Resumen
Introducción
Artemio Cruz, el narrador, despierta en una cama de hospital; la realidad externa se le confunde con la interna y le cuesta discernir lo que pasa a su alrededor. En la sala, además del doctor, está su esposa, Catalina, y su hija, Teresa. Luego de que Cruz intercambia algunas palabras con ellas, llega Padilla, su secretario, con una grabadora para registrar la conversación que tendrán.
Artemio Cruz sigue confundido y habla de sí mismo como si se tratara de un gemelo que ha tenido; el pasado y el presente se le superponen y se le mezclan. El día anterior, recuerda, voló desde Hermosillo hasta la Ciudad de México, y el avión sufrió un desperfecto y una de sus turbinas se incendió. Él -recuerda- fue el único que conservó la calma hasta que el desperfecto fue solucionado y el avión aterrizó sin dificultad. Ese día trabajó mucho, recuerda, y debió entrevistarse con mucha gente del gobierno a la que tenía que poner a trabajar.
La mente de Artemio divaga y comienza a recordar cómo construyó su fortuna y su posición: primero, ofreciendo préstamos a corto plazo y con altos intereses a campesinos después de la Revolución; luego, comprando terrenos y previendo el crecimiento demográfico de Puebla; más tarde adquiriendo un periódico y comprando acciones en empresas mineras y convirtiéndose en el hombre de confianza de un grupo de inversores norteamericanos; y, por último, obteniendo concesiones para la explotación maderera y comprando terrenos durante el periodo del presidente Alemán.
En el lecho de muerte, postrado, Artemio sigue recordando su pasado, mientras piensa que su destino lo ha encontrado.
1941: 6 de Julio
La narración reconstruye, en tercera persona, un episodio de la vida de Artemio Cruz y su familia en 1941. Desde la ventana de su coche, Artemio observa a su esposa y a su hija que ingresan a una tienda. Allí, Teresa se prueba un vestido tras otro, una y otra vez, ante los ojos de su madre, que aprovecha la ocasión para recordarle cómo debe tratar a los empleados. El vestido que deben elegir, al parecer, es para una gran ocasión, y se comprende por el diálogo que se trata de la boda de Teresa.
Artemio, en su limusina, atraviesa la ciudad de México hasta un imponente edificio en el que va a encontrarse con sus socios norteamericanos para hacer negocios. Mientras tanto, madre e hija se sientan a desayunar en un café lujoso y hablan sobre la última película de Joan Crawford, un nombre que la madre debe enseñar a pronunciar a su hija.
De nuevo en la reunión de negocios, Artemio Cruz explica a los norteamericanos que si desean que él sea el hombre de paja en México, es decir, el socio que les permitiera ingresar en el país, deberían pagarle dos millones de dólares al contado, como tarifa por sus servicios, al margen de las inversiones de capital. Con ello les asegura las condiciones mineras y de explotación maderera hasta el siglo XXI. Los socios terminan por aceptar y todos brindan por el negocio y las fortunas que harán. Al finalizar la reunión, Artemio Cruz invita a su joven secretario, Padilla, a almorzar con él. Las mujeres, por su parte, regresan a su casa en Las Lomas, quejándose de que Cruz ha dejado todos los preparativos de la boda en sus manos, y que es mucho trabajo.
El relato regresa a la primera persona. Cruz reconoce que lo han trasladado del hospital a una de sus casas, pero no a la que le hubiera gustado. En sus divagaciones, se comprende que en la casa familiar no comparte el cuarto matrimonial con su mujer, Catalina, sino que duerme aparte. Además, tiene otra casa, en la que vive con una mujer joven a la que dice amar, y es allí donde le gustaría estar, y no con su mujer y su hija. Aún postrado, Artemio percibe los gestos de afecto de su familia como forzados y falsos. Luego, el relato salta a la segunda persona: Artemio se habla a sí mismo tuteándose y se dice que hasta el momento se ha sentido satisfecho de imponerse ante todos y de haberse convertido en un par de los grandes empresarios norteamericanos. La vida le ha dado una infinidad de posibilidades que él ha sabido aprovechar, y reconoce que su deseo ha sido idéntico a su destino, es decir, que ha logrado todo lo que se ha propuesto. Luego recuerda a su mujer y la época en que la conoció y se casó con ella, pero entonces las imágenes y los recuerdos empiezan a fugarse de su mente y comienza a caer en una superposición de sensaciones que le hacen sentir la proximidad de la muerte. Artemio se prepara para lo que tenga que venir después del final de su vida y cierra los ojos.
1919: 20 de mayo
Artemio Cruz recuerda cómo conoció a Catalina. Después de la guerra civil, se presenta en Puebla y se dirige a la casa de Gamaliel Bernal, un rico terrateniente con una hija soltera, cuyo primogénito, Gonzalo Bernal, ha muerto durante la guerra.
Artemio Cruz dice haber compartido los últimos momentos de Gonzalo, y con la excusa de contárselos a la familia, se presenta en lo de Gamaliel. Su verdadera intención es, por supuesto, cortejar a la hija del terrateniente y ocupar el lugar vacante que la muerte de Gonzalo dejó en la familia.
Antes de presentarse en la casa del viejo Bernal, habla con el cura del pueblo, Páez, quien le dice que las revueltas de los campesinos, que no quieren trabajar las tierras de sus señores y desean acceder ellos también a la propiedad privada, atentan contra la Providencia. Las temporadas de cultivo van a comenzar, y va contra Dios no trabajar la tierra para multiplicar sus frutos. Páez piensa que Artemio Cruz, teniente coronel durante la Revolución, sería un buen aliado de Gamaliel para reprimir las revueltas de campesinos y restaurar el orden correspondiente en las provincias.
Gamaliel se entrevista con Artemio Cruz en la biblioteca de su casa y luego lo invita a cenar junto a su hija, Catalina. Durante la cena, Artemio toca el pie de la muchacha por debajo de la mesa en dos ocasiones. En la segunda, Catalina no lo retira y le sostiene la mirada, desafiante.
Esa noche, Catalina y Gamaliel hablan sobre Artemio y sobre la muerte de Gonzalo. El hijo de Gamaliel había elegido el bando de la Revolución, algo que su familia no puede comprender, pero que todos se han dispuesto a perdonar. Los últimos tres años han sido duros para el padre y la hija, quienes se tienen solo el uno al otro para apoyarse. Luisa, la mujer de Gonzalo, abandonó junto a su hijo la casa de los Bernal tras la muerte de su marido, y no han vuelto a saber de ella. Aunque Catalina expresa que Artemio Cruz le ha parecido un ser despiadado, comprende que su padre ya ha hecho tratos con él para asegurar el futuro de su hacienda.
Al día siguiente, Artemio se presenta, y Gamaliel le dice a Catalina que ya han hablado sobre su boda. Catalina desconfía de la historia que Artemio contó sobre la muerte de su hermano, Gonzalo, pero no puede oponerse a la voluntad de su padre, quien también sabe que la historia puede ser falsa, pero elige creer la versión de Artemio, puesto que es una salida fácil para sus problemas con el campesinado.
Catalina en verdad tiene una relación con un hombre llamado Ramón, y le gustaría poder contarle a su padre, pero entiende que la decisión de casarla con Cruz es inflexible. Además, esa mañana Cruz le informa que se ha entrevistado con Ramón -Catalina no sabe cómo aquel hombre recién llegado sabe de sus amoríos- y lo ha intimidado para que abandone Puebla. Aunque la mujer le diga que es un monstruo, Artemio Cruz está satisfecho con su accionar.
La narración regresa al presente de Cruz, quien pide desde su cama de enfermo que abran la ventana, aun si corre el riesgo de que la brisa lo resfríe. Pons, un socio del periódico, se encuentra presente y habla con él sobre una serie de noticias que Cruz desea que se publiquen en primera plana. Luego pide que pase míster Corkery, un hombre que se expresa en inglés con el que discute un asunto sindical. La charla se interrumpe, sin embargo, cuando Cruz se distrae con los olores que entran por la ventana.
Luego la narración retoma la segunda persona, y Cruz se explica a sí mismo lo que vive en el lecho de enfermo. Los sentidos y las percepciones se agudizan por momentos, pero luego se confunden y se mezclan en un caos incontrolable. Cruz piensa en su destino, dice haber nacido con la palma de la mano lisa, sin las líneas de vida, y que año tras año las ha ido generando, hasta tenerlas densas y agotadas. Cruz se reconoce, en esa mezcla de sensaciones y pensamientos, y habla de su pasado como si fuera el futuro: se dice que él se opondrá a cada individuo que se cruce en su camino, con tal de hacer su voluntad. Al final, antes de que el caos lo suma en confusión, se dice que la memoria es el deseo satisfecho.
Análisis
La muerte de Artemio Cruz es una de las novelas más importantes y complejas de Carlos Fuentes, y un gran exponente del Boom latinoamericano, un fenómeno de circulación y consumo de literatura latinoamericana en todo el mundo ocurrido entre fines de la década de 1950 y principios de la década de 1970.
La principal característica de estas novelas es su trabajo sobre la estructura narrativa para adecuarla a las concepciones posmodernas de la realidad: en general, son novelas que problematizan la cuestión de la voz narradora y la estructura de la novela tradicional. En ese sentido, algo muy interesante de esta novela, y que ya se comprueba desde el primer capítulo, es que su estructura demuestra cómo se debieron adecuar los procedimientos narrativos a una nueva concepción de la realidad.
La muerte de Artemio Cruz inicia con una introducción en primera persona que presenta a su protagonista y narrador: Artemio Cruz, una de las figuras más poderosas e influyentes del México de fines de los años 50, se encuentra en su lecho de muerte y parece que se debate entre un estado de conciencia y la inconsciencia propia del agonizante. En la misma introducción, el relato en primera persona se altera y da paso a un segundo narrador, esta vez en segunda persona, que presenta el diálogo interno de Cruz consigo mismo.
A partir de la introducción, la novela se ordena luego en 12 capítulos, cada uno dedicado a un año diferente en la vida de Cruz, y se agrega una tercera voz: un narrador en tercera persona omnisciente, que representa otra faceta del propio Cruz revisando sus recuerdos. Así, cada capítulo se ordena de la siguiente manera: una sección narrada en tercera persona, que corresponde al recuerdo de un año en particular de la vida de Cruz, una sección en primera persona que reproduce las percepciones y los pensamientos de Cruz en el presente, en su estado de agonía, y, finalmente, una sección en segunda persona que corresponde al diálogo de Cruz consigo mismo y funciona como una suerte de evaluación moral de su vida y su accionar.
A su vez, a cada sección le corresponde un tiempo de la narración: las secciones en tercera persona se enuncian en pretérito perfecto simple, es decir, presentan los hechos utilizando los tiempos del pasado -como sucede con las narraciones tradicionales-; las secciones en primera persona se enuncian en presente; y, finalmente, las secciones en segunda persona están enunciadas en futuro, con un valor muy particular en el uso del futuro que será revisado más adelante.
La estructura recién explicada significa una fragmentación del narrador omnisciente de la novela tradicional y produce una multiplicidad de voces narrativas que tratan de dar cuenta de la complejidad de la realidad y de la percepción humana del mundo empírico o material. Las formas de narrar de Artemio Cruz ponen de manifiesto la creciente ambigüedad en la interpretación de la realidad e imprime en los tres narradores una inseguridad progresiva ante las objetividades representadas. Esto delata, en última instancia, la falta de conocimiento del narrador sobre la vastedad de la realidad que lo rodea.
Para seguir reflexionando en torno a la complejidad estructural de la novela, es necesario detenerse un momento a revisar el punto de vista narrativo que se propone. En el proceso de la narración, el narrador -como creación ficticia- posibilita la percepción del mundo desde una determinada perspectiva, que implica una selección y un ordenamiento determinado de los hechos que se narran; a esta perspectiva desde la cual se cuenta la historia se la denomina punto de vista narrativo.
En la introducción, entonces, el lector comienza a percibir un mundo desde la conciencia de una primera persona, Artemio Cruz, que se enfrenta a la realidad que lo rodea en sus últimos momentos de vida. La inminencia de este hecho produce en Cruz un desesperado intento de rechazar la muerte que lo empuja a refugiarse en el recuerdo, para poder así sentirse otra vez lleno de vida. Esto produce la división de la realidad en los dos primeros planos, uno de carácter más objetivo, en el que la conciencia de Cruz reacciona ante los estímulos de la realidad empírica que lo rodea, y el segundo, de carácter subjetivo, en el que la narración en segunda persona revisa la vida de Cruz y despliega toda una evaluación moral de su existencia.
Este segundo plano comienza a desarrollarse desde el momento en que Cruz intenta aprehender su pasado para alejar de sí la idea de la muerte. Su conciencia se desdobla, como se ha dicho, en diferentes niveles que examinan un mismo objeto, su existencia, dando a su ser una doble categoría introspectiva de sujeto observador y objeto sometido a observación. A partir del primer capítulo, el tú del final de la introducción se convierte en un él, y la vida de Cruz se presenta como un objeto colocado a una distancia de observación más lejana en el tiempo.
Una vez reconocidas estas tres capas o planos de la narración, cabe preguntarse cómo se articulan entre ellos, cómo se relacionan o dialogan, ya que se hace evidente que existe una relación vincular entre los modos de narrar y los contenidos narrados. Al respecto, Hernán Vidal, en su ensayo sobre los modos narrativos en La muerte de Artemio Cruz, postula que existe una supraconciencia que cohesiona las tres voces de la novela. Esa supraconciencia, que él denomina supra-yo, es la que opera el desdoblamiento de Cruz en tres. El foco de conciencia omnisciente generado por la existencia del supra-yo es lo que da el carácter único al punto de vista narrativo de la novela y complejiza la interpretación de sus contenidos.
El supra-yo captura los impulsos que llegan a la conciencia del yo de Cruz (el relato en primera persona y en presente), los ordena de acuerdo a una disposición afectiva y le muestra al yo la importancia y el sentido que tienen para su vida. Cuando esto ocurre, la narración en primera persona es convertida por el supra-yo en una narración en segunda persona: un monólogo destinado a un receptor pasivo, que es el propio Cruz. Una vez que el supra-yo ha convertido al yo en un tú, éste deviene -a partir del primer capítulo- en espectador de un momento preciso de su vida: la segunda persona da paso a la tercera persona. El supra-yo, entonces, utiliza los recuerdos como refugio para Cruz a la hora de su muerte, y le muestra en esos momentos del pasado que se recogen en cada capítulo una escena llena de vida que explica de alguna manera, su existencia y las elecciones que fraguaron su personalidad.
Dentro del esquema narrativo planteado, la relación entre narrador y receptor es complicada: como se ha dicho, tanto hablante como receptor son dispositivos internos de la narración. En el caso de Cruz narrador, al estar el receptor dentro de su conciencia, se da por sentado que este no es extraño al mundo que se presenta, y por ello mismo no se explica la realidad que se aborda, como suele hacerse típicamente en la narración tradicional. Por el contrario, la realidad se presenta al receptor totalmente fragmentada, como si él hubiera sido parte de ella y pudiera armar el rompecabezas sin problemas.
Así, el primer capítulo presenta un hecho de la vida de Cruz ocurrido en 1941, mientras que el segundo se retrotrae a 1919. El ordenamiento temporal de los capítulos que conforman la novela está dado puramente por una disposición afectiva de Cruz: la selección de sucesos, personajes y segmentos temporales es arbitraria para el receptor, y responde a los sentimientos irracionales del moribundo antes que al proceso intelectual lógico de un narrador dispuesto a contar una historia. Esta disposición afectiva o sentimental ayuda a comprender los abruptos saltos temporales, sus progresiones y regresiones, y su superposición repentina: Cruz se mueve por su memoria y rescata sin método ni proyecto algunos recuerdos paradigmáticos de su vida y otros mucho más banales o anecdóticos, y los complementa con diálogos interiores que se intercalan, a su vez, con momentos de narración objetiva.
Estos dos primeros capítulos dan una idea clara al lector de la personalidad de Cruz: el primer capítulo muestra a un Cruz cerrando tratos con un grupo de empresarios estadounidenses a los que pretende conseguirles las concesiones para la explotación de las minas al norte del país a cambio de cuantiosas sumas de dinero, mientras que el segundo, ubicado en 1919, muestra a un joven Cruz que se une a una familia hacendada para acceder a su inmenso capital. Al unirse a los Bernal, Cruz renueva un antiguo orden oligárquico que se representará más tarde en otros capítulos de la novela.
Con estos dos momentos paradigmáticos el lector tiene una clara imagen de cómo Cruz, amparado en la anarquía política de la época post-revolucionaria de México, cimienta su poder abusando y pervirtiendo los ideales de la reforma agraria, valiéndose de la usura, el terror, la especulación y la maniobra política. Explotando a los campesinos, vendiendo el país a capitales extranjeros e imponiendo su voluntad a todos los que se le oponen, Artemio Cruz se convierte en cacique político y goza del favor de los presidentes de turno.
En estos dos capítulos, en la narración en primera persona se observa cómo Cruz, aun en su lecho de muerte, sigue ejerciendo su poder y su influencia política para destruir movimientos sindicales y sostener sus privilegios y los de la oligarquía mexicana. Cuando la primera persona da paso a la segunda, Cruz realiza una evaluación subjetiva de lo que ha sido su vida y se observa a sí mismo como un superviviente que ha logrado imponer su voluntad sobre la de sus oponentes. En este diálogo interno comienza a observarse el juicio moral al que Cruz se autosomete y expresa que él ha encarnado al mismo tiempo el bien y el mal. Como se verá más adelante, la ambigüedad moral es uno de los rasgos constitutivos del relato que Cruz hace sobre su propia vida.