Retrato del artista adolescente

Retrato del artista adolescente Resumen y Análisis Capítulo 2

Resumen

Stephen pasa el verano en la nueva casa de su familia en Blackrock, un pueblo cercano a Dublín al cual se mudan por razones económicas. Disfruta allí de la compañía de su tío Charles, un hombre mayor que fuma un tabaco negro “infame y espantoso” (p.80). Todas las mañanas, Stephen y el tío Charles dan un paseo por el mercado hasta el parque, donde se encuentran con Mike Flynn, un amigo de su padre y entrenador de maratonistas. Flynn juega a entrenar a Stephen y lo hace correr alrededor de la plaza. Después del entrenamiento, Stephen va a la capilla con el tío Charles para los rezos de la mañana.

Stephen pasea los domingos con su padre y su tío, escucha sus discusiones políticas y sus historias sobre la ciudad de Cork. En casa, se ocupa en una traducción de la novela de Alexandre Dumas, El conde de Montecristo, en la que se encuentra absorto. Preocupado y algo avergonzado por la mala gestión de las finanzas familiares por parte de su padre, utiliza las aventuras imaginarias de la novela de Dumas como vía de distracción.

En la calle, se hace amigo de un joven llamado Aubrey Mills, y juntos recrean las aventuras del conde de Montecristo. Stephen siente que es diferente de los demás niños que conoce y que está en contacto con algo distinto: “A veces se congregaba una fiebre dentro de él (...). Él no quería jugar. Él quería toparse en el mundo real con la imagen insustancial que su alma contemplaba tan constantemente” (p.85).

La familia Dedalus empieza a sentir la crisis económica con mayor fuerza. Una vez más, llegan los trabajadores para desmantelar la casa y trasladarla a Dublín. Una vez en Dublín, Stephen disfruta de más libertad que antes: su padre está ocupado y el tío Charles se ha vuelto senil. Explora la ciudad y pasea por el puerto, imaginando a veces todavía que es el conde de Montecristo. Siente amargura y critica sus propios impulsos insensatos y adolescentes, pero a la vez se ve incapaz de controlarlos. Sus interacciones con la tía Ellen, a la cual visitan un día, son incómodas y dan lugar a malentendidos sin sentido.

Stephen es invitado a la fiesta de cumpleaños de otro niño. No siente alegría ni se divierte realmente allí, solo se limita a observar a los demás en silencio. Sin embargo, se siente atraído por una de las chicas de la fiesta, Emma. Salen juntos de allí, toman el mismo tranvía para volver a casa y conversan durante todo el trayecto. A Stephen le agradan las medias negras que lleva ella. Le recuerda a su vecina, Eileen Vance. También piensa que la chica quiere ser besada: “Es por eso que vino conmigo al tranvía” (p.90). Sin embargo, se mantiene inmóvil y no la toca siquiera al despedirse. En casa escribe un poema de amor en su cuaderno al que titula "A E…C…" (p.91). Se encuentra abrumado por sus sentimientos.

Cuando el verano llega a su fin, Stephen recibe la noticia de que irá a un nuevo colegio porque su padre ya no puede pagar por Clongowes. Estudia entonces en el Belvedere College, un colegio jesuita.

Dos años después, se prepara para actuar en la obra que el colegio organiza con motivo de Pentecostés. Su papel es el de un profesor, y se lo ha ganado por su estatura y sus modales serios. Después de ver el ensayo de otros compañeros, sale al exterior del edificio, donde le reciben sus colegas del nuevo colegio, Heron y Wallis. Los dos compañeros se burlan con camaradería de Stephen por no fumar y le preguntan con una insistencia casi insoportable por la joven de la que está enamorado.

Stephen recuerda de repente una vieja disputa con Heron y otros dos estudiantes en su primer año en Belvedere. En aquel momento, peleaban con respecto a cuál era el mejor poeta inglés. Stephen había nombrado a Byron, mientras que el otro estudiante había dicho que Tennyson era obviamente superior. Además, los compañeros acusaban a Byron de haber sido “un hereje y además un inmoral” (p.103) y agredieron a Stephen por defenderlo. Stephen es sacudido de su ensueño por un compañero que le recuerda que, pronto, se levantará el telón y deberá correr al escenario. En la obra, Stephen interpreta su papel con éxito. Después de la presentación no se detiene a hablar con su padre, sino que sale, agitado, a pasear por la ciudad.

Un día, Stephen y su padre están sentados en un vagón de tren con destino a la ciudad de Cork, de donde el Sr. Dedalus es oriundo. A Stephen le aburren las historias sentimentales de su padre sobre viejos amigos y le molesta que tome alcohol. Luego de quedarse dormido en Maryborough, se despierta de golpe por una visión aterradora: al ver a su padre dormido, imagina en su somnolencia a todos los aldeanos dormidos de los pueblos que pasan por delante de su ventana. Después de rezar, vuelve a conciliar el sueño con el sonido del tren.

Padre e hijo se hospedan en un hotel. En el desayuno, el Sr. Dedalus interroga al camarero sobre viejos conocidos. De visita en donde estudió de jovencito el Sr. Dedalus, Stephen se topa con la sorprendente palabra “Feto” (p.112) tallada en la parte superior de un pupitre: lo asalta la visión de un estudiante bigotudo que talla la palabra hace muchos años para diversión de sus colegas. Esta imagen se presenta ante Stephen como una fantasmagoría de la que le cuesta escapar.

Al salir del colegio, Stephen escucha las historias de su padre sobre los viejos tiempos. Sin embargo, al ir de bar en bar, se avergüenza de que su padre beba de más y coquetee con las camareras. Stephen se siente lejos de su padre, y recuerda un poema de Percy Shelley sobre la luna que vaga por el cielo “sin ninguna compañía” (p.118).

Eventualmente, entran en el Banco de Irlanda y dejan al resto de la familia esperando fuera para que Stephen pueda cobrar un cheque de treinta y tres libras que recibe por su beca y por un premio de literario ensayo. El Sr. Dedalus reflexiona de forma patriótica sobre el hecho de que el Banco de Irlanda esté ubicado en el antiguo edificio del Parlamento irlandés. Fuera, la familia discute dónde cenar y Stephen invita a todos a un restaurante de lujo. Esto inicia una gran rueda de gastos en la que Stephen agasaja a los miembros de su familia con costosos regalos, caprichos y préstamos.

El dinero del premio de Stephen y su beca pronto se agotan. Si bien tenía la esperanza de que gastar el dinero juntos uniría a la familia y apaciguaría el carácter de todos, se da cuenta de que las cosas no funcionan de ese modo: se siente tan distanciado de ellos como siempre. Empieza a vagar nuevamente por las calles de noche, algo abrumado por su deseo sexual aún inexplorado. Una noche, una prostituta vestida de rosa se le aproxima. Stephen la sigue hasta su habitación y tiene, finalmente, su primera relación sexual.

Análisis

La epifanía o la inspiración epifánica, como se conoce a la manifestación o revelación de una verdad muchas veces trascendente, es un motivo productivo en la literatura occidental, sumamente ligado al arquetipo romántico del artista solitario (para más información ver sección: “Motivos, símbolos y alegorías”). En la narrativa de Joyce, y en esta novela en particular, ocupa un lugar central. En sentido general, la epifanía es la manifestación súbita de una cosa. Puede tratarse tanto de la materialización de un objeto o persona, como es el caso de la epifanía que se celebra el 6 de enero por la manifestación de los Reyes Magos junto a Jesús, como también el repentino surgimiento de una idea. La idea de epifanía se ilustra muy bien si pensamos en el viejo ¡Eureka! (“lo encontré”) de Arquímedes, que descubre la solución a su cuestionamiento sobre el volumen de los cuerpos repentinamente mientras se da un baño de inmersión. Se trata, para pensarlo en términos generales, de un momento de extrema clarividencia. Pero, si nos atenemos al artista, y a la mirada de Joyce sobre el fenómeno, adquiere la característica de convertirse en un estado de inspiración creativa. El artista toma súbita conciencia de la manifestación espiritual de algo que lo convoca, y su deber ante ello es el de registrar minuciosamente ese estado o esa manifestación.

Stephen comienza a experimentar esta suerte de epifanías en su proceso de maduración. Inclusive, estos momentos no necesariamente se vinculan con escenas de extrema sensibilidad ante la belleza, sino también de extrema sensibilidad ante lo desagradable. Es el caso, por ejemplo, de lo que siente en casa de los parientes visita junto a su madre. La “miseria e insinceridad” (p.88) del mundo lo conmocionan en ese instante. Sin embargo, toma nota como buen artista en formación de todo aquello que percibe: “Él registraba con paciencia lo que veía, distanciándose de eso y degustando en secreto su sabor mortificante” (Ibid).

Esta capacidad de deleitarse con el entorno, de tomar nota mental de todo aquello que se manifiesta como poético, solo se vuelve posible en la novela gracias a la distancia. Desde esta visión romántica de Stephen, el artista se aísla y necesita estar apartado del resto para poder apreciar las cosas, sea por una cuestión de perspectiva, sea porque se trata de una persona extremadamente sensible:

A veces se congregaba una fiebre dentro de él y lo llevaba a vagar solo a la tardecita a lo largo de la tranquila avenida (...). El ruido de niños que jugaban lo fastidiaba y sus bobas voces lo hacían sentir, con mayor agudeza que en Conglowes, que él era diferente de los otros. Él no quería jugar. Él quería toparse en el mundo real con la imagen insustancial que su alma contemplaba tan constantemente (p.85).

Stephen parece encontrarse enfocado en eso que desea, en ese encuentro con aquello inmaterial que está allí, pero que es a la vez escurridizo. La epifanía es fugaz y huidiza: el artista parece estar en un estado de alerta emocional constante, a la pesca de instantes de iluminación. El joven transmite constantemente una sensación de apetito. Si el hambre intelectual se sacia con verdades, el apetito estético se place con la belleza. Esta forma de aprehensión del entorno de Stephen, sensible a las más mínimas manifestaciones de aquello que enciende su espíritu, es una forma del apetito espiritual. Volveremos sobre esto más adelante, ya que la dimensión espiritual de estas inquietudes se entrelaza íntimamente con su relación íntima con la religión, en los eventos venideros en la novela.

Por ahora, nuestro protagonista es un poeta algo inexperto que se maneja por intuición frente a la hoja en blanco. En casa, Stephen escribe un poema de amor en su cuaderno al que titula "A E…C…" (p.91). Piensa que esa es la manera de hacerlo “pues había visto títulos similares en los poemas reunidos de lord Byron” (Ibid.). Sin embargo, comienza a dejar volar su imaginación y termina escribiendo los nombres de sus compañeros de curso, y no muestra frustración ante este desvío de la atención que impide que el poema de amor se concrete. En todo momento, el vínculo de Stephen con la escritura es libre y fluido, aun cuando la escritura no surge. Encontramos, así, en este retrato del artista temprano, que la poesía pertenece a su percepción antes que a la materialidad del poema. Estamos ante el inicio de su camino artístico, en el despertar de una conciencia estética. En este punto, se encuentran muy presentes en la imaginación de Stephen la imagen poética, el acercamiento al mundo onírico, la memoria y la atención sobre el mundo sensorial. Dice, por ejemplo, el narrador, desde la mirada de Stephen:

La fría luz del alba se tendía sobre el país, sobre los campos despoblados y las cabañas cerradas. El terror del dormir fascinó su mente mientras observaba el país silencioso u oía la respiración profunda o los repentinos movimientos soñolientos del padre. La vecindad de durmientes invisibles lo llenaba de extraño pavor, como si pudieran hacerle daño, y rezaba que llegara rápido el día (p.109).

La cita anterior se corresponde a una de las escenas de viaje. Stephen y su padre van en tren a Cork, lugar de donde el Sr. Dedalus es oriundo. Al entrar a la vieja casa de estudios inconclusos de medicina de su padre, y ver la palabra "feto" tallada en un pupitre, Stephen se conmueve y no logra salir de su inquietud aunque se esfuerce: estamos ante otra suerte de epifanía, esta vez en relación con el lenguaje vulgar. Dice el narrador: “Sus ensoñaciones monstruosas (...) habían brotado frente a él, de repente y con furia, de meras palabras. Él se había rendido pronto frente a ellas y les había permitido atravesar y rebajar su intelecto” (p.112). La sensibilidad del joven Stephen es fácilmente perturbable. Se trata de un joven frágil, susceptible y receptivo que todavía no logra encauzar lo que le provoca el encuentro frente a frente con el mundo.

La lejanía con el Sr. Dedalus, como ejemplo de su distancia general con el mundo que lo rodea, cobra mayor dimensión en este viaje. Nuestro protagonista acompaña a su padre a tomar una copa con sus colegas de antaño y la vergüenza ajena que siente se condice con su edad: en plena pubertad, va descubriendo aspectos humanos de sus padres, defectos y debilidades, que lo contrarían. Pero, lo más importante, es que Stephen siente una profunda distancia frente a sus progenitores:

Ninguna juventud bullía en él como había bullido en ellos. (...) Nada bullía dentro de su alma salvo un deseo frío y cruel y sin amor. Su niñez estaba muerta o perdida y con ella su alma capaz de gozos sencillos y él iba a la deriva en medio de la vida como la cáscara estéril de la luna (p.118).

Nuevamente, la soledad se hace presente en este aislamiento que siente el adolescente ante el mundo que lo rodea. Para su consuelo, lo acuna la poesía: Stephen repite para sí los versos de un poema inconcluso de Percy Shelley, “A la luna”, publicado de forma póstuma, que culmina con la luna “vagando sin ninguna compañía” (p.118). Como se señala en la sección “Temas”, el tópico del aislamiento del artista se vincula intrínsecamente en la novela con el sentimiento de pertenencia. Quizá, para ser más precisos, con el desplazamiento de este sentimiento o, directamente, con su ausencia. En este caso, Stephen no solo se siente distante con respecto a su padre, sino también con respecto a sus colegas, a las historias mundanas que relatan, a una fraternidad que percibe y de la cual carece. Sobre ello, dice el narrador que Stephen “no había conocido ni el placer de la camaradería con otros ni el vigor de la rusa salud masculina” (Ibid.) y, también, “un abismo de fortuna o de temperamento lo separaba de ellos” (Ibid.). No parece haber en Stephen ningún tipo de sentimiento de pertenencia con respecto a la masculinidad, tal cual la observa en sus compañeros y familiares masculinos, ni respecto a su familia, su colegio, la Iglesia, Irlanda y los movimientos nacionalistas. Sin embargo, veremos cómo, a la vez, su mirada está profundamente enfocada hacia estos asuntos y no puede dejar de otorgarles un espacio privilegiado en sus cavilaciones. Puede pensarse, entonces, que el joven artista se distancia de su entorno y deja de pertenecer o querer pertenecer a él para, luego, volver su mirada hacia aquello de lo que se alejó, ahora de un modo diferente, oblicuo. Volveremos sobre esto al abordar la relación de Stephen con la espiritualidad religiosa.

Resulta casi redundante, a esta altura, mencionar que la palabra poética y el lenguaje en sí son temas fundamentales de Retrato del artista adolescente. La poesía quizá no se encuentre aprehendida y canalizada bajo la forma de poemas concretos, pero poco a poco los poetas comienzan a impregnar el texto a la vez que el narrador, focalizado en Stephen, se encarga de ir reponiendo los elaborados y cada vez más profundos momentos de apreciación poética que atraviesa el protagonista de la novela.

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