La ladrona de libros

La ladrona de libros Resumen y Análisis Décima Parte: La ladrona de libros

Resumen

El fin del mundo (parte 1)

La Muerte ofrece un nuevo adelanto de lo que sucederá al final: describe el bombardeo de la calle Himmel que tendrá lugar al final de esta parte. Todos mueren durmiendo excepto Liesel, que está despierta en el sótano de los Hubermann en el momento del ataque. La Muerte describe cómo acoge a Hans y a Rosa, ambos poseedores de un alma suave.

Un equipo de rescate encuentra a Liesel aferrada a un libro y le pregunta por qué estaba en el sótano, si las sirenas no sonaron a tiempo. La niña es asistida y sacada del sótano; ella se aferra con desesperación al libro, a las palabras que le salvaron la vida.

El nonagésimo octavo día

El relato retoma los sucesos de abril de 1943, cuando Hans acaba de regresar. Después de una semana en casa, Hans empieza a trabajar en una simple oficina en Múnich. Tres meses más tarde, en Molching, asisten a un nuevo desfile de judíos, que son conducidos hacia la ciudad vecina para realizar trabajos forzados de limpieza. Liesel vuelve a buscar a Max entre ellos; la Muerte anticipa que en agosto Max desfilará por la ciudad.

El 24 de julio, por la mañana, Michael Holtzapfel se suicida, colgándose de una viga, debido a su sentimiento de culpa por haber sobrevivido a su hermano.

El instigador de guerras

El funeral de Michael Holtzapfel tiene lugar el 27 de julio de 1943 y Liesel lee para los presentes. Entretanto, los aliados bombardean Hamburgo y la Muerte se jacta de haber podido llevarse a la vez cerca de cuarenta y cinco mil personas. Ella también comenta que entonces los alemanes estaban empezando a pagar con creces lo que habían hecho, y que, a pesar de los reveses militares de Alemania, Hitler no había aflojado en su empeño por hacer la guerra y exterminar a la “plaga judía”. A pesar de ese debilitamiento, aún existían muchos campos de exterminio, y Max Vanderburg se encuentra en uno de ellos.

El estilo de las palabras

En agosto de 1943, otro grupo de judíos atraviesa la ciudad de camino a Dachau. Nuevamente Liesel busca a Max, y de pronto lo ve; Max también está buscándola con la vista. Liesel corre hacia la procesión, se adentra en la marea de judíos y se aferra al brazo de Max. Él le cuenta que fue capturado hace unos meses, a medio camino de Stuttgart. El hombre le dice a Liesel que debe soltarlo, pero ella sigue caminando con él. Un soldado la distingue y le ordena que salga de ahí; como ella lo ignora, el soldado la arrastra y la arroja a la acera, contra los espectadores alemanes. Pero Liesel se levanta y vuelve a adentrarse entre los judíos, y al reencontrarse con Max comienza a recitarle un fragmento de El árbol de las palabras. Max deja de caminar, al igual que el resto de los judíos, que lo observan, mientras él mira a Liesel y luego se dedica a mirar el cielo, y nota que es un día hermoso. Max y Liesel se abrazan y lloran, hasta que un grupo de soldados toma a Max y comienza a azotarlo, mientras Liesel es arrastrada otra vez. Liesel es azotada también, y Rudy, entre la multitud, la llama, mientras Max es obligado a continuar. Rudy y Tommy se llevan a Liesel. Liesel intenta zafarse e ir tras la procesión que desaparece, pero Rudy la retiene.

Confesiones

En cuanto los judíos desaparecen, Liesel se dirige a la estación de tren a esperar la llegada de Hans. Rudy le cuenta a Rosa lo sucedido y luego ella se lo cuenta a Hans. Por la noche, Hans intenta tocar el acordeón, pero no puede. Liesel permanece en cama durante tres días. Al cuarto día, Liesel invita a Rudy a caminar por la carretera hacia Dachau. Entonces le explica todo sobre Max y le muestra el dibujo que Max hizo de él. Rudy se sorprende de que le haya hablado a Max de él. Interiormente, Liesel quiere que Rudy la bese y se da cuenta de que siempre lo amó, pero nada sucede. La Muerte anticipa que falta un mes para la muerte de Rudy.

El librito negro de Ilsa Hermann

Liesel se dirige a la casa de Ilsa Hermann, pensando que robar un libro podría animarla. En el camino, al ver el río, piensa que la humanidad no se merece un mundo tan bello. En la casa del alcalde, entra por una ventana y comienza a leer un libro en el suelo de la biblioteca de Ilsa. Liesel no sabe ni le importa si Ilsa está en casa. Piensa en todos los horrores que ha vivido y todas las personas que ha visto morir, y se imagina a Hitler en medio de todas ellas, gritando sus palabras. Mira los libros y los odia por hacerla feliz, mientras esas cosas horribles suceden. Piensa que ya no quiere tener esperanzas de que Max y Alex Steiner vivan, porque el mundo no se los merece. Entonces rompe el libro que está leyendo hasta dejar trocitos de palabras a su alrededor, y se pregunta qué tienen de bueno las palabras, asegurando que, sin ellas, el Führer no sería nada.

Liesel grita el nombre de Ilsa pero no obtiene respuesta, entonces le escribe una carta en la que se disculpa por haber destruido un libro y dice que no volverá a ir, a modo de castigo.

Tres días después, Ilsa visita la casa de Liesel. Ilsa le dice que, según su carta, sabe escribir bien, y por eso le entrega un libro en blanco con papel rayado; le pide a Liesel que no se castigue, como hizo Ilsa por la muerte de su hijo. Liesel invita a Ilsa a tomar café. Esa noche, Liesel baja al sótano y comienza a escribir una historia titulada La ladrona de libros.

Los aviones con caja torácica

Liesel comienza a escribir en el libro que le regaló Ilsa la historia de su vida, empezando por la muerte de su hermano. Todas las noches, Liesel baja al sótano a escribir. Diez noches después, Munich vuelve a sufrir un bombardeo, y Hans la despierta en el sótano para llevarla al refugio. El siguiente bombardeo se produce el 2 de octubre, cuando Liesel ya ha terminado su relato: es un relato dividido en diez partes, y Liesel ya ha empezado a releer lo que escribió. La Muerte se pregunta qué parte del relato habrá estado leyendo Liesel la noche en que ella se paseó por Himmelstrasse, la noche que cayó la primera bomba de la caja torácica de un avión. La Muerte imagina a Liesel leyendo la última frase de su relato: “He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura” (511).

El fin del mundo (parte II)

La Muerte describe el bombardeo en Himelstrasse y, con ello, relata cómo llegó a conocer la historia de Liesel.

Las sirenas que anuncian los ataques llegan demasiado tarde. La primera bomba alcanza el bloque de pisos de Tommy Muller; él y su familia están durmiendo cuando la Muerte los visita. En cambio, Frau Holtzapfel está despierta en su cocina, como si la estuviera esperando. Frau Diller duerme; su tienda está destruida y la foto de Hitler enmarcada quedó destrozada. Los Steiner están todos dormidos, y Rudy está en una cama con una de sus hermanas; la Muerte lo reconoce como el niño que le regaló un oso de peluche al piloto. La Muerte observa el alma de Rudy y lo ve fingiendo ser Jesse Owens, recuperando un libro del río helado e imaginando un beso de Liesel. La Muerte se siente conmovida por el niño y llora por él. Finalmente, la Muerte se lleva a Hans y a Rosa. El alma de Hans se levanta y se presenta ante la Muerte, dispuesta a irse, pero antes susurra el nombre de Liesel. Sin embargo, para la Muerte no hay ninguna Liesel en esa casa, ya que la niña está a salvo en el sótano.

Enseguida, La Muerte ve cómo los hombres de la LSE sacan a Liesel del sótano. Ella está en pánico, llora y grita los nombres de sus padres. La niña sale corriendo pero no reconoce el espacio en el que está; el hombre que la encontró le explica que Himmelstrasse fue bombardeada. Liesel pide que saquen a su familia de los escombros, luego se desploma y el hombre la ayuda a sentarse; ella nota que en las manos lleva su libro.

A continuación, ve que un hombre de la LSE lleva en las manos el estuche del acordeón de Hans, y ella se ofrece a llevarlo, pero lo deja caer cuando se choca con los cadáveres de sus seres queridos. Primero ve a Frau Holtzapfel y luego a Rudy; le ruega que se despierte y luego lo besa, por fin, en los labios. Enseguida ve a Rosa y a Hans. Llora y habla con el cadáver de Rosa, recordando el día en que llegó a Himmelstrasse, y le agradece por haberle ido a avisar al colegio que Max había despertado. Luego, con mucho dolor, se atreve a mirar el cadáver de Hans. La Muerte se acerca para verla mejor y comprende que aquel es el humano al que Liesel más ama. Liesel le pide a la cuadrilla de la LSE que le acerquen el acordeón, y ella lo coloca junto al cuerpo de su padre. La Muerte reconstruye cómo Liesel imagina a su padre levantándose y tocando el acordeón maravillosamente. Finalmente, la niña se despide del cuerpo de Hans.

Liesel es llevada de allí con delicadeza. Su libro, La ladrona de libros, es arrojado a un camión de basura. La Muerte sube al camión y lo rescata.

Análisis

En esta sección se revelan los destinos de la mayor parte de los personajes de la novela: Rudy y su familia, Hans, Rosa y muchos residentes de la calle Himmell mueren mientras duermen durante un bombardeo. Por fin se cumple la tragedia que la Muerte venía anticipando. Sin embargo, hay dos personajes cuyos destinos aún son inciertos: Liesel y Max. La niña acaba de perder a su mejor amigo, a sus padres y también su hogar; prácticamente no queda nada en pie de su vida anterior, y el lector se pregunta qué será de ella. Liesel se salva de morir porque durante el bombardeo se encontraba en el sótano escribiendo y “releyendo la historia de su vida en busca de errores” (484). Así, significativamente, Liesel se salva gracias a un libro –el que escribe sobre su propia vida– y gracias a las palabras. Por eso, cuando los hombres la rescatan de los escombros, la Muerte señala que Liesel “No se había desprendido del libro. Se aferraba con desesperación a las palabras que le habían salvado la vida” (485). Nuevamente, asistimos al increíble poder de las palabras en la novela.

En cuanto a Max, aparece por fin junto a otros prisioneros judíos de camino a Dachau, lo cual no genera demasiada esperanza. Pero con ello Liesel al menos puede confirmar que su amigo sigue vivo. Paradójicamente, es a la vez una victoria saber que no ha sido asesinado y una derrota confirmar que los nazis lograron atraparlo. Resulta de gran impacto para el lector ver a este personaje, tan querido por la protagonista, sufriendo las mismas vejaciones que ya hemos visto sufrir a los judíos prisioneros en campos de concentración nazis. No obstante, el encuentro con Liesel parece animarlo y darle fuerzas. La escena tiene un fuerte paralelismo con la escena en la que Hans dio un trozo de pan a un judío en plena procesión rumbo a Dachau: Liesel, siguiendo la valentía de su padre, se acerca a Max, desacatando la orden de los soldados nazis, que le ordenan que se aleje y la agreden físicamente. Superando esa violencia, Liesel insiste en acercarse a Max y comienza a relatarle un fragmento de El árbol de las palabras: “Allí, en algún lugar dentro de ella, estaban las almas de las palabras. Salieron trepando hacia fuera y se colocaron a su lado” (495). Emerge aquí también el potencial de las palabras, que en este caso son evocadas por Liesel a modo de antídoto contra la violencia nazi. Aquí las palabras funcionan como un arma de resistencia capaz de quebrantar el miedo y la distancia, y de enfrentar las armas nazis. Efectivamente, esas palabras surten el efecto esperado en Max: “Fue todo muy sencillo: las palabras pasaron de la joven al judío, treparon hasta él” (495). El hombre logra por un instante salir de su alienación, de la animalización de la que es víctima, del estado de debilidad y sufrimiento en que está sumido, y encuentra la voluntad para observar a la niña y luego para mirar el cielo y decir: “Hace un día precioso” (496). Así como durante su estadía en la calle Himmel Max se arriesgó a salir de la casa para mirar el cielo, como un gesto de recuperación de su humanidad, en esta escena Liesel ayuda a Max a recuperar algo de su humanidad arrebatada, a recuperar su subjetividad y su sensibilidad, capaz de admirar la naturaleza.

En esta sección también se da otro suceso dramático, consecuencia directa de la guerra: el sentimiento de culpa de Michael Holtzapfel por sobrevivir a su hermano alcanza un clímax y el hombre termina ahorcándose. A lo largo de la novela, muchos personajes debieron enfrentarse a la culpa y la responsabilidad que sienten hacia los muertos. Max sintió culpa al llegar a lo de los Hubermann por haber dejado atrás a su familia; Hans sintió culpa porque Erik Vandenburg le hubiera salvado la vida y se adjudicó la responsabilidad de compensar a Erik salvando a su hijo; Michael siente culpa por haber sobrevivido azarosamente a su hermano y concluye que no merece estar vivo. De ahí que en la nota que deja a su madre se disculpe y asegure: “Ya no podía soportarlo más” (490).

Tras el suicidio de Michael Holtzapfel y su encuentro con Max, Liesel sufre una crisis: ante el dolor y el sufrimiento que ve en el mundo, pierde toda esperanza, e insiste en que el mundo no merece a personas como Max o Alex Steiner. La tristeza y la frustración la llevan a la biblioteca de frau Hermann, donde repasa todas las cosas terribles que ha vivido. Rodeada de los libros de Ilsa, llega a la conclusión de que fueron las palabras de Hitler, su retórica y su propaganda las fuentes de la violencia nazi. Liesel siente una fuerte contradicción: mientras siente una atracción fuerte por los libros y sus palabras, comprende a la vez que las palabras son las culpables del estado de cosas siniestro que se vive: “No me hagáis feliz. Por favor, no me cameléis y me dejéis creer que algo bueno puede salir de todo esto. ¿No veis los moretones? ¿No veis esta raspadura? ¿No veis la herida que tengo dentro? ¿No veis cómo se extiende y me corroe ante vuestros ojos?” (504). Para definir esa contradicción, la niña se vale de un oxímoron al dirigirse a los libros: “Qué adorables hijos de puta” (504), les dice. A modo de venganza simbólica, Liesel arranca y destruye las páginas de un libro.

Este reconocimiento del poder siniestro de las palabras, en el que se encarniza la primera parte de la lección impartida por El árbol de las palabras, anticipa la culminación del aprendizaje de Liesel. Pero ese aprendizaje se completa más adelante, cuando recibe el regalo de Ilsa: un libro en blanco. Con él Liesel podrá complementar su entendimiento, corporizando la enseñanza de la segunda mitad del libro de Max, aquella en la cual las palabras de esperanza tienen el poder de convertirse en un antídoto contra las palabras violentas y miserables. El cuaderno en blanco le dará a la niña la posibilidad de escribir su propia historia; será una fuente de liberación y empoderamiento. Como señala la Muerte, Ilsa le da a Liesel un propósito: “una razón para escribir sus propias palabras, para que descubriera que las palabras también le habían salvado la vida” (508). Efectivamente, el estar escribiendo su historia en el sótano durante el bombardeo es lo que salva la vida de Liesel. En suma, la contradicción que las palabras asumen en la vida de Liesel quedan condensadas en la última frase de su libro, aquella que la Muerte recuerda y recupera para el lector: “He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura” (511).

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