La desigualdad entre hombres y mujeres
A lo largo de Madame Bovary, Flaubert recuerda continuamente al lector que las mujeres de su época tienen un poder limitado para vivir de forma independiente y perseguir sus propios intereses, y en cambio tienden a definirse y a ser definidas principalmente a través de los hombres de sus vidas.
Emma Bovary tiene la esperanza de que su bebé sea un varón porque "el hombre, al menos, es libre y puede recorrer las pasiones y los países, vencer obstáculos, gustar las más lejanas felicidades" (119), mientras que la mujer está obstaculizada y entregada a sus debilidades. Este es uno de los muchos casos de la novela en los que Flaubert exhibe una íntima comprensión de la difícil situación de las mujeres de su tiempo. A lo largo de Madame Bovary, vemos cómo los compañeros masculinos de Emma poseen el poder de cambiar su vida para bien o para mal, un poder del que ella misma carece. Carlos contribuye a la impotencia de Emma. Su pereza le impide convertirse en un buen médico y su incompetencia le impide ascender a un estrato social superior que podría satisfacer los anhelos de Emma. Asimismo, lejos de comprender los males que aquejan a Emma, atribuye sus malestares a la debilidad y sensibilidad propias de las mujeres. Como resultado de todo esto, Emma se queda atrapada en un pueblo de campo sin mucho dinero. Rodolfo, por su parte, es el máximo exponente del hombre que obra libremente, en la medida en que manipula a Emma para poseerla y luego la descarta, en cuanto se aburre. Emma, dispuesta a fugarse junto a Rodolfo, es incapaz de huir ella sola, y se queda con Carlos por no tener otra opción. En el caso de León, al comienzo se muestra similar a Emma. Ambos están descontentos con la vida en el campo y sueñan con cosas más grandes para sus vidas. Pero como León es un hombre, tiene el poder de cumplir el sueño de mudarse a la ciudad, mientras que Emma debe quedarse en Yonville, encadenada a un marido y una hija.
En contra de esta tendencia, la novela describe la lucha de Emma Bovary por afirmar su libertad y forjarse un poder que le permita elegir libremente su destino, aunque los métodos que usa para ello están lejos de ser dignos de emulación. En última instancia, sin embargo, la estructura moral de la novela exige que Emma asuma la responsabilidad de sus propios actos. No puede culpar de todos sus pesares a los hombres que la rodean. Ella elige libremente ser infiel a Carlos, y sus infidelidades lo hieren fatalmente al final. Por otro lado, en la situación de Emma, las únicas dos opciones que tiene son tomar amantes o permanecer fiel en un matrimonio aburrido. Una vez que se ha casado con Carlos, la elección de cometer adulterio es el único medio que ella encuentra para ejercer el poder sobre su propio destino. Mientras que los hombres tienen acceso a la riqueza y la propiedad, la única moneda que posee Emma para influir en los demás es su cuerpo. Cuando pide desesperadamente dinero para pagar sus deudas, los hombres le ofrecen dinero a cambio de favores sexuales. Finalmente, intenta recuperar a Rodolfo como amante si él paga sus deudas. Incluso su acto final de suicidio es posible gracias a una transacción financiada con sus encantos físicos: logra conseguir el arsénico gracias a que Justino, quien está enamorado de ella, le da acceso al armario. Es decir que incluso para quitarse la vida, debe recurrir al poder sexual, utilizando el amor de Justino por ella para convencerlo de que haga lo que ella quiere.
Expectativa y realidad
Parte de la insatisfacción que atraviesa a Emma a lo largo de toda la novela tiene que ver con el constante esbozo de una expectativa grandiosa que se ve inmediatamente contrastado con su humilde realidad. Desde un comienzo, el personaje elige casarse con Carlos porque añora una vida desligada de las humildes tareas del campo y, avivada por las lecturas de novelas románticas, queda a la espera de que esa unión le traiga felicidad. Sin embargo, no hay coincidencia entre esa expectativa y los sentimientos concretos que Emma llega a sentir por Carlos. Del mismo modo, la esperanza de Emma de que Carlos despliegue una personalidad fuerte y una profesión exitosa se quiebra ante la evidencia de la total inutilidad del médico.
Insatisfecha con su matrimonio, Emma se entrega a vínculos adúlteros, desplazando esa expectativa hacia Rodolfo y León. Convencida por los universos fantasiosos y románticos que leyó en los libros, Emma obra impulsada por el deseo de que esas fantasías se conviertan en realidad. Sin embargo, lo que se presenta ante sus ojos no deja de decepcionar esas ilusiones. Rodolfo, por su parte, representa en sí mismo la convivencia conflictiva entre expectativa y realidad. Por un lado, despliega todas sus armas de seducción para avivar la expectativa de Emma, y se convierte para ella en la promesa del amor romántico esperado. Pero, por otro lado, el hombre termina demostrando que ese amor era una mentira, y el choque de la realidad es tal para Emma que casi se quita la vida.
Asimismo, Emma lleva adelante una vida de excesos, inspirada por lo que leyó sobre París y por las personalidades que conoció en el baile en Vaubyessard, pero esa forma de vida que ella espera no tiene asidero sobre la realidad. Incapaz de costear esa vida que añora, Emma termina llevando a su familia a la quiebra económica.
La decisión de Emma de quitarse la vida constituye el acto por el cual ella acepta que no hay posibilidad de acercar su expectativa a la realidad que le toca. Luego de fracasar en el amor y de caer en la pobreza, Emma se rinde a seguir intentando pero, también, se niega a plegarse a esa realidad que tan miserable le resulta, con lo cual termina eligiendo quitarse la vida.
La soberbia y la mediocridad burguesas
En su novela, Flaubert construye la historia de una mujer burguesa de clase media que está insatisfecha con su vida y, crítica de las aspiraciones mediocres de su clase, busca alcanzar una vida más refinada y sofisticada. Emma es portadora de ciertos preconceptos del estilo de vida de la clase alta que ha aprendido en sus lecturas de novelas y que el baile al que asiste en Vaubyessard reconfirma. En el baile, Emma se obsesiona con la posibilidad de formar parte de ese universo, pero, irónicamente, nadie se da cuenta de su presencia allí. Sin embargo, para ella ese acontecimiento marca su vida irreversiblemente. Convencida de que ella está a la altura de esa vida grandiosa, da inicio a un camino de excesos y consumos caros que no será capaz de costear, y la llevarán a la quiebra económica.
Por su parte, Homais personifica la mirada de Flaubert sobre la mediocridad burguesa. Al farmacéutico le encanta dar cátedra sobre diversos temas en los que se cree un experto, pero no lo es. Por ejemplo, es Homais quien lee el artículo sobre la cirugía del pie equino y convence a Carlos de que juntos pueden realizar la tarea. Más tarde, junto al lecho de muerte de Emma, Homais habla con el médico traído desde Ruán y le explica, con soberbia, cómo intentó examinar a Emma introduciendo un tubo, pero queda humillado por la reprobación del médico. Aunque despliega esta mirada negativa sobre la clase burguesa, Flaubert parece ironizar con el hecho de que los burgueses suelen tener éxito, a pesar de su mediocridad. Por eso, al final de la novela, a pesar del desenlace trágico de la familia Bovary, Homais sale airoso, pues recibe la medalla de la legión de honor.
La preocupación por el estatus social
La preocupación por la riqueza y el estatus social es un tema transversal en la novela, que a su vez rige los vínculos entre los personajes.
En efecto, es la cuestión económica la que motiva la unión entre Carlos y su primera esposa, Eloísa Dubuc. Incentivado por la madre de Carlos, este matrimonio surge de la voluntad de la familia Bovary por mejorar su estatus social. La señora Bovary sabe que Eloísa es heredera de una enorme fortuna y si bien es mucho mayor que su joven hijo, obliga a este a casarse con ella para mejorar su posición social. Del mismo modo, la unión entre Carlos y Emma supone para el padre de Emma, Rouault, una ventaja económica, en la medida en que sabe que Carlos no será exigente con la dote, dado que está muy enamorado de su hija.
En el caso de la protagonista, Emma Bovary, la ambición de riqueza y de una posición social más acorde a la de la alta sociedad que a la de la burguesía a la que pertenece es lo que la impulsa a actuar a lo largo de la historia. Emma está insatisfecha con la vida humilde que le ofrece Carlos y se siente constantemente humillada porque siente que él la condena a un estatus social que no es el que ella merece.
Por eso Emma buscará cumplir estas fantasías grandiosas en la unión con otros hombres y entregándose al consumo indiscriminado de objetos lujosos, que, en realidad, no puede pagar y la llevan a la ruina económica.
La oposición entre el campo y la ciudad
En la novela, el campo y la ciudad marcan dos estilos de vida contrapuestos. Emma Bovary es criada en el campo, donde vive con su padre y se dedica a la granja. Cuando conoce a Carlos, la muchacha le manifiesta su total descontento y aburrimiento respecto de esa vida campestre. En efecto, parte de la ensoñación de Emma tendrá que ver con su necesidad de escapar del tedio y la infelicidad que le genera la vida en el campo, y su deseo de convertirse en una mujer refinada de ciudad y vivir grandes acontecimientos.
En este sentido, luego del baile en Vaubyessard, Emma comienza a situar imaginariamente su vida ideal en París, símbolo de la vida grandiosa que ella desearía tener. Mientras despotrica contra su origen campestre, compra un mapa de la ciudad de sus sueños e inventa recorridos imaginarios por esa ciudad. Emma proyecta el deseo de salir de la existencia que le tocó y vivir aquella que le daría satisfacción: opone "todo lo que veía en torno de ella, campiña tediosa, lugareños imbéciles, mediocridad de la existencia" a la vida de ciudad, "el inmenso país de las felicidades y las pasiones" (85).
Así, la novela construye personajes que provienen de la ciudad y que representan un estilo de vida más sofisticado: por ejemplo, León, que luego de irse de Yonville a Ruán asume una compostura mucho más segura y refinada; o Larivière, un médico renombrado, representante del conocimiento, que acude en ayuda de Emma cuando ya no hay nada que Homais ni Carlos puedan hacer por ella.
El poder de la lectura
Emma Bovary, desde su infancia, desarrolla el placer por la lectura. Durante su estadía en el convento, se dedica a leer libros religiosos, históricos y, por sobre todo, novelas románticas, que le aportan gran parte de los argumentos sobre pasiones y vidas heroicas que ella luego buscará reproducir en su vida real. En efecto, las lecturas funcionan para Emma como un modo de interpretar la realidad circundante y una forma de moldear su conducta. Ante la muerte de su madre, por ejemplo, Emma interpreta el papel de una mártir, encarnando las pasiones y sentimentalismos que esas lecturas le enseñaron, el "raro ideal de las existencias melancólicas" (58). Del mismo modo, al casarse con Carlos, lo hace imaginando el ideal de amor que aprendió, pero al no llegar a sentir lo que esperaba, se remite a los libros para encontrar explicaciones a sus dudas: "trataba de saber qué se entendía exactamente en la vida por las palabras felicidad, pasión y embriaguez, que tan hermosas le parecieron en los libros" (51).
Además, esos libros le muestran un mundo distinto al que la rodea. Incapaz de distinguir fantasía de realidad, Emma reniega de su entorno campestre y de su vida de clase media burguesa, y añora acceder al estatus social de la alta sociedad, y su refinamiento y riqueza. Del mismo modo, perseguirá el ideal de amor presente en esos libros, y cuando no lo encuentre en su matrimonio, lo buscará en amantes. Esas ensoñaciones serán las que lleven a Emma a un alto grado de insatisfacción con su vida y, finalmente, conducirán a su final trágico.
La religión
En la novela, Flaubert esboza una crítica a la religión, en particular a la forma burguesa de practicarla, tildándola de superficial. Así, son numerosas las referencias al modo en que Emma acude a la religión como un refugio a sus insatisfacciones, pero esa religiosidad, lejos de encarnar una genuina espiritualidad, se convierte en un acto performativo, de devoción sobreactuada. Para Emma, la religiosidad se asocia a la impostura de una actitud de mártir, sufriente y pasional. El ejemplo más claro de esa religiosidad superficial se ve en la escena en la que ella y León se encuentran en la catedral. Emma tiene la intención de evadir la seducción de León y accede a la oferta que le hace el sacerdote para recorrer la catedral. Así, no es la espiritualidad lo que evade a Emma de la tentación, sino un recorrido superficial, de carácter turístico, por las instalaciones de la iglesia.
Pero la crítica se condensa sobre todo en la figura del cura Bournisien. Emma recurre a él en busca de ayuda, atormentada por el amor de León y la insatisfacción que le genera Carlos. Ella está dispuesta, sin embargo, a salvar su matrimonio, y recurre al cura en un intento por recuperar su religiosidad. Pero el cura, al recibirla, está más preocupado por un alboroto que están generando unos alumnos, y no la escucha con atención. La escena resulta casi cómica, en la medida en que el cura simplifica la angustia de Emma y lo atribuye a causas muy superficiales. Emma se va frustrada, sin encontrar en él la comprensión que esperaba encontrar.