Nada

Nada Resumen y Análisis Parte 1, Capítulos IV-VI

Resumen

Capítulo IV

Andrea siente que sus días en aquella casa son vacíos y sin importancia. Tiene la sensación de que todas esas historias familiares, que todavía no comprende, constituyen el único interés de su vida y dejan su propio ser en un segundo plano. Es otoño y ha comenzado la universidad, pero, no puede concentrarse enteramente en ella.

Un día de lluvia, sentada al lado del brasero y casi adormecida, escucha charlar a Gloria y a su abuela sobre los mismos temas de siempre. La abuela cuenta que de sus seis hijos, los que siempre se han querido y acompañado más entre ellos han sido los más pequeños, Juan y Román. En la conversación se relata que, de joven, Juan viaja a África como militar. Al regresar, trae cuadros y enfada a su padre cuando le dice que quiere dedicarse a la pintura. La abuela defiende a sus hijos cuando no estudian o salen de juerga juntos. En este momento, Gloria interrumpe a la abuela y le dice que Román no la quiere, pero la anciana lo niega y dice que él está celoso. Entonces, Gloria confiesa que Román ha estado enamorado anteriormente de ella y, aunque la abuela lo niegue, Gloria insiste y cuenta sobre su llegada a la casa durante la guerra.

En aquellos años, Gloria se encuentra evacuada en un pueblo de Tarragona por los bombardeos y Juan tiene un cargo militar con los republicanos. Se casan dos días después de conocerse. Al llegar la primavera, Juan le presenta a su hermano Román. Los muchachos mantienen conversaciones secretas en privado y Gloria se las ingenia para escucharlos tras la puerta. Así se entera de que Román le propone a Juan que se pase al bando de los nacionales. Gloria le cuenta a Juan que está embarazada, pero esto no lo detiene: al día siguiente Juan le indica a Román que lleve a Gloria a Barcelona. Gloria escucha tras la puerta que mencionan a una tal “Paquita”, pero no logra saber nada más sobre ella. Triste y sin otra posibilidad, parte con Román. En el camino se alojan junto a otros oficiales republicanos en un castillo. Allí Román es simpático e, incluso, le pide que lo deje pintarla desnuda, pero ella se niega. Esa amabilidad de Román se termina cuando llegan a la casa de Barcelona, donde Gloria no es bien recibida. Allí, además de los miembros de la familia y la criada Antonia, se encuentra resguardado don Jerónimo, el jefe de Angustias, perseguido por los republicanos. Gloria recibe críticas de este hombre, que la aborrece por considerarla ordinaria, acusa como falso su matrimonio con Juan y, junto con Angustias, le dicen que Juan tiene otra novia, más guapa y rica, con la que se casaría al regresar. Un día, cuando la mujer de Jerónimo visita la casa y sufre un ataque de nervios por la presencia de la joven, Gloria le pide a Román el dinero que sabe que Juan le ha dado y este enloquece de ira al darse cuenta de que ella ha escuchado tras la puerta. Es en estos días en los que se llevan detenido a Román, que actúa como espía para los republicanos, para que hable. Gracias a la intervención de la criada Antonia, que está enamorada de él y declara a su favor, no lo fusilan. Antonia culpa a Gloria de la denuncia que recae sobre Román, por lo que las dos mujeres se trenzan a golpes. Finalmente, el niño de Gloria nace con la llegada de los nacionales, durante una noche de intensos bombardeos. Angustias lleva a Gloria a la clínica y la deja allí. Tras el parto, Gloria sufre una infección que la tiene con fiebre por más de un mes, hasta que finaliza la guerra. En ese momento, Juan regresa, mucho más flaco y lleno de comida, y se disculpa con Gloria por su ausencia. Roman sale de la cárcel y, enojado con Gloria, intenta hacerle la vida imposible, por lo que ella, en su defensa, cuenta verdades sobre él, que son las que la mantienen enemistada hasta el momento.

Cuando la conversación entre las mujeres termina, Andrea parece dormida, pero no lo está: se encuentra afiebrada y enferma. Y así permanece durante varios días, en los que los recuerdos y alucinaciones derivados de aquella charla se incorporan a sus pensamientos. Una de las visitas que recibe durante su enfermedad es la de Román. Ella le pide que toque el piano y él accede: le toca la canción de Xochipilli, el dios de los juegos y de las flores de los aztecas. Antes de irse, él le confiesa que haberlo hecho constituye un pequeño sacrificio en su honor, ya que Xochipilli siempre le trae mala suerte. Esa noche, Andrea sueña una escena amorosa entre Román y Gloria y despierta, confusa, sintiendo que ha descubierto un oscuro secreto.

Capítulo V

Andrea se recupera de ese estado febril y se siente con energías para despejar la opresión del ambiente de esa casa. Angustias asegura que la fiebre está relacionada con el uso de zapatos rotos y mojados y con sus extensas caminatas por la ciudad. Le pregunta si conoce la zona del Barrio Chino y le advierte que una señorita jamás debe meterse por aquellas calles vinculadas con la inmoralidad. Esa mención no hace más que despertar la curiosidad en la joven y hace que ella se dé cuenta de que es muy cercano el fin de la relación amable con su tía: ya no hay punto de retorno y esto hace que piense en una vida nueva.

La joven retorna a las clases universitarias y comienza a vincularse con sus compañeros. Encuentra a la gente allí muy diferente a su familia. Una de las personas con las que habla es un muchacho llamado Pons. Él le recrimina que no se haya acercado antes a ellos y le cuenta que incluso se reían de ella, sobre todo Ena. Esto lastima un poco a Andrea, ya que Ena es su preferida y una especie de líder en su grupo de amigos. Se trata de una joven muy hermosa, sagaz e inteligente que el primer día de curso se fija en Andrea y le pregunta si es pariente de un violinista célebre; ella responde que no. Ese día, Ena se acerca y le dice a Pons que las deje solas. Mientras caminan por el recinto, Andrea tiene la ilusión de, algún día, poder contarle en detalle su oscura vida de la calle Aribau, la que cree cargada de romanticismo. Pero, en ese momento, Ena le dice que ha estado averiguando y que, efectivamente, el violinista mencionado en la primera clase lleva el segundo apellido de Andrea y se llama Román. Andrea se da cuenta de que es su tío y le dice que no sabía sobre su celebridad. Ena le pide que se lo presente y, en ese momento, la ilusión de Andrea por hablarle sobre su casa desaparece: se avergüenza y no quiere presentarle a ese descuidado hombre que ella cree que es un famoso violinista. La protagonista se jura a sí misma que jamás mezclará esos dos mundos tan distantes. Ese día y los siguientes, Andrea se escabulle para no tener que hablarle del tema.

Al volver, descubre que Román no está y su ausencia se prolonga por varios días. La criada Antonia le dice que son normales sus ausencias. Unos días más tarde, Román regresa, bronceado y demacrado, y dice que ha estado por los Pirineos. Angustias le recrimina sus andanzas, y él le dice que gracias al viaje tiene noticias sobre la inmoralidad de su hermana. En Puigcerdá, visita a la esposa del señor Sanz, el jefe de Angustias. Según Angustias, él la mantiene recluida allí para no tener que enviarla a un manicomio. Román sugiere que la culpa de la locura de la mujer recae en alguien más y Angustias se muestra visiblemente dolida y nerviosa. Al ver todo esto, Andrea piensa que no vale la pena hablarle a Román sobre los dichos de Ena.

Capítulo VI

En este capítulo, Andrea cuenta uno de los tantos sucesos nimios que la sorprenden por tornarse tragedia en la casa de la calle Aribau. Este, en particular, además, se relaciona con su amistad con Ena, por lo que ella, desde el presente de la narración, reflexiona sobre cómo una especie de predestinación une a Ena con la vida de su casa.

Su amistad con Ena mejora día a día y eso le facilita el vínculo con el resto de sus compañeros. A pesar de la carencia de dinero de Andrea, salen asiduamente y Ena paga los gastos. Debido a esto, se siente en la obligación de corresponder a su amiga con algún obsequio, por lo que, el último día de clases antes de las vacaciones de Navidad, le lleva un objeto que encuentra entre sus escasas pertenencias: un magnífico pañuelo de encaje antiguo, regalo de su abuela para su primera comunión. Su amiga se conmueve con el obsequio y Andrea se siente rica y feliz al entregárselo.

En Nochebuena, sin que Angustias se lo pida, se viste dispuesta a acompañarla a Misa de Gallo, pero, para su sorpresa, su tía le dice que prefiere ir sola. A la mañana siguiente, en Navidad, Andrea acompaña a la abuela a la misa, quien ofrece su comunión por la paz de la familia. Sin embargo, sus deseos no parecen ser escuchados: al llegar, las dos escuchan gritos provenientes del interior de la casa. Gloria, Angustias y Juan mantienen un fuerte altercado en el comedor: Angustias acusa a Gloria, quien tiene antecedentes por haber tomado sin permiso ropa interior de Andrea, de haberle robado el pañuelo de encaje para venderlo. Asustada, Andrea admite que lo ha regalado. Angustias supone que su sobrina inventa lo del regalo para defender a Gloria. Juan le propina un bofetón a su hermana y la tira al suelo. Además, le espeta en la cara que la mujer de su jefe tiene razón al insultarla telefónicamente y da a entender que es una mentira de Angustias su asistencia la noche previa a la Misa de Gallo. Tras esto, Angustias se encierra en su cuarto. Andrea, en este momento, siente pena y vergüenza ante su abuela, quien la recrimina tristemente por haber regalado su pañuelo. Más tarde, Angustias no asiste a la cena de Navidad. Ante la aparente dicha que todos presentan en la mesa, Andrea se ríe sin poder controlarse y se ahoga, hasta terminar llorando acongojada.

Por la tarde, Angustias convoca a Andrea para darle explicaciones sobre los dichos de Juan y pedirle que no le crea. Andrea le dice que no necesita explicaciones y que cree imposible cualquier cosa poco moral que digan sobre ella. Además, Angustias le anuncia que muy pronto se va a marchar de la casa y se conocerá su verdad. Por último, le exige que pida que le devuelvan el pañuelo y le cuenta que el tío Román es quien ha visto a Gloria vender su pañuelo en una tienda de antigüedades. Ante la mentira, Andrea queda perpleja y ofendida con Román, a quien encuentra falso, mezquino y fisgón. Envuelta en sus pensamientos, termina su Navidad allí en la casa.

Análisis

En el capítulo IV, se desarrolla una conversación entre la abuela y Gloria que sirve para poder confrontar y percibir la diferencia en torno a cómo es la narración de los acontecimientos bajo la mirada de Andrea y cómo podría ser la consecución de los acontecimientos si no contáramos con su intervención como narradora. Lo que sucede aquí es que Andrea escucha una charla que, en la novela, se transcribe como si fuera un diálogo teatral, es decir, sin narrador. Es Andrea la que recompone, desde su presente de narradora, la conversación acontecida en el pasado de los hechos, pero ella no participa como personaje durante la charla ni como narradora emitiendo juicios o colocando siquiera verba dicendi o verbos de habla (los verbos que en la narración se utilizan para expresar las acciones comunicativas: decir, exclamar, contestar, responder, etc., para así introducir la voz de los personajes) en la transcripción. Es decir, se trata de un discurso directo, guiado solo por el nombre de los personajes que enuncian cada parlamento. En la utilización de este procedimiento hay dos cuestiones para analizar relacionadas con la subjetividad de la narración en la novela. Por un lado, hay cierto rasgo de inverosimilitud en esta incorporación, dado que los lectores debemos confiar en que aquello que Andrea escucha en un estado de somnolencia que, luego, al final del capítulo, se descubre que proviene de un cuadro de fiebre. Incluso la mención que se realiza al principio de la escena de la disposición del cuerpo de Andrea, al lado del brasero y casi adormecida, ayuda a colocar esta escena tras una especie de velo e influye en que nos preguntemos cuánto hay de recuerdo objetivo y cuánto aparece tergiversado por su estado mental. Por otro lado, este procedimiento nos permite atisbar mejor, por ausencia y contraste, el impresionismo del resto de la novela, dado que aquí, como no hay narrador, el punto de vista se supone objetivo y despersonalizado y carente de opiniones, más que las emitidas por los personajes.

La abuela y Gloria, de forma colectiva, a través de la conversación que se recrea a modo de escena teatral, recuperan un elemento tradicional de la tragedia clásica: el coro, cuya función, entre otras, es la de contextualizar los hechos y explicar los eventos pasados. Ellas, al hablar, recomponen lo sucedido en los años previos, durante la guerra. De esta manera, tanto Andrea como los lectores hilan los acontecimientos y comprenden los motivos por los que Juan y Román, los dos hermanos, están distanciados; conocen a un personaje como el del jefe de Angustias; dan cuenta del origen de la conflictiva relación de Gloria con los habitantes de la casa.

El enfrentamiento entre Juan y Román funciona como una alegoría trágica de lo que sucede en España: seres de un mismo país separados y enfrentados por la guerra; pero, esta alegoría no funciona solamente a nivel nacional ilustrando a dos bandos opuestos, también se manifiesta "en el orden de las vidas privadas, en el descabalamiento y destrucción que éstas sufrieron: muertes, desapariciones, traiciones, violencia e insania" (Ródenas de Moya. 2001, p. 241). En España, incluso al interior de las familias se perciben las diferencias y se viven las tragedias de hallarse en posiciones opuestas; aquí vemos hermanos de la misma sangre enfrentados entre ellos y cómo ese enfrentamiento se perpetúa después de concluida la guerra.

La raíz de los acontecimientos que llevan a la separación de los hermanos está en los años de la guerra, más precisamente entre principios de 1938 y abril de 1939. Los años no son mencionados en la conversación, pero algunas referencias permiten la ubicación temporal. Gloria menciona que conoce a Juan en Tarragona en enero o en febrero y en primavera siente que está embarazada. También dice que tras el nacimiento de su hijo, que coincide con la fecha de ingreso de las tropas nacionales a Barcelona, enferma y permanece internada por algo más de un mes y que incluso todavía está en cama cuando acaba la guerra. La guerra finaliza el 1 de abril de 1939.

A partir de la narración de los hechos que reconstruye Gloria, se ve que el compromiso de los hermanos con la causa bélica que dicen defender al ir al frente es bastante endeble y apunta, más que a un compromiso político o ideológico, a una lucha por la supervivencia individual. Juan se pasa de los republicanos a los nacionales, por consejo de su hermano. Este consejo se lo da porque tal vez sabe, por el espionaje que realiza, que la victoria del franquismo está pronta a suceder. Román, que tiene coche oficial y se aloja en un castillo con oficiales republicanos, funciona, en realidad, como un infiltrado de los nacionales, a quienes les vende información como espía, hecho por el que es enviado a una checa, un centro clandestino de torturas, en la que lo quieren hacer confesar. De esto la culpan a Gloria, y es uno de los motivos por el que Román le guarda rencor.

La abuela hace hincapié en las diferencias entre sus hijos, en la preferencia por ellos antes que por sus hijas mujeres y en el amor que los unía:

No había dos hermanos que se quisieran más. (¿Me escuchas, Andrea?) No había dos hermanos como Román y Juanito... Yo he tenido seis hijos. Los otros cuatro estaban siempre cada uno por su lado, las chicas reñían entre ellas, pero estos dos pequeños eran como dos ángeles... Juan era rubio y Román muy moreno, y yo siempre los vestía con trajes iguales. Los domingos iban a misa conmigo y con tu abuelo... (36)

La abuela se configura como la protectora de la familia y la que guarda los valores de una España anterior a la guerra.

También se pueden conocer, a partir de esta conversación entre las dos mujeres, algunos aspectos de Gloria. En principio, su nombre resulta algo irónico si se lo vincula con la trama de la novela, puesto que desde el momento en el que aparece en la vida de los miembros de la calle Aribau, jamás conocen la gloria, sino todo lo contrario. Además, todos la ven como una perdida, una mujerzuela y como el objeto de disputa entre los hermanos. Durante gran parte de la novela, incluso, se sospecha de sus salidas nocturnas, dando a entender que se prostituye, aunque ya veremos que no es así.

La figura y el rol de Gloria contrasta con el de Angustias, quien, tras las fiebres sufridas por Andrea, amonesta a la protagonista por haber caminado mucho por la ciudad y culpa a la lluvia y a los zapatos gastados de provocar la enfermedad en su sobrina. Los zapatos se configuran como un símbolo de la experiencia adquirida por Andrea a lo largo de los capítulos ("Tienes que andar menos y pisar con más cuidado", p. 45, le dice su tía), pero, también son un símbolo evidente de su pobreza: están gastados, rotos, húmedos. Angustias le aconseja a Andrea, también, que se aleje de Gloria, pero su sobrina, sobre todo para molestar a su tía, muchas veces se acerca a la muchacha pelirroja que, luego nos enteraremos, frecuenta la zona del Barrio Chino, al que Angustias declara como lugar de "perdidas, ladrones y el brillo del demonio" (46). De Angustias, que se muestra a sí misma como ejemplo de moralidad, se revela algo al final de esta parte de la novela que hace desestabilizar a su personaje: la posibilidad de que mantenga un amorío con su jefe.

En esta parte de la novela hay otros dos contrastes significativos. Por un lado, Andrea comienza a asistir a la universidad y allí empieza a vincularse con personas de su misma generación, a los que percibe totalmente diferentes a los adultos que conoce: "La verdad es que me llevaba a ellos un afán indefinible que ahora puedo concretar como un instinto de defensa: sólo aquellos seres de mi misma generación y de mis mismos gustos podían respladarme y ampararme contra el mundo un poco fantasmal de las personas maduras" (46). Los adultos que Andrea frecuenta son seres grises, fantasmales, pesimistas que sufren en el cuerpo y en la mente las consecuencias de la guerra; los jóvenes, por su parte, muestran esperanzas y discuten sobre temas generales, culturales y literarios. Por otro lado, el otro contraste es con Ena. En este momento, Andrea conoce a quien se convertirá en su mejor amiga y las diferencias entre ellas son abismales: mientras Andrea es la chica rara o ridícula de la que se ríen todos al principio por no encajar en los cánones de la época, es huérfana y no cuenta con recursos; Ena es una joven bella, inteligente y radiante, perteneciente a una acomodada familia a la que todos quieren acercarse. Para poder estar a la altura de Ena, Andrea, en el capítulo VI, le regala el pañuelo bordado que desata el conflicto con Angustias en su casa.

Con la presencia de Ena, se despierta en Andrea la fantasía de la novelización de su vida. Cree que todo el horror de la casa de Aribau es novelable y que Ena no solo lo entendería sino que, además, disfrutaría del romanticismo de su narración. Sin embargo, este deseo es abruptamente cortado cuando Ena le menciona que quiere conocer a su tío. Esto produce un efecto que se convierte en una constante en el texto: Andrea intentará, por todos los medios, mantener alejados los que considera dos mundos diferentes: el interior de la casa de Aribau y el exterior de su vida social y académica.