El agua (Símbolo)
El agua es símbolo de catarsis, limpieza y purificación. Se presenta mediante la lluvia, la ducha o las lágrimas. Cada vez que Andrea participa en una experiencia relacionada con el agua, es porque necesita un momento de limpieza espiritual, aunque no necesariamente lo consigue.
Cuando Andrea llega a la casa de la calle Aribau, pide bañarse, aunque sea a esa hora de la madrugada y aunque tenga que ser con agua fría, porque siente que el agua, incluso en ese mugriento recinto que es el baño de esa casa inmunda, puede servirle para librarse de la mirada de esos seres y limpiarse: "¡Qué alivio el agua helada sobre mi cuerpo!" (17). Luego, frente al conocimiento del suicidio de Román, se refugia de nuevo en el baño: "Maquinalmente, sin saber cómo, me encontré metida en la sucia bañera, desnuda como todos los días, dispuesta a recibir el agua de la ducha" (200).
La tarde en que Andrea escucha la conversación entre la abuela y Gloria, antes de que le dé fiebre, afuera llueve y "los hilos del agua iban limpiando con su fuerza el polvo de los cristales del balcón. Primero habían formado una capa pegajosa de cieno, ahora las gotas resbalaban libremente por la superficie brillante y gris" (35). La lluvia limpia la casa y, tal vez por eso, la conversación se escucha también límpida, objetiva, tal como sucede, sin la intervención de las opiniones de la narradora.
El llanto, que pocas veces acomete a Andrea, se da, por ejemplo, tras separar definitivamente a Ena de Román, después de la angustiosa escena en la que cree que él va a matarlas con una pistola. Y, en el momento en el que su llanto termina, comienza el de su amiga, que le funciona también como catarsis y desahogo: "Hizo una mueca como para reírse y empezó a llorar más; era como si llorara por mí, tanto me descargaba su llanto de angustia" (188).
La tía Angustias (Símbolo)
Agustias simboliza la autoridad en la novela. Es para Andrea, una joven huérfana, la voz que, a falta de una materna o paterna, le da consejos, sermones, advertencias y pretende guiarla en su conocimiento de la nueva ciudad. Como hermana de la fallecida madre de Andrea, es la que en la casa se ocupa de su crianza y educación.
Cuando Angustias toma los hábitos y abandona la casa, Andrea experimenta una sensación de profunda libertad: "Por primera vez me sentía suelta y libre en la ciudad, sin miedo al fantasma del tiempo" (85). Ya no debe rendirle cuentas a nadie. Ante la ausencia de Angustias, Andrea malgasta su dinero, vuelve de noche, bebe licor, sale con muchachos.
Una de esas salidas, la realiza con Gerardo, un joven con un pasaje fugaz en la historia, pero que deja una huella en Andrea, ya que le da su primer beso. Cuando la muchacha recibe una caterva de consejos de este personaje, que comienza a actuar de modo paternalista al sentirse rechazado, ella sentencia: "Casi me pareció estar oyendo a tía Angustias" (108). Las advertencias que le propina están relacionadas con la moralidad y el comportamiento que debe mantener una señorita digna, como solía hacer su tía.
La ciudad (Símbolo)
Los lugares externos de la ciudad, sobre todo por la noche, aunque no necesariamente en este horario del día, simbolizan la libertad para la protagonista. Desde que llega a Barcelona, es la ciudad, con sus calles y sus edificios, la que provoca en Andrea las sensaciones satisfactorias. Casi todos sus recorridos son a pie, aunque también viaja en tranvía, en coche de caballos y en el auto de Jaime y del padre de Ena.
La ciudad, entonces, le propone un remanso, un lugar diferente al opresivo del interior de la casa Aribau. Así, por ejemplo, la estación de trenes es la puerta de acceso a la vida nueva que ansía vivir; la universidad, la oportunidad de aprender y también conocer gente nueva, de su misma generación, con la que podrá encontrarse "hundida en un cúmulo de discusiones sobre problemas generales en los que no había soñado antes siquiera" (46); el estudio de Guíxols, la de hacerse amigos y conocer sobre el arte; las calles de los diferentes barrios le presentan diferentes realidades sociales. Todo lo mira con ojos deslumbrados.
Si sus paseos por la ciudad son con la compañía de Angustias, símbolo de la autoridad, entonces las calles le parecen "menos brillantes y menos fascinadoras" (27).
Los zapatos de Andrea (Símbolo)
Los zapatos gastados de Andrea, “cuyo cuero arrugado como una cara expresiva delataba su vejez” (45), reflejan su provincianismo y su pobreza. Andrea se moja al salir de la universidad y caminar hasta su casa y, por ello, se enferma. Las suelas rotas de su calzado rezuman humedad. Angustias, frente a esa situación, le pide que tenga más cuidado y le recuerda que es pobre, que vive a costa de la caridad de los parientes y que debe cuidar más sus prendas personales. Además, le realiza una advertencia: “Tienes que andar menos y pisar con más cuidado…” (45). Con esas palabras, le pide, literalmente, que camine menos la ciudad de Barcelona, que es para la tía un infierno lleno de tentaciones para las jóvenes, y, figurativamente, que no gaste sus suelas, es decir, que no experimente más de lo debido. Además, con el pedido de que pise de manera más firme, además de hacer una advertencia sobre el cuidado que debe tener, le pide, metafóricamente, que pase más tiempo dentro del hogar, que se ancle a un sitio seguro. La simbología de la experiencia de la caminata va en contra de los valores morales que Angustias intenta imponer en su sobrina.
Más adelante, cuando asiste al baile en casa de Pons, sus zapatos otra vez toman protagonismo. Antes de ingresar a la casa, la narradora nos cuenta sus ilusiones: “Sabía que unos minutos después habría de verme dentro de un mundo alegre e inconsciente” (158). Estas esperanzas se desploman apenas traspasa el portal, estrecha la mano de la madre Pons y observa el gesto de su rostro: “mirada suya, indefinible, dirigida a mis viejos zapatos”. Automáticamente, se siente angustiada por la pobreza de su atavío. Ella, que antes de ir al baile, ilusionada, evoca el cuento de "La Cenicienta", como la protagonista del cuento infantil, también sufre un dilema con su calzado. Cuando, avergonzada, aburrida y vencida, aceptando que nada en esa fiesta resulta de la manera soñada, trata de excusarse con Pons, le dice que ni siquiera tenía intenciones de asistir: “Ya ves que ni siquiera he venido vestida a propósito. ¿No te has fijado que he traído unos viejos zapatos de deporte?” (163).
El calzado, por tanto, es símbolo de estatus y revela diferencias económicas. Esto se manifiesta, también, al mencionar como luce Gaspar Iturdiaga, el joven hijo de un millonario del grupo de los bohemios, quien, a diferencia de Andrea, en la fiesta viste “unos zapatos brillantes como espejos” (160).
La casa de la calle Aribau (Alegoría)
El espacio degradado, caótico y opresivo de la casa de Aribau es alegórico de la España de posguerra. En un mismo territorio conviven diferentes posturas que han estado enfrentadas y que continúan siendo irreconciliables. España atraviesa un momento de pobreza, como el que viven los habitantes de la casa, sumidos en el hambre; sus caminos están destruidos, como intransitables parecen las habitaciones del lugar, llenas de muebles apilados por doquier, sin ningún tipo de orden; los habitantes del hogar configuran un modo de ser de la España de los 40: el que quiere mostrarse como el patriarca tradicional, en la figura de Juan; la mujer que sigue los preceptos configurados por la dictadura, en el rol de Angustias; la España tradicional anterior a la guerra, en la abuela; el manipulador, en la figura de Román; la juventud esperanzada que ansía otra cosa, en el rol de Andrea.
Incluso, la estructura de la casa, con Román tres pisos por encima del resto de la familia, es alegórica de un estado opresor, manipulador y profundamente jerárquico.
¿Tú no te has dado cuenta de que yo los manejo a todos, de que dispongo de sus vidas, de que dispongo de sus nervios, de sus pensamientos...? ¡Si yo te pudiera explicar que a veces estoy a punto de volver loco a Juan!... Pero, ¿tú misma no lo has visto? Tiro de su comprensión, de su cerebro, hasta que casi se rompe... A veces, cuando grita con los ojos abiertos, me llega a emocionar. (67)
Esta cita es lo que le dice, emocionado, Román a Andrea, como si fuera un ejecutor de marionetas, representadas en el resto de la familia, desde ese piso superior tan diferente al resto de la casa, donde hay café y cigarrillos, orden y limpieza, pero también perversión y manías.
La lucha entre Román y Juan (Alegoría)
Una guerra civil es un enfrentamiento bélico que se da de manera intestina, es decir, al interior de un mismo estado. Los miembros de una misma nación, metafóricamente, hermanos, luchan entre sí. La Guerra Civil (1936-1939) golpea muy fuerte a los españoles por este motivo. Incluso, se enemistan personas de la misma familia, por lo que la metáfora de la hermandad entre miembros de un mismo país es aquí, en algunos casos, lamentablemente cierta.
En la casa de la calle Aribau, quienes están enfrentados son dos hermanos que antes se quisieron mucho y que, tras la guerra, se convierten en enemigos que viven bajo el mismo techo. La abuela da cuenta del amor que antes se prodigaban:
No había dos hermanos que se quisieran más. (¿Me escuchas, Andrea?) No había dos hermanos como Román y Juanito... Yo he tenido seis hijos. Los otros cuatro estaban siempre cada uno por su lado, las chicas reñían entre ellas, pero estos dos pequeños eran como dos ángeles... (36)
Las peleas constantes tras la guerra entre Juan y Román son una alegoría de las peleas intrafamiliares de la época y, también, de la lucha entre los miembros de una nación por tener objetivos políticos diferentes. Si bien no llegan a matarse, y Román termina quitándose la vida, la posibilidad se menciona: "¿Pegarte? ¡Matarte!... Te debería haber matado hace mucho tiempo..." (25), le grita Juan a Román cuando este le entrega burlonamente la pistola. En el caso de estos dos hermanos, aquí, Gloria parece ser el origen de la disputa entre ellos.
La guerra (Motivo)
A simple vista, la novela no posee una trama bélica. Sin embargo, la guerra y, sobre todo, sus consecuencias, aparecen desperdigadas por todo el texto y son motivo del accionar de los personajes. Al respecto, Miguel Delibes sostiene que, con esta obra, Carmen Laforet hace “un alegato contra la guerra sin necesidad de soldados” (Delibes. 1990, 213). Los personajes aparecen atravesados por la guerra y sufren, en la posguerra, sus consecuencias: han quedado algo desquiciados y con los nervios tocados, están pasando miseria y hambre, viven situaciones de violencia extrema, sufren pérdidas familiares irreparables.
A continuación, veremos algunos ejemplos de situaciones relacionadas con la guerra en la novela: cuando Román invita a Gloria a subir a su cuarto, ella se niega y le confiesa que su denuncia es la responsable de que el hombre haya estado en la “checa”, que es una instalación utilizada por los republicanos para interrogar y torturar a sus enemigos; Jaime, el novio de Ena, no termina a tiempo su carrera de Arquitectura, debido a la guerra, y cuando esta finaliza, se encuentra huérfano, dando a entender que su padre muere a causa de la guerra; Gloria conoce a Juan y Román durante la guerra y como consecuencia de ella; Jerónimo se resguarda en la casa de Aribau por la guerra; una de las iglesias que Andrea y Pons visitan en un paseo está quemada a causa de un bombardeo.
De esta manera, se hace evidente que Laforet busca mantener vivo el recuerdo de la guerra civil española y sus consecuencias a través de la inclusión de varios elementos relacionados con ella a lo largo de toda la novela.