Resumen
Mientras come, Stephen examina los billetes de la casa de empeños con los que sobrevive su familia, cada vez más empobrecida. La Sra. Dedalus expresa su preocupación de que el carácter de Stephen haya cambiado debido la vida universitaria que ella desaprueba. Desde el piso de arriba, el Sr. Dedalus le suelta que su hijo es una “lagartija holgazán” (p.207); Stephen se limita a corregir la incoherencia genérica del uso de la palabra lagartija junto a holgazán. Molesto y frustrado, abandona la casa y deambula por el lluvioso paisaje dublinés. Cita poemas para sí y reflexiona sobre las teorías estéticas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Se da cuenta de que está perdiendo su clase de inglés, pero no se inquieta por demás, e imagina a los estudiantes tomando apuntes. En términos generales, se muestra decepcionado con la educación universitaria que recibe.
Mientras camina, Stephen recuerda una visita a su amigo Davin, un joven guapo y atlético, entregado a la causa irlandesa, que le había hablado a Stephen sobre una invitación que rechazó a pasar la noche con una ama de casa que no conocía. Stephen advierte que es demasiado tarde para ir a su clase de francés, y decide en su lugar dirigirse al aula de física. Allí se encuentra con el decano de estudios. El decano intenta encender un fuego, y ambos conversan sobre el arte de encender llamas. Cuando Stephen utiliza la palabra "envasador", al referirse a un embudo para verter aceite en una lámpara, el decano no conoce el término, por lo que el joven concluye que esta palabra debe ser irlandesa. Stephen asume que el inglés siempre será para él una lengua prestada: “El idioma que estamos hablando es suyo antes que mío” (p.224).
Luego de la clase de física, conversa con su mejor amigo, Cranly, y con su compañero McCann, que lo insta a firmar una petición por la paz mundial. Stephen se niega y McCann lo acusa de ser un poeta antisocial y menor. Otros compañeros se suman a la conversación. Davin resalta su nacionalismo irlandés y dice que Stephen es también un verdadero irlandés de corazón, pero demasiado orgulloso. Temple, admirador de Stephen, lo defiende a capa y espada de los embates de McCann.
Mientras camina con sus amigos, ya lejos de McCann, Stephen dice que el alma tarda en nacer, más que el cuerpo, y explica largamente su teoría estética de la estasis o inmovilidad ideal que evoca una obra de arte, teoría que deriva de Aristóteles y Aquino. También desarrolla ideas sobre los ideales —integridad, consonancia y resplandor— que, en su opinión, debe alcanzar todo objeto artístico. El concepto que Stephen tiene de la divinidad reside en la estética: su Dios se retira del mundo de los hombres, “cortándose las uñas” (p.254) en soledad, como el artista. Lo que Stephen quiere decir es que el arte verdaderamente trascendente debe estar por encima de la contienda común de la humanidad. Lynch le susurra a Stephen que su amada Emma está presente en las escaleras, cerca de donde conversan. Él, la mira, se pregunta si en sus pensamientos la ha juzgado con demasiada severidad y reflexiona sobre ella.
Stephen despierta por la mañana con un buen estado de ánimo, después de haber soñado con la unión erótica con su amada. Saboreando la sensación, se dispone a escribir un poema romántico. Recuerda haber estado cantando y bailando junto a ella en una habitación con un piano. En el sueño, ella le dijo que sentía que él no era un monje, sino un hereje. Así, Stephen “había vuelto a escribir versos para ella después de diez años” (p.262), luego de aquel tranvía compartido en la infancia. Se acusa a sí mismo de insensatez y se pregunta si Emma ha sido consciente de su devoción por ella todos estos años. El deseo recorre su cuerpo. Aprovecha esta sensación y se vuelve de nuevo hacia el poema.
Sentado en los escalones de la biblioteca de la universidad, Stephen observa una bandada de pájaros que vuelan en círculos e intenta identificar de qué especie se trata. Reflexiona sobre la idea de volar y sobre el hecho de que los hombres siempre han intentado hacerlo. Sus pensamientos se dirigen a las líneas de una obra de Yeats que se ha estrenado recientemente, versos que caracterizan a las golondrinas como símbolos de libertad. Al alejarse de la biblioteca con Cranly y Temple, se enredan en una discusión. La amada de Stephen, Emma, sale de la biblioteca y saluda con la cabeza a Cranly e ignora a Stephen. Él se siente herido y celoso; e imagina a Emma caminando hacia su casa.
Más tarde, Stephen le cuenta a Cranly una desagradable conversación que ha tenido en casa con su madre. Ella quiere que asista a los servicios de Pascua en la iglesia, pero él ya no siente el llamado de la fe. Cranly le responde que el amor de una madre es más importante que las dudas religiosas y aconseja a Stephen que vaya para complacerla. El amigo pone a prueba con afecto la crisis de fe de Stephen mediante los insultos a Jesús y observa atentamente la reacción de su amigo. Le advierte que todavía hay en él vestigios de fe. Stephen le responde con tristeza que pronto tendrá que dejar la universidad y abandonar a sus seres queridos para perseguir sus ambiciones artísticas. Debe obedecer el dictado de su corazón, alejarse, y tener consigo tan solo tres armas: “Silencio, exilio y astucia” (p.291).
Aquí termina la narración. Tras ello, el texto culmina con varias entradas seguidas del diario íntimo de Stephen. Allí, registra sus impresiones dispersas de pensamientos, percepciones y acontecimientos de cada día a partir de la charla con su amigo. Entre otras cosas, reflexiona distraídamente sobre el hecho de que Juan el Bautista se alimentaba de langostas en el desierto; comenta la búsqueda de una enfermera de hospital por parte de su amigo Lynch; y toma nota de una conversación con su madre sobre la Virgen María, en la que ella lo acusa de leer demasiado y perder la fe. El contenido es variado y ecléctico.
Finalmente, vuelca en su diario dos sueños: uno en el que ve una larga galería llena de imágenes de reyes fabulosos y otro en el que se encuentra con extrañas criaturas mudas con caras fosforescentes. Menciona un encuentro con su padre, que le pregunta por qué no se apunta a un club de remo. En su anotación del 15 de abril, Stephen se encuentra con Emma en Grafton Street. Ella le pregunta si escribe poemas y por qué ya no acude a la universidad. Stephen le habla con entusiasmo de sus planes artísticos y del exilio. Al día siguiente, tiene una visión de brazos sin cuerpo y voces que parecen llamarle, instándole a unirse a ellos. Stephen termina su diario con una plegaria a su padre, al que llama “viejo artífice” (p.299), para que lo mantenga en el buen camino en su nueva vida lejos de Irlanda.
Análisis
El capítulo anterior cierra con la revelación de Stephen del verdadero camino de su vida. La gestación de su vocación artística va llegando a su punto máximo. Encuentra en este impulso inclusive la fuerza para asumir que su camino no estará exento de aventuras, muchas de las cuales implican faltas graves para la moral religiosa en la que fue educado: “Las acechanzas del mundo eran los caminos del pecado. Él caería. No había caído aún, pero caería silenciosamente, en un instante” (p.192). Esta vez, esta potencial caída en el pecado no implica tormentos. Ha reconquistado su seguridad o, quizá, la conquista por primera vez:
Estaba solo. Estaba inadvertido, feliz y cerca del corazón salvaje de la vida. Estaba solo y era joven y voluntarioso y de corazón salvaje, solo en medio de un baldío de aire salvaje y aguas salobres y la cosecha marina de conchas y maraña y luz solar velada y gris y figuras de niños y chicas con ropas alegres y ligeras y voces de niños y chicas en el aire (p.202).
El mundo por explorar vuelve a tomar una coloración alegre y prometedora en las imágenes que se vienen a su mente al proyectarse al futuro.
Ahora, este último capítulo del texto aborda la huida, la puesta en acción de lo decidido en el capítulo anterior. Stephen llega a la conclusión de que Irlanda es una trampa. En un primer momento, se muestra a la familia, la cual se encuentra en una situación de mayor desamparo económico desde la última vez que se menciona. A pesar de los sacrificios que Stephen ha hecho por su educación, no puede hacer nada para aliviar la pobreza de sus padres y hermanos. Se siente distante de ellos y, aunque su madre sigue siendo cariñosa, su padre parece haber desarrollado cierta aversión hacia él, como lo manifiesta al referirse a él como “lagartija holgazán” (p.207). Esto es retratado, igualmente, con cierta simpatía. Stephen desvía la conversación hacia la incongruencia entre el sustantivo femenino lagartija y el adjetivo masculino holgazán. Su atención al lenguaje, en este caso, está supeditada al sarcasmo con que responde a su padre, pero resulta evidente a lo largo de todo este capítulo que, finalmente, Stephen ha tomado la palabra como el sustrato del cual provendrá su arte. Descubre que es, ante todo, un escritor.
La universidad le proporciona, a pesar de los reparos de su madre, el material intelectual fundamental para su desarrollo. Su teoría estética, sofisticada para un estudiante, se basa en gran medida en las ideas de Aristóteles y Aquino. Además, los métodos de razonamiento de Stephen muestran también la influencia de los jesuitas y la educación que ha recibido de ellos. Las preguntas que plantea sobre la belleza guardan similitudes con las cuestiones teológicas planteadas en los primeros capítulos. Su compañero Lynch le señala este aspecto, al decirle que sus métodos tienen un tono escolástico, en referencia a la filosofía católica, que fusiona la filosofía griega con la enseñanza cristiana; algo que se originó en la Edad Media. De esta manera, a pesar de que reniega contra la universidad y contra la educación jesuita, a pesar también de carecer del sentimiento de pertenencia a Irlanda, como el amigo Davin, o de vocación religiosa, como Arnall, en Stephen convergen sus raíces. Así, resulta más evidente al lector que a él mismo que se trata de un digno hijo de su patria. Esto se deja ver cuando, por ejemplo, reflexiona sobre la lengua inglesa al conversar con el profesor de física:
El idioma que estamos hablando es suyo antes que mío (...). No puedo decir ni escribir estas palabras sin una inquietud en el espíritu. El idioma de él, tan familiar y tan foráneo, va a ser siempre para mí un habla adquirida (p.224).
Reconoce, de este modo, en él mismo, la presencia insistente del idioma irlandés.
Así como, en el momento en que se consagró a Dios, Stephen renunció a los placeres pecaminosos de la vida, ahora decide renunciar a su amor por Emma, a la universidad y a su grupo de amigos, especialmente Cranly. Sin ser quizá plenamente consciente de ello, Stephen ha ganado en el colegio jesuita un entrenamiento en la aceptación y la renuncia en pos de un bien mayor. Este es uno de sus grandes aprendizajes de esa etapa. Como bien dijimos, se trata de una novela de aprendizaje, en la cual asistimos a la formación de la identidad de un joven artista, a la gestación de su vocación y a la organización de su sentido de pertenencia y su relación con la educación que recibe. La renuncia es uno de los grandes capitales que posee. Logra, en esta etapa, orientar esa herramienta hacia su propio deseo.
La transición que propone Joyce a las entradas de diario al final de la novela es un cambio de forma, de género, abrupto, que pone de relieve la búsqueda de Stephen de su propia voz y, finalmente, el hallazgo. La forma del diario da cuenta del problema de representar a una persona a través de las palabras. Stephen ya no habla a través de la voz del narrador focalizado en él, sino con su propia voz. El tema del lenguaje y la lengua poética es central en este punto. Stephen debe concebir un lenguaje propio, no logra limitarse a hablar la lengua de los demás. Esto tiene tanto que ver con su lengua materna, irlandesa, y con la lengua “prestada”, el inglés, como con el hecho de que debe construir sus propias imágenes para proyectar en él mismo el mundo que lo rodea. Esta última parte de la novela ofrece por fin un atisbo de cómo Stephen consigue eso. Por fin, lo vemos ofreciendo sus propias percepciones, sueños, ideas y reflexiones a través de sus propias palabras, en lugar de a través de los discursos de Aquino, Aristóteles y Byron. Estilísticamente, el diario se encuentra depurado de todo el lenguaje enrevesado y exageradamente poético de los capítulos anteriores, algo presente, también, en la primera parte de este. Esta falta de pulido da cuenta de su inmediatez y sinceridad.
El estilo progresivo de Retrato del artista adolescente llega finalmente a un estado que lo vincula directamente con el Ulises, la obra maestra de Joyce. Si este es el texto que ilustra el camino hacia la entrega del artista a su labor, el Ulises es el fruto de esa entrega, una novela del artista adulto. Retrato del artista adolescente da cuenta del proceso por el cual el niño que posee una sensibilidad diferenciada e inquietudes estéticas urgentes alcanza su propia voz y logra romper con el dique de contención de su expresividad (la familia, la religión, el entorno cultural). Si bien tiene un alto componente autobiográfico, se trata de un retrato con el cual, posiblemente, se hayan identificado otros tantos artistas a lo largo de este siglo. Indudablemente, los hitos de esta trayectoria literaria son representativos de toda una generación.