Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.
Esta es la frase con la que se abre la novela. Desde el momento inicial, el narrador anuncia que el hecho histórico que se dispone a narrar es muy importante, con lo que crea expectativa en el lector. Sin embargo, y como se trata de una novela histórica —es decir, una obra de ficción que incorpora eventos históricos en su trama—, no le resulta necesario mantener la intriga sobre los eventos narrados: se anticipa, en la misma frase, el terrible desenlace para los españoles. En esta línea, el narrador se presenta a sí mismo como un testigo directo y azaroso de los hechos, y pretende, antes de comenzar con esa narración, contar parte de su vida. Con esto, en la primera oración de la novela queda establecido el registro histórico de la novela: se relatará un momento fundamental de la historia española a partir de un personaje ficticio y de sus aventuras. Así, posterga la narración del acontecimiento para poder explicar su vida previa al evento y mostrar cómo ha llegado hasta allí.
Oía hablar mucho de Napoleón, ¿y cómo creen ustedes que yo me lo figuraba? Pues nada menos que igual en todo a los contrabandistas que procedentes del campo de Gibraltar se veían en el barrio de La Viña con harta frecuencia; me lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas, sombrero de fieltro, y el correspondiente trabuco. Según mis ideas, con este pergeño y seguido de otros aventureros del mismo empaque, aquel hombre que todos pintaban como extraordinario, conquistaba la Europa, es decir, una gran isla, dentro de la cual estaban otras islas, que eran las naciones, a saber: Inglaterra, Génova, Londres, Francia, Malta, la tierra del Moro, América, Gibraltar, Mahón, Rusia, Tolón, etc.
El narrador de Trafalgar no es un historiador ni una eminencia en la materia; se trata de un anciano que recuerda hechos acontecidos en su infancia. En este caso, esta frase da cuenta de los conocimientos que ese niño tiene y las confusiones que hay en su mente infantil. Para imaginarse a Napoleón debe apelar a lo que conoce, por lo que lo compara con la imagen estereotipada del contrabandista de frontera. Para imaginar qué es Europa y cómo está constituida, apela también a lo conocido en su escenario cotidiano marítimo: Europa es una isla y, dentro de ella hay otras islas que son las naciones. Sin embargo, no consigue diferenciar país de ciudad ni de continente. Seguramente, esos nombres, que cree son las naciones, son en realidad los puertos hacia los que se dirigen los barcos que salen de las costas de Cádiz.
Enumerar los rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas y demás extraños cuerpos que concurrían a la grande obra de su monumental restauración, fatigaría la más diestra fantasía: quédese esto, pues, para las plumas de los novelistas, si es que la historia, buscadora de las grandes cosas, no se apropia tan hermoso asunto.
Cuando conoce a doña Flora, al narrador le llama la atención la cantidad de elementos que utiliza con el objetivo de embellecerse y parecer más joven. La enumeración aquí es hiperbólica; es decir, resulta exagerada, y esto se vincula con la representación caricaturizada de este personaje.
Además, con esa frase el narrador reafirma la credibilidad de los hechos de los que se ocupa, dado que se aleja de la figura del novelista y juega con la idea de ser un escritor de historia.
Saldremos, si se empeña Villeneuve; pero si los resultado son desastrosos, quedará consignada, para descargo nuestro, la oposición que hemos hecho al insensato proyecto del jefe de la escuadra combinada. Villeneuve se ha entregado a la desesperación; su amo le ha dicho cosas muy duras, y la noticia de que va a ser relevado le induce a cometer las mayores locuras, esperando reconquistar en un día su perdida reputación por la victoria o por la muerte.
Esta frase la pronuncia Churruca ante don Alonso y da cuenta del pesimismo del personaje respecto de los hechos en los que participará a su pesar. Además, demuestra que no está de acuerdo con llevar adelante la batalla y que no le queda más remedio que hacerlo porque está subordinado al comandante francés: acata órdenes.
En las palabras de Churruca se reflejan las ideas de otros personajes que aparecen en la novela, como Alcalá Galiano o Francisca, y que son las mismas críticas que en España se hicieron en aquella época que aquí aparece representada. De hecho, si investigamos la historia real, Villeneuve, que comete el error que desencadena la tragedia en alta mar, no logra recuperar la reputación perdida y, seis meses más tarde, se suicida o lo matan (no queda clara la forma de su deceso) antes de presentarse para dar explicaciones a Napoleón.
Pero en el momento que precedió al combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo, y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche, saca de la oscuridad un hermoso paisaje.
Estas son las palabras de Gabriel en el momento en el que siente que se le revela el verdadero significado de la palabra “patria”. Es interesante ver que esta idea surge en momentos previos al combate porque, en momentos posteriores, ciertas ideas del muchacho se van a modificar, sobre todo las relacionadas con la defensa de la guerra.
El espectáculo que ofrecía el interior del Santísima Trinidad era el de un infierno.
El primer momento climático del texto se desarrolla a partir del capítulo 11, cuando comienza la batalla y, por ende, el horror. El narrador y protagonista califica como infernal lo que sus ojos ven: muertos, bombas, explosiones, grandes caudales de sangre que crean dibujos sobre la arena de la cubierta de su embarcación, hasta hace unos minutos, hermosa y admirada, y a la que, en lugar de compararla con la morada del diablo, lo había hecho con la de Dios: una catedral.
Nunca creí que desempeñara funciones correspondientes a tantos hombres el que no podía considerarse sino como la mitad de un cuerpo humano.
El heroísmo de Marcial y su voluntad para trabajar en los asuntos de la guerra y la defensa de la patria son evidentes en todo momento. Aquí y en medio de la desgracia y el debacle total en el que se encuentra el Santísima Trinidad, el narrador hace una apreciación sobre el hombre, con cierto tono humorista, que señala una paradoja: Marcial, a quien apodan “Medio-hombre” debido a que le falta una pierna, un brazo y un ojo, está cumpliendo funciones de “contramaestre, marinero, artillero, carpintero y cuanto había que ser” (97) para repeler el ataque y, a su vez, atacar.
Por lo que oí pude comprender que a bordo de cada navío había ocurrido una tragedia tan espantosa como la que yo mismo había presenciado, y dije para mí: «¡Cuánto desastre, Santo Dios, causado por las torpezas de un solo hombre!». Y aunque yo era entonces un chiquillo, recuerdo que pensé lo siguiente: «Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento».
Gabriel tiene esta reflexión después de escuchar, de boca de Rafael Malespina, la narración de los acontecimientos en el barco San Juan Nepomuceno, comandado por el admirado Churruca. En esta cita pueden verse varias cuestiones: en primer lugar, se da cuenta de que el horror es múltiple, dado que en todos los barcos participantes se repiten las mismas situaciones de muerte y destrucción. En segundo lugar, él, como otros personajes, responsabilizan a un hombre de la tragedia, al comandante Villeneuve, que ejerce el primer error y desata el caos. En tercer lugar, en la mención a su corta edad hay una alusión implícita a El Lazarillo de Tormes (1554), que también es pequeño cuando realiza una reflexión y pronuncia palabras similares. Por último, se expresa en esta reflexión del narrador una idea antibelicista que se terminará de desarrollar en el transcurso de la obra: las guerras son absurdas y los líderes, orgullosos, egoístas y ambiciosos.
Ha hecho lo que debía. ¿Te parece bien que hubiéramos pasado por cobardes?
De este modo se dirige don Alonso a su esposa cuando, al regresar de la batalla, ella continúa recriminándole la decisión de haber partido a la guerra, le espeta que la derrota afecta terriblemente a España y que se podría haber evitado si no fuera por la incapacidad de los comandantes. Tras ello, la mujer acusa a Villeneuve y a Gravina de tener la culpa de lo sucedido. Sin embargo, su esposo defiende a este último, sostiene que ha cumplido con su deber y agrega esa pregunta retórica que da cuenta de cuál es, para él y para el orgulloso Gravina, el deber de un militar: no quedar ante los otros como un ser cobarde.
Esta idea del deber de un militar ya había sido esgrimida por Alonso en el capítulo 6, cuando Rafael Malespina le anuncia a Rosita que ha sido convocado. En ese momento, Alonso sentencia: “Los militares son esclavos de su deber, y la patria exige a este joven que se embarque para defenderla” (51).
¿Queréis saber de mi vida entera? Pues aguardad un poco, y os diré algo más en otro libro.
Con este pasaje finaliza la novela. En ella está presente el carácter folletinesco de los Episodios nacionales, textos literarios que van apareciendo secuencialmente y en un costo más asequible para la sociedad que el libro. El narrador, además, anticipa que tiene mucho más para narrar, ya que le falta contar una extensa trayectoria vital; la que lo conduce hasta sus ochenta y dos años.