Resumen
El diario de la muerte: 1942
La Muerte comenta secamente que el año 1942 fue un año de muchísimo trabajo para ella, por las devastaciones de la Segunda Guerra Mundial. Menciona algunas de ellas, como los judíos incinerados en los campos de exterminio nazis y los soldados rusos mal armados que son masacrados en el Frente Oriental.
El muñeco de nieve
En la Navidad de 1941, a modo de regalo, Liesel lleva ollas de nieve al sótano y, junto con Max, construye un muñeco de nieve, lo que levanta mucho el ánimo del joven. Sin embargo, poco después, la salud de Max se deteriora, y un día, a mediados de febrero de 1942, se desploma, inconsciente. Hans y Rosa deciden volver a instalar a Max en la habitación de Liesel, para evitar las bajas temperaturas, pero el hombre no parece mejorar. Liesel se siente culpable por haberlo hecho jugar con nieve y, mientras el hombre duerme, le ruega que no se muera.
Trece regalos
A comienzos de 1942, Liesel cumple trece años, pero no hay festejos porque Max sigue mal. La niña se sienta a su lado y le habla, pero el hombre no despierta. La Muerte confiesa que visitó esa habitación cuando Liesel estaba ausente y se preparó para llevarse el alma de Max, pero luego sintió un resurgir y un forcejeo contra ella, y se retiró. Cinco días después, Max despierta muy brevemente, y lo mismo sucede una semana después. Hans sugiere que Liesel le lea a Max, así que ella empieza a leerle El hombre que silbaba.
Liesel sale a jugar al fútbol con Rudy, para distraerse, pero pasa un coche que revienta el balón, y Liesel se lo lleva a Max como regalo. También le lleva otros regalos, como una piña, un botón, una piedra, un soldado de juguete y periódicos. En un momento dado, Liesel ve una nube gigante y Hans le sugiere que se la regale a Max escribiendo una descripción de la misma. Liesel termina de leerle el libro, pero Max sigue inconsciente.
Aire fresco, una vieja pesadilla y qué hacer con un cadáver judío
Liesel y Rudy deciden volver a robar en la casa del alcalde. Liesel entra a hurtadillas y se lleva un libro rojo llamado El repartidor de sueños. La Muerte insinúa que Ilsa mantiene la ventana de su biblioteca abierta para que Liesel pueda robar libros. En casa, Liesel empieza a leérselo a Max.
A mediados de marzo, Liesel escucha a Hans y a Rosa discutir sobre qué hacer con el cadáver de Max en caso de que este muera. Liesel interviene para decir que Max aún no está muerto. Esa noche, Liesel tiene su habitual pesadilla, pero esta vez es la cara de Max la que ve sobre el cuerpo de su hermano.
Ocho días más tarde, Rosa irrumpe en la clase de Liesel gritando, para distraer así a sus compañeros, pero luego le susurra que Max está despierto. Rosa le entrega a Liesel, de parte de Max, el soldado de juguete, diciéndole que, según Max, ese es su regalo favorito. Esa tarde, Liesel visita a Max. Este le agradece con emoción todos los regalos y Liesel sigue leyéndole en su convalecencia. Pronto la salud de Max mejora y puede regresar al sótano. Pero la Muerte anticipa que el alivio de Liesel no se corresponde con la turbulencia que empieza a vivirse en el exterior; anticipa que se acercan las bombas.
El diario de la muerte: Colonia
El 30 de mayo, quinientas personas mueren en el primer gran bombardeo contra la ciudad alemana de Colonia. La Muerte expresa su pena por las almas muertas, y dice que cuando termina de llevarse todas las almas, el cielo está amarillento, como un periódico quemado. Un grupo de niños pequeños ve caer del cielo contenedores de combustible vacíos, desechados por los aviones enemigos, y los recogen, como un juego.
La visita
Los miembros del Partido Nazi van de puerta en puerta inspeccionando los sótanos para identificar posibles ubicaciones para nuevos refugios antiaéreos. Liesel, que está en la calle jugando al fútbol, los ve y se pregunta cómo ir a casa para advertir a sus padres sin levantar sospechas. Liesel opta por chocarse con otro niño y sale lastimada. Rudy corre a buscar a Hans, quien lleva a Liesel a casa, orgulloso de la estrategia de su hija. Antes de que Hans y Rosa tengan la oportunidad de averiguar cómo esconder a Max, que se ha vuelto a esconder en el sótano, llega a la casa un miembro del partido. El hombre inspecciona solo el sótano, mientras la familia intenta aparentar tranquilidad; finalmente, el hombre no encuentra nada, señala que el sótano no es adecuado para ser refugio y se va. Hans, Rosa y Liesel bajan las escaleras y encuentran a Max escondido detrás de las sábanas, sosteniendo, amenazante, unas tijeras oxidadas. El hombre se disculpa por ponerlos en riesgo.
El ‘Schmunzeler’
Llaman otra vez a la puerta y la familia se sobresalta, pero descubren que es Rudy, que pide ver a Liesel para saber cómo está. El niño se burla de ella por ser una ladrona y oler a cigarrillo, y ella le cierra la puerta.
Análisis
La Muerte enmarca la sexta parte con tres secciones de oscuros comentarios sobre la creciente devastación de la Segunda Guerra Mundial y la intensificación de sus efectos sobre las personas. Menciona el bombardeo de Colonia (una de las principales ciudades alemanas), el sangriento enfrentamiento en el Frente Oriental (un escenario de conflicto entre las potencias del Eje y la URSS y otros aliados) y los horrores de los campos de exterminio nazis en Polonia. La Muerte inicia la sección pronunciándose dramáticamente contra tanta devastación, que le dio tanto trabajo durante el sangriento año 1942 y expresa la pena que siente por las almas muertas: “Con el espíritu adolescente aún candente en mis brazos, los acompañé unos metros (...). Lo último que deseaba era bajar la vista hacia el rostro desamparado de mi adolescente” (334). Con esta imagen del horror que se vive en la Alemania nazi, la Muerte humaniza el drama que conlleva la guerra. Junto con la introducción de las cámaras de gas en el campo de concentración de Auschwitz, estos acontecimientos históricos presagian la devastación que pronto llegará a la ciudad ficticia de Molching. Cuando los nazis inspeccionan el sótano de los Hubermann en busca de un posible refugio antibombas, el temor a que descubran a un judío oculto eclipsa el importante indicio de que los bombardeos aliados se han convertido en una amenaza real en todo el territorio alemán.
Así, la noble desesperación de los Hubermann por mantener a Max con vida y escondido de los nazis contrasta notablemente con los horrores que tienen lugar en los campos de exterminio alemanes. La descripción que hace la Muerte de los crematorios que los nazis utilizaron para deshacerse de los cuerpos de los judíos es especialmente desgarradora: “Los judíos desesperados, con sus espíritus en mi regazo, mientras esperamos sentados en el tejado, junto a las humeantes chimeneas” (307). Mientras se lleva las almas de Auschwitz, vuelve a intentar distraerse del horror observando los colores: “Cargaba el alma carbonizada de una criatura adolescente cuando, muy seria, levanté la vista hacia lo que se había convertido en un cielo sulfúrico" (334).
Mientras la Muerte trabaja horas extras por toda la muerte que genera la guerra, Liesel está dedicada a su situación doméstica, pues la guerra aún está a distancia de Molching. Ante lo sombrío de la situación que se vive en Alemania, Liesel y su familia se las ingenian para encontrar pequeñas formas de aportar alegría a la cotidianeidad. Así, por ejemplo, pasan una hermosa Navidad, gracias al muñeco de nieve que Liesel diseña. Pero cuando Max se enferma, el contexto dramático se intensifica. Liesel está muy preocupada por el estado de salud de su nuevo amigo, y los Hubermann también deben enfrentar el peligro que corren si él muere en su casa. A pesar de la genuina solidaridad con que los Hubermann se comportan para con Max, la realidad es que la familia lo esconde a cambio de un gran costo personal, y su presencia en el sótano crea una enorme responsabilidad potencial para todos ellos. Con la llegada de la primavera, Rosa y Hans sienten el peso de su sacrificio, y si bien nadie se queja de lo poco que tienen, es evidente que, en el fondo, reconocen que la muerte de Max significaría que todos tendrían un poco más para comer.
El enorme riesgo que corren los Hubermann queda condensado hacia el final de esta sexta parte, cuando reciben la visita del soldado alemán que busca espacios propicios para instalar refugios antiaéreos. En ese punto, la novela alcanza un clímax de gran dramatismo, y el lector teme lo que pueda ocurrir si los nazis descubren que la familia de Liesel esconde allí a un judío. En esa escena, queda expuesta la dualidad mundo interior-mundo exterior que atraviesa la vida de los Hubermann, particularmente en su capacidad para mantener en la superficie una conversación cortés, incluso simpática, con el soldado nazi en la cocina, mientras en el sótano –literalmente, por lo bajo– esconden a un “enemigo de la Patria”. Luego de esta inspección, Rudy visita a Liesel y la niña, conforme con haber escapado del peligro inmediato, le dice que “todo va bien” (345). Así se cierra la sexta parte, con una ironía dramática, en la medida en que el lector sabe que, tal como anticipó la Muerte, a pesar de haberse salvado esta vez, se avecina un final trágico para los Hubermann.
Los pequeños actos de bondad y devoción de Liesel hacia Max ilustran el vínculo amoroso que se ha desarrollado entre ambos. Max se ha convertido, en cierto modo, en un sustituto del hermano muerto de Liesel, y la lucha desesperada de Liesel por mantener a Max con vida es una muestra del desarrollo de su carácter: Liesel es ahora cuatro años mayor que al comienzo de la novela, y es evidente que ha madurado tanto intelectual como emocionalmente.
Durante el tiempo que Max permanece inconsciente, al borde de la muerte, Liesel vuelve a reconocer la importancia de las palabras, que ahora le servirán como regalo y homenaje. Aconsejada por su padre, la niña le escribe a Max: al describirle una nube, Liesel ve que las palabras le permiten acercarle el mundo exterior a Max, hacerle experimentar a través del lenguaje aquello que le está vedado por su encierro y persecución. De esta manera, Liesel y Max refuerzan su vínculo mediante la potencia que tienen las palabras. De a poco, Liesel está comenzando a desarrollar su propia voz mediante la escritura, aquella que, en el futuro, volcará en un diario que será el material sobre el que se apoye la Muerte para narrar los sucesos que componen La ladrona de libros.