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La Estación de Francia, puerta de entrada a Barcelona

Estación de Francia es el nombre de la estación terminal ferroviaria de la ciudad de Barcelona, un edificio de carácter monumental desde donde parten líneas regionales, de media distancia y algunos servicios de larga distancia. En la novela, es el primer escenario que aparece, porque es el lugar por el que la protagonista llega a Barcelona, y aparece representado en la primera página por la narradora, quien, a través de las sensaciones visuales, olfativas y auditivas que le producen el lugar, nos lo presenta.

Al llegar, la protagonista se siente como "una gota entre la corriente" (13), por la cantidad de gente que hay allí, que pugna en direcciones opuestas: los que esperan el expreso que está pronto a partir y los que llegan atrasados. Asombrada y maravillada, observa a su alrededor y sus sensaciones le confirman que ha llegado a una gran ciudad. Siente el profundo y fresco aire marino; observa las amarillentas luces tradicionales de la estación; escucha el rumor que produce la presencia de tal cantidad de gente; nota la brisa en sus piernas; percibe las corridas apresuradas para tomar un coche y la rápida huida de la gente que quiere llegar rápido a sus hogares en aquella hora de la noche. Incluso, nombra a los camàlics, término catalán utilizado para denominar a los mozos de carga, terminando así de configurar la fotografía de una perfecta imagen de estación de tren. Se anuncia la ciudad, que será el escenario durante un año de su vida, en esta representación de la estación terminal, que es el punto de llegada de la protagonista. Y, para cerrar la imagen de la estación y de sus elementos típicos, sube a un viejo coche de caballos en las puertas del lugar.

El interior de la casa de Aribau

La casa de la calle Aribau en la que Andrea vive durante un año, aunque es la misma, contrasta con la que Andrea guarda en sus recuerdos de infancia. La casa actual es triste y opresiva, fiel reflejo de la época de posguerra, y la imagen que a través de la narración obtenemos de ella es gris, como sus habitantes.

Andrea, la narradora y protagonista, la representa como un lugar lúgubre y fantasmal. Se trata de un edificio de departamentos con balcones con hierro oscuro. Al ingresar al edificio, una escalera con desgastados escalones de mosaico lleva a los diferentes pisos de viviendas. Adentro de la casa, lo primero que se nota es la pobreza y degradación, simbolizada en la poca luz que irradia una lámpara que supo ser importante: "un recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo" (14). La casa se caracteriza por tener casi todos los espacios abigarrados de muebles viejos, "colocados unos sobre otros como en las mudanzas" (14-15), debido a que, tras la muerte del abuelo, "la familia había decidido quedarse sólo con la mitad del piso" (21).

Del suelo de la casa, se levanta "un calor sofocante como si el aire estuviera estancado y podrido" (15). Los espacios, además de cargados de objetos, están sucios, como el baño con agua fría donde toma una ducha la joven; las pocas luces, "macilentas, verdosas" (17); las paredes, con huellas de sucias manos. El lugar donde debe dormir Andrea se le presenta como "la buhardilla de un palacio abandonado" (17) por la cantidad de cosas que, sin orden ni concierto, se amontonan allí.

Con el tiempo, la casa se irá vaciando de muebles, por lo que la imagen de la casa va variando y se torna un lugar cada vez más despoblado de cosas; pero esto no es porque alguien considere ordenarla, sino porque los objetos son vendidos para poder comer.

Los personajes que la habitan, como la casa, presentan una imagen lamentable ante la primera mirada de Andrea: están sucios, despeinados, lucen ropas viejas, tienen los dientes manchados. Su presencia es fantasmal: "todas aquellas figuras me parecían igualmente alargadas y sombrías. Alargadas, quietas y tristes, como luces de un velatorio de pueblo" (16).

El Barrio Chino

En el capítulo V, Angustias le advierte a Andrea que no debe acercarse a un lugar de la ciudad: "Hija mía, hay unas calles en las que si una señorita se metiera alguna vez, perdería para siempre su reputación. Me refiero al Barrio Chino..." (46). Su advertencia se basa en que allí existe algo que podría arruinar a una joven: "Perdidas, ladrones y el brillo del demonio, eso hay" (46).

En el capítulo XV, Andrea corre por la ciudad tras Juan, quien está en la búsqueda de Gloria:

Juan entró por la calle del Conde del Asalto, hormigueante de gente y de luz a aquella hora. Me di cuenta de que esto era el principio del Barrio Chino: «El brillo del diablo», de que me había hablado Angustias, aparecía empobrecido y chillón, en una gran abundancia de carteles con retratos de bailarinas y bailadores. Parecían las puertas de los cabarets con atracciones, barracas de feria. La música aturdía en oleadas agrias, saliendo de todas partes, mezclándose y desarmonizándose. (128)

En la persecución que realiza de Juan, Andrea recorre las calles de este barrio y nos lo presenta como un lugar sin la armonía que puede verse en otros sitios de la ciudad y sostiene que le recuerda un carnaval de su infancia. En la representación de este barrio, hay calles zigzagueantes y angostas, algunas de ellas iluminadas con carteles y atracciones, llenas de gente, y otras desiertas y oscuras, con un vaho rojizo; casas que parecen apretadas y llenas de humedad; charcos de lodo en el piso que embarran los pies; olor penetrante a vino o aromas fétidos; ruidos de música, gritos, peleas y carcajadas; manos que la empujan al pasar; personas que van vestidas de un modo que a la joven le resulta grotesco: "un hombre pasó a mi lado con los ojos cargados de rímel bajo un sombrero ancho. Sus mejillas estaban sonrosadas. Todo el mundo me parecía disfrazado con mal gusto" (128).

En este barrio, además, podemos ver la imagen de una pelea callejera, producida entre Juan y un hombre borracho. La lucha entre ellos comienza en una de las calles negras, silenciosas y desiertas y, de pronto, al comenzar la pelea, el escenario súbitamente se anima, la calle se llena de gente: "Dos o tres hombres y algunos chiquillos, que parecían que brotaban de la tierra, rodearon a los que luchaban" (129), se escuchan voces de mujeres que animan a los luchadores y se ríen y, luego, el sonido de una sirena que hace que se separen y todo vuelva a estar oscuro y en silencio como unos minutos atrás.

El baile en casa de Pons

El baile en la casa de Pons está retratado como una fiesta de la alta sociedad. Se hace en la casa de los padres del muchacho, una mansión al final de la calle Muntaner, y desde afuera se anuncia el esplendor: "Delante de la verja del jardín –tan ciudadano que las flores olían a cera y a cemento– vi una larga hilera de coches" (158). Al ingresar, se hace aún más evidente. El portal es de mármol, un criado recibe a los invitados en la puerta, el vestíbulo está adornado con plantas y jarrones, el olor es "a señora con demasiadas joyas" (159), los invitados son numerosos y están vestidos con "alegres trajes de verano" (159) o "zapatos brillantes como espejos" (160). Además, los mayores son gordos o, como el padre de Iturdiaga, "enorme y grueso" (160) y brindan y comen bocadillos mientras hablan de negocios o tienen título, como la marquesa invitada por la madre de Pons; de los jóvenes se resalta lo guapos y felices que se ven.

Ante este escenario, Andrea, la protagonista, se siente insegura y angustiada por la pobreza de su atavío, por sus gastados zapatos, y se queda sola en un rincón.

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