Resumen
Capítulo I
El narrador describe extensamente el pueblo al que se mudan Emma y Carlos, Yonville-l'Abbaye. Se detiene particularmente en los emplazamientos que más llaman la atención: el cementerio, donde trabaja el sepulturero y sacristán Lestiboudois, la farmacia del señor Homais y la posada El León de Oro, dirigida por la viuda de Lefrançois. El narrador recupera una conversación entre la patrona Lefrançois y Homais, en la que mencionan a algunos asiduos comensales de la fonda de El León de Oro, como Binet y León.
La noticia de la llegada del matrimonio Bovary se ha difundido, y los habitantes del pueblo esperan su llegada con ansiedad. Pero la pareja llega con retraso porque la perra de Emma se ha escapado durante el viaje y no la han podido encontrar. Emma, que encuentra en la perra el único consuelo a su tristeza, llega a Yonville fuera de sí.
Capítulo II
Emma y Carlos descienden del coche en el que vienen desde Tostes, en compañía del señor Lheureux, un mercader de paños que viaja con ellos. Allí conocen a Homais, el boticario, con quien Carlos ha estado manteniendo correspondencia. Homais es un hombre de aspecto pomposo que se cree bien instruido en medicina y está ansioso de hablar del oficio con Carlos.
A su llegada, Homais se reúne con los Bovary para cenar en la posada del pueblo. Se les suma otro comensal de la posada, el joven escribiente León Dupuis, que trabaja para el señor Guillaumin. Durante la comida, Carlos y Homais hablan de medicina, mientras que Emma y León hablan de sus gustos y se enteran de todo lo que tienen en común. Al igual que Emma, León ama la música y la lectura, especialmente disfruta de las novelas románticas y se identifica con ellas, del mismo modo que, a menudo, sueña con grandes aspiraciones para su vida. Asimismo, León le cuenta a Emma que pronto irá a terminar su carrera de abogado a París. Al descubrir sus similitudes, los dos sienten una cercanía y creen que por fin han descubierto una compañía digna.
Cuando los Bovary llegan a su nuevo hogar, Emma tiene la esperanza de un nuevo comienzo. Piensa que si hasta ahora todo ha sido tan malo, lo que viene tiene que ser mejor.
Capítulo III
A la mañana siguiente, Emma se asoma a la ventana y se encuentra con la mirada de León, que la saluda desde abajo. León ha quedado sorprendido por la conversación de la noche anterior con esa dama y empieza a desarrollar por ella un profundo afecto, sin poder dejar de pensar en ella.
Carlos, por su parte, se muestra desanimado, porque la clientela no llega, y comienza a preocuparse por su situación económica, en la medida en que ha gastado toda la dote de Emma en regalos para ella y en la mudanza a Yonville. Sin embargo, se consuela pensando en el embarazo de Emma, que lo emociona mucho.
Emma, por su parte, al tanto de las limitaciones económicas, debe renunciar con amargura a los grandes preparativos de parto a los que aspiraba, y eso le quita parte de la emoción del embarazo. La ilusión de Carlos logra interesarla en parte, y ella añora tener un hijo varón, pues comprende que los hombres son más libres que las mujeres. Pero finalmente, da a luz a una niña, a quien llama “Berta”, inspirada en el nombre de una joven que vio en el baile en Vaubyessard. Los padres de Carlos visitan Yonville con motivo del nacimiento y el bautismo de Berta.
Durante los primeros meses, la beba vive con una nodriza que la amamanta. En una oportunidad, Emma, harta de sentirse sola e insatisfecha, decide ir a visitar a su hija. En el camino se cruza con León y lo invita a acompañarla. La gente del pueblo se entera de que Emma y León caminan de la mano y los rumores de un romance comienzan a desplegarse.
En casa de la nodriza, Emma toma en brazos a Berta, mientras León la mira con admiración.
Luego de dejar la casa de la nodriza, Emma y León caminan tomados del brazo, mientras hablan de sus gustos musicales. Ambos comienzan a sentirse invadidos de una misma pasión y dulzura por el otro, aunque no se animan a confesarlo. Una vez en su oficina, León piensa en el aburrimiento que siente en Yonville, producto de la vulgaridad de sus habitantes. La única capaz de sacarlo de ese estado es Emma, y añora entablar con ella un vínculo de mayor intimidad.
Capítulo IV
Llega el invierno. Emma y Carlos suelen cenar con Homais en la fonda, y los suele acompañar León. Durante estas veladas, Carlos y Homais hablan de medicina y de actualidad, mientras que León y Emma se dedican a la lectura conjunta de libros y revistas. Usualmente, al ver que los otros dos se quedan dormidos luego de unas copas, aprovechan para desarrollar una conversación más dulce e íntima, pero siguen sin poner en palabras sus sentimientos.
Carlos no se da cuenta de esta relación, mientras que los habitantes del pueblo comienzan a sospechar y a sugerir la existencia de un romance entre Emma y León. León empieza a pensar en la manera de declararle a ella su amor, pero sufre de vergüenza y de temor de alejar a Emma. Ella, por su parte, no se pregunta si ama a León, pues tiene la idea de que el amor es algo que irrumpe de improviso, con grandes estruendos.
Capítulo V
Emma compara a su marido con otros hombres y llega a la conclusión de que es totalmente aburrido y no tiene nada interesante que ofrecerle. En paralelo, se da cuenta de que León está enamorado de ella y admite que le parece muy hermoso y no logra quitarlo de su imaginación. Pero durante su siguiente encuentro a solas, Emma aparenta estar muy ocupada en la costura, y León no comprende su distancia y cree que la ha ofendido. Emma aprovecha también para hablar bien de Carlos, y León se siente aún más incómodo.
Pues ante la posibilidad de tener con León una aventura amorosa, Emma comienza a actuar como una mártir, que sufre por un amor no correspondido. Se produce en ella un cambio de conducta rotundo y empieza a actuar como una esposa atenta y obediente, mientras que en su interior se entrega a fuertes sentimientos por León. Del mismo modo que hizo en su infancia en el convento, Emma se propone una vida sacrificada, adelgaza mucho y su espíritu se llena de tormentos.
Pronto Berta regresa a casa, luego del destete, y Emma intenta distraerse con su hija, actuando como una madre devota. Pero su deseo por León acaba por vencerla y se regodea en la autocompasión. Emma solloza, su frustración la abruma, y culpa a Carlos de su infelicidad. Desea incluso que su esposo la maltrate, para así poder odiarlo más abiertamente.
Asimismo, en este capítulo, Emma recibe una visita de Lheureux, quien intenta venderle algunos artículos de lujo y, al encontrarse con la negativa de Emma, le insinúa por primera vez que él puede proporcionarle un préstamo, si alguna vez lo necesita.
Capítulo VI
Emma escucha las campanas de la iglesia y decide volver a sus raíces religiosas para buscar allí ayuda a su infelicidad e insatisfacción. Va en busca del cura Bournisien, pero este está preocupado por un grupo revoltoso de alumnos de catecismo y no entiende ni percibe el profundo dolor emocional de Emma.
Después de esta visita fallida, Emma se siente muy frustrada e irritada. De vuelta en su casa, Berta intenta acercarse a ella pero Emma le grita y la empuja, con lo cual la niña se cae y se lastima la cara. Al verla sangrar, Emma llama desesperadamente a Carlos y le dice que la niña estaba jugando y que la caída fue un accidente. Emma exclama que es una madre terrible, pero Carlos la ayuda a calmarse.
Entretanto, León, desalentado por el aparente desinterés de Emma, se decide a viajar a París para terminar su carrera de abogado. Aunque ama a Emma, cree que su romance es imposible porque ella está casada, y Yonville lo aburre. Al igual que Emma, León también sueña con las posibilidades de romance y pasiones que promete París.
Al despedirse, León y Emma se muestran incómodos y evasivos, pero reconocen el poderoso trasfondo de sus sentimientos mutuos. Después de la partida de León, Carlos le cuenta a Homais que Emma, por su cualidad sensible, propia de las mujeres, está triste por la despedida de León. Luego Carlos y Homais discuten sobre la vida en la ciudad, los amoríos que pueden darse allí, pero también los peligros, como robos o enfermedades.
Análisis
En la detallada y extensa descripción que hace el narrador de la sencilla ciudad de Yonville, utiliza un lenguaje poético, y compara, por ejemplo, la campiña con un “desplegado manto con cuello de terciopelo verde ribeteado de un galón de plata” (97). Esta descripción romántica de la sencilla ciudad está al alcance de los lectores, pero resulta inaccesible para Emma, que está tan centrada en su insatisfacción que es incapaz de apreciar esa belleza. Así, la novela sugiere una fuerte limitación en la perspectiva sesgada de Emma. En lugar de ver la belleza en Yonville, se siente allí atrapada y sola. El tipo de romanticismo de Emma la hace ciega a las bellezas simples y cotidianas que la rodean.
León, que comparte su obsesión por el romance y la pasión, es la verdadera contrapartida idealista de Emma. Al igual que ella, León siente en Yonville un profundo aburrimiento, cree que sus habitantes son vulgares, y añora para su vida algo más grande. Esa mirada idealizada queda evidenciada en el primer diálogo que Emma y León mantienen durante la primera cena en la posada: el lector percibe que esa charla es sencilla y repleta de lugares comunes, por ejemplo, al hablar con altanería sobre cómo los libros los alejan de la vida cotidiana. Pero ambos personajes creen que esa conversación es profundamente significativa y se regodean al sentirse comprendidos por el otro. Esta conversación será el puntapié inicial para que comiencen a desarrollarse entre ambos personajes sentimientos amorosos.
El nacimiento de Berta es una decepción para Emma porque ella deseaba tener un hijo varón. Ese deseo de Emma se funda en la desigualdad entre hombres y mujeres que caracteriza la sociedad en la época retratada por Flaubert en la novela: los hombres gozaban de más libertades a la hora de decidir qué hacer con sus vidas, mientras que las mujeres estaban más sometidas. Emma oculta en el deseo de dar a luz a un hijo la posiblidad de una revancha para las infelicidades de su propia vida: “La idea de tener un varón era para ella como el esperanzado desquite de todas sus pasadas impotencias. El hombre, al menos, es libre y puede recorrer las pasiones y los países, vencer obstáculos, gustar las más lejanas felicidades. La mujer, en cambio, siéntese aherrojada de continuo. Blanda e inerte a un mismo tiempo, tiene en su contra las debilidades de la carne, juntamente con los rigores de la ley” (119). Esta cita da cuenta también de los prejuicios sobre la mujer que esa sociedad presenta, lo cual constituirá uno de los temas más relevantes de la novela: según esos preconceptos, la mujer es más débil que el hombre, más sensible y también más propensa a caer en las tentaciones carnales, sexuales. Si bien Emma quiere ser libre, reconoce y participa de los prejuicios sobre las mujeres al añorar que su bebé no sea mujer. Emma, como mujer y esposa, se siente atrapada por sus circunstancias, impedida de dar forma a su propia vida, aunque en la novela hará más que nadie para dar forma a su propio destino. Pero en este punto solo es capaz de notar sus limitaciones y espera un destino distinto para su hijo. Cuando finalmente nace Berta, se desquita al menos dándole un nombre propio de la nobleza, inspirado en una de las mujeres que vio en el baile en el castillo de Vaubyessard.
Por otro lado, los habitantes de Yonville configuran el retrato de la vida del pueblo y ayudan a comprender el estatus de Emma y Carlos en la estructura social local. Por ejemplo, la nodriza vive en una pequeña cabaña con los niños a los que cuida, y no se avergüenza de pedirle a Emma cosas que no puede pagar, como café, jabón y brandy. A través de este ejemplo, vemos que, en comparación con la mayoría de la sociedad local, Emma está bastante bien posicionada, aunque no sea miembro de la aristocracia. En oposición a Emma, la dueña de la posada del pueblo es una mujer sencilla con preocupaciones simples que acepta su lugar en la vida y encuentra un nivel decente de disfrute en su situación.
El capítulo IV termina de confirmar los sentimientos de León por Emma: la narración se focaliza aquí en la perspectiva de León y el tormento que le genera su amor por Emma. El narrador describe la vergüenza que siente el joven y su incapacidad para declarar su amor. El lector se entera de que León le ha escrito a Emma muchas cartas de amor, pero luego las rompe, antes de sucumbir a la tentación de dárselas. Él desearía que Emma no estuviera casada para poder reconocer sus sentimientos por ella.
En seguida, la narración vuelve a focalizarse en Emma, y el lector descubre que la muchacha tiene una idea muy particular sobre el amor. La visión de Emma sobre el amor es idealista, al igual que el resto de sus ideales; cree que solo “debía presentarse de improviso, con grandes estruendos y fulguraciones, como tempestad celeste que se desencadena sobre la vida y lo trastorna…” (132). El narrador satiriza a continuación las nociones románticas de Emma, continuando la metáfora de manera burlona: "No sabía que la lluvia forma charco en las azoteas de las casas cuando las canaletas están obstruidas, y hubiera permanecido segura de su virtud si no hubiera descubierto súbitamente una grieta en la pared” (132). El narrador parece burlarse aquí de la negativa de Emma para reconocer y aceptar su realidad, esto es, su amor por León. Una vez más, nos enfrentamos al conflicto principal de la vida de Emma: ella anhela un romanticismo y una pasión irreales, y se ve continuamente frustrada por las realidades de la vida, pues sus fantasías están fuera de su alcance.
Asimismo, luego de que Emma reconoce para sí misma sus sentimientos por León, intenta controlar su enamoramiento. Al igual que hizo en el convento, durante su infancia, se entrega a un sacrificio, que en el fondo le produce excitación y disfrute. Así, para castigarse a sí misma por sus sentimientos, Emma se esfuerza por convertirse en una esposa y madre obediente, interpretando el papel de mártir. Sin embargo, cuando hiere a Berta, empujándola, el proyecto de ser una buena mujer de familia queda frustrado completamente. Justo antes de empujarla, Emma mira a su hija con disgusto, como un peso más en su vida, una circunstancia que la ata a una vida miserable que se aleja de las fantasías que añora. De hecho, a Emma jamás la entusiasma saber que será madre.
Pronto Emma se convence de que Carlos tiene la culpa de su infelicidad y entiende que él es para ella una carga, lo cual queda representado en la siguiente metáfora: “¿No era él acaso el obstáculo para toda felicidad, la causa de toda miseria y como la opresora hebilla de aquel complejo cinturón que la oprimía por todos lados?” (142). El sometimiento del cual Emma se siente víctima es metaforizado como un cinturón que ejerce una fuerza asfixiante, cuya hebilla sería Carlos. Él sería, de este modo, la causa de esa opresión. Por eso ella desarrolla un odio profundo hacia él, deseando que el hombre la maltrate para poder justificar así esos sentimientos.
Sin embargo, Carlos permanece totalmente ajeno a los padecimientos de Emma. Un ejemplo claro de esta incomprensión es la escena de la partida de León: Carlos interpreta la tristeza de Emma como un efecto de la debilidad y excesiva sensibilidad propia de las mujeres. Esto constituye una ironía dramática, en la medida en que el lector sabe más que el personaje y entiende que el tormento de Emma no se debe a su condición de mujer, sino a que ella está enamorada de León. Una vez más, la novela exhibe los crudos prejuicios en torno a las mujeres.
A través de la conversación de Emma con el cura, la novela critica la superficialidad de la religión burguesa. Emma tiene en este punto una gran necesidad de ayuda y recurre al sacerdote en un último intento por salvarse a sí misma y salvar su matrimonio. Pero Bournisien está distraído, preocupado por el simple alboroto de sus alumnos, y no da importancia a las preocupaciones de Emma. Cuando ella explica que está sufriendo, el Abad cree que se refiere al calor del verano, con lo cual se parodia la incapacidad del cura de comprender a la mujer. Esta interacción fallida es una crítica implícita a la superficialidad de la iglesia en este momento, en tanto parece responder principalmente a los disturbios y a las necesidades superficiales.
Por último, cuando Lheureux le insinúa a Emma que es un prestamista, detectamos un presagio de su eventual caída debido a las excesivas deudas y, en particular, del papel que tendrá Lheureux en ese proceso.