Resumen
Capítulo XVI
Román entra a la casa alegre y rejuvenecido. Le pregunta a Antonia si han traído su traje nuevo, hace una broma sobre matar al perro y le pregunta a su sobrina si necesita dinero, porque ha hecho un buen negocio y le quiere hacer un regalo. Cuando se marcha, Gloria, a quien Andrea ve más fea y consumida, le comenta que le parece que Román está enamorado. Incluso, le dice que a Román le gustaba Andrea, pero que ahora le gusta Ena. Andrea se siente incómoda ante este comentario, dado que Román es su tío. Sale a la calle, molesta, y ve a un anciano mendigo que la incomoda, como si no pudiera soportar su pobreza. También recuerda otra situación incómoda: un día en el que Pons le pregunta qué hará durante el verano, qué planes tiene para el final de la carrera y si piensa en casarse, toda cuestiones que ella no responde.
En ese momento, encuentra a Jaime sentado en su coche. Él le pregunta por Ena y la invita a dar un paseo en el coche. En el viaje, él le cuenta que no se está frecuentando con Ena, que sabe que va a la casa de Andrea y que no es para verla a ella precisamente. Le pide que le diga a Ena que él tiene confianza en ella, que nunca le preguntará nada y que quiere verla. Además, le confiesa que la quiere mucho, más que a cualquier otra persona, y le pide que no la deje sola esta temporada, que él sabe que le está pasando algo extraño y cree que Ena es desgraciada.
Jaime deja a Andrea en el estudio de Guíxols justo en el momento en que llega Iturdiaga. Una vez dentro, este último le dice al resto del grupo que Andrea estaba con Jaime y que tienen que prevenirla, porque Jaime es una calamidad: su padre era un célebre y rico arquitecto, y Jaime, un niño mimado sin iniciativa propia, que dejó su carrera durante la guerra y que ahora, huérfano, se dedica a gastar su herencia y divertirse. Incluso, cuenta que la noche previa lo ha visto solo en un cabaret, al que justifica haber ido para inspirarse para su novela. También les cuenta que allí se ha enamorado a primera vista de una joven y rubia mujer de apariencia extranjera, rusa o noruega, y que el flechazo ha sido mutuo a través de sus miradas. La muchacha, muy elegante, estaba acompañada por un hombre extraño, pero ella parecía aburrida y nerviosa. La conversación se extiende hasta tarde, dado que Pujol llega con una gitana a la que hace bailar para ellos.
Iturdiaga y Pons acompañan a Andrea hasta la casa. En el camino, frente a la casa de Ena, la ven caminando cogida del brazo del padre. Andrea se acerca y, cuando el padre de Ena ingresa a la casa, le cuenta rápidamente lo hablado con Jaime. Al regresar con los muchachos, Iturdiaga, exaltado, le dice que Ena es la misteriosa muchacha que estaba en el cabaret. En ese momento, Andrea se imagina que la persona que la acompañaba la noche anterior era Román.
Capítulo XVII
Es junio, hace calor y en la casa de Aribau hay chinches hambrientas saliendo de los empapelados mugrientos. Andrea intenta limpiar su cuarto, vestida con su traje de baño azul, mientras recuerda que su intercesión entre Jaime y Ena no ha funcionado: ha telefoneado a Jaime y le han dicho que no está en Barcelona.
Román encuentra a Andrea limpiando y hace un chiste sobre lo buena esposa que será por ocuparse de las tareas del hogar. Luego se dirige a Juan y le pregunta si no le gustaría tener una mujer trabajadora como su sobrina. Esto despierta la furia de Juan, quien desmerece a Andrea y la acusa de ser una zorra y tener amantes por doquier.
Por la noche, en la víspera de San Juan, los jóvenes celebran la última reunión de la temporada en el estudio de Guíxols. Pons, nervioso, invita a Andrea a pasar el verano junto a su familia en la Costa Brava y le dice que su madre quiere conocerla. Le da cinco días para pensarlo, hasta el día de San Pedro, fecha en la que ofrece una fiesta en su casa, por lo que Andrea tendrá la ocasión de conocer a su madre. Andrea tiene sensaciones encontradas con el plan: por un lado, la atrae estar tumbada en la playa; por otro, le molesta el enamoramiento de Pons y que una respuesta afirmativa de su parte lo una a él de una manera más romántica que aún cree falsa. De todas maneras, lo que sí la emociona es la idea de asistir por primera vez a una fiesta y poder bailar con un hombre. Cuando se despiden, como es la noche de San Juan, noche de las brujerías y los milagros, Pons confiesa que él tiene un milagro que pedir. Andrea, por su parte, desea que el milagro se produzca, quiere enamorarse de él.
Desde la ventana del cuarto de Angustias, Andrea mira las llamas de las hogueras de San Juan. En un momento, ve cómo Román sale de la casa y se encuentra en la calle con Gloria, que vuelve de lo de su hermana. Él intenta tomarla del brazo, pero ella lo rechaza. Hablan por unos segundos, y Gloria lo deja allí e ingresa al hogar. Andrea, que observa todo desde la ventana, ahora escucha cómo la mujer entra y cómo luego ingresa su tío y cuchichean en el balcón. Román, entonces, le recuerda los días pasados en el castillo durante la guerra y le dice que tiene el cuadro en su cuarto. Le pregunta si está celosa y le dice que él sabe que hay noches en que ella llora detrás de su puerta en las escaleras. Él le dice, además, que tiene testigos que la vieron ofrecerse a él en el castillo. Ella lo admite, pero le dice que él la burló: que la emborrachó, la besó y luego la rechazó frente a sus amigos, y que, además, su casamiento con Juan no estaba aún bendecido por el cura. Él le dice que no se haga la puritana, que ya estaba embarazada. Y dice también que ahora sí la desea; le pide que suba a su cuarto y terminen con eso de una vez. Ella le nombra a Ena y él le dice que la única que puede satisfacerlo es Gloria. Ella se niega y le espeta que lo odia. Por último, confiesa que quien lo ha denunciado ha sido ella y que lo haría de nuevo si tuviera la posibilidad. La discusión se torna cada vez más violenta, y Román le da un ultimátum: es la última vez que la invita a su cuarto. En ese momento aparece la abuela y Román se va de allí. Gloria se dirige llorando a su cuarto justo en el momento en el que regresa Juan y ambos se van a dormir.
Andrea se acuesta muy confundida tras lo escuchado y sueña con Ena. Al despertar, siente el impulso de querer protegerla de su tío, pero no la encuentra en su casa. Y, si bien se dirige hacia lo de su abuelo, al llegar no se atreve a decir nada y huye de allí antes de verla. Decide dejar que los acontecimientos sigan su curso. Luego, al llegar a casa, Andrea ve al perro que corre dolorido escaleras abajo. Tiene en su oreja la marca de un mordisco de Román. Su tío pasa tres días encerrado en su cuarto, y Andrea, impaciente, espera la fiesta de Pons: ve allí la posibilidad de irse de su casa.
Capítulo XVIII
El capítulo comienza con la protagonista recordando las noches en esa casa durante otoño, invierno y verano. Esa tarde ha sido la fiesta en la casa de Pons: fiesta por la que se ha ilusionado durante cinco días y por la que ha tenido presentimientos sobre la posibilidad de un futuro diferente. Todo empieza por la mañana, cuando Pons la telefonea, ya que eso le despierta sentimientos emocionantes por saberse querida y esperada, como la Cenicienta de sus sueños de infancia.
Román, por su parte, tras cinco días encerrado en su cuarto, por la mañana aparece en la casa y nota la falta de muebles. Las cucarachas corren por los sitios vacíos: Gloria ha vendido las cosas a los traperos para pagar los alimentos. Ante la acusación de Román, quien la trata de ladrona, la abuela intercede en defensa de su nuera y lo niega, dice que es ella quien las ha vendido. Por la tarde, Román toca el piano y ve a Andrea, que ya está preparada para la fiesta. Le dice que está muy guapa y que, como todas las mujeres de la casa, huye. Andrea, en efecto, sale de la casa y recuerda a Ena. Gloria le ha contado que Ena ha visitado por última vez la casa la víspera de San Juan por la tarde y que, al igual que el perro, se ha ido corriendo del cuarto de Román.
Andrea decide olvidar todo ello y enfocarse en su presente, que le recuerda a "La Cenicienta": es una chica de dieciocho años que va a bailar por primera vez con su pretendiente. Llega a la casa de Pons, una mansión espléndida, y ve una larga hilera de coches. Es su primera fiesta de sociedad y todos allí tienen mucho dinero. Ella no sabe cómo comportarse con el criado que la recibe en la puerta y nota que la madre de Pons echa una furtiva mirada a sus viejos zapatos; nota, también, la mirada anhelante del joven, que observa la escena en la que su madre y su enamorada se presentan. Andrea se siente incómoda y angustiada por la pobreza de su atavío; incluso siente ganas de llorar una vez dentro, donde todos comen y charlan, por ser tan diferente la realidad a la sensación radiante de sus anhelos previos a la llegada.
Ella no se atreve a separarse de Pons, pero, en un momento, cuando lo requieren, queda entre unos jóvenes y no sabe de qué hablar. Cuando la música comienza, ella mira todo desde un costado, junto a una ventana. Cuando el baile termina, escucha que Iturdiaga habla con unas jóvenes sobre su proyecto de construcción de una mansión para el futuro; en otro sector, dos hombres hablan sobre la posibilidad de que la guerra los haga obtener millones, uno de ellos es el padre de Iturdiaga. Dos horas, tal vez, pasa Andrea a solas en la fiesta, hasta que vuelve a ver a Pons que, enrojecido y feliz, brinda con dos chicas a lo lejos. Siente que Pons está avergonzado de ella. Se acerca hacia Andrea la madre de Pons, quien le dice que su hijo es un grosero por dejarla allí sola y va a buscarlo para que atienda a su invitada. Él se acerca a Andrea y le pregunta si quiere bailar, pero ella le dice que no y que quiere marcharse. Él se disculpa por no haber estado con ella y le dice que lo alegra que ella no haya bailado con otros. Una de las primas de Pons los interrumpe y pregunta si es una discusión de pareja. Él se sonroja, y Andrea se enfada y sufre. Le dice que no está cómoda con gente como esa chica. Él la acompaña al recibidor y en el camino le cuenta que esa chica, tan seductora y con miles de pretendientes, es Nuria, su prima, y que un momento antes le ha hecho una declaración de amor. Andrea se despide sabiendo que, de ahora en más, solo lo verá en la universidad.
Desilusionada, vuelve cavilando sobre su vida, en la que cree que le toca un papel de simple espectadora. Un largo llanto la ataca. Luego, corre y llega, cansada, a la casa familiar, sabiendo que ninguna invitación a pasar el verano en otro lado la va a salvar de tener que permanecer allí. En el momento en el que llega al portal, ve a la madre de Ena que sale del interior. Le dice que la ha estado esperando y la invita a tomar un helado.
Análisis
En estos capítulos se producen tres encuentros que podrían ser clasificados como sentimentales o que, al menos, pertenecen al ámbito de la relación entre parejas con fines románticos. Los tres fracasan y, en realidad, de románticos no tienen nada. Uno de ellos se da en el capítulo XVI y es la salida que realizan Román y Ena a un cabaret, en el que la joven se ve más interesada por observar a Iturdiaga que a su acompañante. Otro se da en el capítulo XVII y es el encuentro entre Gloria y Román en el balcón, en el que ella lo rechaza y él le implora que suba a su cuarto para consumar su relación. El último es el que protagoniza Andrea con Pons, la cita en el baile.
El encuentro entre Gloria y Román es el que cierra la historia de amor y de incógnitas entre ellos. Desde el inicio de la novela, se presentan indicios de un pasado tumultuoso con Román que Gloria niega. Aquí, bajo la atenta mirada de Andrea como espectadora secreta, se devela el misterio. Primero, la joven puede relatar los movimientos realizados por la pareja, dado que no llega a escuchar desde su posición lo que dicen. Se trata de una escena casi cinematográfica, típica del cine mudo, cargada de gestos, acciones y movimientos corporales: "Tiró el cigarrillo", "fue hacia ella con la mano tendida en un saludo", "Gloria se echó hacia atrás", "Él la cogió del brazo", "Ella le empujó con fiereza" (149). La imagen de Andrea, que observa desde la ventana, es similar a la de una espectadora de cine atenta que no quiere perderse ningún detalle: "Yo estaba tan interesada y sorprendida que no me atrevía a moverme" (149).
Luego, cuando la pareja ingresa y la discusión continúa en el balcón, Andrea, cual espectadora de una radionovela, escucha desde su escondite y descubre la verdad: Román y Gloria han mantenido un vínculo amoroso en el pasado; Román ha pintado un desnudo de Gloria; Román se ha burlado de Gloria y abusado de su confianza frente a un grupo de militares; Román, ahora, desesperado, quiere que Gloria lo satisfaga sexualmente. Gloria, por su parte, no solo se niega a la proposición de su cuñado, sino que, además, devela que quien lo ha denunciado ha sido ella: su venganza ya ha sido realizada.
Todavía aquí no somos capaces de saberlo, pero, más adelante, en el capítulo XXI, se devela que esa noche, antes de este encuentro con Gloria, Ena ha asistido al cuarto de Román y han discutido. Quizás esto se relacione con el modo violento en el que Román intenta poseer sexualmente a Gloria para desquitarse de lo acontecido con Ena. Cuando Gloria le menciona a Ena, él le espeta: "No es ella la que puede sastisfacerme, sino tú; conténtate con eso, Gloria" (151), como si la mujer fuera un objeto que puede satisfacerlo sin exigir nada a cambio y, además, como si las mujeres fueran objetos intercambiables: ahora que no tiene a Ena, busca a Gloria.
La crítica sostiene que Laforet, con Nada, rompe con los estereotipos y requerimientos de la novela rosa. Esto se puede comprobar, sobre todo, en esta parte de la novela, en la que todas las relaciones fracasan y los hombres no cumplen el rol que usualmente adquieren en el género, como veremos a continuación.
Gloria le dice a Andrea que Román está enamorado de Ena y le confiesa que antes también Andrea era objeto de devoción de su tío. Esto, que incomoda a Andrea por razones obvias (es su tío), sería tal vez lo esperable en una novela rosa si el vínculo entre ellos no fuera de sangre. Los personajes de Román y Andrea encarnan, desde el principio, la tensión narrativa y ocupan lugares privilegiados en el relato, por lo que se configuran como la posible pareja de la historia. Sin embargo, desde un inicio, esto queda manifestado solo como una tensión, como algo incómodo, tanto para los lectores como para la joven, pero no se desarrolla la trama alrededor de esta historia de amor. Gloria, personaje popular, digno del folletín y que no juzga ni se interesa en la moralidad de los asuntos, menciona esto a Andrea porque es capaz de "leer" que esa es una relación esperable en el desenvolvimiento de la acción.
La intertextualidad que se produce en los capítulos XVII y XVIII con el cuento tradicional infantil de "La Cenicienta", personaje con el que se va a identificar Andrea, propone invitar al lector a pensar en la posibilidad de que esta protagonista al fin sí se convierta en la heroína prototípica de las novelas orientas al público femenino de la época, historias de amor que presentan a una mujer que encuentra la felicidad en el matrimonio, los hijos y el cuidado del hogar. Sin embargo, Laforet, prepara el terreno para después echar todo por tierra y devolver a la protagonista a su turbia realidad. Veremos de qué manera lo hace.
En el capítulo XVI, incluso antes de recibir la invitación al baile, Andrea, cual Cenicienta en casa de su madrastra, limpia abnegada el hogar y recibe los maltratos y burlas de sus tíos. Román, irónico, le dice "Veo que estás hecha una mujercita... Me gusta pensar que tengo una sobrina que cuando se case sabrá hacer feliz a un hombre. Tu marido no tendrá que zurcirse él mismo sus calcetines, ni darle de comer a sus críos, ¿verdad?" (144). El objetivo de Román es despertar la bronca de Juan con esas palabras, que se ve obligado al escucharlas a comparar a su esposa con las esposas modelos tradicionales. Román, el manipulador, el que maneja los hilos de la casa, consigue lo que quiere: Juan se enoja, se siente humillado porque en su casa no se están cumpliendo los roles que ansía poder cumplir (no tiene trabajo, sus cuadros no se venden y el dinero lo consigue Gloria de manera ilegal) e insulta a Andrea, de quien dice que es una persona "Cargada de amantes, suelta por Barcelona como un perro..." (145), dado que tras la partida de Angustias, Andrea camina libremente por la ciudad. Andrea-Cenicienta, escucha las palabras de Román, pero calla y sigue limpiando. La visión de este personaje caído en desgracia le produce más lástima que odio.
Al encontrase con Pons, Andrea recibe la invitación a su primer baile. Entiende que los intereses de Pons por ella son románticos y, aunque no está interesada, se fuerza a creer que sí, se permite pensar que Pons puede, como los maridos de las esposas modelo de los relatos y los príncipes de los cuentos, servir para liberarla de su destino. Además, la invitación a su primer baile la emociona: "la idea de asistir a un baile, aunque fuera por la tarde –para mí la palabra baile evocaba un emocionante sueño de trajes de noche y suelos brillantes, que me había dejado la primera lectura del cuento de la Cenicienta–, me conmovía" (148). Y señala, de manera explícita, la conexión mental que realiza con el cuento de la humilde muchacha que deviene princesa. La atmósfera de la escena cierra románticamente: es la víspera de San Juan, y Pons le confiesa que pedirá un milagro.
En el capítulo siguiente, el de la fiesta, la relación intertextual con "La Cenicienta" continúa. Primero, durante los preparativos, en los que la protagonista rememora sus sueños de infancia, en los que sufre una transformación en princesa rubia y dotada de los encantos tradicionales de las heroínas de estos relatos. Se pregunta, dando cuenta de la ingenuidad de su carácter, si el día de esa transformación por fin ha llegado. El segundo momento de cruce con el relato no resulta para la protagonista tan placentero. Al llegar a la espléndida casa de la calle Muntaner, el palacio del baile de esta Andrea-Cenicienta, un elemento crucial del relato infantil es reiterado aquí de manera trágica: los zapatos. Cenicienta pierde un zapato al intentar escapar del palacio antes de que termine el hechizo. La madre de Pons ve los zapatos gastados de Andrea apenas la invitada llega, por lo que el hechizo, para ella, termina en ese mismo instante. La fiesta es un suplicio en el que la protagonista se ve rodeada por gente rica, bien vestida y bella y se siente inferior a todos. Pons ni siquiera le presta atención, ocupado en sus asuntos de anfitrión y, además, él recibe una declaración amorosa de una arrogante y bella prima suya.
Irónicamente, a diferencia de Andrea, Iturdiaga, centro de atención de una charla en la que lo rodean unas muchachas, luce unos zapatos brillantes como espejos, que recuerdan los famosos zapatitos de cristal de la Cenicienta. Cuando Andrea le dice a Pons que se va a ir de la fiesta, sin ni siquiera haber bailado, menciona los viejos zapatos de deporte con los que ha asistido para justificar que su presencia allí no es algo premeditado: "Ya ves que ni siquiera he venido vestida a propósito" (162). Al verse entre los ricos invitados, se avergüenza de su apariencia y miente.
Toda la fiesta pasa delante de los ojos de Andrea, pero ella no forma parte de aquello que parecía una promesa de vida nueva: no baila, no come, no charla, no ríe, no disfruta. Cuando se retira de la fiesta, tiene la sensación de que su vida es vacía y de que ocupa el rol de espectadora en lugar de protagonista. La metáfora de la novelización de su vida y de lo que la rodea vuelve a manifestarse para reiterar lo inútil de todo aquello: "Había leído rápidamente una hoja de mi vida que no valía la pena recordar más" (163). En esta segunda parte de la novela, la protagonista aprende la lección de la resignación amorosa. No es una protagonista a la que la vida le sonríe; es una espectadora de vidas ajenas.