la guerra ha afectado a participantes involuntarios de ambos lados del conflicto. Asimismo, su accionar da cuenta de que el chico comprende que el drama de la guerra y sus nefastas consecuencias son responsabilidad de Hitler y de su aparato nazi, y no siente ninguna enemistad precisa hacia los enemigos de Alemania en la guerra. De ahí que pueda distinguir en el piloto moribundo a un hombre sufriente, víctima, y despliega su empatía y solidaridad hacia él.