Resumen
Capítulo 10
El 20 de octubre, el día amanece ventoso, por lo que los navíos se encuentran distantes unos de otros. Al día siguiente, el 21 de octubre, a las ocho de la mañana, la alianza franco-española, dirigida por el vicealmirante Villeneuve, conforma una larguísima hilera de barcos en línea, mientras que los treinta y tres barcos de la flota inglesa, dirigidos por Nelson, almirante de la Marina Real británica, se forman en dos columnas dispuestas en forma de cuña.
Por una lamentable maniobra inesperada del Bucentauro, el buque insignia dirigido por Villeneuve, se invierte el orden de la escuadra. Por este motivo, la retaguardia se convierte en la vanguardia y viceversa; la escuadra de reserva, que es la mejor preparada, queda en la cola en lugar de en el frente. Aunque se manda a restablecer el orden, no resulta fácil acomodar los barcos y los ingleses saben aprovechar esta falta. Marcial advierte y presagia el peligro: “La línea es más larga que el camino de Santiago. Si el Señorito la corta, adiós mi bandera, perderíamos hasta el modo de andar, manque los pelos se nos hicieran cañones” (86).
Al mediodía, Gabriel observa la expresión de disgusto en varios rostros y recuerda cómo, durante la mañana, toma parte con otros marineros en una operación preliminar que lo estremece: se trata de arrojar y extender arena sobre la cubierta y el entrepuentes para absorber la sangre de los heridos.
Las dos columnas de buques ingleses comienza a avanzar para atacar. Desde uno de los extremos de la cuña, a la cabeza, va el buque insignia, el Victory comandado por Nelson; por el otro lado se acerca el Royal Sovereign, comandado por Collingwood. En este punto de la narración, Gabriel sostiene que, para que el lector entienda bien cómo es la formación de la escuadra propia y hacia dónde se dirige el ataque, deja en la página siguiente un esquema con la lista de los navíos y el orden en que están dispuestos en el mar, así como la señalización del lugar por el que comienza el ataque.
A las doce menos cuarto, el comandante del Santísima Trinidad da la orden de detener la marcha, con el objetivo de acercarse al Bucentauro y no permitir el paso del Victory entre ellos. En ese momento, Gabriel nota cómo parte de la tripulación no se halla realmente preparada para aquello, sobre todo los hombres de leva. En ese momento, comienza a pensar en la idea de patria y en la de nacionalidad. A pesar de su corta edad, entiende la importancia del hecho que está viviendo. Hasta ese momento, la idea de patria se le representaba en personas importantes y famosas; ahora se representa a su país “como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos” (90). Piensa en las familias, en el trabajo, en la educación y comprende la razón por la que están allí todos esos barcos:
Para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje (91).
Por estos y otros motivos confía en la victoria, porque cree que significa justicia. Al ver la bandera española, con los colores del fuego, no puede contener las lágrimas de entusiasmo. Pero un estruendo, fruto del primer cañonazo, lo vuelve a la realidad: ha comenzado el combate.
Capítulo 11
El primer tiro lo ejecuta el Santa Ana contra el Royal Sovereign. Mientras estos dos buques entran en combate, el Victory se dirige hacia el Santísima Trinidad. La línea de fuego se desplaza, como sincronizada, desde el Santa Ana hacia los dos extremos de la hilera. El Victory, entonces, ataca al francés Redoutable y, cuando este lo rechaza, queda por barlovento frente al Santísima Trinidad. Allí comienza la andanada de proyectiles sobre el navío inglés desde el barco donde se encuentran los personajes de la novela. A Gabriel se le empaña la vista por el humo, pero llega a ver a Marcial, quien no puede disparar por su cuerpo mutilado, pero se encarga de colaborar vigilando el servicio de cartuchería.
El Bucentauro, que está detrás, también abre fuego sobre el Victory y el Temerary. Cuando parece que el buque inglés comandado por Collingwood está por caer bajo poder del Santísima Trinidad, aparece el Temerary, que se pone en medio y lo salva. Al mismo tiempo, el Neptune, otro navío inglés, se coloca a sotavento, por lo que el Trinidad se encuentra rodeado y lo acribillan por todos lados; lo mismo le ocurre al Bucentauro. El resto de los barcos españoles, más alejados y con combates un poco más cómodos, no puede asistirlos. Gabriel, temeroso, mira a su amo, a Uriarte, que es el comandante de su buque, y al resto de los tripulantes, y se angustia porque se da cuenta de que están perdidos. Sin embargo, también nota que continúan luchando, “movidos por el afán de perecer con honra” (94).
El espectáculo del Santísima Trinidad es comparable, para el narrador, con un infierno. Ya no pueden realizar maniobras, son muchos los cuerpos de hombres que caen muertos sobre la cubierta o en el mar y la sangre corre con abundancia haciendo dibujos sobre la arena. Gabriel debe prestar auxilio transportando heridos a la enfermería, que se encuentra en la bodega, y ayudar a los carpinteros, que deben aplicar tapones en los agujeros del casco.
El Bucentauro presenta su rendición: Villeneuve arria la bandera. El sonido de una espantosa explosión, de repente, los paraliza: se trata del barco francés llamado Achilles, que llevaba seiscientos tripulantes y ahora vuela por los aires. Unos segundos después, las detonaciones se reinician: ahora todo el fuego enemigo se dirige hacia el buque de Gabriel.
El joven siente que el entusiasmo experimentado antes ya no existe en él: sufre un terror que lo paraliza. Lo conmueve ver a Marcial que, a pesar de su estado y de las nuevas heridas recibidas, continúa en actividad, cumpliendo funciones de contramaestre, marinero, artillero, carpintero y lo que hiciera falta, e, incluso, profiere sus típicas frases humorísticas. Mira hacia su amo, que también continúa en su puesto a pesar de la gran cantidad de sangre que mana de su brazo izquierdo. Cuando el joven se dirige a asistirlo, un oficial llega antes que él y una bala le vuela la cabeza, por lo que recién en ese momento don Alonso se retira. El comandante, Uriarte, permanece estoico en su sitio, a pesar de todos los muertos a su alrededor. Gabriel lo mira con admiración.
De repente, Gabriel escucha que Marcial le pide ayuda para disparar el cañón mientras el anciano enciende la mecha. Así lo hace. Al considerarse actor, ya no mero espectador, se le disipa por un instante el miedo. Unos instantes después, cae el palo mayor y todo queda lleno de escombros. Afortunadamente, Gabriel queda en un hueco y no recibe heridas de gravedad. Busca a Marcial, pero no lo encuentra, y un casco de metralla le hiere el hombro. Por ello, al entrar en la recámara, se desvanece.
Al recuperar el conocimiento, nota que los oficiales están reunidos acordando la rendición. Ve a su amo sobre un sofá, que realiza un gesto de tristeza y desesperación. Al salir a buscar agua para él, observa, tristemente, cómo arrían la bandera, que es un lienzo agujereado y una señal de su honra. El fuego cesa y los ingleses penetran al barco vencido.
Capítulo 12
Con el cese del fuego, no termina el horror. En ese momento, todos toman conciencia del estado calamitoso en el que queda el barco, con riesgo severo de hundirse en cualquier momento. El agua ingresa por sus averías y el trabajo de las bombas no alcanza para sacarla. Para colmo, se inunda la bodega, que es el sitio donde están los heridos. La situación es tan espantosa que incluso los ingleses colaboran.
Gabriel va a la cámara a buscar a don Alonso y ve a los ingleses ocupados en poner el pabellón británico en la popa del Santísima Trinidad. Esta acción cambia su parecer respecto de esos hombres: en ellos también existe el sentimiento patriótico y el amor por su tierra. Para su sorpresa, también ve que los oficiales ingleses tratan a sus contrincantes, ahora rendidos, con cortesía.
Uno de los oficiales, antiguo amigo de don Alonso, se dirige hacia él para saludarlo. Don Alonso aprovecha para averiguar el destino de las tripulaciones de los otros barcos de su escuadra. Se entera así de que Gravina se ha retirado en el Príncipe de Asturias, buque que ha sido tomado por los británicos, así que su interlocutor no sabe si habrá llegado a Cádiz. También se entera de que cuatro barcos franceses no entraron en acción, otros han sido apresados y, lamentablemente, Churruca, Galiano y Alcedo han muerto en batalla. Ante estas noticias, don Alonso llora amargamente. El inglés le cuenta que ellos también han perdido valiosas personas, entre ellos, al primero de sus marinos, al almirante Nelson. Al decirlo, el británico también rompe en llanto.
Al anochecer, el cañoneo todavía continúa a lo lejos. Para empeorar el panorama, se desencadena una tormenta que dificulta más la permanencia a bordo de lo que queda del Santísima Trinidad. Un navío inglés intenta inútilmente remolcarlo.
Como Gabriel siente hambre, va en busca de algo de alimento y encuentra a Marcial, que también está intentando comer algo. Una bala se ha llevado el pie de palo, por lo que el anciano anda aún más cojo que antes.
En la cámara yacen los oficiales muertos cubiertos con el pabellón nacional; en las baterías y sobre la cubierta, los marineros y los soldados, que ascienden a la suma de cuatrocientos. Comienza la ceremonia de exequias al amanecer del día veintidós: el cura, apresurado, reza un responso y, envueltos en la bandera y con una bala atada a los pies, son arrojados al mar. Los marineros son arrojados con menos ceremonia: si bien el protocolo indica que se les envuelva en el coy, la mayor parte sin atavío y sin bala, porque no alcanza para todos. Incluso Gabriel debe participar arrojando cuerpos al mar y, en ese momento, observa cómo levantan un cadáver terriblemente desfigurado: se trata de su tío. A pesar de la tristeza del momento, algunos marineros se burlan del difunto. Gabriel, al sentirse indignado por esa conducta infame, se da cuenta de que a pesar de la maldad ejercida hacia él, siente algo de pena, sobre todo porque su rostro le recuerda el de su madre. En ese momento, logra perdonarlo.
Al día siguiente, son trasladados en lanchas hacia otras embarcaciones dado que el Santísima Trinidad se va a pique. Don Alonso continúa en el alcázar, como perdido en sus pensamientos. Gabriel le suplica que vayan a las lanchas y, antes de lograrlo, se desmaya. Un marinero los traslada a ambos hasta una de las lanchas. Cuando despierta, Gabriel ve a Marcial empuñando la caña del timón.
Análisis
Estos capítulos corresponden al momento en el que se desata la batalla, por lo que se representan situaciones de mucha tensión en la novela. Usualmente, en momentos decisivos como estos, las novelas presentan las victorias o los fracasos de los protagonistas. En esta obra en particular, este es el punto en el que se cuenta la derrota de la armada franco-española en la batalla de Trafalgar y el horror vivido a bordo de las embarcaciones participantes en la contienda.
A partir del décimo capítulo se funden completamente los datos históricos con los novelescos y ficticios. Durante los primeros nueve capítulos, el narrador se encarga de crear un ambiente y presentar a los personajes y a las situaciones. Así, a partir del capítulo 10 y mientras aparecen los hechos reales que pueden ser constatados en los libros de historia, se intercalan las percepciones que de ellos tiene el narrador, que también es protagonista de la acción. A partir de los eventos experimentados, Gabriel madura y evoluciona su desarrollo psicológico. Aquí, el narrador experimenta varias revelaciones y reflexiones que le sirven como enseñanzas para su vida y que cambian el modo en el que ve el mundo hasta el momento.
La primera de las revelaciones lo sorprende antes de la batalla y tiene que ver con la adquisición de una conciencia patriótica. Gabriel abandona las ingenuas creencias de su infancia sobre la patria y el patriotismo, conceptos hasta entonces solo representados en figuras de autoridad y poder. Descubre, al verse allí entre tantos hombres igualmente temerosos, pero dispuestos a la defensa de su nación, la experiencia épica que se encuentra protagonizando. El motivo que lleva a que todos esos hombres a luchar en forma conjunta y poner en riesgo su vida se relaciona con la fraternidad de reconocerse hermanos de una misma patria. Surge, entonces, una hermosa imagen en su mente, en la que se representa al país como “una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; [...] una sociedad dividida en familias, en la cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender” (90). La identidad de su pueblo, la geografía de su país, las costumbres de su tierra, los sabores de su infancia, todo eso es lo que comprende que están defendiendo allí. En ese momento, y justo antes del primer cañonazo, reflexiona sobre la bandera, símbolo de su país; de esas ideas de nacionalidad y patria, nuevas para él, surge una emoción que lo invade.
En este punto ya no hace falta reponer demasiado contexto histórico, la novela se encarga pormenorizadamente de ello: el objetivo didáctico de la obra se manifiesta aquí más que en ninguna otra parte de la novela. Se enfatiza con el plano incorporado de las escuadras, para asegurarse de que el lector entienda cómo se desarrollan los hechos. La batalla de Trafalgar es un hecho histórico ocurrido el 21 de octubre de 1805 y está relatada aquí, cronológicamente, desde la perspectiva de alguien que observa y participa en los hechos desde una de las embarcaciones. En esta batalla, como se narra en la novela, se baten en combate las escuadras de la marina británica contra las escuadras de la marina española y la francesa que, por un acuerdo firmado con anterioridad, se deben comprometer a mantener una política militar conjunta y luchar contra el Reino Unido. Las previsiones y advertencias de los capítulos anteriores sobre la ineptitud del comandante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve se cumplen en la batalla: una mala maniobra realizada por el francés al comienzo de la contienda tiene la responsabilidad de llevarlos al fracaso.
Muchas otras figuras importantes de la historia real son mencionadas y se da cuenta de sus acciones heroicas en batalla. De hecho, el respeto y el levantamiento heroico se hace incluso de marinos que pertenecen a las líneas enemigas. Del lado británico, el comandante es el respetado Horatio Nelson, quien perece en este combate después de dar grandes muestras de valentía y buen desempeño, y recibe sentidos epítetos que lo enaltecen aún más tras su muerte, exhibiendo el respeto que sus hombres le tienen: “Hemos perdido al primero de nuestros marinos, al valiente entre los valientes, al heroico, al divino, al sublime almirante Nelson” (104). También tiene un rol importante el barón británico Cuthbert Colingwood, quien quedará al mando luego de la muerte de Nelson.
Del lado español se ensalzan las figuras y actitudes de Francisco Javier de Uriarte y Borja, comandante del Santísima Trinidad, y un personaje, nuevamente, histórico:
¡Ah!, recordando yo después la serenidad y estoicismo de don Francisco Javier Uriarte, he podido comprender todo lo que nos cuentan de los heroicos capitanes de la antigüedad. Entonces no conocía yo la palabra sublimidad, pero viendo a nuestro comandante comprendí que todos los idiomas deben tener un hermoso vocablo para expresar aquella grandeza de alma que me parecía favor rara vez otorgado por Dios al hombre miserable (99).
También se enaltece la figura de Dionisio Alcalá-Galiano, conocido por su rigurosidad e inteligencia, tal como se destaca en la obra, y que muere en batalla, al igual que Francisco Alcedo y Bustamante. Otro personaje histórico que encuentra muerte en combate y cuya figura es, tal vez, la más heroicamente presentada es la de Churruca. Federico Gravina, en cambio, y al igual que Villeneuve, carga en la opinión popular parte de la culpa por lo sucedido, por haberse mostrado como un hombre orgulloso y cerrado.
En el capítulo 9 asistimos al encantamiento sentido por Gabriel al ver el Santísima Trinidad. Tras la cruenta batalla, esa embarcación, que se asociaba para el narrador con lo sagrado, pasa a asociarse con lo infernal y, más adelante, cuando la trifulca termina, deviene ataúd. Las escenas son terribles a bordo: los cuerpos están mutilados, la sangre corre por la cubierta y no alcanza la arena para absorberla. Los barcos se personifican como grandes bestias que parecen cobrar vida propia:
Se me representaban los barcos, no como ciegas máquinas de guerra, obedientes al hombre, sino como verdaderos gigantes, seres vivos y monstruosos que luchaban por sí, poniendo en acción, como ágiles miembros, su velamen, y cual terribles armas, la poderosa artillería de sus costados (94).
El cambio es tan abrupto que la emoción esperanzada y movilizadora del narrador se transfigura en instantes: “El entusiasmo de los primeros momentos se había apagado en mí, y mi corazón se llenó de un terror que me paralizaba, ahogando todas las funciones de mi espíritu, excepto la curiosidad” (97). Gracias a su curiosidad, de hecho, la narración puede continuar: se detiene su acción, pero no su mirada que guarda lo que muchos años después va a relatar.
Ante la parálisis del muchacho, aparece en escena su contraparte, la figura movediza y siempre voluntariosa de Marcial: “Nunca creí que desempeñara funciones correspondientes a tantos hombres el que no podía considerarse sino como la mitad de un cuerpo humano” (97). La voluntad de Marcial, así como la de Alonso, se mantiene hasta los últimos momentos, ya que esta batalla es la última posibilidad de vengarse y de salir victoriosos. Es Marcial quien lo anima a Gabriel a disparar el cañón y le despierta, así, una nueva revelación: “Desde entonces conocí que el heroísmo es casi siempre una forma de pundonor” (100) Es decir, que la dignidad personal, para este joven que aprende de Marcial, se logra con su esfuerzo continuo por ser un héroe.
El tercer momento en el que el joven reflexiona sobre estos asuntos es al observar el profundo respeto con el que los ingleses enarbolan su pabellón, la bandera nacional. Lo hacen de manera simbólica para marcar que ese barco, el Santísima Trinidad, ya está comandado por ellos, y que su tripulación es prisionera de la británica. En lugar de verlos como enemigos deshumanizados, comprende, en ese instante, que ellos también tienen una tierra y sentimientos patrióticos hacia ella. Eso hace que su representación de los ingleses cambie radicalmente. Esta evolución psicológica que constatamos en el personaje, se manifiesta también cuando descubre el cadáver de su tío y lo perdona.
En el momento en el que el barco se va a pique y es el final del colosal buque, Alonso pronuncia con nostalgia unas palabras que, otra vez, recuerdan al personaje cervantino: “¡Oh, cómo se va a reír Paca cuando yo vuelva a casa después de esta gran derrota!” (111). El caballero quiere volver victorioso y quiere, como el Quijote, poder alardear de sus triunfos ante su amada. No parece ser posible y la situación lo desanima tanto que no ve el inminente peligro sobre su vida: el barco se está hundiendo.