El infierno (Imágenes visuales y olfativas)
El Padre Arnall, en su discurso durante el retiro de San Javier, dedica especial atención a la atmósfera que se respira en el inframundo. Detalla minuciosamente cómo se experimenta un olor intenso emanado de los cuerpos de los condenados, de su confinamiento y la miseria en la que subsisten. Esta representación desempeña la función de generar asco y repulsión entre los estudiantes, con el propósito de corregir su comportamiento en caso de incurrir en pecado o, en su defecto, prevenir su comisión. Dice, por ejemplo:
Imaginen ese hedor asqueante multiplicado un millón de veces y otro millón de veces por los millones y millones de fétidos cuerpos muertos concentrados en la apestosa oscuridad, un enorme hongo humano en putrefacción (...). Imaginen ese cadáver presa de las llamas, devorado por el fuego de azufre ardiente y despidiendo densos vahos asfixiantes de nauseabunda y repugnante descomposición (p.148).
El fuego completa, junto al insoportable hedor, la imagen aterradora del infierno. Dice Arnall que “El azufre sulfuroso que arde en el infierno” lo hace “por siempre”, ya que no destruye lo que consume, y “ruge con increíble intensidad, ruge por siempre” (p.148). Así, la presencia del fuego y el hedor de putrefacción y carne quemada es inevitable en el infierno, debido a que
A través de los diversos tormentos de los sentidos el alma inmortal es torturada eternamente en su esencia misma en medio de las leguas y leguas de fuegos refulgentes encendidos (...) y avivados con furia sempiterna y siempre creciente por el soplo de la rabia del Altísimo (p.149).
Los temblores de Stephen (Imágenes visuales y táctiles)
En más de una ocasión, el cuerpo de Stephen es aquejado por temblores, tirita y suda. Este tiritar está, la más de las veces, asociado a la epifanía artística y a la revelación de alguna sapiencia, tanto en escenas de delirio febril, como en el primer capítulo, como en el terror por el posible castigo de Dios ante sus pecados, en el tercer capítulo. Las manifestaciones físicas de conmoción tienden a condensarse en estas imágenes de los síntomas de Stephen.
Durante su estadía en la enfermería, en el primer capítulo, los temblores dan pie a páginas y páginas de delirios febriles:
Tuvo un escalofrío y le dieron ganas de bostezar. (...) Una oleada de calor se deslizaba de las frías sábanas escalofriantes. (...) Le temblaban los dedos mientras se desvestía (...), le tiritaban los hombros (pp. 33-34).
A partir de aquí comienza la composición ecléctica de recuerdos y pensamientos distorsionados.
En otras ocasiones, la imagen de Stephen que tirita por las calles da cuenta de la fuerza del deseo sexual que lo posee. Al encontrarse en las callejuelas llenas de prostitutas, en el segundo capítulo, “un temblor se apoderó de él y sus ojos se le pusieron borrosos” (p.124).
Más adelante, el temblor es la manifestación visual del terror que carcome por dentro a Stephen ante el discurso del Padre Arnall, antecediendo así a la revelación de su vocación religiosa:
Un frío trémulo sopló en torno a su corazón, no más fuerte que un vientecito, y sin embargo, escuchando y sufriendo en silencio, parecía tener puesta una oreja contra el músculo de su propio corazón, sintiéndolo cerca y encogido (p.154).
Por último, el temblor de la inspiración ante la visión en sueños de la amada toma el cuerpo de Stephen una mañana y precede a la escritura de un poema: “Su mente iba despertándose despacio a un trémulo conocimiento matinal, una inspiración matinal” (p.256).
El vino (Imágenes visuales y olfativas)
El recuerdo de la primera comunión de Stephen se encuentra interferido por un elemento que lo descoloca, el aliento del sacerdote: "Había cerrado los ojos y abierto la boca y sacado un poco la lengua: y cuando el rector se había encorvado para darle la santa comunión él había olido un tenue olor a vino en el aliento del rector por el vino de la misa" (p.66). Esta imagen olfativa despierta en Stephen, a su vez, una imagen visual: "La palabra era hermosa: vino. Lo hacía a uno pensar en el púrpura oscuro porque las uvas eran púrpura oscuro que crecía en Grecia fuera de casas como templos blancos" (Ibid.).
El Apocalipsis (Imagen visual)
En el tercer capítulo, las imágenes del Apocalipsis son vívidas y detalladas al extremo. Durante más de veinte páginas tanto el padre Arnall como el mismo Stephen desarrollan algunos de los paisajes más aterradores del inframundo de la literatura litúrgica.
Ambos, Arnall en su sermón y Stephen en su imaginación, echan mano de citas casi textuales de la Biblia, como en la siguiente, en la que el narrador focaliza en Stephen:
Las estrellas del cielo estaban cayendo sobre la tierra como los higos soltados por la higuera que el viento ha sacudido. El sol, la gran luminaria del universo, se había convertido en un paño de crin. La luna estaba color rojo sangre. El firmamento era como un pergamino que se enrollaba (p.138).
Más adelante, la narración logra combinar las imágenes bíblicas con las experiencias personales del joven Stephen y los pecados que lo atormentan:
El viento del último día soplaba a través de su mente, sus pecados, las rameras con ojos de joya de su imaginación, huían ante el huracán, chillando de terror como ratones y apiñándose bajo una melena (p.141).