Resumen
Capítulo XIX
Andrea se sienta en un café con la madre de Ena, quien le pregunta por qué hace tiempo que ya no reciben su visita. Andrea le dice que Ena se aburre con ella, y la madre de la joven lo niega y le dice que, en realidad, Ena la quiere muchísimo, que es la única amiga que tiene. La mujer está muy preocupada por su hija predilecta: sabe que está sufriendo. Confiesa su antigua felicidad al conocer la relación entre Ena y Jaime, pero ahora, que nota que hay un problema entre ellos y la relación se ha enfriado, está preocupada. Andrea se sorprende al darse cuenta de que la madre de Ena conoce esto que creía un secreto y la mujer le ruega que no le cuente jamás a Ena todo lo que ella sabe y lo que le va a decir a continuación.
Le confiesa también que está en conocimiento de la visitas que su hija hace a Román y que ella lo conoce desde hace tiempo, porque han sido compañeros en el conservatorio, cuando ambos eran adolescentes, y porque han vivido un intenso romance juntos; conoce, de ese hombre, las virtudes y también los defectos, que son los que lo han llevado a dejar sus estudios y comportarse mal con ella en el pasado. Teme que su hija se vea atraída por un hombre como él, a quien ha visto y le ha dado la sensación de que está acabado. Como ella ahora, sus padres no aceptaron en el pasado la relación con Román. La madre de Ena le cuenta a Andrea que hace mucho tiempo dieron un concierto de piano y violín juntos y que luego él le pidió a ella que cortara su trenza, larga y rubia, y se la entregara. Ella realizó el sacrificio y fue castigada durante un mes: cuando volvió a verlo, él la humilló y ella se enfermó. Su padre, el abuelo de Ena, la envió un año al campo y le pagó a Román para que se alejara de Barcelona por una temporada. Cuando ella regresó, lo primero que dijo fue que quería continuar las lecciones de piano y canto; entonces su padre le advirtió sobre Román, a quien trató como “cazador de dotes” (172), y le entregó el recibo firmado por el muchacho. Luego ella se casó con Luis, el padre de Ena.
Andrea siente vergüenza al escuchar la historia sobre el pasado de esa mujer y su tío. La madre de Ena le confiesa también que, al principio, no quería ni a su esposo ni a su primogénita, pero que, con el tiempo, logró maravillarse con Ena y con el amor por ella aprendió también a amar a su esposo. Le vuelve a pedir a Andrea que nunca le cuente a Ena todo esto. Y, por fin, las dos quedan en silencio: Andrea siente que la comprende profundamente.
Antes de despedirse, la madre de Ena le pide que la ayude, que le hable de Román a Ena, que le muestre su crueldad. También ha hablado con Román para que deje a su hija, pero él no le ha hecho caso. Andrea le dice que ella la ayudará, pero que no cree que eso sirva de algo.
Capítulo XX
A la mañana siguiente, Andrea despierta con el grito del trapero anunciándose. Gloria se asoma al balcón del comedor y lo llama, pero Juan la detiene y, como ella no accede a detenerse en su intento de seguir vendiendo los muebles y objetos de la casa, comienza a golpearla y le arroja un jarrón, que lastima al niño, quien, asustado y dolorido, comienza a llorar. Juan intenta calmarlo, mientras Gloria se sienta en la cama de Andrea y comienza a hablar. La mujer se queja del comportamiento de su esposo, porque él ahora sabe, desde la noche en el Barrio Chino, que el dinero para la casa lo consigue ella. Gloria le confiesa a Andrea que ella vende los cuadros de Juan a los traperos por muy poco dinero y que luego apuesta ese monto en la timba clandestina de su hermana. Le dice que la noche aquella, Juan, en realidad, al llegar la salva, dado que ella estaba haciéndole trampa a Tonet, un hombre que, como Román, se dedica al contrabando y los negocios sucios, y que al creer que Juan llega para buscarlo a él, corre despavorido. Juan, entonces, entra, ve la mesa de apuestas y se da cuenta de que no se trata de una fiesta, sino que su esposa está ganando dinero para el hogar.
En ese momento, pasa por la puerta de la casa otro trapero y Gloria, aprovechando que Juan ha salido con el niño, lo llama desde la ventana. Al regresar, Gloria le dice a Andrea que, por la tarde, Ena visitará a Román en su cuarto, que es su amante. Andrea se enfurece y defiende a su amiga: le grita a Gloria que es como un animal, que no puede concebir nada más que impurezas. Gloria le dice que ella conoce bien a Román, que ha querido ser su amante estando ella casada con Juan, pero Andrea le dice que Ena es diferente y se marcha de la casa enojada, dejando sorprendida a la abuela que, por primera vez, escucha hablar así a su nieta.
Al atardecer Andrea regresa con la firme sospecha de que en el piso superior se encuentran Román y Ena. Siente la necesidad imperiosa de ir allí también. Sube sin hacer ruido y los escucha detrás de la puerta: Ena le dice a Román que su plan ha concluido, que tiene pruebas y que no le hará lo mismo que le hizo a su madre. Andrea golpea la puerta dos veces hasta que un pálido Román la abre. Ena, en cambio, parece tranquila, aunque sus dedos, que sostienen un cigarrillo, tiemblan un poco. Román le pide a su sobrina que se marche porque la conversación no ha terminado, pero Ena se coloca al lado de su amiga y se dispone a marcharse junto con Andrea.
En ese momento, Andrea se da cuenta de que Román lleva la mano derecha en el bolsillo y siente miedo de que su tío cargue una pistola, por lo que se arroja sobre él y le pide a Ena que corra. Román la rechaza y le dice que es una ridícula por creer que las mataría. Tras esto, Andrea baja las escaleras y encuentra a Ena, que le pregunta por qué es tan trágica. Esta actitud de Ena le causa mucho fastidio y corre hacia la calle sola.
Capítulo XXI
Andrea corre llorando hasta la Plaza de la Universidad. Una vez allí, la alcanza Ena, quien primero parece que va a reír, pero, inmediatamente, se larga también a llorar. Las dos se abrazan, y Ena le dice que la quiere mucho. Andrea le pide perdón por haber espiado la conversación con Román y haber interrumpido, pero Ena le agradece por eso: le dice que al hacerlo la ha salvado y que, si fue dura con ella, fue por los nervios que estaba padeciendo, mientras intentaba mostrarse despreocupada. Ena reconoce que con Andrea conoció la amistad verdadera y con Jaime, el amor.
Comienza a llover y las jóvenes se refugian en la puerta de la universidad. Andrea le pregunta si se ha enamorado de Román, y Ena le dice que le ha interesado mucho, que es atractivo, pero mezquino y soez y que ella, en realidad, siente placer por haber conseguido burlar a un hombre así: un hombre que creía que el control de la situación lo llevaba él y ella lo ha humillado. Le cuenta que conocía lo sucedido con su madre y que, por eso, ella quería conocerlo, que estaba obsesionada; que al hacerlo, ha llegado a odiarlo y que su plan era el de la venganza. Le dice que su alejamiento de Jaime y de ella ha sido por su obsesión por Román y para llevar adelante su plan; que hay una parte de ella que no puede dejar de dar rienda suelta a su curiosidad.
Andrea le pregunta si Román entabló una relación de amor con ella, pero Ena dice que no sabe, que cree que la sensación era de desesperación con ella. Y que ella se emocionaba al sentir que él perdía el control de sus nervios, aunque solo lo logró, para su satisfacción, en una ocasión de los cinco encuentros que tuvo con él, durante la víspera de San Juan. Además, confiesa que siempre ha tenido la precaución de que alguien supiera sobre sus encuentros, porque el hombre le inspira miedo.
Reconoce también que ha estado mal con Jaime, a quien ha visto en un bar, mientras ella estaba en compañía de Román. Jaime promete ser comprensivo con ella, pero, al intentar hablar, el enojo del muchacho aumenta: conoce sus encuentros con Román y los negocios sucios de este hombre, por lo que advierte a la joven, quien, atribulada, termina defendiendo al tío de Andrea. Jaime, enfadado, se marcha de Barcelona.
Por último, Ena le cuenta que esa tarde ha regresado al cuarto de Román, tras darse cuenta de que él nunca la dejaría en paz. Decide hacer uso de las averiguaciones hechas por Jaime y usarlas para amenazar a Román. El miedo y los nervios que siente son tantos que, por eso, maltrata a Andrea en las escaleras.
Análisis
Margarita, la madre de Ena, despierta la admiración de Andrea desde la tarde en que la escucha tocar el piano y cantar. Como Román, es un ser virtuoso en el arte, y esto parece ser una característica que atrae a la narradora. Margarita dedica su tiempo a la vida familiar. Con los años, y tras pasar por un matrimonio arreglado y conveniente para ambos miembros, que le permite olvidar su tumultuoso pasado, se ha convertido en un buen modelo de esposa burguesa moderna, madre de seis hijos, pulcra, ordenada y rica. Ena, unos capítulos atrás, desvaloriza a su madre por ser tan normal, es decir, por no presentar ese atractivo especial y diferente que le gusta hallar en las personas. Sin embargo, la madre de Ena, en el pasado, se parece mucho a su hija. Y tal vez es por ese parecido que Ena, a quien confiesa no querer desde el nacimiento, llega a obnubilarla por completo y es causa de su sincera felicidad. Además, ambas mantienen una relación con Román, el perverso manipulador y chantajista de emociones.
El ambiente de la casa de Andrea, que la protagonista pretende mantener separado del resto de su vida, ya no está contaminado solo por la presencia de Ena; ahora también el pasado de la familia de su amiga se inmiscuye en su piso. No hay, por tanto, moraleja de familia burguesa comprensiva y feliz, como en otros relatos de la época; no hay posibilidad de separar lo que está bien de lo que está mal: aquí hay grises, puesto que nada está del todo bien ni del todo mal.
La madre de Ena usa en este capítulo a Andrea como si fuera un confesionario, porque está realmente preocupada por el bienestar de su hija, con la que siente una conexión desde el parto, a pesar de ser el suyo un embarazo no deseado. Esta confesión de felicidad ligada con la maternidad y con la continuación de las expectativas personales en la hija, así como la forma en la que la mujer adulta muestra el crecimiento personal que pudo lograr, permiten que Andrea se conmueva con el relato de Margarita, deje su papel estático de espectadora y se anime a interceder en la relación entre su amiga y su tío.
No había más que decir al llegar a este punto, puesto que era fácil para mí entender este idioma de sangre, dolor y creación que empieza con la misma sustancia física cuando se es mujer. Era fácil entenderlo sabiendo que mi propio cuerpo preparado –como cargado de semillas– para esta labor de continuación de vida. (174)
Este pensamiento de Andrea nos da a entender que el discurso de Margarita la toca profundamente y despierta en ella ciertos deseos o conciencia de maternidad nunca antes expresados y que se convierten para Andrea en un nuevo motivo de vida. El pedido que realiza Margarita, como mamá, es el de la salvación de su hija. Y Andrea, que ahora la comprende, acude en su ayuda.
Andrea consigue tomar valor y acudir al cuarto de Román cuando este discute con Ena, en el momento más tensionante de la obra, dado que Ena le está demostrando al sádico y macabro personaje cómo ha jugado con él y qué amenazas tiene para su futuro. Andrea ingresa y se planta frente a él con miedo, pero también con valentía, cuando cree que lleva una pistola. Saca del cuarto a su amiga y la salva, como Margarita le encomienda: "¡Pero si lo necesitaba, Andrea! ¡Si viniste del cielo! Pero, ¿no te diste cuenta de que me salvabas?" (189). Por su parte, Ena consigue realizar su venganza sin la ayuda o intervención de nadie más. Y se devela en este momento de la historia el motivo oculto de la obsesión de Ena por Román, el villano de la novela, que cae ante el ingenio y el encanto de la joven, representado con todas las características típicas de los protagonistas góticos: sublimes, pero, a la vez, atemorizantes; talentoso, sádico, dominante, egoísta, humillante y controlador. En reiteradas oportunidades la crítica relaciona el carácter de Román con Heathcliff, de Cumbres borrascosas, sin embargo, Carmen Laforet sostiene no haber leído la obra de Emily Brontë al momento de escribir Nada.
Por otro lado, en la casa de la calle Aribau, la violencia no está presente solo en el cuarto de Román. La violencia de Juan hacia Gloria continúa en aumento y el hambre de todos también. En esta caso, ambos hechos están vinculados, dado que Juan golpea a Gloria cuando esta llama a un trapero para venderle los muebles y así poder comprar alimentos. La posguerra está haciendo estragos en la economía de la familia de Andrea y nada alcanza. El orgullo patriarcal de Juan se ve profundamente herido: "¡Para eso gano yo bastante!" (177), le grita a su esposa antes de comenzar a golpearla de modo extremadamente violento. En la gresca, hiere al niño: cada vez son más los afectados por su violencia desmedida.
La relación entre la pareja y el recuerdo de una historia pasada contada por Gloria de un momento feliz hacen reflexionar a Andrea, que comprende que no todo sucede como en las películas o las novelas; que, en la vida real, todo es gris y el verdadero desenlace recién llega con la muerte. Este es otro de los aprendizajes pesimistas que obtiene Andrea durante su estadía allí.