Nada

Nada Citas y Análisis

El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida.

Narradora, p. 13.

Aquí podemos ver las primeras impresiones que la narradora y protagonista de la historia tiene al llegar a la Estación de Francia, en Barcelona. Es su primer viaje sola, es de noche, llega en un horario distinto al acordado y, sin embargo, no siente miedo ni nervios, está encantada ante lo que ve, oye y huele porque tiene grandes expectativas sobre su futuro en ese lugar. Barcelona contrasta con el pueblo, que no se menciona en ningún momento cuál es, del que Andrea viene. Y este contraste se interpreta por las impresiones que tiene, que dan cuenta de su "ansiosa expectación" (13) sobre ese nuevo sitio que se presenta como una novedad.

En el momento en que de pie junto a la chimenea, empezaba a pulsar el arco, yo cambiaba completamente. Desaparecían mis reservas, la ligera capa de hostilidad contra todos que se me había ido formando. Mi alma, extendida como mis propias manos juntas, recibía el sonido como una lluvia la tierra áspera [...] La lámpara encendida hacía más alto y más inmóvil a Román, sólo respirando en su música. Y a mí llegaban en oleadas, primero, ingenuos recuerdos, sueños, luchas, mi propio presente vacilante, y luego, agudas alegrías, tristezas, desesperación, una crispación impotente de la vida y un anegarse en la nada. Mi propia muerte, el sentimiento de mi desesperación total hecha belleza, angustiosa armonía sin luz.

Narradora, pp. 33-34.

Estas son las impresiones y sensaciones que tiene la narradora de la historia cuando escucha a Román tocar el violín durante sus primeras visitas al cuarto de su tío. En esos momentos, todavía siente por su tío una atracción extraña, propiciada por la cautivante forma en la que se dirige a ella; por el encanto que le causa su cuarto, tan diferente al resto de la casa, limpio, ordenado y perfumado, lleno de curiosidades; por la imagen que ella cree que su tío, erróneamente, tiene de ella, creyéndola una persona formada e inteligente. Andrea se cree inferior a él y no quiere decepcionarlo.

Cuando Román toca el violín para ella, sus sentimientos afloran; su tío deviene ídolo, un ser maravilloso; la música la renueva, le da vida, la conmueve de manera profunda y la hace pensar en cuestiones trascendentales como la muerte. Sin embargo, estos sentimientos e imágenes que surgen con la música, desaparecen cuando esta termina y Román le pregunta qué siente al escucharlo tocar. Otra vez, pareciera que sus reservas regresaran a ella y "la ligera capa de hostilidad" la recubriera. Esconde sus emociones en una respuesta simple y breve: "Nada" (34).

Pero te gusta ir sola, hija mía, como si fueras un golfo. Expuesta a las impertinencias de los hombres. ¿Es que eres una criada, acaso?... A tu edad, a mí no me dejaban ir sola ni a la puerta de la calle. Te advierto que comprendo que es necesario que vayas y vengas de la Universidad..., pero de eso a andar por ahí suelta como un perro vagabundo... Cuando estés sola en el mundo haz lo que quieras. Pero ahora tienes una familia, un hogar y un nombre.

Angustias, p. 45.

Estas palabras son pronunciadas por Angustias a su sobrina en uno de sus sermones. Le advierte que no debe andar sola por las calles sin un rumbo preciso y compara esa actitud con cuestiones que ve negativas: con el comportamiento de un golfo, es decir, una persona cuya moralidad se pone en tela de juicio; con el andar de un animal, un perro vagabundo; con una criada, es decir, alguien que está más abajo en la escala social.

En las palabras de Angustias, se pueden ver algunas contraposiciones. Primero, contrapone dos generaciones: la joven, de Andrea, y la adulta, de Angustias, y esto se evidencia en que la tía menciona que cuando tenía la edad de Andrea no podía salir ni siquiera a la puerta. Luego, contrapone dos miradas sobre la vida, una que defiende la moral tradicional, en boca de Angustias, que le pide que se cuide por respeto a la institución familiar, su casa y su nombre, y una más rebelde, que brega por la liberación femenina y por sacarse las ataduras del sistema, en las acciones de Andrea, que decide caminar por las calles sin importarle el qué dirán. Sin embargo, también vemos que Angustias, como mujer soltera e independiente económicamente que es, no se opone a los estudios universitarios de su sobrina; cosa que sí manifiesta, en algunas ocasiones, el tradicionalista y patriarcal Juan.

Me gustaba pasear con ella por los claustros de piedra de la Universidad y escuchar su charla pensando en que algún día yo habría de contarle aquella vida oscura de mi casa, que en el momento en que pasaba a ser tema de discusión, empezaba a aparecer ante mis ojos cargada de romanticismo. Me parecía que a Ena le interesaría mucho y que entendería aún mejor que yo sus problemas.

Narradora, p. 47.

Cuando Andrea comienza a frecuentar a Ena en la universidad, se siente, como todos los que la conocen, atraída por ella, ya que es una persona cautivadora: "constituía algo así como un centro atractivo en nuestras conversaciones, que presidía muchas veces" (47). Unos minutos antes de tener este deseo de contarle sobre la casa de la calle Aribau, al hablar con Pons, se siente dolida porque este le comenta que, en el pasado, Ena se reía de ella y decía que era ridícula. Sin embargo, ese sentimiento de dolor, se disipa apenas Ena se acerca a ella para hablarle: "estaba ganada por su profunda simpatía" (47).

En ese momento, Andrea tiene la sensación de que, en algún momento, podrá contarle todo eso que esconde a los demás: su vida en la oscura casa de la abuela y las experiencias con los extraños personajes que la habitan. Eso que sufre a diario, ahora, se carga de romanticismo en la mente de una estudiante de Letras que lo convierte en materia novelable: en una narración que puede ser de interés para alguien que, también, se dedica al estudio de la Literatura. Y, además, esta frase constituye un presagio, ya que Andrea tiene razón: Ena va a estar interesada en el futuro en la vida de aquella casa.

Me juré que no mezclaría aquellos dos mundos que se empezaban a destacar tan claramente en mi vida: el de mis amistades de estudiante con su fácil cordialidad y el sucio y poco acogedor de mi casa.

Narradora, p. 48.

Andrea, quien, como vimos en la cita anterior, parece ansiosa por encantar a su amiga con confidencias sobre su hogar, cambia drásticamente de opinión cuando Ena le pide que le presente a su tío Román, el célebre violinista: "Pero sin saber por qué me pareció imposible comentar ya, con mi amiga, el mundo de la calle de Aribau" (48). En ese momento, Andrea se imagina la situación del encuentro y, para ella, Román, ese ser de aspecto descuidado, no sería más que objeto de burla ante la vista de Ena. Al imaginárselo a él así, se ve a sí misma en su reflejo, se percata de que está mal vestida y que es pobre al lado de Ena.

Es este, entonces, un punto de quiebre: aquí la protagonista entiende que debe mantener separados los dos espacios, tan diferentes, por los que circula; tan diferentes entre sí, tan ajenos el uno al otro, que utiliza una metáfora para dar cuenta de las complejidades de cada uno: son dos mundos. Uno representa un ámbito acogedor y joven, el universitario; el otro, uno sucio y agobiante, el de su casa.

Los ojos de Ena fosforecían como los de un felino. Me empezó a entrar miedo. Era algo helado sobre la piel. Entonces fue cuando tuve la sensación de que una raya, fina como un cabello, partía mi vida y, como un vaso, la quebraba.

Narradora, p. 109.

Estas son las percepciones y sensaciones que tiene Andrea la primera vez que ve a Ena y a Román juntos, luego de que se toman de la mano al despedirse, en el salón de la casa de la calle Aribau. Siente que es un momento trascendental en su vida, que marca un antes y un después. Es el preciso instante en el que comprende que el interior de la casa de la calle de Aribau se abre para Ena, que hasta ese momento solo formaba parte del exterior. La visión de su amiga se distorsiona, sus ojos se animalizan y el miedo la recorre a Andrea de pies a cabeza.

Te crees que no sé lo que es ese mundo tuyo, cuando lo que sucede es que me ha absorbido desde el primer momento y que quiero descubrirlo completamente.

Ena, p. 121.

En un primer momento, Andrea siente que algún día le contará a Ena sobre su casa de la calle Aribau y que su amiga se sentirá interesada por el lugar y sus personajes; luego, ese sentimiento es desterrado cuando comprende que su casa y su vida fuera de ella son como dos mundos diferentes, que debe mantener alejados para que sus amigos no conozcan la pobreza en la que vive, el maltrato que la rodea, la oscuridad en la que habita. Finalmente, el presagio de Andrea se cumple: Ena ingresa a su casa, pasa tiempo allí con Román y se obsesiona con ello. Durante el periodo de visitas a Román, se distancia de Andrea. Pero, como Román viaja seguido, en una de sus ausencias por viaje, Ena y Andrea vuelven a encontrarse en la universidad y tienen una charla.

Ena le confiesa que la casa de la calle Aribau la atrae, que lo que le gusta de ese lugar es, justamente, lo que Andrea quiere ocultar de su familia: "Me gustan las gentes que ven la vida con ojos distintos que los demás, que consideran las cosas de otro modo que la mayoría..." (120).

Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él.

Narradora, p. 163.

Desde la llegada a la casa de Aribau, Andrea observa todo a su alrededor con ojos de novelista: sus parientes son personajes, los interiores de la casa están descritos como escenarios. Andrea cuenta su experiencia en ese año en Barcelona pero, en realidad, lo que hace es narrar lo que la gente que la rodea hace.

Cuando pronuncia esta frase, tras el baile de Pons, al que asiste con ilusiones de ser como Cenicienta, se percibe fuera de foco. No es siquiera un personaje de la historia que vive: es una simple espectadora. Como en la fiesta, en la que, mientras todos comen, charlan y beben, ella observa todo desde un costado en soledad.

En cierto momento, justo antes de despedirse de Pons y al sentirse ridícula, Andrea piensa: "¿Es posible que sea yo la protagonista de tan ridícula escena?" (162). Este pensamiento, en el que se ve como protagonista de una escena grotesca en lugar de una romántica como esperaba, contrasta con lo que percibe una vez que sale de la fiesta y se da cuenta, de golpe, que ni siquiera es una protagonista ridícula: es una simple espectadora.

Llegaba a mi casa, de la que ninguna invitación a un veraneo maravilloso me iba a salvar, de vuelta de mi primer baile en el que no había bailado. Caminaba desganada, con deseos de acostarme.

Narradora, p. 164.

Como la Cenicienta del cuento que sueña protagonizar antes de asistir al baile, Andrea sale de la fiesta antes de que esta termine. Pero, a diferencia de la protagonista del cuento infantil, no ha bailado y el muchacho de la fiesta no la buscará en el futuro.

Antes de la fiesta, Pons la invita a pasar las vacaciones de verano con él y con su familia. En la fiesta, Andrea tendrá la posibilidad de conocer a la madre de Pons antes del viaje. Sin embargo, la fiesta no cumple con las expectativas de la joven y se marcha antes del fin, tras despedir a Pons, a quien cree que solo volverá a ver en la universidad, puesto que su relación ha terminado antes de comenzar formalmente.

Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así lo creía yo.

Narradora, p. 213.

Esta cita nos indica dos sensaciones de Andrea en diferentes momentos. Por un lado, la primera parte, da cuenta de la sensación que tiene Andrea cuando deja la casa de Aribau para marcharse a Madrid: se va de allí sin haber cumplido ninguna de las expectativas que presenta al llegar. Según ella, en ese momento de la partida, no se lleva de allí nada; y esto coincide con lo que presagia el título de la novela. Pero, por otro lado, al finalizar la cita, encontramos una consideración de la narradora, es decir, de Andrea, pero un tiempo después, ya asentada, quizás, en Madrid, desde donde escribe. En esa frase, "Al menos, así lo creía yo", se puede leer, en realidad, que Andrea sí se va de Barcelona con un cúmulo significativo de experiencias, solo que en el momento en el que parte aún no es consciente de ello. Un tiempo después, esto se hace evidente para ella, tanto es así que decide contarlo.

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