La muerte
La novela presenta a un hombre poderoso que se enfrenta a su propia muerte. De todo lo que se narra, lo único que se puede calificar como verdadero es la inminencia de la muerte; todo lo demás está compuesto por los recuerdos fragmentados del narrador.
La muerte de Cruz es un evento inevitable que cierra su destino, y no hay nada que hacer contra ella. Cruz la acepta sin dolor ni tristeza, pero tampoco la convierte en una situación para reflexionar sobre su vida y su obra, ni para arrepentirse del mal que ha hecho a sus allegados, como a su esposa, Catalina, o su hija, Teresa. Así, la muerte aparece como una instancia inútil, estéril y sin sentido, pero, al mismo tiempo, irrevocable.
La muerte se asocia al nacimiento y a la identidad del mexicano. Como ha señalado Octavio Paz en su famoso ensayo, "El laberinto de la soledad", el mexicano es hijo de la nada, empieza en sí mismo y rechaza toda identidad por fuera de sí mismo. Esto es retomado por Fuentes y se evidencia cuando Cruz piensa a la muerte como una fuerza que iguala su origen y su destino: “... tu serás ese niño que sale a la tierra, encuentra la tierra, sale de su origen, encuentra su destino, hoy que la muerte iguala el origen y el destino y entre los dos clava, a pesar de todo, el filo de la libertad" (p. 347).
La muerte, entonces, es concebida como un regreso a la nada, al limbo previo a la existencia y pone en evidencia la ruptura de Cruz con la búsqueda de un sentido superior a su vida. Eso explica por qué en el lecho de muerte, él no trata de justificar sus acciones ni de encontrar sentido a su vida: en verdad, la muerte viene a salvarlo del peso de sus elecciones y a devolverlo a una instancia previa al origen y a la individuación, liberándolo de la presión de tener que seguir luchando por reafirmar su existencia individual.
El tiempo
El tiempo es una categoría que se problematiza en toda la novela y desde diversas perspectivas.
A nivel estructural, la novela presenta tres narradores, y a cada uno le corresponde un tiempo de la narración: un narrador en primera persona que utiliza el presente para relatar lo que le está sucediendo a Cruz en su lecho de muerte; un narrador en tercera persona que utiliza la narración en pasado para recuperar diferentes episodios de la vida de Cruz; y, finalmente, un narrador en segunda persona que narra los hechos del pasado enunciándolos en el futuro, como si fueran eventos predestinados a suceder, mas que eventos ya sucedidos. Así, la estructura temporal destruye el orden cronológico de la novela tradicional y presenta una superposición de tiempos de la narración que combinan hechos y escenas de forma fragmentada, para que el narrador establezca entre ellos relaciones que van más allá de lo causal.
La fragmentación del relato cronológico se hace evidente en la distribución de los capítulos de la novela: el primer capítulo presenta un hecho de la vida de Cruz ocurrido en 1941, mientras que el segundo se retrotrae a 1919, el tercero se concentra en 1913 y el vaivén continúa a lo largo de toda la novela. El ordenamiento temporal de los capítulos está dado puramente por una disposición afectiva de Cruz: la selección de sucesos, personajes y segmentos temporales es arbitraria para el receptor, y responde a los sentimientos irracionales del moribundo antes que a un proceso intelectual lógico de un narrador que quiere contar una historia.
A su vez, la novela explora la relación de Cruz con el paso del tiempo, que ante sus ojos aparece como un cáncer que se devora al individuo lentamente. Así, las memorias que recupera muchas veces tienen que ver con su envejecimiento y la degradación paulatina de su físico. A lo largo de toda la novela, Cruz reflexiona mucho sobre el paso del tiempo, desde la perspectiva de una vida humana hasta desde una visión macro que contempla el movimiento de los cuerpos celestes en el universo y el tiempo más allá del planeta Tierra, como una fuerza que hace nacer y consume galaxias enteras. Sobre el efecto del paso del tiempo en los seres humanos, es ilustrativo un pasaje en el que Cruz observa el cuerpo joven de Lilia y lo imagina degradándose paulatinamente:
Maravilla efímera, ¿en qué se distinguiría, al cabo de los años, de este otro cuerpo que ahora la poseía? Cadáver al sol chorreando aceites y sudor, sudando su juventud rápida, perdida en un abrir y cerrar de ojos, capilaridad marchita, muslos que se ajarían con los partos y la pura, angustiosa permanencia sobre la tierra y sus rutinas elementales, siempre repetidas, exhaustas de originalidad. (p. 192)
El paso del tiempo es una realidad de la que nadie puede escapar y que termina igualando a todos los seres humanos, y eso es lo que observa Cruz durante su vejez, al contemplar a la gente joven que lo rodea.
Finalmente, cabe destacar que el paso del tiempo se relaciona con la construcción de la memoria y los mecanismos para recordar, que forman otro de los temas principales de la novela.
El recuerdo y la memoria
La muerte de Artemio Cruz es una novela sobre el recuerdo y la memoria. En el umbral de la muerte, Cruz lucha por recordar toda su vida y hace un esfuerzo por recuperar aquellos momentos que lo han marcado y sobre los que ha construido su personalidad y su historia. Así, en los momentos finales, el recuerdo aparece como una compensación de las posibilidades vitales que pudieron haber sido vividas, pero que fueron abandonadas; La conciencia de cruz se esfuerza por recuperar aquellos recuerdos que tienen la capacidad de revelar elementos clave sobre su evolución como individuo.
Cruz piensa en la memoria como un mecanismo que se despierta cuando el deseo ya está satisfecho: "La memoria es el deseo satisfecho: sobrevive con la memoria, antes que sea demasiado tarde, antes que el caos te impida recordar" (p. 79). En este sentido, Cruz es un hombre de acción y ha dedicado toda su vida ejecutar sus designios y avanzar en sus proyectos, sin detenerse a contemplar su pasado.
El intento de recordar también pone de manifiesto la imposibilidad de recuperar una vida a partir de los sucesos cronológicos que la compusieron y la naturaleza fragmentada de la memoria. Cruz lo expresa hacia el final de su vida: "... Tiempo que se llenará de vida, de actos, de actos, de ideas, pero que jamás será un flujo inexorable entre el primer hito del pasado y el último del porvenir... Tiempo que sólo existirá en la reconstrucción de la memoria aislada, en el vuelo del deseo aislado, perdido una vez que la oportunidad de vivir se agote..." (p. 388).
Así, el recuerdo implica un nuevo ordenamiento de la memoria, más allá del tiempo cronológico de las acciones, un ordenamiento que superpone fragmentos de la experiencia y los vincula para generar entre ellos nuevos sentidos. Esto es lo que se presenta al lector: una selección paradigmática de recuerdos que se ordenan para dar un sentido a la vida del moribundo Artemio Cruz.
El amor perdido
Toda la vida de Artemio Cruz está marcada por el recuerdo de su gran amor de juventud: Regina, una joven a la que viola durante la Revolución y de quien se enamora. Regina corresponde a dicho amor y sigue a Cruz de pueblo en pueblo, hasta que es asesinada por los federales y colgada de un árbol para amedrentar a los revolucionarios. Si bien Cruz no explora las bases del amor desesperado y sin futuro que siente por Regina, su pérdida lo perseguirá durante toda la vida.
Regina y Cruz pasan poco tiempo juntos y no sueñan sobre su futuro; el amor que se profesan es un amor fácil que consiste de atracción y enamoramiento, y está libre de exigencias. Las escenas que viven juntos son idílicas: la pareja se entrega plenamente al amor y luego a la simplicidad de la vida compartida: Regina hace café y espera al lado de Cruz, sin hacerle preguntas, sin una vida propia que la aleje de su amado. Pero fuera de estas pocas escenas, nada más se presenta al lector como para que pueda comprender la intensidad del amor de Cruz por Regina y su persistencia a lo largo de toda su vida, por lo que es posible pensar que el recuerdo del amor perdido es el recuerdo de una experiencia traumática: la pérdida violenta del objeto de deseo.
Nada en la vida de Cruz podrá parangonarse al amor que ha sentido por Regina, y su memoria lo perseguirá por siempre. En el lecho de muerte, es el nombre de Regina el que vuelve siempre a su cabeza, incluso cuando trata de pensar en otras personas. Así, el amor perdido de Cruz marca su forma de ser y de relacionarse con otras mujeres, como su esposa Catalina, por la que nunca podrá experimentar un amor tan fuerte como el que le profesaba a Regina.
El amor perdido se relaciona estrechamente con la soledad de Cruz. Como él lo reconoce en su lecho de muerte, a pesar de su familia, de toda la gente que siempre lo rodeó y de toda su riqueza, Cruz es un hombre que se siente solo. Así lo reconoce, por ejemplo, durante sus vacaciones en Acapulco con Lilia. Mientras la joven se va a dormir la siesta, Cruz camina por la playa, piensa en Regina y se siente profundamente solo: "Recorrer la playa, hasta su fin, solo. Caminar con la mirada puesta en sus propias huellas, sin advertir que la marea las iba borrando y que cada nueva pisada era el único, efímero testimonio de sí misma" (p. 199).
El machismo
Cruz no solo es un personaje intrínsecamente machista, sino que reconoce el machismo como un valor fundamental en su vida. En primer lugar, cabe destacar que todas las mujeres son tratadas como objetos por Cruz; ni siquiera Regina, de quien Cruz está enamorado, escapa a esta concepción: Cruz se enamora de ella luego de violarla, y en ningún momento deja de contemplarla como un objeto de su posesión, que lo sigue de pueblo en pueblo para satisfacer sus deseos.
El machismo con Catalina es aún más evidente: Cruz se casa con ella con el simple objetivo de acceder a la fortuna de los Bernal, y cuando no puede establecer una relación pacífica con su esposa, la abandona en su casa de Las Lomas y se instala en otra residencia, en Coyoacán. Así, una vez que Catalina le sirvió para sus cometidos, se desembaraza de ella sin ningún remordimiento.
Luego, cuando Cruz es un hombre poderoso e influyente, se rodea de mujeres más jóvenes, como Laura y Lilia, que le sirven como un accesorio de lujo y que reafirman su hombría.
El machismo de Cruz, sin embargo, va mucho más allá de la ostentación de mujeres como objetos, y se revela como una forma de comprender el mundo, tal como él lo plantea:
... eso es ser hombre, como yo lo he sido, no como ustedes hubieran querido, hombre a medias, hombre de berrinchitos, hombre de gritos destemplados, hombre de burdeles y cantinas, macho de tarjeta postal, ¡ah, no, yo, no! yo no tuve que gritarles a ustedes, yo no tuve que emborracharme para asustarlas, yo no tuve que golpearlas para imponerme, yo no tuve que humillarme para rogarles su cariño: yo les di la riqueza sin esperar recompensa, cariño, comprensión y porque nada les exigí ustedes no han podido abandonarme, se han prendido a mi lujo. (p. 150)
Así, es posible observar que el "ser macho" implica una relación de dominación sobre el resto por medio de la fuerza y de la imposición del carácter. El machismo se relaciona estrechamente con el lenguaje y con la identidad mexicana, como se observa a partir del uso de la palabra "chingar", que hace alusión al acto sexual de penetrar. El chingón es el mexicano poderoso, que se impone y somete a los demás, los chingados, a su voluntad. En este sentido, Cruz no es más que un exponente paradigmático del machismo que constituye parte de la identidad de un pueblo.
El destino y el libre albedrío
La vida de Artemio Cruz está marcada por la noción de la libertad y el libre albedrío. Cruz reconoce que toda su vida se ha constituido en función de sus elecciones: desde pequeño, él ha elegido cómo vivir y se ha arrojado en cuerpo y alma a vivir según sus elecciones.
En el lecho de muerte, Cruz repasa su vida y observa las elecciones que ha hecho: elegir siempre implica tomar un camino y abandonar todos los otros caminos posibles, y en ese sentido Cruz reconoce que cada elección lo ha acercado a su destino, porque elegir es construirse un destino propio.
Tal como Cruz manifiesta, elegir un camino entre una multiplicidad de opciones no niega el resto de posibilidades para toda una vida, pero sí las reduce, y eso es lo que él ha experimentado: una reducción paulatina de sus posibilidades producida por cada elección hasta este momento de su vida; momento en que ya no quedan elecciones, sino un único destino: la muerte.
El destino también puede ser utilizado como una fuerza superior para justificar las acciones que comete un individuo y para mantener una estructura social sin cambios, como lo manifiesta el cura Páez en un diálogo que sostiene con Cruz: "Nadie puede atentar contra los designios de la Providencia, y la Providencia ha ordenado las cosas como son y así deben aceptarlas todos; todos deben salir a labrar las tierras, a recoger las cosechas, a entregar los frutos de la tierra a su legítimo dueño" (p. 58).
Páez se apoya en la idea de la Providencia, es decir, de que existe un destino prefijado por fuerzas divinas, para justificar la explotación del campesinado y la posesión de las tierras en manos de unos pocos hacendados. Cruz, de la misma forma, utiliza la idea de destino para justificar todas sus obras, incluso las más deplorables y mezquinas.
La ambición y la voluntad
Durante toda su vida, Cruz hace gala de una potencia avasalladora. Movido por el deseo y por el orgullo, Cruz se arriesga y se arroja de lleno para obtener lo que quiere.
Un episodio que muestra hasta dónde es capaz de llegar Cruz movido por su ambición es el de la ruleta rusa: Cruz se encuentra en una entrevista con un comisionado de la policía que coloca una bala en un revólver, se la lleva a la sien y aprieta el gatillo. Luego, pasa el revólver a Cruz y le pide que haga lo mismo, así él podrá estar seguro de que es digno de confianza y no va a amilanarse. Tal es la ambición de Cruz de obtener los favores del presidente de turno, que se somete a la prueba del comisionado y se dispara en la sien, aunque su interlocutor le desvía la mano en el último momento y lo salva así de la muerte.
La voluntad de Cruz también implica la imposición de su deseo a todos los que lo rodean; hacer según su voluntad empuja a Cruz a dominar por la fuerza a todos aquellos que se le resisten; esto es lo que se ve en su relación con Catalina o con los campesinos de su hacienda. En verdad, es posible observar como la valentía que ostenta Cruz durante la Revolución pronto se convierte en un instrumento de su ambición: Cruz no deja de exponerse temerariamente con tal de obtener sus objetivos; en este sentido, la ambición y la voluntad se encuentran hermanadas: movido por su ambición, Cruz es capaz de ejecutar su voluntad e imponerla a todo su entorno, hasta fraguar un enorme imperio político y económico.